SAN EULOGIO, PRESBÍTERO Y MÁRTIR
La vida del bienaventurado, y glorioso mártir san Eulogio
escribió, un condiscípulo, y compañero suyo, llamado Álvaro, de esta manera. En
el tiempo, que por justo juicio de Dios España fué castigada, y oprimida de los
moros, nació san Eulogio en la ciudad de Córdoba, donde ellos tenían su
principal asiento, de nobles, y ricos padres, para consuelo, y bien de muchos.
Su madre se llamó Isabel, y su abuelo Eulogio, como él.
Desde
niño se inclinó á todas las cosas de devoción, y piedad, y gustaba de estar en
la iglesia de san Zoilo, mártir, y tratar con los clérigos, y aprender de ellos
santas costumbres, y buenas letras. Después creciendo en edad, se dio con
gran cuidado al estudio de la sagrada Escritura, y buscaba los maestros, que se
la podían enseñar, y entre ellos tomó particular amistad con un santo abad, que
se llamaba Espera en Dios, por ser hombre de muy buena vida, y muy versado en
las divinas Letras. Con la ayuda de este abad, y con su gran ingenio, y
diligencia, vino Eulogio á ser eminente, y famoso varón en las ciencias.
Ordenóse de diácono, y después de presbítero, y alcanzó grado, y nombre de
maestro: mas no por esto se desvaneció; antes la ciencia iba acompañada siempre
con la virtud, y cuanto más crecía en la opinión de los hombres, tanto era más
humilde en la suya. Castigaba su cuerpo con ayunos, y penitencias: dábase mucho
á la oración: era caritativo con los prójimos: visitaba los monasterios de los
monjes, é informábase de sus institutos, y reglas; procurando juntar en uno la
vida religiosa de los monjes, y la doctrina, y predicación de los clérigos.
Tuvo deseo de ir á Roma, para refrenar, y domar los apetitos de la carne con el
trabajo de aquella peregrinación: más el mismo Álvaro, que escribe su vida, y
otros amigos suyos, le detuvieron, para que no lo hiciese; aunque quedándose en
España con el cuerpo, fue á Roma con el ánimo, y voluntad. Levantóse en Córdoba
una recia persecución contra los clérigos: porque el obispo de ella, llamado Recafredo,
ó por temor del rey moro, ó por lisonjearle, ó por otros vanos respetos, ó
indignos de su persona, y dignidad, hizo prender á muchos de ellos, y entre los
demás á san Eulogio, que era como el preceptor de todos: y en la cárcel
escribió un libro, llamado Documento de mártires, animando á los
fieles á morir por Cristo, y á padecer en el martirio, como le padecieron
Flora, y María, dos santas vírgenes, en 24 días de noviembre; y á los cinco
días después de su muerte, por voluntad del Señor, salieron de la cárcel
Eulogio, y sus compañeros, y por entonces cesó aquella borrasca. Mas como
san Eulogio viese, que el obispo todavía favorecía al tirano, y perseveraba en
sus malas mañas, se abstuvo muchos días de decir misa, por no comunicar con él,
pareciéndole, que era mejor privarse él de su devoción, y del fruto, que podía
sacar del santo sacrificio de la misa, que autorizar, y aprobar con él, lo que
hacía el obispo: el cual, como san Eulogio era persona tan insigne, y en quien
todos los cristianos tenían puestos los ojos, le mandó so pena de excomunión,
que celebrase: y él por no hacerlo, porque juzgaba, que ó no lo era lícito, ó
que no era expediente, se partió de Córdoba camino de Francia. Llegó á Pamplona,
donde fue hospedado, y regalado de Guiliesindo, obispo de aquella ciudad; y
estuvo en un monasterio de san Zacarías, puesto en la falda de los Pirineos, y
gozó allí de la conversación de muchos religiosos, y siervos de Dios, que en él
había, con los cuales trabó estrecha amistad: y ellos cuanto más trataban á
Eulogio, más se admiraban de sus raras virtudes, y de los excelentes dones con
que Dios había adornado su alma.
