LOS SANTOS FAUSTINO Y JOVITA, MÁRTIRES
Los Santos junto a la Santísima Virgen
San Faustino, y san Jovita, fortísimos mártires del
Señor, fueron hermanos, y muy ilustres por sangre, y mucho más por haber sido
cristianos, y haber derramado la suya por Cristo, con un penoso y prolijo
martirio, que padecieron, habiendo sido atormentados muchas veces con penas
atroces y exquisitas, en muchas ciudades de Italia. Nacieron estos
bienaventurados caballeros de Jesucristo, en Bresa, ciudad principal de
Lombardía. Desde niños fueron bien inclinados, modestos, virtuosos, unidos
entre sí con el vínculo de una hermanable caridad. A Fausto, que era el mayor,
ordenó de sacerdote Apolonio, obispo de aquella ciudad; y á Jovita, de diácono.
Comenzaron los santos hermanos á ejercitar sus oficios con grande
aprovechamiento de los pueblos, y edificación de los fieles; y muchos gentiles
por su predicación se convertían á nuestra fé, y desterradas las tinieblas de
su ignorancia, recibían la luz del sagrado Evangelio. Iba esto creciendo, de
manera, que la religión cristiana florecía, y la de los falsos dioses cada día
iba en mayor disminución, y la fama de los hermanos se extendía por toda
aquella comarca, y llegaba á algunas ciudades más apartadas, y remotas. Más el
demonio, queriendo estorbar este feliz progreso, movió á un ministro suyo, y
grandísimo enemigo de Cristo y de su Iglesia, que se llamaba Itálico, que
persuadiese al emperador Adriano, que llevase adelante la persecución contra
los cristianos, que Trajano su predecesor había comenzado, y quitase la vida á
Faustino y Jovita, que eran los principales predicadores de aquella
superstición, si quería tener propicios á los dioses, y seguro su imperio. El
emperador, dio al mismo Itálico amplia comisión, para proceder contra los dos
santos hermanos, y contra los demás cristianos. Llegado á Bresa, Itálico mandó
prender á Faustino y Jovita: propúsoles el mándalo del emperador: exhortóles á
obedecerle: prometióles grandes dones, si obedecían, y graves tormentos, si lo
dejaban de hacer: y hallándolos en la confesión de la fé valerosos, y
constantes, no quiso pasar adelante, hasta que el mismo emperador, que iba á
Francia, entrase en la ciudad de Bresa, así para saber de él su voluntad, como
por ser los santos personas tan ilustres, y tan emparentadas. Vino el
emperador: supo lo que pasaba; tentó inclinarlos á la adoración de sus dioses,
y mandólos llevar al templo del sol, en el cual estaba una estatua del mismo
sol, riquísimamente adornada, y en la cabeza tenía muchísimos rayos de oro
fino, que maravillosamente resplandecían. Hicieron los santos oración á Dios del
cielo; y luego la estatua se paró como un hollín, y los rayos de la cabeza,
como un carbón. Espantóse el emperador, que estaba presente, y mandó á los
sacerdotes, y ministros del templo, que limpiasen la estatua del sol, y
sacudiesen aquel hollín; y en poniendo ellos las manos en ella, luego cayó, y
se deshizo, y se convirtió en ceniza.
Embravecióse el
emperador con este suceso, y condenó á los dos santos á las fieras. Echáronles
cuatro leones ferocísimos, los cuales dando unos bramidos espantosos, que
hacían temblar á los gentiles, que allí estaban, se llegaron á los santos
hermanos mansamente, y comenzaron á lamerles los pies: echaron también
leopardos, osos, y otras bestias fieras, y para irritarlas, y hacerlas más
crueles, y bravas, les ponían hachas ardiendo á los costados; pero todas ellas
eran como ovejas para los santos; y para los ministros del emperador fueron tan
bravas, que á todos los despedazaron: y queriendo los sacerdotes de los templos
atribuir este milagro á Saturno, y llegarse á los santos con una estatua suya,
para que le reverenciasen; las fieras los asaltaron, y mataron á bocados, y con
ellos á Itálico, principal autor de esta persecución, que iba en su compañía.
