SANTA CUNEGUNDA, EMPERATRIZ, Y VÍRGEN
Muerto
el emperador Otón, tercero de este nombre, fué nombrado por emperador, y
sucesor suyo, Enrique, duque de Baviera, y conde de Bamberga, á quien los
autores alemanes llaman Enrique II, y los italianos Enrique I; porque no
cuentan por emperador á Enrique, padre del gran Otón. Enrique, pues, sea el
segundo, ó sea el primero, fué singular príncipe, y excelente en paz y en
guerra; porque tuvo muchos, y poderosos enemigos, y los venció y sujetó al
imperio, y fué causa, de que Esteban, rey de Hungría, tomando por mujer á
Gisela, hija suya, se convirtiese á la fé de Cristo, y trajese á ella su reino, con tanta felicidad, que el mismo rey Esteban fue santo, y como tal lo
pone la Iglesia en su martirologio á los 20 de agosto. Pero nuestro Enrique no
fué menos santo, ni adornado menos de admirables virtudes: entre las cuales una
fué la de la castidad maravillosa y rara, en príncipe tan poderoso; porque fué
honestísimo y castísimo: y habiendo tomado por mujer á una princesa de muy alta
sangre, hija de los condes palatinos del Rin, que se llamaba Cunegunda, y
era doncella hermosísima, y dotada de todas las gracias, que se estiman en las
mujeres, se concertó con ella de guardar perpetuamente castidad, y amarse como
hermano y hermana, y nó como marido y mujer: y así lo hicieron; porque tuvieron
en más estos santos ofrecer á unos sus cuerpos con aquel sacrificio y
mortificación de todo carnal deleite, que el tener hijos, á quienes poder dejar
sus grandes estados, é imperio: que es un raro ejemplo, y mucho, para notar, y
para alabar á nuestro Señor, y magnificar el poder de su divina gracia, con la
cual esfuerza nuestra flaqueza, tan deleznable y sensual, y levanta el
espíritu, de los que le siguen, al cielo; pues príncipes tan grandes, y tan
poderosos, en la flor de su edad pudieron vencer los apetitos de su carne con
tan ilustre victoria, y no quemarse en tantos años, estando tan cerca del fuego.
Viviendo, pues, estos santos casados en tan gran pureza
y conformidad: como eran no menos piadosos que castos, se dieron de todo punto
á la devoción, y á amplificar el culto de Dios, y edificar muchas iglesias y
monasterios, donde él fuese adorado y
servido. Para esto, primeramente
mandaron fabricar un templo al príncipe de los apóstoles san Pedro, y á san Jorge,
mártir, y un monasterio debajo de la regla de san Benito, á la honra de san
Miguel Arcángel, y otro de canónigos, con título de san Esteban, protomártir,
dando á estas iglesias muchas posesiones y rentas. También fundó el emperador
la iglesia catedral de Bamberga, la cual consagró el papa Benedicto VIII, que á
ruegos del mismo emperador había venido á Alemania. Y para que las mujeres, que
deseaban servir á Dios en toda perfección, también tuviesen lugar cómodo para poderlo
hacer; la santa emperatriz hizo un monasterio de monjas de san Benito, á honra
de nuestro Salvador Jesucristo, y de su triunfal cruz, y enriqueció y adornó
este monasterio con imperial magnificencia, poniendo en el altar mayor una
imagen riquísima de oro y piedras preciosas, y dando para el servicio de la
iglesia, cálices, jarros y fuentes de oro y de plata, y ornamentos riquísimos,
y todo lo demás necesario para el culto divino, con tanta abundancia, y real
magnificencia, que bien mostraba la devoción, de quien lo daba. Y no se
contentaron estos santos emperadores con fundar los templos y monasterios, que habernos
dicho, proveerlos de heredades, rentas, y ornamentos; sino que también
repararon las iglesias caídas, y renovaron las antiguas, de manera, que apenas había
iglesia, que no recibiese de su mano algún don, ó para su aderezo y ornamento, ó
para su reparo.
