sábado, 8 de marzo de 2025

S A N T O R A L

San Juan de Dios

Una persona simple, cuando tiene verdadero amor a Dios, puede realizar grandes hechos, y asimismo, alcanzar una elevada santidad

Plinio María Solimeo
San Juan de Dios salvando del incendio a los enfermos del Hospital Real de Granada, Manuel Gómez-Moreno González, 1880 Museo de Bellas Artes de Granada

Juan Ciudad Duarte nació en Montemor o Novo, en la provincia de Évora, Portugal. Sus padres eran tan humildes, que la historia no registró sus nombres.
Cuando tenía ocho años, oyó a un español elogiar las bellezas de las iglesias y palacios de su tierra natal. Deseó verlas con sus propios ojos, y siguió al extranjero hasta llegar a la ciudad de Oropesa, en Castilla. Sólo entonces se dio cuenta que estaba solo en el mundo, y que no sabía cómo regresar. Sentado a la vera del camino, se puso a llorar, y después a rezar el rosario. Aquella que es Auxilio de los Cristianos no se hizo la desentendida. Pasó entonces por ahí un labrador acomodado, que le tomó como pastor.

Entre soldado y pastor, no encuentra su vocación

Juan Ciudad creció y se volvió un muchacho robusto, ejerciendo siempre el humilde oficio de pastor. A los 22 años, obedeciendo a la voz de la gracia que le indicaba que había nacido para algo grande, resolvió probar fortuna como soldado. Y cuando el conde de Oropesa reunía reclutas para combatir a los franceses en Fuenterrabía, se inscribió para ir con ellos.
La vida licenciosa de los campamentos acabó ejerciendo una mala influencia sobre él, que poco a poco fue dejando las devociones; y al debilitarse su voluntad, sucumbió a las tentaciones. Se presentaron también otros peligros, como cuando montó una yegua que partió en carrera precipitada rumbo al campo enemigo. Como Juan la quiso frenar, próximo al campo francés ella le lanzó fuera de la silla, sobre unas piedras del camino. Temeroso de caer prisionero, imploró ardientemente el auxilio de la Reina del Cielo. La Santísima Virgen se le apareció y le dijo que aquella desgracia ocurrió porque ya no rezaba.
Sin embargo no se enmendó, y surgió un peligro aún mayor. Por ser muy honesto, el capitán de la guarnición le confió los despojos recogidos del enemigo, para después distribuirlos entre los soldados. Pero algunos de ellos se lo robaron. El capitán quedó tan indignado, que le mandó ahorcar, y Juan recurrió de nuevo a la Madre de Dios. Al pasar un caballero por el lugar, suplicó y obtuvo del capitán que le conmutara la pena por el destierro del campo de batalla. El antiguo pastor regresó entonces a Oropesa y a su antiguo oficio.
Algunos años después, ávido de defender la fe verdadera contra el Islam, Juan Ciudad se alistó en las tropas que acompañaron al emperador Carlos V a combatir al turco Solimán, que amenazaba con invadir Viena. El día 19 de setiembre de 1525 el moro sitió la capital austriaca, pero tal fue el ardor con que los católicos defendieron la ciudad, que Solimán abandonó la empresa, ordenando previamente la muerte de dos mil prisioneros como represalia.
De vuelta a la península, Juan Ciudad peregrinó al sepulcro del Apóstol Santiago, en Compostela, y se dedicó nuevamente al pastoreo. Pero la voz interior no le dejaba quieto en aquella vida pacífica de pastor. Resolvió ir entonces al África, para defender nuevamente la fe contra los moros. Cuenta la tradición que en Gibraltar comenzó a vender libros y estampas piadosas. Cierto día encontró en el camino a un hermoso Niño, vestido de harapos, que le dijo: “Juan de Dios, Granada será tu cruz”. Y luego desapareció. El veterano pastor tenía 40 años cuando retornó a España, estableciéndose en Granada donde montó una pequeña librería de obras y objetos piadosos.