Clamaban los gentiles á grandes voces, y decían, Saturno dios, ayuda á tus
ministros; mas su misma estatua quedó ahí en el suelo pisada de las bestias
fieras, y bañada de sangre de sus sacerdotes. La mujer de Itálico, llamada
Afra, cuando supo la muerte de su marido, vino con gran furia al teatro, donde
estaba el emperador, y con voz lamentable, y enojada, le dijo: ¿Qué dioses son
estos, que adoras, ó emperador? Dioses, que no pueden librar á sus sacerdotes,
ni aun á sí mismos, y por ellos, y por tí yo he quedado hoy viuda: y así ella
se convirtió á la fé; y otros muchos, de los que estaban presentes, entre ellos
Calocero, hombre principal en la corte y casa imperial, con gran parte de los
criados, y ministros. Y para que se viese, que aquellas maravillas eran obras
de Dios, que conservaba la natural crueldad en aquellas bestias, para que usasen
de ella contra los gentiles, y fuesen mansas y blandas para con los santos;
ellos les mandaron, que sin hacer daño á ninguno, saliesen fuera de la ciudad;
y así lo hicieron, y se fueron á los desiertos. Mandó después de esto Adriano
echar los santos en el fuego; y ellos estaban en medio de las llamas, como en
una cama regalada, alabando, y cantando himnos al Señor. Echáronles de nuevo á
la cárcel, y dieron orden, de que no entrase nadie á ellos, ni que se les diese
cosa de comer, ni beber, para que pereciesen de hambre y sed. Pero ¿quién
puede contrastar contra Dios? Vinieron los ángeles del cielo á confortar, y
alegrar á los esforzados guerreros del Señor; alumbraron con luz celestial
aquellas mazmorras tenebrosas, y dieron mayor consuelo, á los que estaban
consolados, porque padecían por su Señor.
Mas viendo el
emperador la constancia de los mártires, y los muchos, que por su ejemplo se
habían convertido á Cristo, y la parte, que tenían en la ciudad; temiendo
alguna sedición, mandó matar á los que habían creído con Calocero, y llevar al
mismo Calocero, y á los santos hermanos Faustino y Jovita, encadenados á Milán,
para donde él se partía. Allí fueron de nuevo atormentados: atáronlos á todos
tres en el suelo boca arriba, y echáronles plomo derretido con unos embudos por
la boca, para que les quitase la respiración, y la vida; más el plomo, como si
tuviera sentido, no haciendo daño á los mártires, quemaba á los crueles
verdugos. Pusiéronlos en el potro y aplicaron planchas encendidas á sus
costados; y Calocero, sintiendo gravísimo dolor del fuego, que le penetraba las
entrañas, dijo á Faustino y Jovita: Rogad á Dios por mí, ó santos mártires; que
este fuego me atormenta mucho. Y ellos respondieron: Ten fuerte, Calocero: que
esto poco durará, y el favor del Señor será contigo: y así fué; porque luego se
sintió Calocero recreado, y tan confortado, que les dijo, que no sentía dolor.
Y por más que echaron estopa, resina y aceite, y encendieron un gran fuego
alrededor de los santos: todo perdió su fuerza, y no fué parte, para que ellos
no estuviesen muy contentos, y alabasen al Señor: por lo cual muchos de los
circunstantes, maravillados de lo que veían, y entendiendo, que aquellas no
eran, ni podían ser obras de nuestra flaca naturaleza; conocieron al autor y
obrador de tan grandes milagros, y se convirtieron. Y el emperador no sabiendo
ya que hacerse, y teniendo por afrenta ser vencido de los santos mártires,
entregó á Calocero á un gobernador de los suyos, llamado Antíoco, para que le
martirizase: y partiéndose para Roma, mandó llevar tras sí á Faustino y Jovita,
y llegados á aquella ciudad, fueron de nuevo cruelmente atormentados, y
visitados y consolados del sumo pontífice. De allí los llevaron á la ciudad de
Nápoles, y de nuevo les dieron otros exquisitos tormentos, y los echaron en el
mar: más el ángel del Señor los libró, y por virtud del mismo Señor, que
peleaba en ellos, salieron vencedores, y más puros y resplandecientes con los
tormentos, como el oro en el crisol. Finalmente los volvieron á Bresa, su
principal ciudad, para que los que con su vida y constancia se habían
convertido á la fé de Jesucristo, se encogiesen, y atemorizasen con su muerte.
Esto pretendían los tiranos; y Dios por este medio
honrar, é ilustrar, y defender aquella ciudad, donde estos santos habían
nacido, con la sangre, é intercesión y merecimientos de ellos. Allí fueron
degollados, y fuera de la puerta que va á Cremona, puestos de rodillas, y
encomendando su espíritu al Señor, que les había dado fuerzas para pelear
valerosamente en tantas y tan duras batallas, y ahora los hacia dignos de sí, y
los daba corona de martirio: el cual fué á los 15 de febrero, del año de
nuestra salud de 122, según Baronio; y el mismo día celebra la Iglesia su
fiesta. El Martirologio romano dice, que fueron martirizados por el emperador
Adriano; y el Breviario romano, que en la persecución de Trajano. Los tormentos
de estos santos fueron tantos, y duraron tanto tiempo, que pudo Trajano
comenzarlos, y acabarlos Adriano; aunque lo más probable parece, que todo fué
en tiempo de Adriano, el cual no movió propia persecución contra la Iglesia,
sino continuó la que Trajano su predecesor había comenzado; y así se pudo
llamar persecución de Trajano, tomando el nombre de su autor.
