SAN JULIÁN, SANTA BASILISA, SAN ANTONIO, SAN ATANASIO, SAN CELSO Y SANTA MARCIONILA, MÁRTIRES
Julián aunque exteriormente se mostraba alegre y risueño, interiormente
estaba muy sobre sí; y con singular afecto, y amor de la castidad, encomendaba
al Señor, que le guardase. Venida la noche, y estando los desposados juntos en
su tálamo, á deshora, y fuera de tiempo, se sintió en el aposento un olor
suavísimo de rosas y azucenas. Quedó maravillada Basilisa, y preguntó á su
esposo, qué olor era aquel, que sentía, y de dónde venía; porque no era tiempo
de flores, y aquella mas parecía fragancia del cielo, que de la tierra, y de la
tal manera le robaba el corazón, que le hacía olvidar, que era su esposa, y de
los deleites conyugales. Respondió Julián: El olor suavísimo, que sientes, no
es, ó Basilisa esposa mía, ocasionado del tiempo, sino de Cristo, amador de la
castidad; y á los que la guardan, los ama, y regala mucho, y les da la vida
eterna; la cual yo de su parte te prometo, si consintieres conmigo, para que
los dos, ofreciéndolo nuestra virginidad, vivamos castos, como hermano y
hermana, y cumplamos sus mandamientos, y seamos vasos dignos de su divina
gracia. Oyendo estas razones Basilisa á su esposo Julián, le respondió, que
ella tenia muy bien entendido ser verdad, lo que le decía, y que ninguna cosa
le podría ser más agradable, que guardar la castidad con él, y sirviendo á
Dios, alcanzar la corona, que él tenía prometida á las vírgenes. Levantóse
luego Julián de su cama, y postrado en el suelo, hizo gracias á nuestro Señor
por aquella merced, que les había hecho, suplicándole afectuosamente, que le
confirmase en sus buenos propósitos y deseos: lo mismo hizo Basilisa, poniéndose
de rodillas junto á su esposo; y estando ambos en esto, comenzó á temblar el
aposento, y resplandeció de repente una luz tan celestial y excesiva que
obscureció todas las lumbres, que había en él. Aparecieron allí en el aposento
dos coros: el uno de gran multitud de santos, en que Cristo nuestro Redentor
presidia; y el otro de ¡numerables vírgenes que tenían en medio á la Virgen de
las vírgenes, y Madre de Dios nuestra Señora. El coro de los santos comenzó á
cantar dulcemente: «Vencido has, Julián: vencido has:» el de las vírgenes
continuaba la música con sumísima armonía, diciendo: «Bendita eres Basilisa,
que seguiste los santos consejos: y menospreciando los engañosos deleites del
mundo, te hiciste digna de la eterna vida». Vinieron luego por mandato del
Salvador dos varones vestidos de blanco, ceñidos sus pechos con cintas de oro,
que traían dos coronas en sus manos; y llegándose á Julián y Basilisa, les
dijeron: «Levantaos como vencedores, y seréis escritos en nuestro número»; y tomando
las manos á los dos santos, se las juntaron. Después de esto vieron un libro
resplandeciente más que !a plata acendrada, escrito con letras de oro, y fué
mandado á Julián, que leyese en él, y él leyó esta sentencia: «Cualquiera que
deseando servir á Dios, menospreciare los vanos gustos del mundo, como tú,
Julián, has hecho; será escrito en el número de aquellos, que no se
amancillaron con mujeres: y Basilisa, por el ánimo, que tiene de permanecer
virgen, será puesta en el coro de las vírgenes, cuyo primer lugar tiene María,
Madre de Jesucristo». Cerróse luego el libro, y toda aquella multitud de santos
dijeron: «Amen»; y el anciano que le tenía: «En este libro» dijo «que veis,
están escritos los hombres castos, templados, verdaderos, misericordiosos,
humildes y mansos: los que tuvieron caridad no fingida, y paciencia en sus
trabajos: los que dejaron por Cristo el padre, y la madre, los hijos, hacienda
y riquezas, y los que dieron por Cristo sus vidas, como tú, Julián, la darás».
