San Néstor, obispo y mártir
En aquel tiempo que el tirano Decio, con infames edictos y bárbaros decretos, perseguía la iglesia de Dios, mandando, que todos aquellos que no sacrificasen á los impuros espíritus de los demonios en sus falsos dioses, fuesen cruelmente atormentados y muertos; residía en Pergen, ciudad de Pamfilia, Néstor, obispo de ella, hombre de vida inocentísima, religiosísima y santísima: tanto, que al mismo Irenarco, que era juez ordinario de aquella ciudad, era freno, terror y respeto. Era presidente de Pamfilia Polion, el cual quería con su fiereza obligar á los cristianos á contaminarse con los inmundos sacrificios de sus ídolos, obligándlos y compeliéndolos á que comiesen de las carnes inmoladas á ellos. Enfurecióse contra los que resistían á tan inicuo precepto, prendiendo á unos, y á otros quitando las vidas, como experimentaron Papías, Diodoro, Comnon y Claudio, que gloriosamente las perdieron para lo temporal, ganándolas para lo eterno, por conservar inmaculada la fé de Jesucristo.
Ocupábase Néstor de día y de noche, mientras esto así pasaba, en rogar y pedir al inmaculado esposo de las almas Jesús y pastor divino, fuese servido de mirar por su rebaño, pues estaba á su cuidado, Irenarco á este tiempo juntó su consejo, y habló así: Nada podremos contra estos cristianos, si primero no le quitamos la cabeza al que los rige, esfuerza y anima, y á quien todos en todo obedecen: y supuesto que ya sabéis que este es Néstor su obispo, importa armarnos contra él. Tuvo Néstor noticia de este consejo, y de lo que en él se trató, y así aconsejó á sus ovejas, que procurasen guardarse de los lobos, y se escondiesen: pero él no tomó el consejo para sí; antes como valeroso y fuerte capitán, esperó en su misma casa, cara a cara al enemigo, puesto siempre en oración; en que pedía á Dios por la salud, paz y perseverancia constante en la fé de su rebaño.
Vinieron á su casa, y la sitiaron sus enemigos, acompañados de gran turba: y llegando uno á la puerta, con grandes voces llamaba á Néstor; y el santo, puesto en oración, no respondía, y uno de la casa le avisó que lo buscaban. Acabó su oración; y sin turbarse, salió á recibirlos, que ya sabia le venían á prender: pero causó á toda aquella infiel canalla tanta veneración su vista, que todos corteses y humildes, la rodilla por tierra, le adoraron y veneraron como cosa sagrada. Viéndolos así el varón fuerte, les dijo con ternura y afecto de padre: Y pues, hijos queridos, ¿qué queréis? ¿A qué venís? Toda la corte, respondieron, te llama, y entonces, sin hablar palabra, haciéndose la señal de la cruz en la frente, los siguió alegre y risueño, en nombre de Jesucristo. Llegaron al consistorio; y fué cosa maravillosa ver, que siendo preso como reo, toda la curia se levantó, y descubiertos todos como si entrara su rey y señor, le saludaron y veneraron. El santo obispo les dijo humilde: Dios os perdone; ¿y porqué así me traíais? Tu dignidad, tu conversación, vida y trato honesto, merece honra tanta. Y con esto le hicieron sentar en un trono real y magnifico, y ellos se sentaron en sus sillas y bancos. Bastan los honores que me habéis hecho, dijo Néstor: resta saber, qué es lo que de mí queréis ahora. Entonces Irenarco dijo: ¿Has oído, señor, el edicto del emperador? No conozco, ni sé mas edicto, respondió Néstor, de otro emperador, que del supremo Dios. Si tú, dice Irenareo, vienes bien, en lo que te decimos, nos excusarás el ponerte en el tribunal del juez. Yo, dice Néstor, no vengo bien, sino en solo obedecer á Jesucristo, ni en mí hay más voluntad que la suya. Tú, dijo Irenareo, estás endemoniado. ¡Ojalá, y vosotros, dijo Néstor, estuvieseis libres de los demonios, y no adorarais demonios!
