Nació este heroico defensor de la Iglesia el 26 de
diciembre de 1751, en Tasswitz (Moravia, en aquel entonces perteneciente al
Imperio Austriaco). Recibió en el bautismo el nombre de Juan, que trocó más
tarde por el de Clemente María. Contaba solo seis años cuando murió su padre,
Pablo Hofbauer; su madre, María Steer, llamo al niño en aquella ocasión y,
ensenándole un crucifijo de familia, le dijo: ≪Mira, hijo mío, en adelante este será tu único padre; procura seguir sus pasos y llevar una vida
conforme a su voluntad santísima≫. El niño se arrodilló, juntó las manos y levantó
amorosamente sus ojos al crucifijo, como quien da conformidad absoluta a los
deseos de su madre.
Desde aquel instante el niño Juan puso todas sus
delicias en frecuentar las iglesias y practicar la caridad. Su placer más grato
era distribuir a los niños pobres, vituallas y algunos dinerillos que se
agenciaba.
Solo el fuego del amor divino que inflamaba ya su alma
puede explicarnos la sabiduría celestial de alguna de sus ocurrencias. Yendo
cierto día el niño Juan en compañía de su madre, acertaron a encontrar en la
calle a unos parientes suyos. ≪¿Que hacéis aquí?≫ —les
preguntó el niño—.
Y le contestaron: ≪Estamos matando el tiempo≫.
Juan, que a la sazón tenía solo ocho años, no alcanzó a
entender lo que querían decir con aquello de ≪matar el tiempo≫, y cuando oyó de labios de su madre el verdadero
sentido del modismo:
≪¿Es posible? —Exclamó, sorprendido por tan extraña respuesta—, ¿es
posible?... Pero si no tienen que hacer nada, ¿por qué a
lo menos no emplean el tiempo en rezar?≫ Respuesta, en verdad,
digna de un santo y de un apóstol.
PANADERO Y LATINISTA — VOCACIÓN
PROVIDENCIAL
Desde muy joven puso Dios en su corazón vivísimas
ansias de llegar al sacerdocio, pero a sus encendidos deseos se oponía como
obstáculo insuperable la pobreza de la familia; tuvo que resignarse a tomar un
oficio manual: el de panadero.
Después de tres años entró a servir en la abadía
premonstratense de Bruke. El hambre hacía estragos en Moravia y Bohemia;
de todas partes acudían a la abadía turbas menesterosas y, a veces, hambrientas
a pedir pan. Juan, en razón de su oficio de panadero, fue el encargado de
amasar y cocer todo el pan necesario para alimentar a las muchedumbres; ya se comprenden los trabajos y desvelos que se impondría para cumplir. A su
prodigiosa actividad, unía el sacrificio sin límites, imponiéndose las más
duras privaciones para aumentar las limosnas.
Fray Jorge Lambreck, abad del monasterio, descubrió
pronto la virtud y los secretos anhelos del panadero; ofrecióle manera de
estudiar, a la vez que seguía en el oficio, y Juan pudo en cuatro años terminar
los estudios de latinidad.
A la muerte del abad, Juan resolvió retirarse a la
soledad y fue a vivir en una gruta, junto al santuario de Muhlfrauden, donde se
veneraba una milagrosa imagen de Cristo atado a la columna; en este género de
vida paso solo dos años, pues un decreto del emperador de Austria, José II, de
tiránico recuerdo, abolió la vida eremítica en sus Estados. Juan se trasladó
entonces a Viena, donde volvió a su antiguo oficio, en la panadería
llamada la ≪Pera
de hierro≫,
situada frente al convento de las Ursulinas.