Con esto desapareció, aquella visión, y Julián y Basilisa quedaron regalados
del Señor, gastando toda aquella noche en oración y en himnos, y cánticos en su
alabanza, haciéndoles infinitas gracias por aquella incomparable merced, que
les había hecho. Amaneció el día siguiente, y los santos, disimulando, lo que
habían visto, y encubriendo la determinación, que tenían, cumplieron
exteriormente con la fiesta del matrimonio y con la mucha gente, que á darles
el parabién concurrían. Poco después llevó nuestro Señor para sí á los padres
de Julián, y de Basilisa, con muerte natural, dejándolos á ellos herederos de sus
haciendas, que eran riquísimas. Ellos comenzaron luego á gastarlas con larga
mano en socorrer las necesidades de los pobres: y no contentándose con remediar
las de los cuerpos; para ganar las almas y traerlas más á Dios, se apartaron, y se
fueron á vivir en dos casas distantes: á la de Julián acudían varones de todas
condiciones y estados, y él los instruía con su ejemplo y dulces palabras, y
les enseñaba, que so abrazasen con Cristo, y diesen libelo de repudio á todas
las cosas del siglo: y muchos lo hacían, y seguían los consejos evangélicos: y
para poderlo mejor hacer, fundaban monasterios, y se encerraban en ellos, los
cuales gobernaba san Julián: lo mismo hizo por su parte Basilisa, por cuya
santa vida, y celestiales amonestaciones, muchas doncellas, y mujeres hicieron
divorcio con los deleites de la carne: y dejando sus padres, parientes, casas y
haciendas; vivían en vida religiosa, debajo de su obediencia, y santa
disciplina. La fama de Julián y Basilisa volaba por muchas parles, con gran gloria
de Cristo, y edificación de los fieles.
En este tiempo la persecución de los emperadores Diocleciano y Maximiano,
estaba en su colmo, y la santa Iglesia en muy grande trabajo y peligro: y los
santos Julián y Basilisa con gran cuidado, y solicitud procuraban con ayunos, y
oraciones aplacar al Señor, y suplicábanle, que mirase con ojos blandos, y amorosos
á todos los fieles, y no permitiese, que ninguno de los hombres, ni de las mujeres,
que estaban á su cargo, y se empleaban en su servicio, faltase, sino que á todos
les diese el don de la perseverancia, para derramar la sangre por él. Tuvo una
revelación santa Basilisa, en que Dios le declaró, lo que de ella, y de Julián,
con todos los que estaban á su cargo en Antioquia. había de ser, asegurándola,
que la castidad siempre vence y nunca es vencida: y que habiendo primero
recogido para sí todas las mujeres, que tenia consigo, ella las seguiría,
acabando naturalmente el curso de su vida; y que Julián pelearía y padecería
grandes fatigas por su amor: mas que vencería, y triunfaría gloriosamente. Dio parte de toda su revelación Basilisa á
Julián, y como había visto á Jesucristo nuestro Señor resplandeciente más que
el sol, cuando sale por la mañana. Después juntó á sus monjas, é hízoles una plática
exhortándolas á purificar sus almas, y á aparejarse para gozar en el cielo de
los castísimos abrazos de su dulce esposo, y particularmente á no tener entre
sí ira, ni enojo: porque la virginidad de la carne vale poco, cuando no hay paz
y sosiego de corazón. Mientras la santa hablaba con sus hijas, el lugar, donde
estaba, tembló, y se vio en él una
columna de fuego, en la cual estaban escritas con letras de oro estas palabras:
«Todas las vírgenes, de las cuales tú eres capitana y maestra, me son
gratísimas, y no hay cosa en ellas, que me ofenda. Por tanto venid, vírgenes, y
gozad del lugar, que os tengo aparejado». Oyendo esto todas aquellas santas
doncellas, se recrearon sumamente en el Señor, y le alabaron por aquel favor,
que les hacía, y se aparejaron para morir, ó por mejor decir, para por medio de
la muerte ir á gozar de la eterna vida. Todas murieron en espacio de seis
meses, como Dios se lo había revelado á Basilisa; y ella después, estando en
oración, siguió á sus hijas, y dio su espíritu á su esposo, y fué á gozar con
ellas de su bienaventurada vista. Su cuerpo hizo enterrar Julián con gran
ternura y devoción, y mucha honra, orando y velando algunos días, y noches
sobre su sepultura. De esta manera libró Dios nuestro Señor á santa Basilisa, y
a todas las otras doncellas de su santa compañía, de la furiosa tempestad, que
poco después so levantó en Antioquía contra los cristianos, en la cual san
Julián, y los otros santos varones, que con él estaban, habían de padecer muchos
y grandes tormentos por Jesucristo, y alcanzar gloriosas victorias, como
valerosos guerreros: lo cual sucedió de esta manera.
