SAN CIRILO DE JERUSALEN, OBISPO Y DOCTOR
Parecía bien que estos días consagrados a la instrucción de los catecúmenos, la
Iglesia tributase sus homenajes al Pontífice cuyo nombre evoca mejor que ningún
otro, el celo y prudencia que deben desplegar los pastores para preparación al
Santo Bautismo. Durante mucho tiempo el pueblo cristiano se limitó a tributar los
honores debidos a tan gran doctor con sólo mencionarle anualmente en el
martirologio. Mas a la antigua expresión de reconocimiento por los servicios
prestados en tiempos pasados, se junta hoy, con relación a San Cirilo, la
necesidad de una institución no menos necesaria que en los primeros años del
cristianismo. Es cierto que se confiere ahora el bautismo en la infancia; antes
de que el hombre pierda la inocencia, la verdad se ha posesionado de él por
medio de la fe infusa. Pero con frecuencia, el niño no encuentra a su alrededor
la defensa que le es necesaria por su debilidad; la sociedad moderna ha
renegado de Jesucristo y su apostasía, sofoca bajo la hipócrita neutralidad de
pretendidas leyes, el germen divino en el bautizado antes de que haya arraigado
y fructificado. Ante la sociedad como ante el individuo el bautismo tiene sus
derechos y no podemos honrar mejor a San Cirilo que haciéndonos eco, en el día
de su fiesta, de estos derechos del primero de los sacramentos respecto de la
educación que él exige de los bautizados.
Deberes de los Gobiernos para con los bautizados
Durante quince siglos el pueblo occidental,
cuyo edificio social tenía por base la fe romana, mantuvo a sus miembros en la
ignorancia de la dificultad en que se encuentra un alma al pasar de las
regiones del error a la luz pura. Bautizados como nosotros al pasar los
umbrales de la vida y establecidos en la verdad, nuestros padres nos llevaban
la ventaja de palpar como el poder civil, de acuerdo con la Iglesia, defendía
en ellos este gran tesoro de la plenitud de la verdad, al mismo tiempo que
aquella salva guardaba al mundo entero. Es deber del rey o de cualquiera—no
importa el título—que vaya al frente de un pueblo, la protección de los
particulares; y la gravedad de este deber estriba en la importancia de los
intereses que garantiza; pero esta protección ¿no es tanto más gloriosa para el
porvenir cuanto que se endereza a los pobres e imposibilitados de la sociedad?
Nunca se ha manifestado mejor la majestad de la ley humana que en las cunas
donde guarda al recién nacido, y al niño huérfano sin defensa, su vida, su
nombre y su patrimonio.
Dignidad de los bautizados
Así pues, el niño que ha salido de
la sagrada pila cuenta con prerrogativas que superan a las que les pudieran dar
la riqueza y la fortuna de sus antepasados y la fecundidad de su misma
naturaleza. La vida divina reside en él; su nombre de cristiano le hace al
igual de los ángeles; su herencia consiste en esta plenitud de verdad de la que
hablamos poco ha, que no es otra cosa que Dios mismo poseído en la tierra por
la fe, en la espera que se descubra a su amor en la felicidad de la visión
eterna.
¡Qué grandeza, pues, en estas cunas donde llora la débil infancia!, pero también ¡qué responsabilidad para el mundo! Si para distribuir estos bienes Dios no espera a que aquellos a quienes deben ser conferidos hayan llegado a una edad suficiente para estimarlos; es sin duda por que este apresuramiento manifiesta la impaciencia de su amor, pero es así mismo porque cuenta con ese mundo para a su debido tiempo hacer la revelación de su dignidad a los hijos del cielo, para formarlos en los deberes que son consecuencia de su nombre, para elevarlos como con viene a la dignidad de hijos de Dios. La educación del hijo de un rey responde a su estirpe; aquellos a quienes se concede el honor de instruir les tienen naturalmente en cuenta su título de príncipe y por tanto los mismos conocimientos comunes a todos le son presentados y armonizados en lo posible con su alto destino. Todo, en efecto, concurre para el mismo fin, que no es otro que disponerle a llevar gloriosamente su corona. ¿La educación de un hijo de Dios merécenos consideraciones? ¿Sería lícito olvidar su destino y origen en la atención que se le prodigan?
¡Qué grandeza, pues, en estas cunas donde llora la débil infancia!, pero también ¡qué responsabilidad para el mundo! Si para distribuir estos bienes Dios no espera a que aquellos a quienes deben ser conferidos hayan llegado a una edad suficiente para estimarlos; es sin duda por que este apresuramiento manifiesta la impaciencia de su amor, pero es así mismo porque cuenta con ese mundo para a su debido tiempo hacer la revelación de su dignidad a los hijos del cielo, para formarlos en los deberes que son consecuencia de su nombre, para elevarlos como con viene a la dignidad de hijos de Dios. La educación del hijo de un rey responde a su estirpe; aquellos a quienes se concede el honor de instruir les tienen naturalmente en cuenta su título de príncipe y por tanto los mismos conocimientos comunes a todos le son presentados y armonizados en lo posible con su alto destino. Todo, en efecto, concurre para el mismo fin, que no es otro que disponerle a llevar gloriosamente su corona. ¿La educación de un hijo de Dios merécenos consideraciones? ¿Sería lícito olvidar su destino y origen en la atención que se le prodigan?
Derechos de la Iglesia a la educación
Nada más cierto que sólo la Iglesia aquí abajo es capaz de explicar el origen
de los hijos de Dios; sólo ella conoce los medios más convenientes de aunar
todos los elementos del conocimiento humano con vistas al fin supremo que
domina la vida del cristiano. ¿Qué debemos, pues, concluir sino que la Iglesia
es por derecho la primera educadora de las naciones? Cuando crea escuelas, es
porque todos los grados de las ciencias la interesan igualmente y entonces la
misión recibida de ella para enseñar vale más que todos los diplomas y títulos.
Por otra parte, cuando tales diplomas no han sido entregados por ella misma, el
uso de estos documentos oficiales requiere su primera y principal legitimidad
ante los cristianos por el reconocimiento de aquella estando en su pleno
derecho al mantenerlos siempre bajo su vigilancia. Porque ella es madre de los
bautizados y es derecho de las madres atender a la educación de los hijos
cuando no es ella la que de esta educación por si misma.
Derechos de la Iglesia a la educación
Nada más cierto que sólo la Iglesia aquí abajo es capaz de explicar el origen
de los hijos de Dios; sólo ella conoce los medios más convenientes de aunar
todos los elementos del conocimiento humano con vistas al fin supremo que
domina la vida del cristiano. ¿Qué debemos, pues, concluir sino que la Iglesia
es por derecho la primera educadora de las naciones? Cuando crea escuelas, es
porque todos los grados de las ciencias la interesan igualmente y entonces la
misión recibida de ella para enseñar vale más que todos los diplomas y títulos.
Por otra parte, cuando tales diplomas no han sido entregados por ella misma, el
uso de estos documentos oficiales requiere su primera y principal legitimidad
ante los cristianos por el reconocimiento de aquella estando en su pleno
derecho al mantenerlos siempre bajo su vigilancia. Porque ella es madre de los
bautizados y es derecho de las madres atender a la educación de los hijos
cuando no es ella la que de esta educación por si misma.
Deberes de la Iglesia
El bautizado que ignora voluntaria o
forzosamente sus deberes y sus derechos se asemeja a aquellos hijos de familia
que, sin culpa o con ella, serían la afrenta de sus descendientes al desconocer
las tradiciones de la raza de donde proceden y arrastran inútilmente por el
mundo una vida degenerada. Por tanto, lo mismo ahora que en tiempo de San Cirilo
de Jerusalén, la Iglesia no puede admitir ni ha admitido nunca a la fuente
sagrada sin exigir del candidato al bautismo la garantía de una instrucción
suficiente. Si es adulto debe dar por sí mismo la garantía de sus
conocimientos; si todavía no tiene edad, y, sin embargo, la Iglesia los admite
en la familia cristiana, es, porque debido al cristianismo de los mismos que
los presentan y al estado social que los rodea, abriga para él la esperanza de
una educación en conformidad con la vida sobrenatural hecha ya suya por el
sacramento.
La Iglesia educadora
Ha sido necesaria la consolidación indiscutible del imperio del Hombre-Dios
sobre el mundo, para que la práctica del bautismo de los niños haya llegado a
ser general, como lo es hoy, y no debemos extrañarnos si, la Iglesia, a medida
que avanzaba la conversión de los pueblos, se haya encontrado envestida ella
sola del deber de educar a las nuevas generaciones. Los cursos estériles de
gramáticos, filósofos y retóricos a quienes solamente faltaba el único
conocimiento necesario, el del fin de la vida, fueran pronto suplidos por las
escuelas episcopales y monásticas, donde la ciencia de la salvación, a la vez
que tenía el primer lugar, iluminaba a todas las otras con la verdadera luz.
Regenerada ya la ciencia por el bautismo dio origen a las universidades que
reunieron en fecunda armonía todo el conjunto de conocimientos humanos hasta
entonces sin vínculo común y con frecuencia opuestos los unos a los otros.
Desconocidas para el mundo antes del cristianismo, único portador de la
solución de gran problema del fin de las ciencias, las universidades, cuyo
objeto primero fué esta misma unión, permanecen por esta razón bajo el dominio
inalienable de la Iglesia.