Peregrino por dos veces a Roma en compañía de su
virtuoso amigo. Pedro Kunzman. Al fin llegaron a Tívoli, donde solicitaron del
obispo Bernabé Chiaramonti, elevado más tarde al solio pontificio con el nombre
de Pio VII, licencia para llevar vida eremítica en su diócesis. El discreto
obispo los sometió a un riguroso examen y, convencido por sus respuestas, de
que era el espíritu de Dios el que los guiaba, se determinó a satisfacer los
deseos de ambos jóvenes: les dio su bendición y el hábito de ermitaños. En esta
ocasión recibió el siervo de Dios el nombre de Clemente María.
Sin embargo, a medida que adelantaba en años, sentía
irresistible inclinación al sacerdocio; parecíale que Dios le quería, apóstol y
no ermitaño; y, como esta idea le bullera de continuo en la mente, algunos
meses después volvió a encaminarse hacia Viena, donde esperaba que la
Providencia le deparase los medios necesarios para proseguir sus estudios
teológicos y conseguir lo que tanto anhelaba.
Pero en la Universidad, nuestro Clemente no se sentía
satisfecho; notó pronto que la doctrina de algunos profesores estaba plagada de
los errores de Lutero y de Febronio, y con santa indignación interrumpió cierto
día a uno de ellos, diciéndole:
—Señor, la doctrina que acaba usted de proponer, es
contraria al dogma católico.—
Y diciendo esto abandono el aula en que con tanto
descaro se maltrataba la doctrina de la Iglesia. Tan oportuna intervención tuvo
un feliz resultado: el profesor que hablaba de aquella suerte, el célebre Jahn,
reflexionó y mudó de vida, en forma que murió en 1816 siendo canónigo de Viena.
Así obra muchas veces Dios misericordioso: válese de
una palabra para producir la chispa que ha de iluminar a una inteligencia y
convertirla.
Volvió a Roma, en compañía de su condiscípulo Tadeo
Hubel; llegaron a la Ciudad Eterna a la caída de la tarde y se retiraron a
descansar en una modesta posada, cerca de Santa María la Mayor. Convinieron que
a la mañana siguiente irían a la iglesia cuyas campanas oyeran tocar primero.
Al romper el alba el esquiloncillo de la iglesia de San
Julián, les envió antes que ningún otro campanario el sonido de su voz;
levantáronse, pues, y se dirigieron a la iglesia para implorar la protección
del Señor. Era la hora en que los religiosos que la servían tenían la hora de
meditación. El aspecto de profunda piedad con que oraban impresiono tan
hondamente el ánimo de Clemente que, al salir del templo, preguntó a un niño
que religiosos eran aquellos.
El niño dice a San Clemente María: Estos religiosos tan piadosos son los sacerdotes que en Roma llamamos Redentoristas. Sin tardar mucho, será usted como ellos, porque entrara en esa Congregación. |
—Son redentoristas— le contesto el niño; y luego, en
tono profético, añadió: —Y no está lejano el día en que usted entre en esa
Orden.
Esta inesperada salida del niño hizo no poca mella en
el ánimo de Clemente, quien, sin aguardar al día siguiente, se va a encontrar
al Superior y le pide respetuosamente informes sobre la regla y fin de la
Congregación.
Impulsado por divina inspiración, el Superior ofrece a
nuestro Santo admitirle en la Congregación; así fue como Clemente María
dió con su verdadera vocación; vió claramente ser esta la voluntad de
Dios. Con suma complacencia acepto el ofrecimiento que se le hacía; tenía
entonces 33 años.
El ilustre fundador de los redentoristas, San Alfonso
de Ligorio, que vivía aún, al enterarse de la admisión de Clemente, sintió gran
alegría y predijo que por su ministerio ≪Dios manifestaría su gloria en los países
del Norte≫.
NOVICIO — SACERDOTE — MISIONERO
Clemente María fue desde el primer momento dechado y
modelo de novicios, pero su estómago de moravo tuvo mucho que sufrir de la
frugalidad italiana.
Tomó el hábito religioso el 24 de octubre de 1784, y al
año siguiente, en la Solemnidad de San José, pronuncio los votos religiosos en
la Congregación del Santísimo Redentor.
