SAN MOISEN, ANACORETA, OBISPO, Y CONFESOR
Los varones santos, y grandes amigos de Dios, no solamente son luz, y ornamento
de la Iglesia, sino también presidio, y amparo; y muchas veces defienden con
sus oraciones, y virtudes mejor las provincias, y reinos, que los ejércitos de
los valerosos soldados. Véase esto en el santo anacoreta Moisen, cuya vida
aquí queremos escribir, para que se entienda esta verdad tan clara, y
averiguada. Porque haciendo el emperador Valente, que era hereje arriano, cruda
guerra á la Iglesia católica, persiguiendo á los obispos, y santos, y doctos
varones, que como pilares la sostenían; permitió nuestro Señor, que se
levantasen contra él las naciones bárbaras, y que afligiesen, y destruyesen
muchas provincias de su imperio. Entre estas naciones fué una la de los
sarracenos, que otros llamaban ismaelitas, los cuales hicieron guerra á
Valente, y muerto su príncipe, no por eso la dejaron, antes la continuaron con
mayores fuerzas y valor: porque Mavia, mujer del rey muerto, tomó el gobierno
de la paz, y de la guerra, y con grande ánimo, constancia, y esfuerzo, no de
mujer, sino varonil, dio batalla con su gente al ejército imperial, y le
desbarató, y venció de tal manera, que obligó al emperador á humillarse, y á
pedir paz á una mujer, vencedora de su ejército. No quiso oír la valerosa reina
Mavia la plática de la paz, hasta que perseverando el emperador, y sus
capitanes en su petición, y habiéndola Dios nuestro Señor al corazón (porque se
había hecho cristiana), vino en ello; pero con condición, que le habían de dar
á san Moisen por obispo de su gente. Era Moisen anacoreta, y varón de excelente
santidad, que vivía en aquel desierto, y en los confines de los sarracenos, los
cuales con la vecindad tenían grande noticia de sus grandes virtudes, y
milagros: y como algunos de ellos habían sido enseñados de san Hilarión, abad,
como escribe san Gerónimo en su vida, y alumbrados con la luz del Evangelio; la
reina Mavia deseó tener consigo obispo, que cultivase aquella tierra inculta, y
fomentase aquella centella, que se había encendido en los ánimos de algunos de
sus súbditos. Cuando el emperador Valente entendió la condición, que para
asentar la paz pedía la buena reina; aunque era hereje, y sabia, que Moisen era
católico, disimuló por razón de estado, y mandó, que luego le buscasen, y le
ordenasen obispo, y le entregasen á la reina, por lo mucho que le importaba
asentar paces con ella. Buscaron los ministros del emperador al santo solitario
Moisen: halláronle, y declaráronle la voluntad del emperador, y mucho más la de
Dios, que le había escogido, para que siendo obispo, y dando gusto á la reina,
librase al pueblo romano de aquella tan grande calamidad, que padecía, y con la
paz y quietud sosegase los vientos, y tempestad, que temía, si se continuaba la
guerra. Bajó la cabeza el santo, aunque se tenía por indigno de ser obispo, por
parecerlo, que aquella era voluntad de Dios, que por entonces se quería servir
de él para bien de su pueblo. Lleváronle á Alejandría, para que Lucio patriarca
le consagrase: el cual Lucio era hereje arriano, cruel, y fiera bestia, que con
violencia había entrado en aquella silla, y con extremada rabia y braveza hecho
carnicería de los católicos. Cuando Moisen vio á Lucio; dijo á los capitanes,
que le acompañaban: Yo no soy digno de ser obispo, no lo quiero ser: pero si
Dios quiere, que lo sea, y con su divina providencia lo ha ordenado así,
determinado estoy de no ser obispo por mano de Lucio, ni consentir, que él me
consagre, ni ponga sobre mí sus manos. Turbóse el patriarca hereje, oyendo á
Moisen, y díjole, que debía estar mal informado, y que era justo, que se