Vino á Antioquía por presidente, y lugarteniente del emperador,
Marciano, hombre cruel y fiero, celoso del culto de sus dioses, y tan
encarnizado en la sangre de cristianos como su amo. Mandó, que ninguno pudiese
comprar, ni vender cosa alguna, si primero no adoraba á un ídolo, que tenia
puesto en cada lugar de su gobierno; y los moradores de Antioquía eran forzados
á tener cada uno en su casa un ídolo. Supo el presidente, que estaba allí san
Julián, y la calidad, y nobleza de su persona, la mucha gente, que le seguía, y
la gran parte, que tenía en aquella ciudad. Envió á su asesor, para que le
hablase blandamente, y le mostrase los mandatos del emperador, y le exhortase á
obedecerlos. Fué el asesor, y hallóle con muchos sacerdotes, diáconos, y
ministros de la Iglesia, los cuales estaban algo temerosos, aguardando, en qué había
de parar aquel nublado tan terrible, y tenebroso, que amenazaba. Habló el
santo, y animólos á morir por Cristo: y habiendo hecho oración, y la señal de
la cruz en la frente, salió al juez, que le buscaba; y después de una larga
plática, que tuvo con él, se resolvió, á que él, y todos los que estaban con
él, no obedecerían al emperador, ni adorarían á sus falsos dioses, sino á
Jesucristo su único Salvador, y Señor. Fué tanto lo que Marciano sintió esta
respuesta, que loco, y ciego de rabia, y furor, mandó poner fuego en aquella
casa, y quemar toda aquella santa, é ilustre compañía de san Julián, y á él
solo prender, y echar a la cárcel. Todos fueron quemados, é hicieron un
suavísimo sacrificio, y holocausto de sí, ofreciendo al Señor los cuerpos, que
de él habían recibido: y para que se viese, cuan acepto le había sido este
sacrificio, mucho tiempo duró una gran maravilla, que los que por allí pasaban
á las horas del día, que en la iglesia se suelen cantar los oficios divinos
oían una música celestial, y los que estaban enfermos, oyéndola, quedaban
sanos. Mandó el presidente traer á Julián á su presencia, y toda la ciudad por
el mucho amor, que le tenía, concurrió á verle pelear con el demonio, que así
llamaban al presidente; el cual, habiendo tentado con todas las artes, que
pudo, el pecho de san Julián, y dándole muchos asaltos con maña, y con fuerza,
con halagos, y amenazas, para rendirle á su voluntad; y hallándole siempre
constante, y fuerte, le mandó atormentar cruelmente con azotes, y palos nudosos.
Mientras que le atormentaban, uno de los ministros del presidente perdió un
ojo, en que se descargó un golpe, de los que daban al santo: lo cual permitió
el Señor, para ilustrar más su gloria, con lo que por esta ocasión después
sucedió; porque san Julián dijo á Marciano, que mandase juntar todos los
sacerdotes, para que hiciesen sus plegarias, y sacrificios á sus dioses, y les
suplicasen, que restituyesen el ojo á aquel hombre, que le había perdido; y que
si ellos no pudiesen, y él no solamente le diese vida corporal, sino también
alumbrase su alma; que entonces conociese, y confesase el presidente la
diferencia, que hay entre las piedras, que él adoraba, y tenía por dioses, y el
Dios vivo, y verdadero, y señor de todo lo criado, que adoraban los cristianos.
Hízose así: vinieron los sacerdotes de los ídolos, é hicieron todas los
diligencias con sus dioses: pero ¿qué ayuda le podían dar, para que viese aquel
hombre, las piedras, que no le veían, ni sentían? Oyéronse lamentables voces de
los demonios, que en los ídolos clamaban: Dejadnos; porque estamos condenados á
perpetuo fuego, y desde el punto que ha sido preso Julián, se han multiplicado
nuestras penas: ¿cómo queréis, quedemos nosotros luz, estando en tinieblas?