Pero con haber sido estos bienaventurados príncipes tan
santos, y vivido con un vínculo de amor tan casto, no dejó el demonio de
afligirlos, queriendo sembrar discordia,
donde había tanta unión, y en tanta pureza, sospecha de deshonestidad; porque
tentó al emperador Enrique, y engendró en su ánimo algunas falsas sospechas de la
emperatriz, su mujer, pareciéndole, que no le guardaba la fé, que le había
prometido, y que estaba aficionada á otro hombre; permitiéndolo así nuestro
Señor, para que resplandeciese más la virtud de santa Cunegunda, y quedase
confirmada con testimonio del cielo su castidad: porque ella en prueba de su
inocencia, con los pies descalzos anduvo quince pasos sobre un barra de hierro
ardiendo, sin quemarse, suplicando á nuestro Señor, que así como sabia, que no tenía
culpa, y que era virgen, sin haber conocido á Enrique, ni á otro hombre; así la
ayudase: y oyó una voz, que le dijo: O virgen pura, no temas; que la virgen María
te librará. Con esto quedó la santa casada y doncella victoriosa; y el
emperador, su marido, arrepentido y confuso, é hizo penitencia de la falsa
sospecha, que había tenido, y de haber puesto en aquel trance á Cunegunda; y de
allí adelante la amó; y respetó más, y vivió en mucha paz con ella, hasta que
nuestro Señor le llevó á gozar de sí, y después de muerto le ilustró con muchos
milagros, y la Iglesia católica le tiene por santo, y como de tal el
Martirologio romano hace mención de él á los 14 de julio.Muy triste quedó
santa Cunegunda, por una parte, por haber perdido tan buena y dulce compañía, y
por otra muy consolada y alegre, por ver, que el emperador, su marido y
espiritual hermano, libre ya de los cuidados y ondas de esta vida, y de las
tormentas del imperio, que gobernaba, había llegado á puerto tranquilo de
eterna bienaventuranza; y no menos, por verse libre y desatada de los lazos y
ataduras, con que le parecía estar aprisionada y detenida, para no poderse dar
totalmente, como deseaba, al Señor: y así, después que cumplió con el alma del
emperador, haciendo grandes y largas
limosnas por ella, mandando decir muchas misas por todas partes, encomendándola
en las oraciones de los siervos y siervas de Dios; determinó dar libelo de repudio
al mundo, y hollar su propia grandeza y majestad, y tomar el hábito de
religiosa en aquel monasterio de monjas, que había edificado, y servir el resto
de su vida en él á aquel Señor, que siendo Dios, y Rey del cielo y de la
tierra, se había hecho pobre por su amor. Para esto hizo llamar algunos obispos
y prelados, y rogarles, que viniesen á consagrar la iglesia de aquel monasterio:
y habiendo ellos venido, salió la santa emperatriz á la Misa, que se celebraba,
con grande acompañamiento; y vestida conforme á su imperial majestad, ofreció
una cruz de madero santo de nuestra redención; y acabado el Evangelio de la Misa
se desnudó de sus ropas imperiales, y se vistió de otra vestidura humilde, que
ella misma había hecho con sus manos, y con la bendición del sacerdote tomó el
hábito de religiosa, y se hizo cortar el cabello, que después se guardó por
reliquias, llorando muchos de los circunstantes; unos, porque perdían tan gran
princesa, y amorosa señora, y la tenían por muerta para sí; y otros, de pura
devoción, considerando el ejemplo, que les daba, la que menospreciaba con tanta
alegría el cetro y la corona, y la arrojaba á los pies de Jesucristo.