LOS SANTOS FAUSTINO Y JOVITA, MÁRTIRES
LOS SANTOS FAUSTINO Y JOVITA, MÁRTIRES
Los Santos junto a la Santísima Virgen
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Embravecióse el emperador con este suceso, y condenó á los dos santos á las fieras. Echáronles cuatro leones ferocísimos, los cuales dando unos bramidos espantosos, que hacían temblar á los gentiles, que allí estaban, se llegaron á los santos hermanos mansamente, y comenzaron á lamerles los pies: echaron también leopardos, osos, y otras bestias fieras, y para irritarlas, y hacerlas más crueles, y bravas, les ponían hachas ardiendo á los costados; pero todas ellas eran como ovejas para los santos; y para los ministros del emperador fueron tan bravas, que á todos los despedazaron: y queriendo los sacerdotes de los templos atribuir este milagro á Saturno, y llegarse á los santos con una estatua suya, para que le reverenciasen; las fieras los asaltaron, y mataron á bocados, y con ellos á Itálico, principal autor de esta persecución, que iba en su compañía. Clamaban los gentiles á grandes voces, y decían, Saturno dios, ayuda á tus ministros; mas su misma estatua quedó ahí en el suelo pisada de las bestias fieras, y bañada de sangre de sus sacerdotes. La mujer de Itálico, llamada Afra, cuando supo la muerte de su marido, vino con gran furia al teatro, donde estaba el emperador, y con voz lamentable, y enojada, le dijo: ¿Qué dioses son estos, que adoras, ó emperador? Dioses, que no pueden librar á sus sacerdotes, ni aun á sí mismos, y por ellos, y por tí yo he quedado hoy viuda: y así ella se convirtió á la fé; y otros muchos, de los que estaban presentes, entre ellos Calocero, hombre principal en la corte y casa imperial, con gran parte de los criados, y ministros. Y para que se viese, que aquellas maravillas eran obras de Dios, que conservaba la natural crueldad en aquellas bestias, para que usasen de ella contra los gentiles, y fuesen mansas y blandas para con los santos; ellos les mandaron, que sin hacer daño á ninguno, saliesen fuera de la ciudad; y así lo hicieron, y se fueron á los desiertos. Mandó después de esto Adriano echar los santos en el fuego; y ellos estaban en medio de las llamas, como en una cama regalada, alabando, y cantando himnos al Señor. Echáronles de nuevo á la cárcel, y dieron orden, de que no entrase nadie á ellos, ni que se les diese cosa de comer, ni beber, para que pereciesen de hambre y sed. Pero ¿quién puede contrastar contra Dios? Vinieron los ángeles del cielo á confortar, y alegrar á los esforzados guerreros del Señor; alumbraron con luz celestial aquellas mazmorras tenebrosas, y dieron mayor consuelo, á los que estaban consolados, porque padecían por su Señor.
Esto pretendían los tiranos; y Dios por este medio
honrar, é ilustrar, y defender aquella ciudad, donde estos santos habían
nacido, con la sangre, é intercesión y merecimientos de ellos. Allí fueron
degollados, y fuera de la puerta que va á Cremona, puestos de rodillas, y
encomendando su espíritu al Señor, que les había dado fuerzas para pelear
valerosamente en tantas y tan duras batallas, y ahora los hacia dignos de sí, y
los daba corona de martirio: el cual fué á los 15 de febrero, del año de
nuestra salud de 122, según Baronio; y el mismo día celebra la Iglesia su
fiesta. El Martirologio romano dice, que fueron martirizados por el emperador
Adriano; y el Breviario romano, que en la persecución de Trajano. Los tormentos
de estos santos fueron tantos, y duraron tanto tiempo, que pudo Trajano
comenzarlos, y acabarlos Adriano; aunque lo más probable parece, que todo fué
en tiempo de Adriano, el cual no movió propia persecución contra la Iglesia,
sino continuó la que Trajano su predecesor había comenzado; y así se pudo
llamar persecución de Trajano, tomando el nombre de su autor.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc
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