Demás de esto, por la oración de san Julián, más de cincuenta estatuas de los
falsos dioses, de oro, y plata, y de otros metales preciosos, que estaban en el
templo, cayeron de repente, y se desmenuzaron, y se hicieron polvo: y san
Julián, haciendo la señal de la cruz, é invocando el nombre del Señor,
restituyó el ojo á aquel hombre tan perfectamente, como si nunca le hubiera
perdido; y lo que es más, esclarecidos los ojos de su alma con la lumbre del
cielo, comenzó á clamar, y á decir á voces, que Cristo era Dios, y solo digno
de ser adorado, y reverenciado: de lo cual Marciano recibió tan grande enojo,
que allí luego le mandó matar, y voló al cielo, bautizado en su sangre. Estaba
el cruel tirano fuera de sí, y lo que Dios obraba por Julián, atribuíalo á arte
mágica, y por esto le mandó llevar por todas las calles de la ciudad cargado de
prisiones, y cadenas, y que en varias partes le fuesen atormentando, con un
pregón, que decía: «De esta manera han de ser tratados los rebeldes á los
dioses, y menospreciadores de los príncipes». Tenía Marciano un solo hijo,
llamado Celso, heredero de su casa, el cual era muchacho, y estaba en el
estudio, por donde había de pasar san Julián, al tiempo que le llevaban á la
vergüenza: al tiempo, pues, que pasaba, salió el muchacho con los otros sus
compañeros á ver al mártir: vióle, y con él gran muchedumbre de ángeles
vestidos de blanco, y de inmensa claridad, que hablaban con él, y algunos le ponían
una corona de oro, y de piedras de inestimable valor sobre la cabeza, tan
resplandeciente, que obscurecía la luz del día. Con esta visión ¡ó potencia del
Crucificado! el muchacho se trocó de tal manera, que arrojando los libros, y
desnudándose sus vestidos, sin poder ser detenido de sus maestros, ni de sus
compañeros, se fué corriendo tras el santo mártir; y hallando, que le estaban
atormentando, se echó á sus pies, besándolos, y protestando, que quería ser su
compañero en los tormentos, para serlo en la gloria; porque hasta allí,
engañado de sus padres, y de los demonios, como ciego le había adorado, y
blasfemado á Jesucristo, que era Dios verdadero, y su vida, y salud, y de todos
los que creen en él. ¡Qué mudanza es esta! ¡Qué nueva luz del cielo! ¿Quién
enseñó á este muchacho? ¡Qué admiración hubo en toda la ciudad! ¡Qué espanto en
aquellos sayones! ¡Cómo se heló Marciano, cuando oyó decir lo que pasaba! Y ¡qué
alegría, y júbilo sintió san Julián, viendo, que los tiernos años triunfaban de
los falsos diosos, y que el hijo vengaba á Cristo de las injurias, que le hacia
su padre! Quisieron apartar al muchacho Celso de san Julián; mas él estaba tan
abrazado con el santo, que no pudieron: porque por voluntad de Dios, á los que querían
echarlo mano: luego se les entorpecían los brazos, y las mismas manos se
secaban, y así fué necesario llevar á los dos juntos delante de Marciano, el
cual, rasgadas sus vestiduras, y herido su rostro, después de haber reprendido
á san Julián, por haber enloquecido con sus hechizos á Celso, y apartado al hijo
de su padre, y quitado á los dioses, al que con tanta piedad los adoraba, procuró
reducir á su hijo á su voluntad: y lo mismo hizo Marcionila, que acompañada de
muchas criadas, y matronas, vino á este espectáculo, haciéndose carne, y
dándose muchos golpes, y mostrando al hijo, para enternecerlo, los pechos, que había
mamado: mas el hijo Celso respondió, nó como niño, sino como varón
sapientísimo, como mozo en los años, y viejo en seso, y sobre todo, como el que
estaba ya vestido, y adornado de la luz del cielo, y de la virtud de Dios: «La
rosa, dice, por nacer de las espinas, no pierde su olor suavísimo: ni las
espinas, por haber producido la rosa, dejan de punzar, y lastimar. Haz, ó padre
mío, tu oficio de lastimar, como espina; que yo, como rosa, procuraré dar buen
olor de mí á los fieles. Los que tomen perder la vida temporal, te obedezcan,
que yo, porque pretendo ganar la eterna, no te obedeceré. Por amor del Padre
Eterno, que es mi verdadero padre no te conozco por padre. O Marciano, tú por
amor de tus dioses puedes negarme por hijo, y atormentarme como enemigo. No te
hago agravio: antepongo á tu amor la eterna bienaventuranza; y por ser cruel contra
mí, no soy piadoso para contigo». Salió de sí el desventurado padre, y mandó
echar á san Julián, y á su mismo hijo en un profundo calabozo, sucio, hediondo,
y tenebroso, lleno de muchos gusanos, y de un mal olor incomparable: mas el
Señor le ¡lustró con inmensa luz, y convirtió el mal olor en una fragancia
suavísima: lo cual fué ocasión, para que veinte soldados, que tenían de guarda,
se convirtiesen; y por voluntad del Señor vinieron á la cárcel, guiados de un ángel,
siete caballeros cristianos hermanos, y con ellos un sacerdote, llamado
Antonio: el cual bautizó á Celso el hijo de Marciano, y á los veinte soldados,
que siendo guardas, se habían convertido. De todo fué avisado el presidente, y
él dio noticia de ello á los emperadores, los cuales le mandaron, que á san
Julián, y á todos los que en su compañía seguían la fé de Cristo, los
atormentase, y matase, haciéndolos quemar en unas cubas empegadas, llenas de
aceite, pez, y resina, y otras cosas, que son materia, en que se ceba el fuego.