Encuentro con el Santo de Ávila

San Juan de Ávila predicaba en una iglesia de la ciudad sobre San Sebastián. Oyéndolo, quedó tan conmovido que prorrumpió en sollozos, gritando: “¡Misericordia, Señor, Misericordia!” Y se golpeaba el pecho, arrancándose los cabellos y la barba, de tal manera que algunas personas, tomándole por loco, lo llevaron al manicomio de la ciudad. En aquella época, uno de los tratamientos para tales casos era golpearlos sin piedad, según el dicho: “El loco por la pena es cuerdo”. Para sufrir por Nuestro Señor, él no decía nada. Esto duró hasta que San Juan de Ávila tomó conocimiento de lo que ocurría, y fue en su auxilio. Con intuición profética, le convenció a dedicarse al servicio del prójimo, donde Juan Ciudad encontró finalmente su vocación.

«Todo el bien que haces a los pobres a Mí me lo haces»

Montemor o Novo, donde 
nació San Juan de Dios

En noviembre de 1537, alquiló una casa en Granada. Con limosnas compró camas, y salió en búsqueda de pobres y enfermos. A los que no podían caminar, los llevaba sobre los hombros. Nacía así el pequeño hospital que sería la cuna de la Orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios. Aquel humilde pastor, abrasado por la caridad, se volvió así un verdadero organizador y precursor de todos los métodos de beneficencia modernos.
Si cuidaba de los cuerpos, era para hacer bien a las almas. “¿Hace cuánto tiempo que no te confiesas?” le preguntaba a sus pobres.
Mostrándoles que muchas veces los males del cuerpo son consecuencia de los males del alma. Lavaba a los enfermos, curaba sus heridas, los consolaba, los alimentaba. Diariamente, después del atardecer, salía con un cesto de mimbre a las espaldas y dos calderos colgados de los hombros, a pedir limosnas para sus enfermos. “Hermanos, haced el bien a vosotros mismos” —gritaba por las calles, manifestando que quien da al pobre le presta a Dios.
A fin de practicar también la obediencia, fue a someterse al arzobispo. Éste le dio todo su apoyo y protección, autorizándole a usar el apellido de Dios, que le había dado el Niño Jesús. Como andaba siempre vestido de harapos, porque al primer pobre más necesitado que él que aparecía le entregaba la ropa que usaba, el prelado le dio un hábito como el de los religiosos, prohibiéndole darlo a quien sea que fuese.
Un hombre que vivía a costa de mujeres de mala vida se aficionó tanto al santo, que le daba muchas limosnas para sus pobres. Por un movimiento de la gracia, impresionado con tanta santidad y buen ejemplo, rompió aquella cadena maldita. Se puso bajo la dirección del santo, para auxiliarlo en el cuidado de los pobres y se convirtió en su primer discípulo.
Cuando surgieron otros discípulos, pasaron a usar el mismo hábito que él. Pero el santo no pensaba en hacerse religioso ni en fundar una orden religiosa, hecho que solamente ocurrió seis años después de su fallecimiento.­
Los milagros comenzaron a ocurrir. Cierto día, en que se demoró más de la cuenta recogiendo las limosnas, se le pasó la hora de asear a los enfermos y limpiar la casa. Cuando volvió, encontró todo hecho. Preguntó a los enfermos quién le había sustituido; le respondieron que él mismo. Entonces les dijo: “Mucho os ama Dios, hermanos, pues manda a los ángeles para que os sirvan”.
En otra ocasión encontró en la calle a un pobre tan pálido y macilento, que parecía presto a dar el último suspiro, y lo cargó hasta el hospital. Cuando quiso lavarle los pies, vio en ellos unas llagas hermosas y resplandecientes. Era Jesucristo, que le dijo: “Juan, todo el bien que haces a los pobres a Mí me lo haces”.

No filantropía, sino verdadera caridad

La caridad de San Juan de Dios no tenía límites. Obtuvo la conversión de mujeres de mala vida y las recogió en una casa para hacer penitencia; socorría a los pobres vergonzantes, es decir, a ricos que habían caído en la miseria; llevaba alivio moral y material a los presos; socorría a los obreros desempleados, a los estudiantes sin recursos y hasta a los monasterios necesitados; asistía a las casas de doncellas pobres, viudas desamparadas, amas de casa necesitadas y a todas les llevaba el sustento necesario; buscaba dote para casar doncellas, amparaba a las huérfanas en riesgo de perder su virtud; socorría a los pobres que tenían algún pleito para defender lo que era suyo y a los soldados con el sueldo atrasado. Su hospital era la casa propia de los pobres y peregrinos sin posada. Todo eso lo hacía con la intención de, a través de los cuerpos, salvar las almas.
Cabe aquí una ponderación de Don Guéranger, abad de la célebre abadía de Solesmes, en Francia. Como el “primer y mayor mandamiento” nos lleva a amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios, prácticamente desapareció la verdadera caridad, pues lo que se hace por los pobres en nuestros días resulta de razones meramente naturales, y no del amor de Dios. La caridad fue así sustituida por la filantropía: “La filantropía, en nombre de la cual se pretende apartar del Padre común y socorrer a los semejantes apenas en nombre de la humanidad, es una ilusión del orgullo, sin ningún resultado. No hay posibilidad ni duración de unión entre los hombres, si están separados de Dios, que creó a todos y quiere atraerlos a todos a sí. Servir a la humanidad como tal, es hacer de ella un dios. Y los resultados han demostrado que los enemigos de la caridad no han sabido remediar las miserias del hombre, en esta vida, mejor que los discípulos de Jesucristo, que sólo en él pusieron los motivos y el entusiasmo para consagrarse a asistir a sus hermanos”.* Esto explica totalmente la caridad sobrenatural de San Juan de Dios.

Víctima de la caridad hasta el lecho de muerte

Siempre pidiendo limosnas para su obra cada vez mayor, San Juan de Dios fue a Valladolid, donde se encontraba la familia real. Le presentaron entonces al príncipe heredero, el futuro Felipe II. Cayendo de rodillas ante él, le dijo San Juan: “Señor, a todos acostumbro llamar hermanos; pero a vos, que seréis mi rey y señor natural, no sé cómo llamar”. Respondió Don Felipe: “Llamadme como quisiereis, hermano”. A lo que retrucó el santo: “Pues yo os llamo mi buen príncipe, y buen príncipe os haga Dios en el reinar, y buen fin os dé para que os salvéis”. Con ello conquistó la simpatía y muchos auxilios del gran Felipe II.

Al llegar a los 56 años de edad, estaba consumido por las penitencias y por los trabajos, y tuvo que retirarse a su pobre celda en el hospital. Pero al oír que el río que pasa por Granada traía en su lecho mucha madera, se levantó a fin de recogerla para sus pobres. Estaba concentrado en esa faena, cuando vio que uno de los ayudantes del hospital era llevado por las aguas. Se sumergió para intentar salvarlo, pero no lo consiguió.
Con fiebre alta, fue llevado al hospital. Doña Ana Osorio, esposa de don García de Pisa y Villarreal, viéndole tan falto de asistencia y de alivio, obtuvo del arzobispo una orden para que fuese llevado a su casa solariega. A pesar del esmerado tratamiento aue allí recibió, falleció el 8 de Marzo de 1550.

Notas.-
* Don Próspero Guéranger, El Año Litúrgico, Editorial Aldecoa, Burgos, 1956, t. II, p. 833.
Otras obras consultadas.-
F.M. Rudge, Saint John of God, in The Catholic Encyclopedia, Online Edition, by Kevin Knight, www.newadvent.org
Edelvives, El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1947, t. II, pp. 81 y ss.
Fray Justo Pérez de Urbel O.S.B., Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. I, pp. 443 y ss.
P. Pedro Ribadeneira, San Juan de Dios, in Dr. Eduardo María Vilarrasa, La Leyenda de Oro, L. González y Cía., Barcelona, 1896, t. I, pp. 537 y ss.
Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, París, 1882, t. III, pp. 274 y ss  

Fuente: El Perú necesita de Fátima

http://www.fatima.pe/articulo-618-san-juan-de-dios

viernes, 7 de marzo de 2025

Primer Viernes de mes: devoción al Sagrado Corazón de Jesús


El rol contrarrevolucionario de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

Plinio Corrêa de Oliveira

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús está en la raíz de todos los movimientos contrarrevolucionarios, grandes o pequeños, conocidos o desconocidos, que han surgido desde la época en que Santa Margarita María recibió esta revelación en el siglo XVII. Ella recibió la misión, en nombre del Sagrado Corazón de Jesús, de pedirle al rey Luis XIV de Francia que consagrase la nación al Sagrado Corazón y pusiese el Corazón de Jesús en el escudo de armas de Francia.
Santa Margarita, a pedido de nuestro Señor, le prometió al rey de Francia de que si combatía a los enemigos de la Iglesia, el Corazón de Jesús lo apoyaría y llevaría su reinado a una gran gloria. El Sagrado Corazón de Jesús esperaba que Luis XIV cambiase el curso de su política y se colocase a la cabeza de la Contra-Revolución. De haberlo hecho, él tendría un reino de gloria y Francia alcanzaría su verdadero apogeo católico.
Está claro que en caso de que él hubiese tomado este curso, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se habría extendido por todo el mundo. Habría habido una buena acogida en Francia a la predicación de San Luis María Grignon de Montfort que también vivió en esa época. Por lo tanto, su predicación se habría extendido por todo el mundo y, con ello, la Revolución Francesa se ​​podría haber evitado.
Por medio de este pedido al rey, la Revolución —en la forma que tenía en la época de Santa Margarita María— habría sido detenida, y esa forma de maldad que ésta tomó más tarde —la Revolución Francesa— se habrían evitado.
Por lo tanto, esta devoción, desde su primer movimiento, desde su primera indicación por parte del Sagrado Corazón, tiene un significado claramente contrarrevolucionario.

Objeciones a esta devoción

En un cuidadoso estudio de esta devoción, el profesor Fernando Furquim llama la atención sobre el hecho de que los distintos movimientos contrarrevolucionarios que se alzaron en los siglos XVIII y XIX estaban vinculados al Sagrado Corazón de Jesús. Por ejemplo, los contrarrevolucionarios franceses de la Vendée, los Chouans, llevaban una insignia del Sagrado Corazón. Esta devoción siempre ha sido adoptada por los contrarrevolucionarios, inspirándolos y alentándolos, a la vez que ha sido odiada por los malos.

Es perfectamente correcta la devoción 
a un órgano específico de Cristo

¿Qué han dicho estos enemigos contra la devoción al Sagrado Corazón de Jesús? Primero, ellos presentan este argumento supuestamente decisivo: “¿Por qué adorar al Corazón de Jesús ¿Por qué no hacer una hermosa devoción a las manos o a los ojos de Jesús? Al adorar su corazón, podríamos blasfemar por descomponer a Jesús y hacer una devoción a cada parte de su cuerpo Por tanto, podríamos tener una devoción a sus oídos que oyeron todas las súplicas del hombre, a su boca que habló, a sus manos que bendijeron (sin mencionar que también azotaron a los mercaderes del Templo). Por lo tanto, no vale la pena esta devoción al Corazón de Jesús”.
También, ellos van a decir: “Esta es una devoción sentimental. El corazón es el símbolo de la emoción por lo sentimental. De manera que esta es una devoción sentimental carente de contenido teológico y no se debe permitir”.