Vana pretensión de un Estado neutral
En vano el Estado de nuestros días, paganizado de nuevo, pretende negar a la
madre de los pueblos y atribuirse a sí mismo el derecho de calificar con
este nombre de Universidad sus escuelas superiores. Las naciones
descristianizadas se encuentran, lo quieran o no, sin derecho para fundar, sin
fuerza para mantener en ellas estas instituciones gloriosas, en el verdadero
sentido del nombre que han llevado y realizado en la historia. El Estado sin fe
no mantendrá jamas en la ciencia otra unidad que la unidad de Babel. ¿Es que no
podemos constatarlo ya con toda evidencia? El monumento de orgullo que quiere
levantar frente a Dios y su Iglesia no tendrá otro efecto que renovar la espantosa
confusión de que la Iglesia había arrancado a las naciones paganas cuyos
errores vuelven a ser su patrimonio. El espoliador y el ladrón podrán
revestirse de los títulos de la víctima que ha despojado, más la impotencia en
que se encuentra de hacer gala de las cualidades que estos títulos, suponen no
tienen otro resultado que evidenciar el robo cometido a su legítimo
propietario.
La neutralidad
Pero ¿es que negamos al Estado pagano o neutral, como hoy se dice, el derecho
de educar a su manera a esos fieles que él ha creado a su imagen? En modo
alguno. La protección que la Iglesia invoca como un derecho y un deber sólo se
extiende a los bautizados. Y no lo dudemos; si la Iglesia constatase un día,
que la sociedad no ofrece ya ninguna garantía al bautizado, volverá a la
disciplina de aquella primera edad, en que la gracia del Sacramento que nos
hace cristianos, no era concedida a todos indistintamente como sucede hoy sino
tan sólo a los adultos que se mostraban dignos de ella o a los hijos de las
familias que ofrecían las garantías necesarias a su responsabilidad de Madre y
Esposa.
Las naciones entonces se dividirán en dos
bandos: de una parte los hijos de Dios que vivirán de su vida y serán herederos
de su trono; de otra los hombres invitados como todos los hijos de Adán a
formar parte de esta nobleza sobrenatural, habrán preferido permanecer los
esclavos de quien los quería por hijos en este mundo convertido por la
Encarnación en su palacio. La educación común y neutral se presentará entonces
más irrealizable que nunca; por muy neutral que se la suponga las escuelas de
los servidores del palacio no serán apropiadas a los príncipes herederos.
Protección de los Santos Doctores
¿Están ya cerca los tiempos en que los hombres excluidos por su nacimiento del
bautismo, deberán conquistar por sí mismos el privilegio de admisión en la
familia cristiana? Solamente Dios lo sabe; pero no dejan de existir indicios
que nos lo hacen creer. La institución de la fiesta de hoy significa, tal vez,
en los designios de la providencia, un vínculo con las exigencias de la nueva
situación que se crea a la Iglesia en relación con esto. Apenas hace una semana
que presentábamos nuestros homenajes a San Gregorio Magno, el doctor del pueblo
cristiano; cinco días antes era el Doctor de las escuelas, Santo Tomás de Aquino, cuya fiesta era solemnizada por la juventud cristiana
estudiantil; ¿por qué hoy, después de quince siglos, este nuevo Doctor, doctor
de una porción ya desaparecida, los Catecúmenos, sino porque la Iglesia
ha visto los nuevos servicios que Cirilo de Jerusalén está llamado a prestar
con los ejemplos ya las enseñanzas contenidas en las Catequesis?1
Las 24 Instrucciones atribuidas a S.
Cirilo se encuentran en el tomo XXXIII de la Patrología griega. Están
divididas: 1.°, una catequesis preliminar que tiene por objeto preparar a los
oyentes a seguir con fruto los ejercicios que preceden a la recepción del
bautismo. 2.°, dieciocho pronunciadas durante Cuaresma, que tratan de los
artículos del Símbolo bautismal de Jerusalén. 3.º, un grupo de cinco catequesis
designadas con el nombre de "catequesis mistagógicas", que explican
las ceremonias observadas en la administración del bautismo, y los Sacramentos
de la Confirmación y de la Eucaristía. Fueron pronunciadas ante los neófitos en
el curso de semana que siguió a la fiesta de Pascua, para acabar con ellas la
formación de los recién bautizados.
Estudios recientes demuestran que, en
adelante, será imprudente colocar estos últimos entre las obras de San Cirilo,
y que es necesario atribuirlas a su sucesor en el episcopado, Juan de
Jerusalén. (Mufteon. t. LV, p. 43, art. de W. J. Swaans, M. O.),
Cuántos cristianos cuyo único gran
obstáculo en su retorno a Dios, es una ignorancia desesperante, más profunda
todavía que aquella de la que el celo de San Cirilo procuraba sacar a paganos y
judíos.