Después estuvo san
Eulogio en Zaragoza, en Sigüenza, en Alcalá de Nares, y en Toledo: donde
habiendo fallecido Uvistremio, arzobispo de su Iglesia, y juntándose los
obispos de la provincia con licencia de los moros, como solían, para darle
sucesor, todos eligieron á Eulogio por arzobispo de Toledo, estando ausente,
por las grandes, y raras partes de santidad, doctrina, y prudencia, que
concurrían en él: más el Señor no quiso, que tuviese efecto esta elección, ni
que se sentase en aquella silla; porque le tenía aparejado otra de mártir más
gloriosa en el cielo. Había vuelto á Córdoba el santo presbítero, y en ella
hallado gran confusión, y turbación de los cristianos; porque el rey de Córdoba
Mahoma los perseguía con extraña rabia, y furor, procurando desarraigar la
religión, y nombre de Cristo de todo su reino. Muchos por temor se ausentaban:
otros por su flaqueza renegaban; y no faltaban otros, que favorecidos del
espíritu del Señor, ofrecían sus cuerpos á la muerte, para que sus almas
gozasen de la vida, que nunca se acaba, y con alegría derramaban su sangre por
la fé de aquel Señor, que por ellos había derramado la suya en la cruz. En esta
tormenta tan brava, y noche tan tenebrosa, envió el Señor á san Eulogio, para
que resplandeciese como una luz venida del cielo, y como sabio piloto gobernase
la nave de aquella Iglesia tan combatida de furiosas ondas, para que no diese
al través, y del todo se hundiese: porque no se puede creer, lo que confortó á
los flacos, encendió á los caídos, y detuvo á los que iban á caer, con su vida,
con su doctrina, y con los libros admirables, que escribió, animando á todos
para pelear valerosamente por Cristo en aquella dura batalla, y escribiendo
después las victorias, y coronas, de los que habían bien peleado, y triunfado
gloriosamente del enemigo. Y aunque estas obras eran bastantes, para que los
moros le aborreciesen, y le deseasen dar muerte, y para que el Señor le hiciese
digno del martirio, y le coronase, con los que él había hecho mártires por su
exhortación; mas hubo otra causa particular del martirio de san Eulogio, que
fué la que aquí diré.
Una doncella, nacida de
padres nobles, aunque paganos, llamada Leocricia, vino á nuestra santa fé, y se
bautizó por persuasión de otra mujer cristiana, cuyo nombre era Liciosa. Los
padres de la doncella con palabras blandas, y con espantos, pretendieron apartarla
de su santo intento; más la santa doncella, teniendo más cuenta con el padre
que tenía en el cielo, que con el de la tierra, no hizo caso de sus amenazas:
pero temiendo su flaqueza, se salió de casa de sus padres, por medio de una
hermana de san Eulogio, llamada Anulona, virgen dedicada á Dios; y el mismo san
Eulogio, para que aquella oveja de Cristo no fuese tragada del lobo infernal,
como buen pastor la recogió, y la puso en lugar secreto y seguro, y la mudaba
muchas veces de una parte á otra: y ella con vigilias, ayunos, y vestida de
cilicio, y postrada en tierra en la iglesia de san Zoilo, ayudándola san
Eulogio también con sus oraciones, pedía á Dios, que la librase de aquel tan
instante peligro. Finalmente, por voluntad del Señor Leocricia fué descubierta,
y vista, y hallada de sus padres con san Eulogio, que á la sazón había ido á
verla, para animarla en aquella tribulación: y como los padres de Leocricia
eran tan ricos y poderosos, tuvieron forma para prender á su hija, y á Eulogio,
y los presentaron delante del juez, acusando á la hija, por haber huido de casa
de sus padres; y á Eulogio, por haberla recibido y encubierto: el cual, siendo
preguntado del juez, si era verdad, lo que contra él decían, y porqué lo había
hecho; respondió constantemente, que él, como sacerdote de Dios, tenia
obligación de favorecer, y enseñar el camino del cielo, á todos los que
viniesen á él con deseo de salvar sus almas; y así lo había hecho con
Leocricia. Y como el juez mandase traer varas para azotar á san Eulogio; él con
gran serenidad le dijo, que no se cansase: porque las varas no le podrían
quitar la vida del cuerpo, y mucho menos á Cristo de su alma; pero que si le
mandase matar con hierro, quedaría en algo satisfecho: porque le quitaría la
vida temporal, aunque nó la eterna, que era Cristo: y con esto comenzó a decir
mal de Mahoma, falso profeta de los moros, y á predicar, que solo Jesucristo
era verdadero Dios.