Con esta respuesta de los emperadores mandó Marciano poner su tribunal en la
plaza, y traer delante de sí á san Julián, y á todos los otros sus santos
compañeros: y estando dando, y tomando en aquel negocio, sucedió, que pasando por
allí con un hombre muerto, que le llevaban á enterrar ciertos gentiles, el
presidente los mandó parar, y para hacer burla de san Julián, le rogó, que lo
resucitase. San Julián lo hizo con gran facilidad, no mirando á la intención de
Marciano, ni á lo que su incredulidad merecía, sino esperando, que con aquel
milagro la gloria de Cristo crecería, y los gentiles quedarían confusos, y más
animados los cristianos. Quedó asombrado el presidente, cuando vio delante de sus ojos vivo, al que era muerto,
y mucho mas, cuando le oyó hablar, y decir á grandes voces, que los dioses, que
adoraban, eran demonios, y Jesucristo solo Dios verdadero; y que llevándolo
ciertos negros, y monstruos horribles al fuego eterno, por haber sido gentil,
Dios le había mandado volver al cuerpo, para que hiciese penitencia, por la oración
de san Julián, y para que después de muerto confesase por Dios, al que en vida había
negado. No bastó este otro testimonio del cielo tan grande, y tan fuerte, para ablandar
el corazón de Marciano, más duro que las piedras; antes mandó prender al muerto
resucitado, para que tornase á morir por Cristo con los santos mártires, que
allí estaban: y porque no le sufría el corazón ver morir á su propio hijo, cometió
la causa á su teniente, y él muy triste, y lloroso se retiró á su casa. Diose
la sentencia cruel, y aparejándose treinta y una cuba llenas de resina, y pez, desnudaron
á los mártires, y echáronlos en ellas, y pegáronles fuego delante de toda la
ciudad de Antioquía, que había concurrido á este espectáculo. Los ministros del
tirano atizaban, y encendían el fuego: el pueblo daba gritos, y alaridos, y
derramaba muchas lágrimas, viendo morir con un género de muerte tan penosa á
san Julián, y al niño Celso, y á tantos inocentes. Los santos mártires,
teniendo los ojos puestos en el cielo, con un humilde, manso, y alegre corazón hacían
gracias ol Señor por aquella señalada merced, que les hacía, y se le ofrecían,
como holocausto, en olor de suavidad. Todos los ángeles estaban á la mira,
maravillados de tan gran fortaleza, y constancia; y el Señor de los ángeles, que
se la estaba dando para ser mas glorificado en ellos, hizo, que se apagase el
fuego, y que de él saliesen los santos mas resplandecientes, y puros, que sale
el oro del crisol, sin lesión alguna, y que en medio de las llamas oyesen voces
de ángeles, que les daban música. Quedó como muerto Marciano, cuando oyó, lo
que Dios había obrado con sus santos; aunque, creyendo siempre, que eran artes
de nigromancia, y nó virtud de Dios, no se enmendó, antes preguntó á san
Julián, ¿dónde, y cómo había aprendido tanto de arte mágica, que tales cosas
hacia? Y pidióle por el Dios, que adoraba, que le dijese la verdad: y el santo
le respondió, que Dios era el autor de semejantes maravillas, y que el modo,
para hacerse, era trabajar en echar de sí, como inútiles, los cuidados de este
siglo, y servir á Cristo, y no anteponer á su amor, padre, ni madre, mujer, ni
hijos, ni otra cosa temporal, y caduca de esta vida: porque el que tuviese,
dice, cuidado de remediar las necesidades de los pobres: el que no se dejare sujetar
de sus apetitos: el que venciere la impaciencia con la paciencia, y las
injurias con buenas obras: el que procurare mas ser santo, que parecerlo: el
que de veras fuere humilde, y menospreciador del mundo, y se abrazare con
Cristo, y siguiere sus pisadas; eso será verdadero discípulo de Cristo, y hará
las maravillas, que nosotros los cristianos hacemos.