Tanto progreso en santidad y ciencia que, un año después,
fue juzgado digno de recibir las órdenes sagrada de manos del Obispo de Veroli.
Ser sacerdote colmaba sus deseos; con ello veía ya realizados los ensueños de
toda su vida y vislumbraba en lontananza los trabajos que podría emprender para
mayor gloria de Dios. Poco tiempo después, en 1785, sus Superiores le enviaron
con algunos compañeros a Varsovia donde, recomendado por el Nuncio, fue muy
bien acogido por el rey Estanislao II. Desgraciadamente el estado social y
religioso de Polonia era desastroso; los protestantes gozaban situación
privilegiada por obra de Catalina II, emperatriz de Rusia. Con la fe católica
habían desaparecido las buenas costumbres y la corrupción había llegado al
colmo de la iniquidad.
Temo mucho —decía nuestro Santo— que Dios descargue
algún golpe terrible sobre esta nación que así desprecia sus gracias y favores;
roguemos para que mis temores no se cumplan.
Estas palabras proféticas tuvieron pronto fiel
cumplimiento. En 1793 comenzaba el desmembramiento de Polonia y dos años más tarde
Rusia, Austria y Prusia se repartían este desventurado país. La nación polaca
desaparecía como tal durante siglo y medio.
Sin embargo, a pesar de todos los obstáculos y
contrariedades, el misionero no perdía el ánimo en su labor, seguro como estaba
de hacer la voluntad de Dios al cumplir su ministerio apostólico. ≪Dios lo quiere≫, solía decir, y al,
decirlo se entregaba a su misión lleno de confianza en Aquel que todo lo puede.
En una circunstancia, como llegase a faltar el pan a
sus religiosos, el Padre Hofbauer bajó a la iglesia y oró largo rato; de
repente, con santa osadía, se acercó al sagrario y, llamando a la puertecilla,
dijo: ≪Presto,
Señor, venid a nuestra ayuda, que ya es tiempo≫.
Poco después un desconocido caballero se presentaba en
la residencia y entregaba socorros para remediar aquella necesidad.
Varias otras veces le ayudo Dios de manera prodigiosa,
todo lo cual sabía aprovechar admirablemente para extender y propagar sus obras
apostólicas.
CELO Y CARIDAD DEL SANTO — FUNDA ESCUELAS
Su celo no reconocía límites y los pobres eran los
que primero participaban de sus caridades. Después de la devastación de los
arrabales de Varsovia por los rusos una multitud de niños, cuyos padres habían
perecido, se encontraron sin pan y sin hogar. Clemente creó para las niñas
huérfanas establecimientos de beneficencia que confió a vírgenes cristianas y
el mismo se encargó de los niños, a los que cuidaba y prodigaba sus atenciones
cual solícita madre.
Pedía limosna para ellos y nada le importaban las humillaciones
más crueles con tal de poderles atender y alimentar. Habiéndose encontrado
cierto día con un grupo de jugadores, les pidió limosna; uno de ellos se dió
por ofendido y, fuera de sí, llegó a escupirle en la cara; el siervo de Dios se
limpio con toda calma y, dirigiéndose con sosiego a su injuriador:
Esto —le dijo— va para mí, pero ahora te suplico me des
una limosna para mis huerfanitos.
Tanta mansedumbre y humildad desarmaron al furioso
jugador, el cual le dió una crecida limosna, se convirtió y publicó por
todas partes la heroica paciencia del Santo.
Pero no les basta a los niños el pan material; bien lo
sabía el santo sacerdote; por eso fundó para sus huérfanos escuelas que
puso en manos de maestros hábiles y virtuosos, formados bajo su inspección y
vigilancia. Esas obras exigían grandes gastos y el administrador del convento
se quejaba a menudo, pero el Santo le respondía sonriendo:
Dad y se os dará: no os preocupéis del día de mañana.
Esta confianza en Dios no le salió nunca fallida.
