SAN POLICARPO, OBISPO Y MÁRTIR
La vida y martirio de
san Policarpo, obispo de Esmirna, sacaremos de lo que de él escribieron san
Ireneo, obispo de León y mártir, que le conoció, Eusebio Cesariense en su
historia, san Gerónimo en el libro de los escritores eclesiásticos, y el clero
de Esmirna, que se halló presente á su gloriosa muerte. Fué san Policarpo varón
de gran santidad, y de raras letras, y alto ingenio: conoció á muchos
discípulos del Señor; y trató familiarmente con ellos, y particularmente con el
discípulo amado san Juan Evangelista, el cual fué padre, y príncipe de todas
las Iglesias de Asia, y de su mano hizo obispo de Esmirna á Policarpo, como á
varón digno de aquel lugar, y sublime ministerio. Estando Policarpo en la
Iglesia, hubo grandes dudas, y dificultades entre los cristianos acerca del
tiempo, en que se había de celebrar la pascua de Resurrección, y para tomar
buena resolución, y acertado asiento en ellas, se determinó san Policarpo a ir
en persona á Roma, para conferir sus dudas con san Aniceto, papa, que á la
sazón era vicario en la tierra de Cristo nuestro Redentor. Llegado á Roma, hizo
reverencia á san Aniceto: confirió sus dudas: propúsole sus dificultades, y lo
que él mismo había aprendido de su maestro san Juan Evangelista, y de los otros
discípulos del Señor: y sabiendo, que Valentino y Marcion, herejes, sembraban
en Roma su perversa y diabólica doctrina, comenzó san Policarpo á predicar y
exhortar á todos los fieles, que se guardasen de ellos, como de serpientes, y
enemigos de Jesucristo, y qué supiesen cierto, que no era aquella la doctrina
de los apóstoles, y del mismo Señor, que por medio de sus discípulos se la
había enseñado, y de cuyas fuentes él había bebido: y para moverlos á mas
aborrecer á los herejes, y huir totalmente de su conversación, les contaba, que
yendo una vez san Juan Evangelista su maestro, acompañado de muchos discípulos,
á unos baños, donde se estaba lavando Cerinto, hereje, les dijo el santo
apóstol: Huyamos de aquí, y vámonos presto; porque no caigan, y nos tomen
debajo estos baños, en los cuales se lava Cerinto, enemigo de la verdad: y el
mismo san Policarpo, andando un día por Roma, encontró con Marcion hereje, y en
viéndole, volvió el rostro, y se apartó por no hablarle. Notó esto Marcion, y
como hereje desvergonzado, se llegó á Policarpo, y le dijo: ¿No me conoces? Sí
le conozco, dijo Policarpo. Pues ¿quién soy yo? Tú eres, dice, el hijo
primogénito de Satanás: para darnos á entender, que aunque todos los pecadores,
por imitación, son hijos de Satanás, como los justos lo son de Dios; pero que
el hereje es como su hijo primogénito, y mayorazgo; porque es el que más le
imita, y el que más lo ama, y mejor hace sus negocios. Convirtió san Policarpo
en Roma muchos herejes á la fé católica con su santa doctrina, y ejemplo, y
volvióse á su Iglesia de Esmirna, para apacentar sus ovejas, y defenderlas de
los lobos infernales, como bueno, y cuidadoso pastor. Estando en Esmirna, pasó
por allí el fortísimo mártir de Jesucristo san Ignacio, de camino para Roma, á
donde iba condenado á los leones; y San Policarpo le acogió, y regaló,
teniéndole santa envidia, porque iba á morir por Cristo antes que él. Con el
ejemplo vivo de san Ignacio animaba, y esforzaba á padecer mucho por el Señor á
todos los fieles, que allí estaban, y san Ignacio, después que partió de
Esmirna, escribió una carta admirable á san Policarpo, dándole cuenta de su
viaje y se encomienda á sus oraciones.En este tiempo, siendo
ya emperador Marco Aurelio Antonino, y Lucio Vero, se levantó contra la santa
Iglesia la cuarta persecución, que fue muy cruda y espantosa; porque los
presidentes y ministros de los emperadores atormentaban con atrocísimos
tormentos á todos los cristianos, que podían haber á las manos, y aquel se
tenía por mas excelente y aventajado juez, que mas sangre de cristianos
derramaba; y no se oía hablar por las ciudades, villas y lugares, sino de
nuevas penas, y exquisitos tormentos, que contra los cristianos se inventaban.