Una devoción promovida por la Iglesia

En efecto, en muchos de los documentos papales solemnes, sustanciales y magníficos, la Santa Sede recomendó esta devoción, por ejemplo, la encíclica Inscrutabile Divinae Sapientiae del Papa Pío VI en 1775. La Santa Sede concedió muchas indulgencias a los que recibieran la comunión los primeros viernes en reparación por las ofensas hechas contra el Sagrado Corazón. También se otorgaron indulgencias en las cofradías y archicofradías que se establecieron en apoyo a la devoción del Sagrado Corazón.
Además, se aprobó y alentó la construcción de iglesias, altares e imágenes en honor del Sagrado Corazón. La Iglesia, por tanto, ha aprobado esta devoción abundantemente y, por lo tanto, tiene todas las razones para merecer nuestra confianza.
En cuanto al argumento de que no se puede tener una devoción a cada parte del cuerpo sagrado de Nuestro Señor, éste no tiene ningún mérito. De hecho, en nuestras devociones privadas, podemos adorar a Nuestro Señor en sus manos sagradas; podemos y debemos adorarlo a Él en sus infinitamente expresivos, elocuentes, regios, instructivos y salvíficos ojos. No hay más que recordar que fue con una mirada de Nuestro Señor, que movió a San Pedro a arrepentirse de su triple negación para darnos cuenta que adorar a Nuestro Señor en sus divinos ojos es sin duda algo que uno puede hacer.
Nuestra Señora adoró el 
cuerpo de su amado Hijo
Pero la Iglesia, que tiene un gran sentido del ridículo y entiende que el ridículo puede estar a un paso de lo sublime, entiende que las mentes vulgares están siempre dispuestas a emplear el sarcasmo para degradar devociones como estas a una parte del cuerpo, las que realmente pueden impresionar a las sensibilidades humanas. Pero estas devociones no están en contra de la razón, y pueden ser hechas apropiadamente.
Por ejemplo, entre las piedras de la Vía Sacra tenemos la que lleva la marca de sus pies divinos. Es honesto y legítimo a adorar los divinos pies que pisaron la tierra para enseñar y que fueron cubiertos con el polvo de la carretera con el fin de instruir, salvar y combatir el mal. Es correcto adorar estos pies que condujeron al Salvador mientras llevaba la cruz, esos pies manchados de sangre para nuestra redención, esos pies que llevan las marcas de los clavos de la Pasión.


Una hermosa manera de adorar a Nuestro Señor Jesucristo es unirnos a los pensamientos y meditaciones de Nuestra Señora, cuando Nuestro Señor fue bajado de la cruz, cuando ella sostuvo en su regazo su Sagrado Cuerpo y sangre derramada. Ella contempló cada parte de ese cuerpo macerado con infinito amor, veneración, respeto y afecto. Ella consideró los miembros y los adoró en su significado y función. Ella midió la ofensa contra su divinidad en esas partes flageladas. Con esto, en definitiva, ella practicó esta devoción, adorando las diferentes partes del cuerpo de su Divino Hijo.

Por lo tanto, es sólo una cuestión de conveniencia, un sentido de la apariencia y proporción, por así decirlo, que la Iglesia promueve la adoración de las muchas de las partes del cuerpo de Nuestro Señor.

¿Qué es la devoción al Sagrado Corazón de Jesús?

¿Qué es exactamente la devoción al Sagrado Corazón? Es la devoción al órgano de Nuestro Señor, que es el corazón. Pero en las Escrituras, el corazón no tiene el significado sentimental que tomó hacia finales del siglo 18, y desde luego en el siglo 19. El corazón no expresa sentimiento.
Cuando la Escritura dice: “Con todo mi corazón te he buscado”, (Salmo 119, 10) el corazón aquí es la voluntad humana, el propósito humano, propiamente dicho, la santidad humana. Por lo tanto, cuando el profeta dice esto, él que quiere decir, “Con toda mi voluntad te he buscado”. El Evangelio dice también: “La Virgen guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lucas 2, 19). Podemos ver aquí que no se habla de un corazón sentimental, sino de su voluntad, su alma, que guardaba estas cosas y pensaba en ellas.
El corazón es la voluntad y la razón de la persona, ese elemento dinámico que estudia y reflexiona sobre las cosas. En Nuestro Señor, su Sagrado Corazón es su voluntad. La voluntad está simbolizada por el corazón, porque todos los movimientos de la voluntad pueden tener repercusiones en el corazón. Es en este sentido, pues, que el Sagrado Corazón de Jesús es adorado.

El marqués Gral. de la Rochejaquelein usaba
 en su pecho la insignia del Sagrado Corazón,
símbolo de la resistencia católica de la Vendée