Todo lo que el santo decía al prefecto, era en vano; porque su corazón
estaba empedernido, y obstinado. Mandó encerrar de nuevo á los santos, y entre
ellos á su hijo, y que su mujer Marcionila entrase á verle, y estuviese tres días
con él; porque así se lo había pedido su hijo, y la misma madre lo deseaba,
pensando, con blanduras, y dulzuras de madre atraerle, para que obedeciese á su
padre, y no se perdiese. Entró la madre en la cárcel: pusiéronse los santos en
oración, suplicando á nuestro Señor, que la alumbrase: tembló la cárcel: vióse
en ella un inmenso resplandor, y oyéronse voces del cielo; y por las cosas, que
allí vio, y
oyó Marcionila, se convirtió al Señor, y confesó la fé de Jesucristo, y fué
bautizada del santo sacerdote Antonio, que allí estaba entre los otros
mártires, y su mismo hijo Celso fué su padrino en el bautismo: lo cual todo fué
de increíble alegría para los santos, y nueva cruz, y tormento para Marciano:
el cual ciego y loco, por la rabia, y furor, mandó degollar á los veinte
soldados, que habían creído en Cristo, y quemar á los siete caballeros hermanos,
que de su voluntad habían venido á la cárcel con el sacerdote Antonio, y
guardar al mismo san Antonio, y á san Julián, y al muerto resucitado, y á su
propia mujer, é hijo, para mirar más de espacio, lo que había de hacer con
ellos; porque todavía le tiraba el amor de la mujer, y de su único hijo. Los
soldados fueron degollados, y los siete hermanos quemados, como lo mandó el
presidente.
Había en Antioquía un templo dedicado á los dioses suntuosísimo; porque
el pavimento, y las paredes no eran de mármol, ni de otras piedras ricas, sino
cubiertas de tablas de oro purísimo, y las bóvedas adornadas de piedras
preciosas. Abríase pocas veces este templo, por mayor reverencia. Ordenó
Marciano á los sacerdotes, que aparejasen grandes ofrendas, y sacrificios, para
ofrecer en aquel templo á los dioses inmortales, y con palabras blandas,
viendo, que las duras no aprovechaban, rogó á san Julián, que se reconociese, y
en aquel templo tan ilustre, y magnífico, hiciese reverencia á los dioses,
gobernadores del mundo, y protectores del imperio. Respondióle san Julián, que
hiciese juntar en el templo á todos sus sacerdotes, para que fuesen testigos
del sacrificio, que él ofrecía. Creyó Marciano, que san Julián estaba ya
trocado, y que con el deseo de la vida le quería dar contento, por no morir, y con
grande alegría mandó juntar á todos los sacerdotes, que eran casi mil, y quitar
las prisiones á san Julián, y á sus compañeros, y con gran fiesta, y regocijo
los llevó al templo, á donde innumerable gente había concurrido. Hincó las
rodillas san Julián: armó su frente con la señal de la cruz; y con grande
afecto, ternura, y confianza, suplicó á nuestro Señor, que para gloria suya, y
confusión de la gentilidad ciega, y consuelo de los fieles, destruyese aquel
templo, y todo lo que había en él. En acabando san Julián su oración, y
respondiendo los otros santos cuatro mártires: Amen; todos los ídolos, que había
en el templo, se deshicieron como humo, y el mismo templo se arruinó, y asoló
de tal manera, como si nunca tal templo hubiera habido. Murieron todos los
sacerdotes, y una gran muchedumbre de gente pagana: y Metafraste (que es, el
que escribió esta vida) dice, que hasta á su tiempo salían de aquel lugar llamas
de fuego. ¿Pues qué testimonio es este del poder infinito de nuestro gran Dios,
y Señor? ¿Cuántas muertes padeció Marciano, antes que diese la muerte á san
Julián? No sabía el desventurado, con quien se tomaba, ni lo que había de hacer,
ni donde estaba. Volvieron á la cárcel á los santos mártires; y estando ellos
orando, y cantando alabanzas al Señor, á la media noche les aparecieron, por
una parle, los veinte soldados, y los siete caballeros hermanos, ya gloriosos,
y adornados con ropas de inmensa claridad, y en su compañía otros muchos
sacerdotes, é ilustres mártires: por otra, santa Basilisa con un coro de purísimas
doncellas; y en la cárcel no se oía sino una voz suavísima, que decia: Alleluya, Alleluya. Santa
Basilisa habló á san Julián, diciéndole, que Dios la enviaba para avisarle, que
ya estaba en el fin de sus batallas, y el cielo abierto, y la corona aparejada,
y todos los santos aguardando la hora, en que le habían de recibir á él, y á
sus santos compañeros. Después de esto, otro día fueron sacados a juicio los
santos; y Marciano los mandó atar los dedos de las manos, y de los pies, y
untar las ataduras con aceite, y ponerlos fuego; pero las ataduras se quemaron,
y los santos quedaron sin lesión. Mandó desollar el cuerpo á san Julián, y á
Celso su proprio hijo, y al sacerdote Antonio, y Anastasio (que así se llamaba,
el que había resucitado), arrancar los ojos con garfios de hierro. A su mujer
mandó atormentar en el ecúleo; mas nuestro Señor no lo permitió: porque los
ministros, que lo quisieron ejecutar, quedaron ciegos, y las manos, y brazos se
les secaron; y los santos quedaron como si ninguna cosa hubieran padecido.
Lleváronlos al anfiteatro por orden del presidente, y soltaron todas las bestias fieras, que tenían, para que los despedazasen; mas ellas, olvidadas de su natural fiereza, se echaron á los pies de los santos, y los lamian. Mandó sacar Marciano á todos los presos de la cárcel, que estaban condenados á muerte, y que allí en el teatro los degollasen, y juntamente con ellos á san Julián, y á los otros cuatro sus santos compañeros, para que muriesen como facinerosos, y no á título de religión; ni pareciese, que de ellos quedaba vencido. Los santos fueron descabezados; y al mismo tiempo vino un temblor de tierra tan extraño, que derribó casi la tercera parte de la ciudad, y en todos los lugares, en que había ídolos, cayeron muchos rayos, y mataron gran número de gente de los gentiles, y el mismo prefecto Marciano quedó más muerto que vivo, y apenas pudo escapar; y pocos días después, comido de gusanos, acabó su infelicísima vida, para comenzar aquella muerte, que nunca se acaba. Vinieron la noche siguiente los cristianos y sacerdotes, para recoger los cuerpos de los santos mártires; y como estaban mezclados, y confusos con los otros cuerpos de los hombres facinerosos, que con ellos habían sido muertos, no los pudieron conocer, hasta que hincados de rodillas, y hecha oración al Señor, vieron las almas de los mismos mártires, en figura de doncellas purísimas, y que cada una se sentaba sobre su cuerpo; y de esta manera los conocieron, y con gran devoción y reverencia los sepultaron. Otra maravilla también sucedió, que la sangre, que salió de sus cuerpos, se heló, y se hizo como una masa de pan, mas blanca, que la nieve: de manera que no se empapó en la tierra, que estaba ya regada con la otra sangre de los malhechores. Y nuestro Señor al sepulcro de san Julián hizo muchos, y grandísimos milagros, y no solamente donde estaba su cuerpo, sino en otras muchas partes de la cristiandad, donde se edificaron iglesias en su nombre. El martirio de san Julián fué á los 9 de enero, el año del Señor de 309, imperando en Oriente Maximino, que continuó la persecución de los emperadores Diocleciano, y Maximiano. Su vida escribió Melafraste, y hacen mención de él el Martirologio romano, el de Beda, Usuardo y Adon; y san Isidoro en el breviario toledano, y san Eulogio en el libro, que llamó Memorial de los santos, ponen estos bienaventurados mártires por ejemplo, exhortándonos á todos á morir por Cristo: y con mucha razón; porque si consideramos con atención, lo que aquí queda referido; hallaremos muchos, y grandes motivos para alabar al Señor, y admirarnos de sus secretos juicios, y reverenciar aquella providencia tan inescrutable, con que á unos hace santos, y los regala, favorece, y asiste, para que peleen, y venzan á todo el poder del infierno; y á otros por sus pecados desampara, y castiga: porque, ¿qué mayor maravilla pudo ser, que ver un caballero mozo, noble, y rico, como fué san Julián, dar de mano á todos los regalos, apetitos, y blanduras de la carne, y ofrecer á Dios su castidad? ¿Qué persuadir á su esposa Basilisa, que viviesen como hermanos, y. conservasen perpetuamente la flor de su virginidad? ¿Y que el Señor con tan claras, y evidentes señales del cielo los confirmase en aquel santo propósito, y les diese gracia para perseverar en él, y para que con su ejemplo otros muchos los imitasen? ¿Y qué acabando, Basilisa en santa paz el curso de su peregrinación, y llevando delante un número tan grande de honestísimas doncellas al cielo; quedase vivo Julián para la guerra, y para glorificar más con sus batallas, y triunfos al Rey de los reyes, y Señor de todo lo criado? ¿Cuántos y cuán ilustres milagros sucedieron en su martirio? ¿Cuán duros fueron los tormentos del tirano, y cuan suaves los regalos del Señor? El cual en san Julián quiso mostrar, que todas las criaturas reconocen, y obedecen á su Criador; y que en la ignominia está la gloria, en la pena el deleite, en la muerte la vida, cuando el hombre con fé viva, padece, y muero por su Señor. Marciano tirano se acabó, y no se acabaron sus tormentos: murió san Julián, y vive para siempre. Los templos, y las estatuas de los dioses cayeron, los gentiles fueron abrasados, y la gentilidad por el martirio de san Julián se menoscabó; y la santa Iglesia católica floreció, y la memoria de este glorioso mártir durará para siempre, y los trofeos de sus victorias permanecerán en los siglos de los siglos.
