SAN JUAN ANTE LA PUERTA LATINA
Juan,
el discípulo amado que vimos cerca de la cuna del niño de Belén,
reaparece hoy para hacer la corte al glorioso triunfador de la muerte y
del infierno.
LA PETICIÓN DE SALOMÉ
Salomé
con ambición maternal presentó un día sus dos hijos a Jesús, pidiendo
para ellos los dos primeros puestos de su reino. El Salvador había
hablado entonces
del cáliz que debía beber, y predijo que un día estos dos discípulos lo
beberían a su hora. El primogénito, Santiago el Mayor, dió el primero a
su Maestro esta muestra de amor, Juan, el más joven, ha sido llamado hoy
a sellar con su vida el testimonio que dió a la divinidad de Jesús.
Pero era necesario para el martirio de tal Apóstol, un teatro digno de
él. Asia Menor evangelizada por sus cuidados no era un país muy ilustre
para recibir la gloria de tal combate. Roma solamente, Roma, donde Pedro
trasladó su cátedra y derramó su sangre, donde Pablo sometió su cabeza
venerable a la espada, merecía el honor de ver dentro de sus muros al
augusto anciano, al discípulo que Jesús amó, al último superviviente del
colegio apostólico, dirigirse al martirio.
EL CÁLIZ
Domiciano
reinaba tiránicamente en Roma y en el mundo. Sea que Juan emprendiese
libremente el camino a la ciudad reina para saludar a la Iglesia principal, sea
que un edicto le condujese cargado de cadenas a la capital del Imperio, Juan
compareció en presencia de los lictores de la justicia romana, en el año 95. Se
le acusó de haber propagado en una extensa provincia del Imperio, el culto de
un judío crucificado bajo Poncio Pilato. Debe morir; y la sentencia dice que un
suplicio humillante y cruel librará a Asia de un viejo supersticioso y rebelde.
Si pudo escaparse de Nerón, por lo menos no huirá de la venganza del César
Domiciano.
Delante de la Puerta Latina se ha preparado una caldera llena de aceite hirviendo. La sentencia manda se introduzca en ella al predicador de Cristo. Ha llegado el momento en que el hijo de Salomé va a participar del cáliz de su Maestro.
Delante de la Puerta Latina se ha preparado una caldera llena de aceite hirviendo. La sentencia manda se introduzca en ella al predicador de Cristo. Ha llegado el momento en que el hijo de Salomé va a participar del cáliz de su Maestro.
El corazón de Juan se estremece de alegría al pensar
que él, el más amado y sin embargo el único que no ha sufrido la muerte por su
divino Maestro, es llamado por fin a dar este testimonio de su
amor. Después de haberle azotado cruelmente, los verdugos se apoderan del
anciano y le arrojan bárbaramente en la caldera; pero ¡oh prodigio! el aceite
hirviente ha perdido su ardor; los miembros del Apóstol no sufren lesión
alguna; antes bien, al sacarle de la caldera impotente, ha recobrado todo el
vigor que le habían quitado los años; se ha vencido la crueldad del Pretorio y
Juan, mártir de deseo, es conservado para la Iglesia algunos años más. Un
decreto imperial le destierra a la isla de Patmos, donde el cielo le manifiesta
los futuros destinos del cristianismo hasta el fin de los siglos. La Iglesia
romana conserva entre sus más gloriosos recuerdos el sitio y martirio de Juan;
ha señalado con una Basílica el lugar aproximado donde el Apóstol dió
testimonio de la fe cristiana. Esta Basílica está cerca de la Puerta Latina y
está honrada con un título cardenalicio.
ELOGIO
¡Con qué gozo te vemos reaparecer, discípulo del Señor
resucitado! Antes te vimos cerca del pesebre donde dormía tranquilamente el
Salvador prometido. Entonces celebramos todos tus títulos de gloria: Apóstol,
Evangelista, Profeta, Virgen, Doctor de Caridad, y por encima de todos,
Discípulo predilecto de Jesús. Hoy te saludamos como a mártir. Porque si el
ardor de tu amor ha vencido al del tormento que se te había preparado, con todo
eso no aceptaste con menos energía el cáliz que Jesús te anunció cuando eras
joven..
En estos días del tiempo Pascual te vemos
constantemente con Jesús, halagándote con sus últimas caricias. ¿Quién se
extrañará de su predilección para contigo? ¿No fuiste tú el único de los
discípulos que te encontraste al pie de la cruz? ¿No fué a ti a quien confió su
Madre para que desde entonces fuese tuya? ¿No estuviste presente cuando
atravesaron su corazón con una lanza? Cuando te encaminaste al sepulcro con
Pedro, en la mañana de Pascua, ¿no fuiste el primero que con tu fe rendiste
homenaje a la resurrección de tu Maestro sin verle aún? Goza con tu Maestro
inefable las delicias que nos prodiga; pero ruégale por nosotros, ¡glorioso
Apóstol! Debemos amarle por todos los bienes que nos ha dado, y reconocemos con
dolor que somos tibios en su amor. Nos has dado a conocer a Jesús Niño, nos has
descrito a Jesús crucificado, muéstranos a Jesús resucitado; únenos a Él en
estos últimos momentos de su estancia en la tierra; y cuando suba al cielo,
fortifica nuestro corazón para serle fiel, para que a tu ejemplo, estemos preparados
para beber el cáliz de las pruebas que nos tiene preparado.
PLEGARIA
Roma
fué el teatro de tu gloriosa confesión, ¡oh Santo Apóstol! Ámala
siempre; y en sus tribulaciones únete a Pedro y a Pablo para protegerla.
El Oriente te poseyó durante tu vida; pero el Occidente tiene el honor
de contarte entre sus primeros mártires. Bendice núestras iglesias,
sostén nuestra fe, fortifica la caridad y líbranos de esos anticristos
que señalabas a los fieles de tu época y que tanto daño causan entre
nosotros. Hijo adoptivo de María, al contemplar a tu Madre en su gloria,
preséntale nuestras oraciones que le ofrecemos en este mes, y obténnos
de su bondad maternal las gracias que le pedimos.
fuente: Año Litùrgico de Dom Próspero Gueranguer
Tomo III pag. 795 y siguientes
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