En el monasterio no se trataba, como señora, sino como
sierva y hermana de las demás: hacía labor con sus manos: era muy continua en la
oración, y en el coro: estaba siempre ocupada; leía, y oía leer santos libros:
visitaba las enfermas: consolaba á las desconsoladas: en su aspecto era
gravemente suave, y suavemente grave: finalmente, la bienaventurada emperatriz
de tal manera se dio al menosprecio de sí misma, al estudio de la perfección,
al amor, y servicio del Señor, que fué espejo de religión, dechado de santidad,
un vivo retrato del cielo, y Dios nuestro Señor la ilustró con algunos milagros
en vida: entre los cuales se cuenta, que una noche estando cansada, y acostada
en su camilla, cubierta de cilicio, para reposar un poco; otra monja, que le estaba
leyendo, se durmió, y cayó la vela, que tenía encendida, sobre las pajas de la
cama: y habiéndose encendido gran fuego, la santa emperatriz con el ruido despertó,
y con sola la señal de la cruz apagó las llamas. Tuvo en el monasterio una
sobrina suya, llamada Juta, a la cual crió con grande amor, y cuidado en toda
religión y virtud, y la misma sobrina procuraba imitar á su santa tía, de
manera, que todo el convento la amaba y respetaba, y la hizo su abadesa, por
las muchas, y muy aventajadas partes, que mostraba: mas después poco á poco fué
aflojando en la virtud, y se entendió, que aún no estaba sazonada con la edad,
y con el espíritu para aquel cargo, y que las ocasiones mudaban los corazones,
y las honras y oficios, las costumbres. Tuvo de esto gran sentimiento la santa tía:
y una vez por cierta falta muy grave, que la sobrina había hecho, por castigo
de ella, y ejemplo, y escarmiento de las demás; movida del celo de la honra de
Dios, la reprendió gravemente, y le dio un bofetón en la cara: y vióse, que
Dios la había movido a ello; porque le quedaron impresas en el rostro las señales
de los dedos, y duraron en él, mientras que vivió la sobrina.Habiendo pues, vivido en su santo propósito quince años
con tan rara edificación de las monjas, y admiración de todo el mundo, le dio á
la bienaventurada emperatriz una enfermedad tan recia, que ella misma conoció,
que se le acercaba el término de su vida: y estando ya al fin de ella, y aparejándose las cosas necesarias para el
entierro, vio, que sobre las andas ponían un rico paño de brocado; y
volviéndose á los que allí estaban, les dijo: Quitad ese paño, que no es mío;
porque yo desnuda salí del vientre de mi madre, y desnuda tengo de volver á la
tierra, que es mi madre. Cubrid mi cuerpo con un vestido pobre, y vil, y ponedle
en una sepultura junto á mi señor, y hermano Enrique, que me está llamando: y
con esto dio su espíritu al Señor, y su cuerpo fué sepultado, donde ella mandó;
pero con gran concurso de todos aquellos pueblos, que se despoblaban por ver el
santo cuerpo, y tocar las andas, en que iba, y hallarse á su entierro; y fueron
tantos, los que concurrieron, que en tres días no se pudo enterrar, y nuestro
Señor con muchos milagros ilustró á esta santa emperatriz, y muchos enfermos, orando
á su sepulcro, alcanzaron por su intercesión perfecta sanidad. Hace mención de
ella el Martirologio romano á los 3 de marzo: traen su vida Surio en el segundo
tomo, y otros escritores de las cosas de Alemania, y de las vidas de los emperadores;
y el suplemento de las historias hace de ella mención.
Muy triste quedó
santa Cunegunda, por una parte, por haber perdido tan buena y dulce compañía, y
por otra muy consolada y alegre, por ver, que el emperador, su marido y
espiritual hermano, libre ya de los cuidados y ondas de esta vida, y de las
tormentas del imperio, que gobernaba, había llegado á puerto tranquilo de
eterna bienaventuranza; y no menos, por verse libre y desatada de los lazos y
ataduras, con que le parecía estar aprisionada y detenida, para no poderse dar
totalmente, como deseaba, al Señor: y así, después que cumplió con el alma del
emperador, haciendo grandes y largas
limosnas por ella, mandando decir muchas misas por todas partes, encomendándola
en las oraciones de los siervos y siervas de Dios; determinó dar libelo de repudio
al mundo, y hollar su propia grandeza y majestad, y tomar el hábito de
religiosa en aquel monasterio de monjas, que había edificado, y servir el resto
de su vida en él á aquel Señor, que siendo Dios, y Rey del cielo y de la
tierra, se había hecho pobre por su amor. Para esto hizo llamar algunos obispos
y prelados, y rogarles, que viniesen á consagrar la iglesia de aquel monasterio:
y habiendo ellos venido, salió la santa emperatriz á la Misa, que se celebraba,
con grande acompañamiento; y vestida conforme á su imperial majestad, ofreció
una cruz de madero santo de nuestra redención; y acabado el Evangelio de la Misa
se desnudó de sus ropas imperiales, y se vistió de otra vestidura humilde, que
ella misma había hecho con sus manos, y con la bendición del sacerdote tomó el
hábito de religiosa, y se hizo cortar el cabello, que después se guardó por
reliquias, llorando muchos de los circunstantes; unos, porque perdían tan gran
princesa, y amorosa señora, y la tenían por muerta para sí; y otros, de pura
devoción, considerando el ejemplo, que les daba, la que menospreciaba con tanta
alegría el cetro y la corona, y la arrojaba á los pies de Jesucristo.
Fuente: La
leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que
venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las
noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc
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