Vida
Plegaria al doctor
¡Oh Cirilo, tú fuiste un verdadero hijo de la luz! La sabiduría de Dios había
conquistado desde la infancia tu amor; te levantó como faro que brilla junto al
puerto y salva, atrayéndole a la orilla, al desgraciado que se encuentra sumergido en la noche del error. En el lugar mismo donde se habían realizado
los misterios de la Redención del mundo, y en aquel siglo IV, tan fecundo en
doctores, la Iglesia te confió la misión de preparar al bautismo las almas que
la victoria reciente de cristianismo conducía a ella desde todas las
condiciones sociales. Alimentada con la Escritura y las enseñanzas de la Madre
común, la palabra brotaba de tus labios abundante y pura. La historia nos
enseña que, impedido por otros cargos de tu sagrado ministerio de poder
consagrar tus atenciones exclusivamente a los catecúmenos, debiste improvisar
tus catequesis, donde la ciencia de la salvación se desprende con
seguridad y llaneza hasta entonces desconocidas y nunca después superadas.
Para ti, Santo Pontífice, la ciencia de la
salvación consistía en el conocimiento de Dios y de su Hijo Jesucristo,
contenido en el símbolo de la Iglesia; la preparación al bautismo, a la vida de
amor, significaba para ti la adquisición de esta ciencia, la única necesaria, a
la vez profunda y directora de todo el hombre, no por la impresión de un vano
sentimentalismo, sino bajo el imperio de la palabra de Dios, recibida como
tiene derecho a serlo, meditada día y noche y que penetra hasta el fondo del
alma para establecer en ella la plenitud de la verdad, la rectitud moral y el
desprecio del error.
Súplica al pastor
Confiado en tus oyentes, no temías descubrirles los argumentos y las
abominaciones de las sectas enemigas. Hay tiempos y circunstancias cuya
apreciación pertenece a los jefes del rebaño, en que deben menospreciar la
repugnancia que inspiran tales exposiciones para denunciar el peligro y poner
en guardia a sus ovejas contra los escándalos del espíritu o de las costumbres.
Con razón, oh Cirilo, tus airadas invectivas perseguían al maniqueísmo hasta el
fondo mismo de sus antros impuros. En él adivinabas al agente principal de ese misterio
de iniquidad, que prosigue su marcha tenebrosa a través de los siglos hasta
que consiga hacer sucumbir al mundo con su ponzoña y su orgullo.
Manes reina en nuestros días en plena
libertad; las sociedades secretas creadas por él, han llegado a ser soberanas.
Las sombras de las logias continúan, es cierto, ocultando a los profanos sus
símbolos sacrílegos tomados de los persas; más la habilidad del príncipe de
este mundo ha concentrado ya, en las manos de este fiel aliado suyo, todas
las fuerzas sociales. Hoy el poder le pertenece y el primer y único uso que
hace de él, es para perseguir a la Iglesia por odio a Cristo. Le niega el
derecho de enseñanza, recibido de su Cabeza; a los mismos hijos engendrados
por ella, que la pertenecen por el derecho del bautismo, se pretende
arrancárselos a viva fuerza e impedir que presida su educación.
Oh Cirilo, a quien ella acude en demanda de
socorro en estos tiempos desafortunados, no defraudes su confianza. Conoces
las exigencias del Sacramento que engendra a los cristianos. Protege el
bautismo en tantas almas inocentes, en quienes se quiere hacerlo desaparecer.
Sostén despierta, si fuere necesario, la fe de los padres cristianos; que
comprendan que su deber es proteger a sus hijos con su propia sangre, antes que
entregar a las bestias el alma de estos hijos, que es más preciosa todavía.
Muchos, y éste es uno de los grandes
consuelos de la Iglesia al mismo tiempo que la esperanza de una sociedad
atacada por todas partes, han comprendido el deber que se imponía en estas
circunstancias. Siguiendo la ley de su con ciencia y amparándose en su derecho
de padres de familia, prefirieron sufrir la violencia de la fuerza bruta de
nuestros gobiernos, antes que hacer una sola concesión a los caprichos de una
legislación del Estado pagano, tan absurda como odiosa. Bendícelos y aumenta su
número. Bendice igualmente, sostén e ilumina a los fieles que se entregan a la
tarea de instruir y salvar a esos niños, a quienes venden los poderes públicos.
¿Hay misión más urgente en nuestros días que la del catequista? ¿Hay alguna que
pueda y deba llegar más al corazón?
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
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