¡O hombre atrevido! dijo Irenareo furioso entonces. ¿Así te atreves á llamar demonios á nuestros dioses? No solo, dijo el santo, los llamo demonios, sino es, que lo son, y ellos mismos lo confiesan. Pues yo haré, dijo mas furioso Irenarco, que el presidente Polion, á cuya presencia irás luego, te atormente, hasta que confieses ser verdaderos dioses los nuestros, y nó demonios como dices. Entonces Néstor, haciéndose la señal de la cruz en la frente, dijo; ¿Qué me amenazas con tormentos? Yo no temo tus tormentos, ni los del presidente: solo si temo aquellos, con que amenaza Cristo mi Dios. Entonces Irenareo entregó á Néstor en manos de sus ministros, con orden, de que llevándolo preso, lo siguiesen á él, que iba á Pergen. Iba siguiendo el cordero el sangriento lobo. Sucedió en el camino un gran terremoto, y bajó una voz del cielo, que confirmó y dió nuevo ánimo á nuestro invicto mártir de Jesucristo. Los que le llevaban preso, le preguntaron: Señor obispo, ¿qué trueno ó voz es esta? ¿De dónde ha venido tan gran terremoto? Señales de Cristo mi Dios, respondió Néstor alegre.
Llegaron á la ciudad, y dando Irenareo cuenta al presidente, al siguiente día, sentado Polion en su trono, hizo traer á su presencia al mártir de Cristo, y preguntóle: ¿Cómo te llamas? Siervo de Cristo, respondió el santo. No le pregunto eso, dijo el presidente: dime tu nombre; que quiero saberlo. Yo soy cristiano; dijo el guerrero esforzado, y este es mi nombre: pero si aún deseas saber el nombre temporal, llamóme Néstor. Bien está, dijo el presidente: sacrifica á los inmortales dioses: ofréceles incienso; y fe doy mi palabra, si así lo haces, de escribir luego á nuestro augusto emperador, para que lo constituya príncipe de los sacerdotes, y que todas las cosas estén á ti sujetas, para que con tantos honores y riquezas infinitas, que con ellos poseerás, vivas feliz y bienaventurada vida por largos años. Entonces el invicto mártir, levantando los ojos al cielo, y signándose con la cruz, dijo al presidente: Aunque á este miserable cuerpo le atormentes cruelísimamente, ya con cadenas, ya con azotes, ya con fieras que lo despedacen, ya con otros exquisitos tormentos; mientras en mí hubiere espíritu de vida, no me podrás reducir á que jamás niegue aquel divino nombre de mi Señor Jesucristo, que es sobre todo nombre. Mandóle el presidente atormentar en el ecúleo ó potro con todo rigor.
Obedecieron los crueles ministros al cruel y bárbaro presidente, imprimiendo en los lados de su gloriosísimo cuerpo, tan profundamente las uñas y garfios de acero, que se descubrían sus santas costillas. El esforzado y valeroso campeón, regocijado y alegre cantaba: Bendeciré al Señor en todo tiempo: sus loores siempre se verán y oirán en mi boca. Admirado, y pasmado el presidente de ver tan firme constancia, y valor tan estupendo, dijo: ¿No te avergüenzas, infeliz, más que cuantas criaturas son en el mundo, de poner toda tu esperanza en un hombre, que acabó con afrentosa muerte? Sea enhorabuena, dijo Néstor, afrenta y vergüenza mía, y de todos aquellos, que invocan y confiesan el nombre de mi Señor Jesucristo, tal vergüenza y afrenta; que yo me tengo por el más feliz dé los mortales.