Llegó la furia de esta tempestad á la provincia de Asia, y á la ciudad de
Esmirna. El santo pontífice Policarpo velaba sobre su grey, consolaba los
afligidos, esforzaba los flacos, socorría á los menesterosos, y daba á todos
las ayudas y favores que podía: y en aquella tan brava tormenta se hallaba con
un ánimo sosegado y seguro: porque estaba asido, y abrazado con Dios, á quien
continuamente suplicaba, se apiadase de su Iglesia, y diese fin a aquella
tribulación, ó esfuerzo, para llevarla con fortaleza. Entendieron los enemigos
de Dios la resistencia, que les hacia Policarpo, y que él era el pilar de los cristianos
de Asia: y creyendo que derribándole á él caería el edificio que sobre él
sustentaba, comenzaron á buscarle para darle muerte. No se alteró, ni mudó san
Policarpo, por saber, que le buscaban, ni dejó de hacer lo que hacía, por miedo
ni espanto; mas pudo con él tanto la caridad, y los ruegos de muchos cristianos
y amigos suyos, que le importunaban, que saliese de la ciudad, que por darles
contento se salió á una casa de campo, donde estuvo escondido algunos pocos
días, haciendo continua, y fervorosa oración al Señor por la paz de la Iglesia.
Tres días antes que fuese preso, una noche durmiendo tuvo en sueños una
revelación de Dios, acerca del martirio que había de padecer por su amor.
Parecíale que se abrasaba, y consumía con llamas la almohada, en que tenia
reclinada la cabeza: y conociendo lo que aquel fuego significaba, luego llamó
con grande alegría á sus amigos, y les dijo: Tened por cosa cierta, que yo
tengo de ser quemado vivo, y que esto será dentro de pocos días. Alabado sea, y
glorificado para siempre mi dulcísimo Señor Jesucristo, que me quiere hacer
digno de la corona del martirio. Pero aunque el santo estaba tan gozoso, y
regocijado esperando la muerte, vencido de la importunidad de los que estaban
con él; se pasó á otra casa, donde pensaron, que estaría más seguro: mas no fué
así; porque viniendo los ministros de los emperadores de allí á tres días á
buscarle, le hallaron, por indicio de dos muchachos, á los cuales prendieron, y
al uno azotaron, para que dijese la verdad. Entraron los sayones en la casa,
donde estaba san Policarpo: y aunque él pudiera fácilmente escaparse, no quiso;
antes volviendo los ojos al cielo, y diciendo: Señor, hágase en todo vuestra
voluntad; bajó la escalera, para recibir y agasajar á sus mismos enemigos:
mandóles aparejar de comer; y con gran serenidad, y majestad de rostro les rogó
que comiesen, y que entretanto le diesen una hora de tiempo para recogerse y
encomendarse á Dios. Ellos comieron; y él oró, y comió de aquel manjar de vida,
que se le había de dar en los tormentos, y en la muerte misma. Fué tanto, lo
que los impíos ministros se maravillaron del aspecto venerable de Policarpo, de
la dulzura de sus palabras, de la cortesía y buen tratamiento, que les hizo, y
de la alegría y contentamiento que mostraba, que en cierta manera les pesaba de
haber venido; y comenzaron á decir: ¿Es posible, que por este viejo, digno de
tanto respeto, se hacen tantas diligencias, y tantas pesquisas? ¿Se envían
tantos soldados, tantas espías, y se echan tantas redes, para afligirle y
acabarle? Mas al fin, por hacer lo que les habían mandado, le prendieron; y
puesto sobre un jumento, le llevaron á la ciudad. Toparon en el camino con el
prefecto de la paz, que se llamaba Herodes, y con su padre Niceto, que eran
hombres de mucha autoridad: los cuales tomaron á Policarpo en su coche, y le
comenzaron á persuadir, que pues no tenía fuerzas de mozo para resistir, ni sus
canas eran ya para lidiar con los magistrados, y tormentos; que mirase por sí y
viviese, lo que le quedaba de vida, con descanso, y quietud, obedeciendo á los
emperadores; y que esto le decían, como amigos, por el amor que lo tenían.
