sábado, 30 de marzo de 2024

S A N T O R A L

SAN JUAN CLÍMACO, CONFESOR


La vida de San Juan Clímaco escribió un monje discípulo suyo, llamado Daniel, y la refiere en su segundo tomo el P. Fr. Lorenzo Surio, de esta manera. Siendo Juan Clímaco mozo de diez y seis años, habiendo estudiado lo que en aquella edad convenía, se ofreció á Cristo nuestro Señor en santo y agradable sacrificio, recibiendo sobre sí el yugo de la vida monástica en un monasterio, que estaba en el monte Sinaí, en el cual despidiendo de su corazón toda vana estimación, y confianza de sí mismo, se abrazó con la santa humildad, y se sujetó perfectamente á su superior, y padre espiritual,  y fué aprovechando cada día más en la virtud, en tanto grado, que vino á estar como muerto al mundo, y á todos sus apetitos, y como una alma del todo desnuda del propio parecer, y propia voluntad: que por haber antes San Juan estudiado, y sido enseñado en las ciencias, que suelen desvanecer; se debe aún más estimar. De esta manera conversó por espacio de diez y nueve años entre los monjes, hecho un perfectísimo dechado de obediencia y sujeción, hasta que falleció el santo padre, que le tenía á cargo, por cuya muerte pasó á la vida solitaria, y escogió un lugar, llamado Tola, que estaba cinco millas de una iglesia, en el cual perseveró constantemente por espacio de cuarenta años, con grande alegría, y fervor de espíritu. Lo que allí pasó á solas: las batallas que tuvo; y las victorias que alcanzó del común enemigo, no se pueden saber: mas es de creer, que fueron muchas, y tantos los favores,  con que el Señor le regaló, como de su liberalísima mano se podían esperar, y él suele hacer, á los que de veras se entregan á su servicio. Lo que se sabe es, que comía de todas las cosas, que según su profesión era lícito comer; pero de todo poco: para que comiendo de todo, huyese la nota de la singularidad y vanagloria, y comiendo poco,  venciese la gula. Con la soledad, y con el poco trato, y compañía de los hombres, de tal manera apagó la llama de la lujuria, que ya no le daba pena ni molestia. La avaricia, que el apóstol llama idolatría, venció con la largueza, y misericordia para con los otros, y con la escasez de las cosas necesarias para consigo: porque contentándose con lo poco, no tenía necesidad de codiciar lo mucho. Todos los otros vicios procuró el santo varón vencer, y vivir no como hombre, sino como ángel. Vivía de oración: nunca estaba ocioso; y para que con la aspereza y ociosidad (que suele hacer guerra á los solitarios) no le venciese, solía ocuparse en escribir libros: dormía poco, y solamente lo que bastaba para no desfallecer con las demasiadas vigilias. Pues ¿qué diré de la abundancia de sus lágrimas? Entrabase en una cueva,  que estaba apartada al lado de una montaña, y allí levantaba las voces al cielo con grandes gemidos, suspiros, y clamores, y derramaba su corazón delante del Señor, hechos sus ojos dos fuentes de lágrimas. Un religioso llamado Moisés, que era de los que profesaban vida solitaria, deseando imitar la vida de este santo varón, y vivir debajo de su corrección y disciplina, echó á muchos de aquellos santos padres por rogadores, y pidió con grande instancia, que le quisiese recibir por su discípulo. Fué recibido por tal, según lo había deseado: y un día mandóle el santo varón, que de cierto lugar trajese un poco de buena tierra, para echar en un huerto de poco suelo. Hízolo Moisés, y entendiendo en ello con diligencia, llegado el mediodía, y siendo el mes de agosto, fatigado del calor y del trabajo, acordó de tomar un poco de reposo á la sombra de una gran peña que allí había: mas estando para caer aquella gran peña sobre él, Dios reveló á san Juan Chinaco el peligro, en que estaba su discípulo, y con su oración lo libró; porque estando allí durmiendo, le pareció que había oído la voz de su maestro, que le despertaba: con la cual lleno de pavor despertó,  y dio un sallo, y luego vio arrancarse la peña de lo alto, y caer en tierra en el lugar, donde él antes estaba; y sin duda, si no se levantara, le hiciera pedazos. 