Por correlación, está la devoción inmensamente significativa del Inmaculado Corazón de María. El Inmaculado Corazón de María es un santuario en cuyo interior se encuentra el Sagrado Corazón de Jesús.
Nuestro Señor prometió una efusión de gracia para esta devoción. El Sagrado Corazón hizo promesas especiales a quienes hacen los nueve primeros viernes. La más notable de ellas, tal vez, es de que los que hacen los Nueve Primeros Viernes no morirán sin la gracia de la penitencia final. Esto no quiere decir que sin duda irá al cielo. Es decir que tendréis una gran gracia antes de morir, tan grande que se puede tener toda esperanza para vuestra salvación.
Ustedes entienden cuán diligentemente la Iglesia se ha esforzado en el pasado para que esta devoción fuese conocida, apreciada y comprendida por nuestra razón sin sentimentalismo. Una devoción varonil busca la razón de una cosa y luego ama esa cosa por su razón de ser. Es, de esta manera, que el hombre fuerte y la mujer fuerte del Evangelio juzga las cosas piadosas.
Por lo tanto, debemos reflexionar sobre esta devoción y volcar nuestras almas, nuestras voluntades, al Corazón de Jesús como la fuente de esas gracias que la Divina Providencia planeaba dar a los hombres en la época de la Revolución. Es un medio de la gracia destinado a los tiempos difíciles por venir, esos mismos tiempos en los que vivimos hoy en día.
Debemos pedir al Corazón de Jesús, a través de la sangre y el agua que fluyeron de él, que limpie y restaure el de nosotros. Esta es mi sugerencia cuando mediten y recen los viernes, y sobre todo en el primer viernes de cada mes, y el viernes de la Semana de la Pasión.
Termino recordándoles del soldado que atravesó el Corazón de Jesús con una lanza. Al hacer este acto de violencia contra el Sagrado Corazón de Jesús, agua y sangre brotó desde el costado de Nuestro Señor y le cayó en sus ojos. Entonces, los ojos del soldado, que se estaba volviendo ciego, se curaron inmediatamente y recobró la vista. Para nosotros, esto es lo más elocuente y significativo.
Esto significa que aquellos que tienen la devoción al Sagrado Corazón de Jesús pueden pedir gracias similares, no necesariamente el milagro físico, sino más bien una gracia para nuestras almas. Si queremos tener el sentido católico, un conocimiento contrarrevolucionario de las cosas, si queremos percibir cómo la Revolución y la Contra-Revolución están trabajando alrededor de nosotros y dentro de nosotros, si queremos conocer nuestros defectos, para comprender el alma de los otros para hacerles el bien, para tener perspicacia en nuestros estudios, para tener un buen equilibrio psicológico y curarse de problemas nerviosos de todo tipo, entonces podemos y debemos recurrir al Sagrado Corazón de Jesús.
Deberíamos pedir una gracia que brota de su Sagrado Corazón —como la sangre y el agua que curó al soldado— que erradicará la ceguera total o parcial de nuestras almas. Oremos, pues, al Sagrado Corazón de Jesús a través del Corazón Inmaculado de María, porque ésta es la única manera de obtener las gracias para curarnos de nuestras múltiples cegueras. Al hacer esto, vamos a hacer una espléndida solicitud y estar en el camino hacia la obtención de una magnífica gracia.

S A N T O R A L








SANTAS PERPETUA Y FELÍCITAS, MÁRTIRES
En Turba, ciudad de Mauritania, en la provincia de África, siendo emperadores de Roma Septimio Severo, y Antonino Caracalla, entre otros muchos cristianos fueron presas dos matronas casadas y santas, llamadas Perpetua y Felicitas, y echadas en la cárcel, para que, ó adorasen á los dioses, ó perdiesen la vida; y juntamente con ellas fueron presos otros cuatro cristianos, parientes cercanos suyos, que se llamaban Sátiro, Saturnino, Revócato y Secundólo. Santa Felicitas estaba preñada de ocho meses, y Perpetua criaba un hijo en sus pechos: la cual, estando en la cárcel, tuvo una visión de esta manera. Parecióle ver una escalera de oro, que desde la tierra llegaba hasta el cielo: á los lados tenía muchas, muy agudas, y afiladas espadas, cuyas puntas estaban tan juntas entre si, que apenas podía ninguno pasar por aquella escalera, que de ellas no fuese lastimado; y al pie de la escalera estaba un horrible y espantoso dragón, para estorbar á todos la subida. Vio juntamente, que por aquella escalera subía Sátiro (uno de los cuatro presos, que dijimos): el cual con grande ánimo exhortaba á todos, que subiesen tras él, sin hacer caso del dragón, que no les podía estorbar la subida. Contó la santa la revelación que había tenido en sus sueños á los otros encarcelados sus compañeros, y luego entendieron la merced, que Dios nuestro Señor les quería hacer, de coronarlos en el cielo con la gloria del martirio, y llevarlos por aquella escalera tan dificultosa de cuchillos y tormentos, sin que el dragón infernal se les pudiese estorbar, y le hicieron gracias por tan señalado favor (pues ir al cielo, aunque sea por ruedas de navajos, es singular gracia suya), y le suplicaron, que los armase con su espíritu y constancia. Fueron presentados al juez, y amonestados, que obedeciesen á los edictos de los emperadores, y blasfemasen á Cristo crucificado: y como el juez los hallase á todos aparejados para morir mil veces, antes que obedecer á tan impíos mandatos, mandó, que á santa Felicitas, por estar preñada, la volviesen á la cárcel; y detuvo á santa Perpetua, para ver, si la ternura de sus padres, marido, e hijo, la podrían ablandar. 
Todos vinieron á ella, y á una la embistieron, y combatieron con palabras amorosas, con copiosas lágrimas, con ponerle delante el niño que criaba, para enternecerla; mas ella estuvo tan fuerte y constante en el amor de Jesucristo, que por no perderle, los trató á todos, como á capitales enemigos, como á la verdad lo eran; pues la querían apartar del sumo bien, y hacerle el mayor mal de todos los males. Mandóla el juez azotar crudamente, y á los demás santos, y tornarlos á la cárcel, donde estaba Felicitas: y como el juez quisiese aguardar, conforme á las leyes romanas, que Felicitas pariese, antes de dar sentencia contra ella, y ellos todos deseaban sobremanera, que así como estaban juntos en la cárcel; así todos juntos muriesen por Cristo: puestos en oración, pidieron á Dios con grande instancia y afecto, que Felicitas fuese particionera con ellos del martirio. Oyó nuestro Señor aquella piadosa oración, y Felicitas parió á los ocho meses allí en la cárcel: y como tuviese recio parto, y los dolores fuesen muy agudos, y la santa se quejase; el carcelero le dijo, haciendo burla de ella: Si ahora le quejas por estos dolores; ¿cómo podrás mañana sufrir los tormentos y la muerte que te espera? Y ella respondió: Ahora yo padezco: mañana en mí padecerá Cristo. Ahora con las fuerzas naturales pago las penas, que se deben á la naturaleza; más mañana la gracia del cielo vencerá los tormentos, que vuestra impiedad me dará. De allí á algunos días el procónsul mandó llevar á las santas y á sus compañeros, desnudos por las calles á la vergüenza: después para regocijar al pueblo, echarlos á las fieras en el anfiteatro; y las santas iban á la muerte con grande alegría y regocijo, cantando aquellas palabras del salmo: «Todos los dioses de los gentiles son demonios: Dios hizo el cielo y la tierra». 
Oyendo esto el presidente, les mandó dar muchas bofetadas en sus rostros; y ellas, alzando mas la voz, repelían los mismos versos, alabando y glorificando al Señor. Puestos que fueron en el anfiteatro, atadas las manos, soltaron leones y leopardos, para que los despedazasen; y así los leones despedazaron á santa Perpetua y á Sátiro,
y los leopardos á Felicitas y Revócato: Saturnino y Secundólo, quedaron libres por la voluntad de Dios, y después Saturnino fué degollado, y Secundólo murió en la cárcel, como se refiero en los actos de su martirio, que trae Baronio. 
Fué el martirio de santa Perpetua y santa Felicitas, á los 7 de marzo, en que la Iglesia celebra su fiesta, el año del Señor de 205, imperando Alejandro Severo. Los cuerpos de estas dos ilustres santas fueron después llevados á la ciudad de Cartago, y puestos con gran veneración en la iglesia mayor, como lo escribe Víctor Uticense. Hacen mención de estas santas, Tertuliano, autor antiquísimo, y san Agustín en muchas partes: el cual hizo tres sermones el día de su fiesta; y el Martirologio romano, y los de Beda, Usuardo y Adon.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc