SAN PEDRO DAMIÁN, CARDENAL
Y DOCTOR DE LA IGLESIA
UN REFORMADOR
Hoy celebramos la festividad del austero reformador de
las costumbres cristianas en el siglo XI, el precursor de San Gregorio VII,
Pedro Damián. A él le toca una gran parte de la gloria de este magnífico
resurgir que se realiza en estos días en que debe comenzar el juicio por la
casa de Dios. Preparado para la lucha contra los vicios bajo severa institución
monástica, Pedro se opuso como dique al torrente de desórdenes de su tiempo y
contribuyó poderosamente a preparar mediante la extirpación de los vicios, dos
siglos de fe ardiente que repararon la ignominia del siglo X. La Iglesia ha
reconocido tanta ciencia, celo y nobleza en los escritos del Santo Cardenal
que, por un juicio solemne, le ha colocado entre los doctores. Apóstol de la penitencia,
Pedro Damiano, nos llama a la conversión aun en nuestros días: escuchémosle y
mostrémonos dóciles a su voz.
Vida
Fachada de la Iglesia de Sant'Apollinare
Nuovo, en estilo bizantino (s. VI),
en Rávena, cuna de San Pedro Damián
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San Pedro Damián
nació en Roma en 1007. Después de haber estudiado y enseñado en Ravena y en Parma,
entró en 1035 en el desierto de Puente Avellano.
Elegido Prior en el 43, llevó
a cabo numerosas fundaciones de las que fué Superior y donde se observó la Regla
de San Benito. Luchó infatigablemente contra la simonía, el libertinaje de los
clérigos y la intromisión del poder civil en el campo religioso. En 1057 fué nombrado
Cardenal-Obispo de Ostia por el Papa Esteban X. En 1063 le hallamos en el
Concilio de Augsburgo, deponiendo al antipapa Honorio II; después en Cluny defendiendo
los derechos monásticos contra el Obispo de Mâcon.
En 1065 volvió a su retiro de Puente Avellano para entregarse a la
contemplación y a sus austeridades, pero por poco tiempo, pues tuvo que salir a
defender a la Iglesia. Murió el 22 de febrero de 1072. León XIII extendió su
culto de la orden monástica a toda la Iglesia y le dió el título de Doctor.
CELO POR LA IGLESIA
El celo por la casa del Señor devoraba tu alma, oh
Pedro. Por eso te colocó Dios en la Iglesia, en este tiempo, en que la maldad
de los hombres, la había hecho perder una parte de su hermosura. Lleno del
espíritu de Elías te propusiste despertar a los obreros del Padre de familias
que durante su sueño habían dejado crecer en el campo la cizaña. Días mejores resurgieron
para la Esposa de Cristo. La virtud de las promesas que posee se manifestó, mas
tú, "amigo del Esposo" tienes la gloria de haber contribuido en gran
manera a volver a la casa de Dios su antiguo brillo.
San Gregorio
VII, el gran Papa reformador,
se valió de este santo para la
realización de delicadas misiones
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Ideas aseglaradas habían penetrado en el santuario; los
grandes de la tierra se decían: Poseámosle como herencia nuestra. Y la Iglesia que
sobre todo debe ser libre, era esclava de los señores del mundo. En esta crisis
los vicios a los cuales la debilidad humana está tan entregada habían
mancillado el templo. Mas el Señor se acordó de aquella a la que él se ha
entregado. Para levantar tantas ruinas se sirvió de brazos mortales y tú, oh
Pedro, fuiste escogido entre los primeros para ayudar a Cristo a extirpar a
tantos males. Esperando el día en que Gregorio VII tome las Llaves en su mano
fuerte y fiel, tu ejemplo y tu trabajo le preparan el camino. Ahora que ya llegaste,
al término de tus trabajos, vela por la Iglesia de Dios, con el celo con que el
señor te ha distinguido. Desde lo alto del cielo comunica a los Pastores esta
energía apostólica sin la cual no se vence el mal. Mantén puras las costumbres
sacerdotales que son la sal de la tierra. Fortalece en los rebaños el respeto,
la fidelidad y la obediencia a los que les conducen al puerto de salvación. Fuiste
en medio de un siglo corrompido no solamente un Apóstol, sino también el ejemplar
de la penitencia cristiana, concédenos reparar con obras satisfactorias,
nuestros pecados y los castigos por ellos merecidos. Aviva en nuestras almas el
recuerdo de los sufrimientos de nuestro Redentor, a fin de encontrar en su
Pasión una fuente inagotable de arrepentimiento y de esperanza. Acrecienta
nuestra confianza en María, refugio de pecadores y concédenos participar de la
ternura filial de que tú estuviste animado para con Ella, por el celo con que
has publicado sus grandezas.
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guérangue
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