La iglesia de San Bennón era una verdadera misión
perpetua en la que el celo del padre Clemente lo animaba todo con su entusiasmo
y fervor; en ella se distribuían al año más de 100.000 comuniones;
cada grupo de fieles formaba una cofradía; una de ellas tenía por misión la
difusión de buenos libros y combatía con todo entusiasmo la propaganda
jansenista, la protestante y la de la naciente secta de los francmasones.
La vida íntima de nuestro Santo no era menos admirable
que su vida de apóstol. A los pies del Santísimo Sacramento sacaba fortaleza y
ecuanimidad admirables. Ofrecía el santo sacrificio de la Misa con amor de
serafín; practicaba los votos de religión con la perfección y fervor de las
almas escogidas. Sumamente austero consigo mismo, jamás se quejaba de nada ni
de nadie. ≪Mirad
—decía un día a uno de sus Hermanos—: para soportar la fatiga el misionero debe
ser mortificado. Yo no he probado el vino hasta los cuarenta años≫.
Tampoco descuidaba la mortificación interior: ≪Las penitencias corporales
—solía decir— no son ni absolutamente necesarias, ni muy difíciles; pero la
renuncia de la propia voluntad y la represión de las malas inclinaciones son de
necesidad absoluta para adquirir las virtudes; es este un combate mucho más
difícil≫.
Un alma tan bien templada alcanzo rápidamente la más
alta perfección. Cual otro San Francisco de Sales, había logrado domar,
mediante una lucha incesante, la vivacidad natural de su carácter; las injurias
más atroces no conseguían turbar su tranquilidad ni alterar en lo más mínimo su
semblante. Persona de tal condición era idónea para llevar la cruz a ejemplo de
su divino Maestro; por otra parte, el Señor cuidó que no le faltara nunca
durante toda su vida, purificando así más y más a su fiel siervo.
LOS REDENTORISTAS SON EXPULSADOS DE POLONIA
Envidiosos los sectarios, herejes y revolucionarios de
la gran influencia de los Redentoristas en Varsovia, emplearon todas sus
arterias hasta lograr la total extinción de su obra, y un decreto por cual se
los expulsaba no tan solo de Varsovia, sino de toda Polonia.
Federico Augusto, rey de Sajonia, firmó con lágrimas en
los ojos este decreto por orden de Napoleón, cuyas tropas ocupaban el país.
Nuestro desterrado Padre Clemente María permaneció
algunas semanas detenido con sus Hermanos en la fortaleza de Custrin, y hacia
fines del año 1808 hubo de salir, para Viena.
En esta ciudad halló al principio oposiciones y
penalidades, pues fué detenido como conspirador y enviado al calabozo;
pero lejos de intimidarse el inocente perseguido, con estos rigores aumentaba
su alegría, al entrever próximos consuelos. En efecto, su inocencia fue a todos
manifiesta y por ello salió de la cárcel. El papa Pio VII le defendió tan bien
contra la desconfianza de la corte de Viena, que el emperador de Austria,
Francisco I, reconoció al fin a la Congregación del Santísimo
Redentor. Entonces, el Padre Clemente María agrupó en torno suyo a todas las
clases sociales de la ciudad.
APÓSTOL DE VIENA
Muy raros eran en aquella época en Viena los
cristianos de entereza suficiente para declarar en público su afecto a las
doctrinas de la Iglesia católica y su adhesión incondicional a la Santa Sede.
Este valor, que a tantos faltaba, San Clemente María lo poseía en alto grado.
Sin importarle lo que el público dijera, se estableció en el centro de la
capital de Austria como sacerdote netamente católico, y como tal se dió a
conocer en sus enseñanzas, en su proceder y en todas sus obras y empresas. Tan
alto ejemplo de virilidad cristiana causo verdadera sensación en el ambiente
social; y a poco el humilde Padre Clemente llego a ser cual faro luminoso que
atraía a todos los verdaderos hijos de la Iglesia católica.