Callaba el santo y, como se dice, á palabras locas hacia orejas sordas; hasta
que viendo, que porfiaban, y le quebraban la cabeza, les dijo: Señores, no
perdáis tiempo; porque yo jamás haré, lo que me aconsejáis. Entonces ellos se
enojaron contra Policarpo, y le denostaron, y echaron del coche con palabras
injuriosas, y con tal furor, que casi le acabaron; y gravemente se hirió, y
lastimó en una pierna: mas el santo, sin hacer caso de su dolor, ni de su
afrenta, iba con grande ánimo y esfuerzo á la pelea. Lleváronle al procónsul,
que estaba en el teatro, y antes de entrar en él oyó una voz del cielo que le
decía: Ten buen ánimo, Policarpo, y trata valerosamente el negocio de Dios.
Muchos de los fieles oyeron esta voz; aunque ninguno vio, al que hablaba. Con
ella armó el Señor á su soldado contra las voces furiosas, y clamores del
pueblo, que contra él se levantaron. Preguntóle el procónsul, si era Policarpo
obispo; y el santo respondió que sí. Aconsejóle, que jurase por la fortuna de
los emperadores, y blasfemase á Cristo: y él con grande autoridad, y reposo le
respondió unas palabras dignas de Policarpo: Ochenta y seis años, dice, ha, que
yo sirvo á Jesucristo, y en todo esto tiempo nunca me hizo mal, antes siempre
he recibido de su mano muchos, y grandes favores. Pues ¿cómo quieres, que yo
blasfeme, de quien tanto bien me ha hecho, y me crió y conserva la vida; y sea
desagradecido á tan buen Dios, y Señor? Y tornando el Juez á apretarlo,
respondió con gran libertad: ¿Quieres por ventura probar, sí soy cristiano? Yo
te digo libremente, que lo soy: y si quieres saber, lo que encierra en sí este
nombre de cristiano, dame un día de tiempo desocupado: que yo te lo diré.A
esto respondió el procónsul: Lo que me quieres decir á mí, dilo aquí al pueblo.
Y Policarpo dijo: A tí de buena gana daré razón, de lo que quisieres; porque
nosotros estamos obligados á honrar á los magistrados, y obedecerles en todo lo
que nos mandaren, como no sea contra Dios: mas el pueblo es bestia de muchas
cabezas, y ahora no es capaz, ni está dispuesto para oír los misterios divinos.
Mira, dijo el procónsul, que te haré quemar aquí vivo, ó despedazar de las
fieras. Respondió el santo: Yo no temo este fuego corporal, que mata el cuerpo,
y en un momento se acaba: aquel fuego temo, que dura para siempre, y se
sustenta con la muerte, de los que viven en él. No pienses que me tengo de
espantar con tus amenazas: llama á las bestias: enciendo el fuego; que aquí
estoy. Esto decía el bendito santo con un rostro alegre, y apacible, y con un
semblante mesurado, y con unas palabras tan sosegadas, y graves, que, el
procónsul, con estar tan indignado contra él, quedó maravillado, y atónito;
pero al fin mandó, que el pregonero allí en el teatro con alta voz dijese, que
Policarpo había confesado ser cristiano. Entonces todo el pueblo, que era de
gentiles, judíos y herejes, alzaron á una la voz, y clamaron, diciendo con
grandes alaridos cuanto más podían: Este es el destruidor de los dioses: este
el maestro de los magos y cristianos; muera: muera quemado vivo en el fuego; y
con gran priesa comenzaron á traer leña y sarmientos, para hacer grande
hoguera; y el santo viejo Policarpo con gran presteza desnudó sus vestidos,
calzas y zapatos. Quisiéronle allí enclavar en un madero, para que con el dolor
y pena, que le causaría el fuego no se menease: mas el santo dijo á los
ministros: No me enclavéis; que yo espero en aquel Señor, que me da ánimo para
sufrir el tormento del fuego, que me le dará también para estar quedo en él, y
sin menearme aunque no esté atado: y con esto lo dejaron, atándole solamente
las manos atrás, y le echaron en el fuego; y el santo, ofreciéndose como un
holocausto vivo, y oloroso al Señor, comenzó á orar de esta manera: Recibid, ó
Padre eterno, en sacrificio aceptable esta mi vida, que vos mismo me habéis
dado. Vos sois señor del universo, vos sois Padre de mí Señor Jesucristo, por
el cual os habemos conocido, y el que por nosotros se ofreció en la cruz; y yo
por él mismo ahora me ofrezco á vos en la confesión de su santa fé, para honra
y gloria perpetua vuestra, y suya. Yo os hago infinitas gracias, por haberos
dignado de ponerme en el número de vuestros bienaventurados mártires, y haberme
hecho particionero del cáliz y pasión de mi buen Jesús. Yo os alabo, y ensalzo,
y bendigo juntamente con vuestro unigénito Hijo, que es sumo sacerdote, y
pontífice eterno, y vive y reina con vos, y con el Espíritu Santo, en los
siglos de los siglos.
Apenas pudo concluir
esta oración tan afectuosa y decir: Amen; cuando el verdugo puso fuego á la
leña aparejada, y luego se emprendió: y para que se viese como todas las
criaturas obedecen al Señor, el fuego no tocó al santo, ni le quemó; antes
estaba á manera de una bóveda, ó de una vela de nave que navega hinchada con
próspero viento; y dentro de su seno parecía el cuerpo del santo, no como carne
quemada, sino como oro resplandeciente en su crisol, y las mismas llamas, para
mayor milagro, echaban de sí un olor suavísimo, como de incienso derretido en
las brasas, ó de un ungüento suavísimo.
Pero como los ministros impíos viesen,
que no se podía acabar la vida del santo con fuego, determinaron acabarle con
espada, y no perdonar al que las llamas perdonaban; y así le pasaron el cuerpo
con la espada, y salió de él tan gran copia de sangre, que apagó el fuego,
volando el alma gloriosa al cielo, para gozar eternamente de Dios: y con el
santo murieron otros doce, que habían venido de Filadelfia. Desearon mucho los
cristianos tomar su cuerpo para honrarle y reverenciarle; mas los judíos
hicieron tanto ruido y alboroto, que el presidente le mandó quemar; como se
hizo: y después los cristianos recogieron aquellas sagradas reliquias, y
huesos, y los colocaron en lugar decente, honrándolos como reliquias de tan
grande pontífice, y tan esforzado mártir, y haciendo fiesta particular cada año
el día de su martirio: para que todos imitemos tan santa vida, y gloriosa
muerte, y sigamos las pisadas de los que nos enseñaron, y engendraron en
Cristo, como lo escribe la Iglesia misma de Esmirna, y el clero, que se halló
presente á su martirio, en una epístola, que solía leer públicamente en las
iglesias, como lo dice san Gregorio Turonense.
Escribió san Policarpo una epístola á los filipenses,
la cual, como dice san Gerónimo, también se solía leer públicamente en la
iglesia á los fieles, y en ella encomendándoles mucho, que estén bien fundados
en la fé, esperanza y caridad, los exhorta á huir principalmente de la
avaricia, acordándose que es raíz, y principio de todos los males, y que como
salimos desnudos al mundo, desnudos volvamos de él. Después les enseña á criar
sus hijos, á ser sujetos y obedientes á los sacerdotes, como á Dios; y les da
otros documentos admirables y divinos, discurriendo por todos los estados, y
diciendo lo que en cada uno de ellos se debía hacer. Otra epístola, dice
Suidas, que escribió á san Dionisio Areopagita, la cual no se halla. Tuvo san
Policarpo por discípulo á san Ireneo, obispo de León, y mártir, y Andochio
presbítero, y Tirso diácono, y Félix. A estos tres envió á Francia, mereciendo
en ella la corona del martirio. También fué discípulo de san Policarpo Benigno,
presbítero, el cual, habiendo ido asimismo á Francia por orden de su maestro,
dio su vida por Cristo en la ciudad de Dijun, en el ducado de Borgoña. Murió
san Policarpo el día 26 de enero, en el año del Señor de 168, según Onofrio, y
de 169 según el cardenal Baronio: y fué tan celebrada la memoria de su martirio
antiguamente, que se solía leer en las iglesias, como lo escribe san Gregorio
Turonense, y lo advirtió el mismo cardenal Baronio.
SAN POLICARPO, OBISPO Y MÁRTIR
La vida y martirio de
san Policarpo, obispo de Esmirna, sacaremos de lo que de él escribieron san
Ireneo, obispo de León y mártir, que le conoció, Eusebio Cesariense en su
historia, san Gerónimo en el libro de los escritores eclesiásticos, y el clero
de Esmirna, que se halló presente á su gloriosa muerte. Fué san Policarpo varón
de gran santidad, y de raras letras, y alto ingenio: conoció á muchos
discípulos del Señor; y trató familiarmente con ellos, y particularmente con el
discípulo amado san Juan Evangelista, el cual fué padre, y príncipe de todas
las Iglesias de Asia, y de su mano hizo obispo de Esmirna á Policarpo, como á
varón digno de aquel lugar, y sublime ministerio. Estando Policarpo en la
Iglesia, hubo grandes dudas, y dificultades entre los cristianos acerca del
tiempo, en que se había de celebrar la pascua de Resurrección, y para tomar
buena resolución, y acertado asiento en ellas, se determinó san Policarpo a ir
en persona á Roma, para conferir sus dudas con san Aniceto, papa, que á la
sazón era vicario en la tierra de Cristo nuestro Redentor. Llegado á Roma, hizo
reverencia á san Aniceto: confirió sus dudas: propúsole sus dificultades, y lo
que él mismo había aprendido de su maestro san Juan Evangelista, y de los otros
discípulos del Señor: y sabiendo, que Valentino y Marcion, herejes, sembraban
en Roma su perversa y diabólica doctrina, comenzó san Policarpo á predicar y
exhortar á todos los fieles, que se guardasen de ellos, como de serpientes, y
enemigos de Jesucristo, y qué supiesen cierto, que no era aquella la doctrina
de los apóstoles, y del mismo Señor, que por medio de sus discípulos se la
había enseñado, y de cuyas fuentes él había bebido: y para moverlos á mas
aborrecer á los herejes, y huir totalmente de su conversación, les contaba, que
yendo una vez san Juan Evangelista su maestro, acompañado de muchos discípulos,
á unos baños, donde se estaba lavando Cerinto, hereje, les dijo el santo
apóstol: Huyamos de aquí, y vámonos presto; porque no caigan, y nos tomen
debajo estos baños, en los cuales se lava Cerinto, enemigo de la verdad: y el
mismo san Policarpo, andando un día por Roma, encontró con Marcion hereje, y en
viéndole, volvió el rostro, y se apartó por no hablarle. Notó esto Marcion, y
como hereje desvergonzado, se llegó á Policarpo, y le dijo: ¿No me conoces? Sí
le conozco, dijo Policarpo. Pues ¿quién soy yo? Tú eres, dice, el hijo
primogénito de Satanás: para darnos á entender, que aunque todos los pecadores,
por imitación, son hijos de Satanás, como los justos lo son de Dios; pero que
el hereje es como su hijo primogénito, y mayorazgo; porque es el que más le
imita, y el que más lo ama, y mejor hace sus negocios. Convirtió san Policarpo
en Roma muchos herejes á la fé católica con su santa doctrina, y ejemplo, y
volvióse á su Iglesia de Esmirna, para apacentar sus ovejas, y defenderlas de
los lobos infernales, como bueno, y cuidadoso pastor. Estando en Esmirna, pasó
por allí el fortísimo mártir de Jesucristo san Ignacio, de camino para Roma, á
donde iba condenado á los leones; y San Policarpo le acogió, y regaló,
teniéndole santa envidia, porque iba á morir por Cristo antes que él. Con el
ejemplo vivo de san Ignacio animaba, y esforzaba á padecer mucho por el Señor á
todos los fieles, que allí estaban, y san Ignacio, después que partió de
Esmirna, escribió una carta admirable á san Policarpo, dándole cuenta de su
viaje y se encomienda á sus oraciones.
En este tiempo, siendo
ya emperador Marco Aurelio Antonino, y Lucio Vero, se levantó contra la santa
Iglesia la cuarta persecución, que fue muy cruda y espantosa; porque los
presidentes y ministros de los emperadores atormentaban con atrocísimos
tormentos á todos los cristianos, que podían haber á las manos, y aquel se
tenía por mas excelente y aventajado juez, que mas sangre de cristianos
derramaba; y no se oía hablar por las ciudades, villas y lugares, sino de
nuevas penas, y exquisitos tormentos, que contra los cristianos se inventaban.