informase de su fé antes de condenarle. Aquí el santo respondió: Tus obras
hablan, ó Lucio, y á ellas habernos de dar más crédito que á las palabras: tus
manos están llenas de sangre: los santos obispos, unos echados de sus sillas y
desterrados, otros encarcelados, otros muertos, y todos los católicos,
afligidos, y lastimados por tu causa; ¿y tú quieres, que no creamos más á lo
que vemos, que á lo que oímos? Finalmente, los ministros del emperador, también
por razón de estado convinieron con Moisen, y le llevaron á otros obispos
católicos, que andaban desterrados, para que le consagrasen: para que se
entienda el recato, que debemos tener los católicos en el no comunicar con los
herejes. Consagráronle, y entregáronle á la reina de los sarracenos, que se
alegró por extremo con él; y el santo obispo con su vida celestial, doctrina
admirable, y con los milagros, que Dios obró por él, alumbró aquella gente, la
trajo al conocimiento de Cristo, y la puso debajo del suave yugo del Evangelio,
y la ganó tanto, que la reina Mavia dio su hija por mujer á Víctor, capitán del
ejército imperial; y después andando el tiempo, muerto ya el emperador Valente,
y quemado por los godos, que le habían vencido en batalla, en una pobre
casilla, vinieron los mismos godos sobre Constantinopla, y teniéndola cercada,
y apretada, los sarracenos la socorrieron de tal manera, que no la pudieron
tomar, y alzaron el cerco los godos. Todo esto fué fruto de san Moisen, obispo,
el cual acabó santamente el curso de su peregrinación en paz; y de él hace
mención el Martirologio romano, y el de Beda, Usuardo, y Adon, á los 7 de
febrero; y Rufino, Sócrates, Sozomeno, y Teodoreto, Nicéforo, y el cardenal
Baronio en las anotaciones del Martirologio, y en el cuarto libro de sus anales.
SAN MOISEN, ANACORETA, OBISPO, Y CONFESOR
Los varones santos, y grandes amigos de Dios, no solamente son luz, y ornamento
de la Iglesia, sino también presidio, y amparo; y muchas veces defienden con
sus oraciones, y virtudes mejor las provincias, y reinos, que los ejércitos de
los valerosos soldados. Véase esto en el santo anacoreta Moisen, cuya vida
aquí queremos escribir, para que se entienda esta verdad tan clara, y
averiguada. Porque haciendo el emperador Valente, que era hereje arriano, cruda
guerra á la Iglesia católica, persiguiendo á los obispos, y santos, y doctos
varones, que como pilares la sostenían; permitió nuestro Señor, que se
levantasen contra él las naciones bárbaras, y que afligiesen, y destruyesen
muchas provincias de su imperio. Entre estas naciones fué una la de los
sarracenos, que otros llamaban ismaelitas, los cuales hicieron guerra á
Valente, y muerto su príncipe, no por eso la dejaron, antes la continuaron con
mayores fuerzas y valor: porque Mavia, mujer del rey muerto, tomó el gobierno
de la paz, y de la guerra, y con grande ánimo, constancia, y esfuerzo, no de
mujer, sino varonil, dio batalla con su gente al ejército imperial, y le
desbarató, y venció de tal manera, que obligó al emperador á humillarse, y á
pedir paz á una mujer, vencedora de su ejército. No quiso oír la valerosa reina
Mavia la plática de la paz, hasta que perseverando el emperador, y sus
capitanes en su petición, y habiéndola Dios nuestro Señor al corazón (porque se
había hecho cristiana), vino en ello; pero con condición, que le habían de dar
á san Moisen por obispo de su gente. Era Moisen anacoreta, y varón de excelente
santidad, que vivía en aquel desierto, y en los confines de los sarracenos, los
cuales con la vecindad tenían grande noticia de sus grandes virtudes, y
milagros: y como algunos de ellos habían sido enseñados de san Hilarión, abad,