Y es que este santo varón vivía de la vida de fe. ≪Una persona sin fe —solía
decir— me da la impresión de un pez fuera del agua... Creo con más tesón y
firmeza lo que la fe me enseña, que lo que veo a simple vista y, si con los
ojos corporales me fuera dado presenciar los misterios de la fe, no los abriría
para no perder el mérito de esta virtud≫.
Gracias a esa fe realizo numerosas obras de caridad.
Apenas si puede compararse la ternura que tiene un padre con sus hijos con la
que este apóstol tenía con los pobres: daba cuanto llegaba a sus manos. Cada
día visitaba a los desheredados de la fortuna, escuchábalos, los animaba y se
ponía a su disposición en el confesonario. Los pobres vergonzantes eran objeto
de una caridad especial: sabía descubrirlos y socorrerlos con extremada
delicadeza.
Difícil sería dar idea de la caridad y solicitud que
prodigaba a los miembros dolientes de Jesucristo. Nunca retardaba el auxilio a
los enfermos, ora fuese de día, ora de noche, con viento o con nieve,
a corta o larga distancia. Si el enfermo era pobre, suministrábale socorros; si
no había nadie para cuidarle, el hacía de enfermero; su abnegación, su amena
charla, su amable familiaridad, le ofrecían esas brillantes victorias por las
cuales arrancaba del infierno a tantas almas como la muerte pudiera precipitar
en él.
Cierto día fueron a llamarle para confesar a un enfermo
que hacía más de veinte años que no frecuentaba los Sacramentos, y a la hora de
la muerte rechazaba los auxilios de la religión. Su anciana madre y su mujer
recibieron al Padre Clemente María con lágrimas en los ojos y le introdujeron
en la estancia del moribundo; apenas le vio el enfermo monto en cólera
vomitando injurias y denuestos contra él.
Amigo —le dijo el Santo—, cuando uno se dispone, a
emprender largo viaje, procura proveerse del necesario viatico, ¿cómo puede ser
que tu, cuando vas a emprender el de la eternidad, que es tan largo, desprecies
los Sacramentos de la Iglesia, medios indispensables para llegar felizmente al
término, que es la gloria?
El enfermo rechazó sus consejos.
—Márchate, sal pronto de aquí— exclamó.
El Padre Clemente hizo ademán de retirarse, pero se
detuvo en el umbral de la puerta. El enfermo se dió cuenta y, juntando las
pocas fuerzas que le quedaban, le increpo frenético:
—Márchate y déjame en paz—.
Entonces el Padre se vuelve hacia el enfermo y, con voz
resuelta y tono severo, le dice:
—No me iré, no; vas a morir pronto y quiero presenciar
la muerte de un réprobo.
A estas palabras, que parecían inspiradas por el cielo,
el moribundo prorrumpió en sollozos, se avino a reconciliarse con Dios y expiró
como un predestinado en brazos del santo misionero.
MUERTE DEL SANTO — EL TRIUNFO
Tan numerosos y continuados trabajos habían
debilitado poco a poco la robusta complexión del Santo; sin embargo, no cesaba
en sus apostólicas empresas y en el ejercicio de su ministerio, aun en medio de
crueles sufrimientos.
Por fin el 15 de marzo de 1820, a eso de mediodía, en
el momento en que rezaban el Ángelus, entrego su hermosa alma a Dios.
Sin tardar empezaron los prodigios en su tumba;
innumerables gracias espirituales y temporales fueron el fruto de su
intercesión. Los hechos milagrosos se repetían con tanta frecuencia que los
fieles solicitaron a Roma la introducción de su causa, lo cual tuvo lugar el 14
de febrero de 1867. Verificóse su Beatificación en el Pontificado de León XIII
y, por fin, la Canonización solemne del Apóstol de Viena, por San Pio X, el 20
de mayo de 1909, al mismo tiempo que la de San José Oriol, apóstol de
Barcelona.
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