Lleváronle á
palacio, y fué presentado á los del consejo del rey: y uno de ellos, que era
amigo de san Eulogio, teniendo de él lástima, le quiso persuadir, que dijese
allí bien de Mahoma, para satisfacer á los del consejo, aunque después siguiese
su ley; y permaneciese en ser cristiano: mas el sentó no se dejó persuadir de
aquel, que con voz de falso amigo, era verdadero enemigo, y le pretendía
pervertir: antes con mayor constancia, y firmeza comenzó á ensalzar la
majestad, y divinidad de Jesucristo, y á vituperar las maldades, engaños, y
abominaciones de Mahoma; y así los jueces dieron sentencia, que fuese degollado.
Al tiempo que le llevaban al martirio, uno de los privados y criados del rey,
que le había oído decir mal de su gran profeta Mahoma, revestido de Satanás,
llegó á san Eulogio, y le dio una gran bofetada en su rostro. El santo sin
turbación alguna ofreció la otra mejilla, diciendo, que allí podría darle otra:
lo cual hizo aquel hombre maldito, dando testimonio de su pérfida maldad; y el
santo de ser verdadero discípulo de Jesucristo. Llevaron á san Eulogio al lugar
del martirio con gran tropel de gente, y gritería, en donde hecha su oración de
rodillas, y levantadas las manos al cielo, y armado con la señal de la cruz,
dio su cuello al cuchillo, y fué degollado en 11 de marzo, día sábado, á la
hora de nona, año de la Encarnación del Señor de 859. Fué vista una paloma
blanca sobre su cuerpo muerto: procuraron los moros echarla de allí, y por buen
espacio de tiempo no pudieron, hasta que viéndose muy acosada de ellos, tomó
vuelo, y se asentó en una torre, y desde allí miraba atentamente al santo
cuerpo: el cual fué sepultado en el templo de san Zoilo por los cristianos al
tercero día de su martirio. Escribió san Eulogio algunos libros con mucha
doctrina, y mayor espíritu, y entro otros un memorial de santos, y un
apologético de mártires, y otro, llamado Documento también de mártires: en los
cuales pone las vidas y martirios, aunque con mucha brevedad, de algunos
santos de su tiempo.
Cuatro días después del
martirio de san Eulogio, la santa doncella Leocricia fué combatida
terriblemente, para que dejase de ser cristiana; mas el que la había escogido
para sierva y esposa suya, la defendió y amparó de todos los asaltos, y
máquinas de sus enemigos: y visto, que ninguna cosa era bastante para quitarlo
á Jesucristo, la degollaron y echaron su cuerpo en el rio, donde los cristianos
le sacaron, y sepultaron en la Iglesia de san Ginés.Después
el año de 860, según el cardenal Baronio. fueron trasladados los cuerpos de san
Eulogio, y Leocricia á Oviedo, é hizo nuestro Señor algunos milagros por
intercesión de estos dos santos, y con ocasión de ellos se trasladaron otra vez
sus cuerpos el año de 1300, á los 9 de enero, siendo obispo don Fernando
Álvarez, y se colocaron en una grande arca de plata, y la pusieron en el
secretario, que llaman la cámara santa, como lo dice Ambrosio de Morales en la
vida de san Eulogio, cuyas obras hizo imprimir, é ilustró con sus eruditas
anotaciones. El martirologio de Usuardo pone la muerte de san Eulogio á los 20
de septiembre, y el Romano á los 11 de marzo, que es el verdadero día en que
murió.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc
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