La ciudad toda, que atendía al espectáculo, unos confusos, otros lastimados, y admirados todos, pidieron á grandes voces al presidente, que le quitara ya la vida. El presidente le preguntó entonces: ¿Quieres sacrificar á los dioses? A que respondió Néstor con una santa impaciencia: Impío, cruel, infame, hijo del demonio, ¿qué, no solo no temes, y reverencias el santo nombre de Dios y su presencia, á quien debes el puesto de príncipe, que indignamente ejerces (por él reinan los reyes, mandan los príncipes, y los poderosos hacen justicia), sino es que también quieres obligarme á mí, á que deje al verdadero Dios, Criador y Salvador del mundo, y adore unas estatuas de piedra? Córrete y afréntate ya de solo imaginarlo. Ya Polion no pudo oír mas baldones; y así le preguntó furioso: ¿Tú quieres estar con nosotros ó con tu Cristo? Y Néstor, todo regocijado, y lleno de alegría, dijo: Con Cristo mi Dios fuí siempre, soy y seré. Entonces Polion dió contra él la sentencia, diciendo: Pues tanto quieres á tu Cristo crucificado debajo del poder de Poncio Pílalo; yo, para que más devoción tengas á tu Dios, le sentencio á que mueras, como él en una cruz. El glorioso mártir, alzando los ojos al cielo, dio por tal sentencia infinitas gracias á Dios, y luego al punto fué enclavado en una cruz; la cual le fué divina cátedra; pues desde ella predicaba, y enseñaba al pueblo cristiano; amonestando á todos, que perseverasen en la fé y caridad de Cristo, y se compadeciesen unos de otros, para que juntamente todos fuesen glorificados.
Después, pidiendo á todos los presentes á su muerte, que se hincasen de rodillas; é hiciesen oración á Dios juntamente con él, como todos lo hicieron; al punto, que la acabaron y dijeron amen, dió su espíritu al Señor á las tres horas después de haber amanecido el día de jueves, á 26 de febrero. Escribieron su vida y martirio, Beda, Usardo, Adon en sus martirologios, Sanctoro, Surio y el Martirologio romano, año 254.
Leída con atención esta santa vida, se verá, cuánta estimación y aprecio hace el sumo sacerdote Cristo de aquel: que le substituye en la dignidad y oficio de pastor, no desdiciendo del nombre, antes sí ejerciendo tan dignamente su ministerio, como Néstor hacía: pues á estos tales no permite su Majestad soberana, haya manos, que se les atrevan sacrílegas, sino es, que aun sus mortales enemigos los traten con veneración, y respeto: solo llega á permitir (y esto, para que acumulen méritos á su gran corona de gloria), les atormenten y quiten la vida, permitiendo asimismo, por particular y grandísimo favor, á algunos su amada cruz: Hasta aquí pueden llegar las finezas de mi Dios amante, todas las experimentó Néstor, como hemos visto: de donde podernos inferir, lo mucho que Dios le ama, y de ahí tener una firme esperanza, de que valiéndonos de su intercesión, conseguiremos de su divina Majestad, cuanto le pidiéremos para la salud de nuestras almas, y mayor gloria suya.
San Néstor, obispo y mártir
En aquel tiempo que el tirano Decio, con infames edictos y bárbaros decretos, perseguía la iglesia de Dios, mandando, que todos aquellos que no sacrificasen á los impuros espíritus de los demonios en sus falsos dioses, fuesen cruelmente atormentados y muertos; residía en Pergen, ciudad de Pamfilia, Néstor, obispo de ella, hombre de vida inocentísima, religiosísima y santísima: tanto, que al mismo Irenarco, que era juez ordinario de aquella ciudad, era freno, terror y respeto. Era presidente de Pamfilia Polion, el cual quería con su fiereza obligar á los cristianos á contaminarse con los inmundos sacrificios de sus ídolos, obligándlos y compeliéndolos á que comiesen de las carnes inmoladas á ellos. Enfurecióse contra los que resistían á tan inicuo precepto, prendiendo á unos, y á otros quitando las vidas, como experimentaron Papías, Diodoro, Comnon y Claudio, que gloriosamente las perdieron para lo temporal, ganándolas para lo eterno, por conservar inmaculada la fé de Jesucristo.
Ocupábase Néstor de día y de noche, mientras esto así pasaba, en rogar y pedir al inmaculado esposo de las almas Jesús y pastor divino, fuese servido de mirar por su rebaño, pues estaba á su cuidado, Irenarco á este tiempo juntó su consejo, y habló así: Nada podremos contra estos cristianos, si primero no le quitamos la cabeza al que los rige, esfuerza y anima, y á quien todos en todo obedecen: y supuesto que ya sabéis que este es Néstor su obispo, importa armarnos contra él. Tuvo Néstor noticia de este consejo, y de lo que en él se trató, y así aconsejó á sus ovejas, que procurasen guardarse de los lobos, y se escondiesen: pero él no tomó el consejo para sí; antes como valeroso y fuerte capitán, esperó en su misma casa, cara a cara al enemigo, puesto siempre en oración; en que pedía á Dios por la salud, paz y perseverancia constante en la fé de su rebaño.
Vinieron á su casa, y la sitiaron sus enemigos, acompañados de gran turba: y llegando uno á la puerta, con grandes voces llamaba á Néstor; y el santo, puesto en oración, no respondía, y uno de la casa le avisó que lo buscaban. Acabó su oración; y sin turbarse, salió á recibirlos, que ya sabia le venían á prender: pero causó á toda aquella infiel canalla tanta veneración su vista, que todos corteses y humildes, la rodilla por tierra, le adoraron y veneraron como cosa sagrada. Viéndolos así el varón fuerte, les dijo con ternura y afecto de padre: Y pues, hijos queridos, ¿qué queréis? ¿A qué venís? Toda la corte, respondieron, te llama, y entonces, sin hablar palabra, haciéndose la señal de la cruz en la frente, los siguió alegre y risueño, en nombre de Jesucristo. Llegaron al consistorio; y fué cosa maravillosa ver, que siendo preso como reo, toda la curia se levantó, y descubiertos todos como si entrara su rey y señor, le saludaron y veneraron. El santo obispo les dijo humilde: Dios os perdone; ¿y porqué así me traíais? Tu dignidad, tu conversación, vida y trato honesto, merece honra tanta. Y con esto le hicieron sentar en un trono real y magnifico, y ellos se sentaron en sus sillas y bancos. Bastan los honores que me habéis hecho, dijo Néstor: resta saber, qué es lo que de mí queréis ahora. Entonces Irenarco dijo: ¿Has oído, señor, el edicto del emperador? No conozco, ni sé mas edicto, respondió Néstor, de otro emperador, que del supremo Dios. Si tú, dice Irenareo, vienes bien, en lo que te decimos, nos excusarás el ponerte en el tribunal del juez. Yo, dice Néstor, no vengo bien, sino en solo obedecer á Jesucristo, ni en mí hay más voluntad que la suya. Tú, dijo Irenareo, estás endemoniado. ¡Ojalá, y vosotros, dijo Néstor, estuvieseis libres de los demonios, y no adorarais demonios!
¡O hombre atrevido! dijo Irenareo furioso entonces. ¿Así te atreves á llamar demonios á nuestros dioses? No solo, dijo el santo, los llamo demonios, sino es, que lo son, y ellos mismos lo confiesan. Pues yo haré, dijo mas furioso Irenarco, que el presidente Polion, á cuya presencia irás luego, te atormente, hasta que confieses ser verdaderos dioses los nuestros, y nó demonios como dices. Entonces Néstor, haciéndose la señal de la cruz en la frente, dijo; ¿Qué me amenazas con tormentos? Yo no temo tus tormentos, ni los del presidente: solo si temo aquellos, con que amenaza Cristo mi Dios. Entonces Irenareo entregó á Néstor en manos de sus ministros, con orden, de que llevándolo preso, lo siguiesen á él, que iba á Pergen. Iba siguiendo el cordero el sangriento lobo. Sucedió en el camino un gran terremoto, y bajó una voz del cielo, que confirmó y dió nuevo ánimo á nuestro invicto mártir de Jesucristo. Los que le llevaban preso, le preguntaron: Señor obispo, ¿qué trueno ó voz es esta? ¿De dónde ha venido tan gran terremoto? Señales de Cristo mi Dios, respondió Néstor alegre.
Llegaron á la ciudad, y dando Irenareo cuenta al presidente, al siguiente día, sentado Polion en su trono, hizo traer á su presencia al mártir de Cristo, y preguntóle: ¿Cómo te llamas? Siervo de Cristo, respondió el santo. No le pregunto eso, dijo el presidente: dime tu nombre; que quiero saberlo. Yo soy cristiano; dijo el guerrero esforzado, y este es mi nombre: pero si aún deseas saber el nombre temporal, llamóme Néstor. Bien está, dijo el presidente: sacrifica á los inmortales dioses: ofréceles incienso; y fe doy mi palabra, si así lo haces, de escribir luego á nuestro augusto emperador, para que lo constituya príncipe de los sacerdotes, y que todas las cosas estén á ti sujetas, para que con tantos honores y riquezas infinitas, que con ellos poseerás, vivas feliz y bienaventurada vida por largos años. Entonces el invicto mártir, levantando los ojos al cielo, y signándose con la cruz, dijo al presidente: Aunque á este miserable cuerpo le atormentes cruelísimamente, ya con cadenas, ya con azotes, ya con fieras que lo despedacen, ya con otros exquisitos tormentos; mientras en mí hubiere espíritu de vida, no me podrás reducir á que jamás niegue aquel divino nombre de mi Señor Jesucristo, que es sobre todo nombre. Mandóle el presidente atormentar en el ecúleo ó potro con todo rigor.
Obedecieron los crueles ministros al cruel y bárbaro presidente, imprimiendo en los lados de su gloriosísimo cuerpo, tan profundamente las uñas y garfios de acero, que se descubrían sus santas costillas. El esforzado y valeroso campeón, regocijado y alegre cantaba: Bendeciré al Señor en todo tiempo: sus loores siempre se verán y oirán en mi boca. Admirado, y pasmado el presidente de ver tan firme constancia, y valor tan estupendo, dijo: ¿No te avergüenzas, infeliz, más que cuantas criaturas son en el mundo, de poner toda tu esperanza en un hombre, que acabó con afrentosa muerte? Sea enhorabuena, dijo Néstor, afrenta y vergüenza mía, y de todos aquellos, que invocan y confiesan el nombre de mi Señor Jesucristo, tal vergüenza y afrenta; que yo me tengo por el más feliz dé los mortales.
Después, pidiendo á todos los presentes á su muerte, que se hincasen de rodillas; é hiciesen oración á Dios juntamente con él, como todos lo hicieron; al punto, que la acabaron y dijeron amen, dió su espíritu al Señor á las tres horas después de haber amanecido el día de jueves, á 26 de febrero. Escribieron su vida y martirio, Beda, Usardo, Adon en sus martirologios, Sanctoro, Surio y el Martirologio romano, año 254.
Leída con atención esta santa vida, se verá, cuánta estimación y aprecio hace el sumo sacerdote Cristo de aquel: que le substituye en la dignidad y oficio de pastor, no desdiciendo del nombre, antes sí ejerciendo tan dignamente su ministerio, como Néstor hacía: pues á estos tales no permite su Majestad soberana, haya manos, que se les atrevan sacrílegas, sino es, que aun sus mortales enemigos los traten con veneración, y respeto: solo llega á permitir (y esto, para que acumulen méritos á su gran corona de gloria), les atormenten y quiten la vida, permitiendo asimismo, por particular y grandísimo favor, á algunos su amada cruz: Hasta aquí pueden llegar las finezas de mi Dios amante, todas las experimentó Néstor, como hemos visto: de donde podernos inferir, lo mucho que Dios le ama, y de ahí tener una firme esperanza, de que valiéndonos de su intercesión, conseguiremos de su divina Majestad, cuanto le pidiéremos para la salud de nuestras almas, y mayor gloria suya.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.
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