Otra vez vino á él un monje, que se llamaba Isaac, abrasado de una tentación carnal, y cercado de mucha tristeza y dolor, y descubrióle con muchas lágrimas y gemidos, la secreta llaga que traía. Consolóle el varón de Dios muy blandamente, y díjole: Estemos ambos, hijo, en oración; y el Señor, que es misericordioso y clemente, no despreciará nuestros ruegos. Y estando ambos orando, sanó el enfermo, y quedó curado de tan extraña pasión, y alabó al Señor, que había dado tanta eficacia á la oración de Juan Clímaco. Comenzaron algunos á visitarle, movidos de la fama de su santidad; y el venerable padre, para apacentar las ánimas, de los que á él venían, con el pasto de la palabra de Dios, les daba saludables documentos. No le faltaron algunos émulos, que procuraron estorbar este fruto, que de su doctrina se seguía, diciendo, que era un parlero y hablador. Sabiendo él esto, determinó ensoñar á los que á él venían, no solo con las palabras, sino mucho más con silencio, y ejemplo de paciencia: y así calló; y venció con tan grande humildad, y modestia á sus émulos, que compungidos, le pidieron y le suplicaron, que les diese el acostumbrado pasto de su doctrina.

Pues como resplandeciese de esta manera en todo género de virtudes, y no se hallase otro semejante á él, vinieron todos los monjes del monasterio del monte Sinaí, donde antes había morado,  y con un mismo afecto y deseo, contra toda su voluntad le entregaron el magisterio y gobierno de aquel monasterio; y el santo varón, movido del Señor, tomó sobre sí la carga de regirlos, y á ruego y súplica de ellos escribió el libro llamado «Escala Espiritual», en el cual se describen treinta escalones, por donde pueden subir los hombres á la cumbre de la perfección. Este libro en nuestros días el P. M. Fr. Luis de Granada,  para provecho de muchos, tradujo de latín en lengua castellana, y le enriqueció con algunas declaraciones y anotaciones suyas. De San Juan Clímaco hace mención el Martirologio romano á los 30 de marzo, y Juan Tritemio refiere algunas obras suyas, que floreció por los años del Señor de 346, en tiempo de los emperadores Constantino, Constancio y Constante, que eran hermanos, hijos del gran Constantino. Un abad del monasterio de Raytu, llamado Juan, en una epístola que escribe á San Juan Clímaco, rogándole, que escriba la regla que habían de tener y guardar los monjes,  y los avisos, que él había aprendido, como otro Moisés en el monte, le pone este título: «Al admirable varón, igual á los ángeles, padre de padres y doctor excelente, Juan, abad del monasterio de Raytu, salud en el Señor». De la manera de su muerte, y de los años que vivió no sabemos cosa cierta; pero debió de morir de muy anciana edad: porque de diez y seis años tomó el hábito de monje: diez y nueve vivió en el monasterio del monte Sinai; y cuarenta en soledad, que son setenta y cinco; y después volvió á tener cargo de su mismo monasterio, en el cual, no sabemos,  cuantos años vivió. El nombre de Clímaco, dice Tritemio, que suena, y es lo mismo que en latín Scholasticus, y en castellano el «Maestro de escuela», y que le dieron este nombre, como á maestro, de cuya doctrina se pueden aprovechar todos, especialmente los religiosos, y personas que traían de su aprovechamiento espiritual; aunque más probable es, que este nombre de Clímaco, que es griego, se deriva de un nombre, que quiere decir «Escalera», por haber él hecho una como escalera espiritual de su libro, y trazadora con este orden de grados espirituales, para poder llegar á la perfección.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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