Lleváronlos al anfiteatro por orden del presidente, y soltaron todas las bestias fieras, que tenían, para que los despedazasen; mas ellas, olvidadas de su natural fiereza, se echaron á los pies de los santos, y los lamian. Mandó sacar Marciano á todos los presos de la cárcel, que estaban condenados á muerte, y que allí en el teatro los degollasen, y juntamente con ellos á san Julián, y á los otros cuatro sus santos compañeros, para que muriesen como facinerosos, y no á título de religión; ni pareciese, que de ellos quedaba vencido. Los santos fueron descabezados; y al mismo tiempo vino un temblor de tierra tan extraño, que derribó casi la tercera parte de la ciudad, y en todos los lugares, en que había ídolos, cayeron muchos rayos, y mataron gran número de gente de los gentiles, y el mismo prefecto Marciano quedó más muerto que vivo, y apenas pudo escapar; y pocos días después, comido de gusanos, acabó su infelicísima vida, para comenzar aquella muerte, que nunca se acaba. Vinieron la noche siguiente los cristianos y sacerdotes, para recoger los cuerpos de los santos mártires; y como estaban mezclados, y confusos con los otros cuerpos de los hombres facinerosos, que con ellos habían sido muertos, no los pudieron conocer, hasta que hincados de rodillas, y hecha oración al Señor, vieron las almas de los mismos mártires, en figura de doncellas purísimas, y que cada una se sentaba sobre su cuerpo; y de esta manera los conocieron, y con gran devoción y reverencia los sepultaron. Otra maravilla también sucedió, que la sangre, que salió de sus cuerpos, se heló, y se hizo como una masa de pan, mas blanca, que la nieve: de manera que no se empapó en la tierra, que estaba ya regada con la otra sangre de los malhechores. Y nuestro Señor al sepulcro de san Julián hizo muchos, y grandísimos milagros, y no solamente donde estaba su cuerpo, sino en otras muchas partes de la cristiandad, donde se edificaron iglesias en su nombre. El martirio de san Julián fué á los 9 de enero, el año del Señor de 309, imperando en Oriente Maximino, que continuó la persecución de los emperadores Diocleciano, y Maximiano. Su vida escribió Melafraste, y hacen mención de él el Martirologio romano, el de Beda, Usuardo y Adon; y san Isidoro en el breviario toledano, y san Eulogio en el libro, que llamó Memorial de los santos, ponen estos bienaventurados mártires por ejemplo, exhortándonos á todos á morir por Cristo: y con mucha razón; porque si consideramos con atención, lo que aquí queda referido; hallaremos muchos, y grandes motivos para alabar al Señor, y admirarnos de sus secretos juicios, y reverenciar aquella providencia tan inescrutable, con que á unos hace santos, y los regala, favorece, y asiste, para que peleen, y venzan á todo el poder del infierno; y á otros por sus pecados desampara, y castiga: porque, ¿qué mayor maravilla pudo ser, que ver un caballero mozo, noble, y rico, como fué san Julián, dar de mano á todos los regalos, apetitos, y blanduras de la carne, y ofrecer á Dios su castidad? ¿Qué persuadir á su esposa Basilisa, que viviesen como hermanos, y. conservasen perpetuamente la flor de su virginidad? ¿Y que el Señor con tan claras, y evidentes señales del cielo los confirmase en aquel santo propósito, y les diese gracia para perseverar en él, y para que con su ejemplo otros muchos los imitasen? ¿Y qué acabando, Basilisa en santa paz el curso de su peregrinación, y llevando delante un número tan grande de honestísimas doncellas al cielo; quedase vivo Julián para la guerra, y para glorificar más con sus batallas, y triunfos al Rey de los reyes, y Señor de todo lo criado? ¿Cuántos y cuán ilustres milagros sucedieron en su martirio? ¿Cuán duros fueron los tormentos del tirano, y cuan suaves los regalos del Señor? El cual en san Julián quiso mostrar, que todas las criaturas reconocen, y obedecen á su Criador; y que en la ignominia está la gloria, en la pena el deleite, en la muerte la vida, cuando el hombre con fé viva, padece, y muero por su Señor. Marciano tirano se acabó, y no se acabaron sus tormentos: murió san Julián, y vive para siempre. Los templos, y las estatuas de los dioses cayeron, los gentiles fueron abrasados, y la gentilidad por el martirio de san Julián se menoscabó; y la santa Iglesia católica floreció, y la memoria de este glorioso mártir durará para siempre, y los trofeos de sus victorias permanecerán en los siglos de los siglos.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc
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