Llegó la furia de esta tempestad á la provincia de Asia, y á la ciudad de
Esmirna. El santo pontífice Policarpo velaba sobre su grey, consolaba los
afligidos, esforzaba los flacos, socorría á los menesterosos, y daba á todos
las ayudas y favores que podía: y en aquella tan brava tormenta se hallaba con
un ánimo sosegado y seguro: porque estaba asido, y abrazado con Dios, á quien
continuamente suplicaba, se apiadase de su Iglesia, y diese fin a aquella
tribulación, ó esfuerzo, para llevarla con fortaleza. Entendieron los enemigos
de Dios la resistencia, que les hacia Policarpo, y que él era el pilar de los cristianos
de Asia: y creyendo que derribándole á él caería el edificio que sobre él
sustentaba, comenzaron á buscarle para darle muerte. No se alteró, ni mudó san
Policarpo, por saber, que le buscaban, ni dejó de hacer lo que hacía, por miedo
ni espanto; mas pudo con él tanto la caridad, y los ruegos de muchos cristianos
y amigos suyos, que le importunaban, que saliese de la ciudad, que por darles
contento se salió á una casa de campo, donde estuvo escondido algunos pocos
días, haciendo continua, y fervorosa oración al Señor por la paz de la Iglesia.
Tres días antes que fuese preso, una noche durmiendo tuvo en sueños una
revelación de Dios, acerca del martirio que había de padecer por su amor.
Parecíale que se abrasaba, y consumía con llamas la almohada, en que tenia
reclinada la cabeza: y conociendo lo que aquel fuego significaba, luego llamó
con grande alegría á sus amigos, y les dijo: Tened por cosa cierta, que yo
tengo de ser quemado vivo, y que esto será dentro de pocos días. Alabado sea, y
glorificado para siempre mi dulcísimo Señor Jesucristo, que me quiere hacer
digno de la corona del martirio. Pero aunque el santo estaba tan gozoso, y
regocijado esperando la muerte, vencido de la importunidad de los que estaban
con él; se pasó á otra casa, donde pensaron, que estaría más seguro: mas no fué
así; porque viniendo los ministros de los emperadores de allí á tres días á
buscarle, le hallaron, por indicio de dos muchachos, á los cuales prendieron, y
al uno azotaron, para que dijese la verdad. Entraron los sayones en la casa,
donde estaba san Policarpo: y aunque él pudiera fácilmente escaparse, no quiso;
antes volviendo los ojos al cielo, y diciendo: Señor, hágase en todo vuestra
voluntad; bajó la escalera, para recibir y agasajar á sus mismos enemigos:
mandóles aparejar de comer; y con gran serenidad, y majestad de rostro les rogó
que comiesen, y que entretanto le diesen una hora de tiempo para recogerse y
encomendarse á Dios. Ellos comieron; y él oró, y comió de aquel manjar de vida,
que se le había de dar en los tormentos, y en la muerte misma. Fué tanto, lo
que los impíos ministros se maravillaron del aspecto venerable de Policarpo, de
la dulzura de sus palabras, de la cortesía y buen tratamiento, que les hizo, y
de la alegría y contentamiento que mostraba, que en cierta manera les pesaba de
haber venido; y comenzaron á decir: ¿Es posible, que por este viejo, digno de
tanto respeto, se hacen tantas diligencias, y tantas pesquisas? ¿Se envían
tantos soldados, tantas espías, y se echan tantas redes, para afligirle y
acabarle? Mas al fin, por hacer lo que les habían mandado, le prendieron; y
puesto sobre un jumento, le llevaron á la ciudad. Toparon en el camino con el
prefecto de la paz, que se llamaba Herodes, y con su padre Niceto, que eran
hombres de mucha autoridad: los cuales tomaron á Policarpo en su coche, y le
comenzaron á persuadir, que pues no tenía fuerzas de mozo para resistir, ni sus
canas eran ya para lidiar con los magistrados, y tormentos; que mirase por sí y
viviese, lo que le quedaba de vida, con descanso, y quietud, obedeciendo á los
emperadores; y que esto le decían, como amigos, por el amor que lo tenían.
Callaba el santo y, como se dice, á palabras locas hacia orejas sordas; hasta
que viendo, que porfiaban, y le quebraban la cabeza, les dijo: Señores, no
perdáis tiempo; porque yo jamás haré, lo que me aconsejáis. Entonces ellos se
enojaron contra Policarpo, y le denostaron, y echaron del coche con palabras
injuriosas, y con tal furor, que casi le acabaron; y gravemente se hirió, y
lastimó en una pierna: mas el santo, sin hacer caso de su dolor, ni de su
afrenta, iba con grande ánimo y esfuerzo á la pelea. Lleváronle al procónsul,
que estaba en el teatro, y antes de entrar en él oyó una voz del cielo que le
decía: Ten buen ánimo, Policarpo, y trata valerosamente el negocio de Dios.
Muchos de los fieles oyeron esta voz; aunque ninguno vio, al que hablaba. Con
ella armó el Señor á su soldado contra las voces furiosas, y clamores del
pueblo, que contra él se levantaron. Preguntóle el procónsul, si era Policarpo
obispo; y el santo respondió que sí. Aconsejóle, que jurase por la fortuna de
los emperadores, y blasfemase á Cristo: y él con grande autoridad, y reposo le
respondió unas palabras dignas de Policarpo: Ochenta y seis años, dice, ha, que
yo sirvo á Jesucristo, y en todo esto tiempo nunca me hizo mal, antes siempre
he recibido de su mano muchos, y grandes favores. Pues ¿cómo quieres, que yo
blasfeme, de quien tanto bien me ha hecho, y me crió y conserva la vida; y sea
desagradecido á tan buen Dios, y Señor? Y tornando el Juez á apretarlo,
respondió con gran libertad: ¿Quieres por ventura probar, sí soy cristiano? Yo
te digo libremente, que lo soy: y si quieres saber, lo que encierra en sí este
nombre de cristiano, dame un día de tiempo desocupado: que yo te lo diré.
A
esto respondió el procónsul: Lo que me quieres decir á mí, dilo aquí al pueblo.
Y Policarpo dijo: A tí de buena gana daré razón, de lo que quisieres; porque
nosotros estamos obligados á honrar á los magistrados, y obedecerles en todo lo
que nos mandaren, como no sea contra Dios: mas el pueblo es bestia de muchas
cabezas, y ahora no es capaz, ni está dispuesto para oír los misterios divinos.
Mira, dijo el procónsul, que te haré quemar aquí vivo, ó despedazar de las
fieras. Respondió el santo: Yo no temo este fuego corporal, que mata el cuerpo,
y en un momento se acaba: aquel fuego temo, que dura para siempre, y se
sustenta con la muerte, de los que viven en él. No pienses que me tengo de
espantar con tus amenazas: llama á las bestias: enciendo el fuego; que aquí
estoy. Esto decía el bendito santo con un rostro alegre, y apacible, y con un
semblante mesurado, y con unas palabras tan sosegadas, y graves, que, el
procónsul, con estar tan indignado contra él, quedó maravillado, y atónito;
pero al fin mandó, que el pregonero allí en el teatro con alta voz dijese, que
Policarpo había confesado ser cristiano. Entonces todo el pueblo, que era de
gentiles, judíos y herejes, alzaron á una la voz, y clamaron, diciendo con
grandes alaridos cuanto más podían: Este es el destruidor de los dioses: este
el maestro de los magos y cristianos; muera: muera quemado vivo en el fuego; y
con gran priesa comenzaron á traer leña y sarmientos, para hacer grande
hoguera; y el santo viejo Policarpo con gran presteza desnudó sus vestidos,
calzas y zapatos. Quisiéronle allí enclavar en un madero, para que con el dolor
y pena, que le causaría el fuego no se menease: mas el santo dijo á los
ministros: No me enclavéis; que yo espero en aquel Señor, que me da ánimo para
sufrir el tormento del fuego, que me le dará también para estar quedo en él, y
sin menearme aunque no esté atado: y con esto lo dejaron, atándole solamente
las manos atrás, y le echaron en el fuego; y el santo, ofreciéndose como un
holocausto vivo, y oloroso al Señor, comenzó á orar de esta manera: Recibid, ó
Padre eterno, en sacrificio aceptable esta mi vida, que vos mismo me habéis
dado. Vos sois señor del universo, vos sois Padre de mí Señor Jesucristo, por
el cual os habemos conocido, y el que por nosotros se ofreció en la cruz; y yo
por él mismo ahora me ofrezco á vos en la confesión de su santa fé, para honra
y gloria perpetua vuestra, y suya. Yo os hago infinitas gracias, por haberos
dignado de ponerme en el número de vuestros bienaventurados mártires, y haberme
hecho particionero del cáliz y pasión de mi buen Jesús. Yo os alabo, y ensalzo,
y bendigo juntamente con vuestro unigénito Hijo, que es sumo sacerdote, y
pontífice eterno, y vive y reina con vos, y con el Espíritu Santo, en los
siglos de los siglos.
Apenas pudo concluir esta oración tan afectuosa y decir: Amen; cuando el verdugo puso fuego á la leña aparejada, y luego se emprendió: y para que se viese como todas las criaturas obedecen al Señor, el fuego no tocó al santo, ni le quemó; antes estaba á manera de una bóveda, ó de una vela de nave que navega hinchada con próspero viento; y dentro de su seno parecía el cuerpo del santo, no como carne quemada, sino como oro resplandeciente en su crisol, y las mismas llamas, para mayor milagro, echaban de sí un olor suavísimo, como de incienso derretido en las brasas, ó de un ungüento suavísimo.
Pero como los ministros impíos viesen, que no se podía acabar la vida del santo con fuego, determinaron acabarle con espada, y no perdonar al que las llamas perdonaban; y así le pasaron el cuerpo con la espada, y salió de él tan gran copia de sangre, que apagó el fuego, volando el alma gloriosa al cielo, para gozar eternamente de Dios: y con el santo murieron otros doce, que habían venido de Filadelfia. Desearon mucho los cristianos tomar su cuerpo para honrarle y reverenciarle; mas los judíos hicieron tanto ruido y alboroto, que el presidente le mandó quemar; como se hizo: y después los cristianos recogieron aquellas sagradas reliquias, y huesos, y los colocaron en lugar decente, honrándolos como reliquias de tan grande pontífice, y tan esforzado mártir, y haciendo fiesta particular cada año el día de su martirio: para que todos imitemos tan santa vida, y gloriosa muerte, y sigamos las pisadas de los que nos enseñaron, y engendraron en Cristo, como lo escribe la Iglesia misma de Esmirna, y el clero, que se halló presente á su martirio, en una epístola, que solía leer públicamente en las iglesias, como lo dice san Gregorio Turonense.
Escribió san Policarpo una epístola á los filipenses,
la cual, como dice san Gerónimo, también se solía leer públicamente en la
iglesia á los fieles, y en ella encomendándoles mucho, que estén bien fundados
en la fé, esperanza y caridad, los exhorta á huir principalmente de la
avaricia, acordándose que es raíz, y principio de todos los males, y que como
salimos desnudos al mundo, desnudos volvamos de él. Después les enseña á criar
sus hijos, á ser sujetos y obedientes á los sacerdotes, como á Dios; y les da
otros documentos admirables y divinos, discurriendo por todos los estados, y
diciendo lo que en cada uno de ellos se debía hacer. Otra epístola, dice
Suidas, que escribió á san Dionisio Areopagita, la cual no se halla. Tuvo san
Policarpo por discípulo á san Ireneo, obispo de León, y mártir, y Andochio
presbítero, y Tirso diácono, y Félix. A estos tres envió á Francia, mereciendo
en ella la corona del martirio. También fué discípulo de san Policarpo Benigno,
presbítero, el cual, habiendo ido asimismo á Francia por orden de su maestro,
dio su vida por Cristo en la ciudad de Dijun, en el ducado de Borgoña. Murió
san Policarpo el día 26 de enero, en el año del Señor de 168, según Onofrio, y
de 169 según el cardenal Baronio: y fué tan celebrada la memoria de su martirio
antiguamente, que se solía leer en las iglesias, como lo escribe san Gregorio
Turonense, y lo advirtió el mismo cardenal Baronio.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc
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