como escribe san Gerónimo en su vida, y alumbrados con la luz del Evangelio; la
reina Mavia deseó tener consigo obispo, que cultivase aquella tierra inculta, y
fomentase aquella centella, que se había encendido en los ánimos de algunos de
sus súbditos. Cuando el emperador Valente entendió la condición, que para
asentar la paz pedía la buena reina; aunque era hereje, y sabia, que Moisen era
católico, disimuló por razón de estado, y mandó, que luego le buscasen, y le
ordenasen obispo, y le entregasen á la reina, por lo mucho que le importaba
asentar paces con ella. Buscaron los ministros del emperador al santo solitario
Moisen: halláronle, y declaráronle la voluntad del emperador, y mucho más la de
Dios, que le había escogido, para que siendo obispo, y dando gusto á la reina,
librase al pueblo romano de aquella tan grande calamidad, que padecía, y con la
paz y quietud sosegase los vientos, y tempestad, que temía, si se continuaba la
guerra. Bajó la cabeza el santo, aunque se tenía por indigno de ser obispo, por
parecerlo, que aquella era voluntad de Dios, que por entonces se quería servir
de él para bien de su pueblo. Lleváronle á Alejandría, para que Lucio patriarca
le consagrase: el cual Lucio era hereje arriano, cruel, y fiera bestia, que con
violencia había entrado en aquella silla, y con extremada rabia y braveza hecho
carnicería de los católicos. Cuando Moisen vio á Lucio; dijo á los capitanes,
que le acompañaban: Yo no soy digno de ser obispo, no lo quiero ser: pero si
Dios quiere, que lo sea, y con su divina providencia lo ha ordenado así,
determinado estoy de no ser obispo por mano de Lucio, ni consentir, que él me
consagre, ni ponga sobre mí sus manos. Turbóse el patriarca hereje, oyendo á
Moisen, y díjole, que debía estar mal informado, y que era justo, que se
informase de su fé antes de condenarle. Aquí el santo respondió: Tus obras
hablan, ó Lucio, y á ellas habernos de dar más crédito que á las palabras: tus
manos están llenas de sangre: los santos obispos, unos echados de sus sillas y
desterrados, otros encarcelados, otros muertos, y todos los católicos,
afligidos, y lastimados por tu causa; ¿y tú quieres, que no creamos más á lo
que vemos, que á lo que oímos? Finalmente, los ministros del emperador, también
por razón de estado convinieron con Moisen, y le llevaron á otros obispos
católicos, que andaban desterrados, para que le consagrasen: para que se
entienda el recato, que debemos tener los católicos en el no comunicar con los
herejes. Consagráronle, y entregáronle á la reina de los sarracenos, que se
alegró por extremo con él; y el santo obispo con su vida celestial, doctrina
admirable, y con los milagros, que Dios obró por él, alumbró aquella gente, la
trajo al conocimiento de Cristo, y la puso debajo del suave yugo del Evangelio,
y la ganó tanto, que la reina Mavia dio su hija por mujer á Víctor, capitán del
ejército imperial; y después andando el tiempo, muerto ya el emperador Valente,
y quemado por los godos, que le habían vencido en batalla, en una pobre
casilla, vinieron los mismos godos sobre Constantinopla, y teniéndola cercada,
y apretada, los sarracenos la socorrieron de tal manera, que no la pudieron
tomar, y alzaron el cerco los godos. Todo esto fué fruto de san Moisen, obispo,
el cual acabó santamente el curso de su peregrinación en paz; y de él hace
mención el Martirologio romano, y el de Beda, Usuardo, y Adon, á los 7 de
febrero; y Rufino, Sócrates, Sozomeno, y Teodoreto, Nicéforo, y el cardenal
Baronio en las anotaciones del Martirologio, y en el cuarto libro de sus anales.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario