Madonna del Miracolo
Nuestra Señora del Milagro
Plinio Corrêa de Oliveira
En 1842, un hombre judío francés, de 28 años de edad, llamado Alfonso Ratisbonne estaba de visita en Roma. Él era
el hijo menor de una importante familia de banqueros de Estrasburgo con una
estrecha relación con los Rothschild. Como sucede a menudo con los judíos de
Europa, una familia toma el nombre de una ciudad. El francés Ratisbonne viene
de Ratisbona, el nombre latino de Regensburg, una famosa ciudad alemana cercana
a Munich. Alfonso era un judío por raza y religión, virulentamente anticatólico
y libertino en sus costumbres.
La Medalla Milagrosa que Ratisbonne llevaba
cuando la Virgen se le apareció
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Una tarde, durante una animada conversación en la que Ratisbonne ridiculizaba
las supersticiones de la religión católica, el barón desafió a Ratisbonne a
someterse a una simple prueba de ponerse la Medalla Milagrosa. Sorprendido,
pero con ganas de demostrar la ineficacia de tales adornos religiosos,
Ratisbonne consintió y permitió que la joven hija del barón le pusiera la
medalla alrededor de su cuello. El barón de Bussières también insistió en que
Ratisbonne recitase la oración "Acordaos" (Memorare) una vez al día. Ratisbonne prometió diciendo:
“Si no me hace un bien, al menos no me hará ningún daño”.
El barón y un cercano círculo de aristocráticos amigos
aumentaron sus oraciones por el escéptico judío. Es notable destacar que entre
ellos había un devoto católico que estaba gravemente enfermo, el conde
Laferronays, que ofreció su vida por la conversión del “joven judío”. En el mismo
día Laferronays entró en una iglesia y rezó más de 20 Memorares por esta
intención, sufrió una ataque al corazón, recibió los últimos sacramentos, y
murió.
Al día siguiente, su amigo el barón de Bussières
iba en camino para organizar el funeral del conde en la Basílica de San Andrea
delle Fratte y se encontró con Ratisbonne. Él le pidió que lo acompañara y que
lo esperase en la iglesia mientras organizaba algunos asuntos con el sacerdote
en la sacristía.
Ratisbonne no acompañó a su amigo a la sacristía. Deambuló
por la iglesia admirando los bellos mármoles y diversas obras de arte. Mientras
estaba de pie ante un altar lateral dedicado a San Miguel Arcángel, Nuestra
Señora de repente se le apareció. Era 20 de enero 1842.
De pie sobre el altar, la Virgen se le apareció con una
corona y una sencilla túnica larga blanca con un cinturón enjoyado alrededor de
su cintura y un manto azul-verde que le cubría el hombro izquierdo. Ella lo
miró afablemente; sus manos estaban abiertas y de ellas salían rayos de
gracias. Su porte era muy real, no sólo por la corona que llevaba. Su altura y
elegancia daban la impresión de una gran dama, plenamente consciente de su propia
dignidad. Ella transmitió su grandeza y misericordia en un ambiente de gran
paz. Ella tenía algunas de las características de Nuestra Señora de las
Gracias. Alfonso Ratisbonne vio esta figura y comprendió que él estaba delante
de una aparición de la Madre de Dios. Se arrodilló ante ella y se convirtió.
Al regresar de la sacristía, el barón se sorprendió al ver
al judío orando fervientemente de rodillas delante del altar de San Miguel
Arcángel. Se acercó a su amigo y Ratisbonne le pidió inmediatamente que fueran
donde un confesor para que pudiera recibir el bautismo. Once días después, el
31 de enero recibió el bautismo, la confirmación y la primera comunión de manos
del cardenal Patrizi, el vicario del papa.
Su conversión tuvo enormes repercusiones en toda la
cristiandad. Todo el mundo católico se dio cuenta de ello y quedó impresionado.
Después, Ratisbonne se convirtió en sacerdote jesuita. Diez años más tarde, él
y su hermano Teodoro, quien también se convirtió del judaísmo, fundaron una
congregación religiosa —la Congregación de Sion— dedicada a la conversión de
los judíos.
LA IMPORTANCIA DEL MILAGRO
Poco después de la aparición, en base a la descripción
del P. Ratisbonne, se pintó un cuadro que representaba a la Virgen como se le
había aparecido ese día en San Andrea delle Fratte. Cuando se completó el
cuadro, él lo vio y dijo que representaba vagamente la belleza de la aparición
que había visto. Esto no es difícil de creer puesto que la belleza real de
Nuestra Señora debe superar cualquier mera representación. La imagen fue
colocada en el lugar exacto donde se le había aparecido, y se hizo conocida como
la Madonna del Miracolo, la Virgen del Milagro, en referencia al doble milagro,
su aparición y la conversión instantánea de Alfonso Ratisbonne.
Obviamente, esa aparición representó un gran beneficio para el alma de
Ratisbonne. También representó un beneficio para la Iglesia Católica con la
fundación de la Congregación de Sion, con su misión especial para trabajar por
la conversión de los judíos. Esta congregación expresa bien la posición de la
Iglesia hacia los judíos. Su posición no es odiar a los judíos, sino defenderse
de sus ataques. En la medida en que atacan a la Iglesia, ella se defiende. Pero
por encima de todo, ella desea su conversión, la erradicación del judaísmo como
religión, y la entrada de los judíos en la Iglesia Católica, que es la
verdadera continuación de la nación escogida.
Pero en el contexto doctrinal y psicológico de aquellos
tiempos, el milagro con Ratisbonne tuvo un significado más profundo. En el
siglo XIX, la Revolución estaba promoviendo fuertemente el racionalismo, una
escuela de pensamiento que hoy se ha vuelto obsoleta. En aquel entonces, la
Revolución enfatizaba el siguiente punto: el hombre racional, el hombre que
trata de determinar todo de acuerdo a la razón, no puede encontrar los apoyos
necesarios en la razón para creer que Dios existe, que la Iglesia Católica es
la religión verdadera, y que fue fundada por Jesucristo. Por lo tanto, la
Revolución concluyó que todo el edificio de la doctrina católica no puede ser
aceptado por la razón humana.
Estas afirmaciones revolucionarias eran sólo mitos, como
la mitología romana o las leyendas de los pueblos indígenas y africanos. La
mayoría de los argumentos racionalistas eran argucias o sofismas, con sólo unos
pocos procedimientos sacados de argumentos capciosos. Pero debido a que la
Revolución insistió sin descanso en esos puntos y presentó un torrente de
objeciones a la doctrina católica, muchas personas de ese tiempo perdieron su
fe.
Para contrarrestar esta ola incesante de ataques contra la
fe católica, la Virgen se apareció e hizo milagros en varios lugares.
El milagro de la conversión de Ratisbonne que
ocurrió en Roma impactó en toda la cristiandad. En aquellos tiempos no existía
este ecumenismo maldito que estamos presenciando hoy. En ese tiempo, la
separación de las religiones era mucho más profunda y, por lo tanto, era
también el abismo que separa la verdad del error, y el bien del mal. Un judío
rico e influyente, con absolutamente ninguna razón para favorecer a la Iglesia
Católica, de repente se convirtió porque vio a la Virgen. Él dio prueba de su
sinceridad al renunciar a sus posiciones en el mundo y romper con sus
ventajosos compromisos. Abrazó la vida religiosa y fundó una congregación
religiosa para convertir a los otros judíos y luchar contra el judaísmo. Es
imposible imaginar una prueba más objetiva de la verdad de la aparición. Este
episodio tuvo un enorme impacto en toda Italia y Francia, y luego en todo el
mundo católico.
Ello fue evidentemente un milagro, un milagro que cayó del
cielo como una gota de agua sobre una humanidad sedienta que estaba siendo
influenciada por los mitos racionalistas de la Revolución.
La divina Providencia había hecho algo muy similar ya
en 1830 con las apariciones en Rue du Bac (París) a Santa Catalina Labouré.
Allí, entre otras cosas, la Virgen le dio al mundo la Medalla Milagrosa,
abriendo un torrente de gracias y milagros para la humanidad. Nuestra Señora
también se apareció en la gruta de Lourdes en 1858, y poco después hubo
informes de muchos milagros de curaciones para los que se bañaban en sus aguas.
Los milagros de Lourdes constituyen la serie más larga de milagros que se hayan
producido en la historia de la Iglesia. Insertado en esta secuencia general,
está la aparición de la Madonna del Miracolo a Alfonso Ratisbonne.
Esta serie de apariciones y milagros fue el golpe que
Nuestra Señora eligió para darle a la Revolución en ese momento. Ella
contraatacó con una estrategia hábil, muy bien calculada. Fue su manera de
aplastar la cabeza de la serpiente. La misma cabeza del judaísmo fue aplastada
por el testimonio público de un importante judío que afirmó que la Iglesia
Católica es verdadera.
Debemos, por lo tanto, analizar los milagros que la divina
Providencia da, para buscar la norma más alta que los rige. Los milagros se
hacen más frecuentes en las épocas cuando son más necesarios.
EL MILAGRO QUE ES NECESARIO PARA HOY
Hoy hemos llegado a la situación en la que la acción del
diablo es cada vez más evidente con cada día que pasa. Me refiero no sólo a la
aparición de los OVNIS y la revolución hippy. Está claro, en mi opinión, que
estos fenómenos están vinculados a una invasión preternatural del demonio.
Me refiero también a la muerte de la racionalidad en la
opinión pública. Los hombres de hoy efectivamente detuvieron la manera del uso
de su razón —como lo hicieron en los años 80 y 90— y actúan solamente por impulsos
temperamentales, lo que es algo que no puede explicarse sino por una acción
especial del diablo. Él está haciendo un enorme esfuerzo para mantener la
Revolución en marcha, a pesar de su incapacidad para convencer a la opinión
pública. Ya que no podemos explicar esta acción preternatural, también es
difícil combatirla de manera eficiente. Esta acción demoníaca continúa
creciendo y está alcanzando un ápice de tal manera que a mí me parece que es
necesario un milagro asombroso.
¿Qué clase de milagro será? ¿Cuál sería el milagro que
podría mover al hombre contemporáneo a volver a la fe católica? Los misteriosos
designios de Dios van más allá del conocimiento del hombre. Pero esto no nos
impide especular sobre la base de lo que Él ha hecho en el pasado.
El hombre contemporáneo ha alcanzado una dureza tal de
corazón que ya no es tocado por los milagros como el que ocurrió con
Ratisbonne, ni con la serie de milagros en Lourdes.
En mi opinión, son necesarios dos milagros:
Primero, necesitamos de un milagro que mueva a
los buenos católicos a no tener miedo a estar en desacuerdo con la opinión
prevaleciente en el medio revolucionario que los rodea. Deben ser indiferentes
ante esa opinión. Además, deben tomar la ofensiva en contra de ella. Esta es la
primera parte de lo que es necesario. Eso fue lo que sucedió en Pentecostés.
Lenguas de fuego aparecieron sobre los Apóstoles, y ellos dejaron el Cenáculo
con el coraje de enfrentar a todos. Antes de esto, eran cobardes, pero con ese
milagro se convirtieron en combatientes invencibles.
¿Fue algo interior o exterior lo que tuvo lugar allí? No
lo sé. Toda la ciudad de Jerusalén escuchó una enorme explosión de sonido que
venía del Cenáculo. Por lo tanto, parece que no fue sólo una acción interior
dentro de sus almas, sino que estuvo precedida o seguida por algún milagro
exterior. Lo que realmente sucedió allí no lo sabemos. Pero dado que hoy se
conmemora a la Madonna del Miracolo, deberíamos pedirle a la Virgen que nos dé
un milagro similar para transformarnos en los apóstoles de los Últimos Tiempos
predicho por San Luis Grignon de Montfort.
Segundo, esta intervención divina debería ser un
castigo que caiga sobre el mundo por su aceptación y sus concesiones con la
Revolución, y en especial por el pecado cometido dentro de la Iglesia Católica.
Para ser más claro, por haber aceptado el progresismo dentro de la Iglesia,
incluso en sus más altas cumbres.
Me estoy refiriendo al castigo que Nuestra Señora predijo
en Fátima en el que muchas naciones desaparecerán. El milagro del sol que dejó
su órbita y se precipitó sobre la tierra parece prefigurar un castigo cósmico
donde el equilibrio del sol puede ser modificado en obediencia a un mandato de
la Virgen. ¿Cuáles serían las consecuencias en nuestro sistema solar si el sol
se sacudiera y cambiara su curso por un corto período de tiempo? Tal
desequilibrio cósmico podría producir todo tipo de catástrofes meteorológicas
sobre la faz de la tierra, la destrucción de un sinnúmero de cosas y personas.
Incluso después de eso, muchas de las personas que
sobrevivieren a esas catástrofes todavía necesitarían el milagro de la
conversión como el que experimentó Ratisbonne.
Ambas perspectivas apuntan a grandiosos milagros
necesarios para hacer que los hombres contemporáneos vuelvan al camino correcto
y hagan posible el Reino de María, como Nuestra Señora predijo en Fátima.
Con el fin de estar preparados para ese tipo de milagros,
yo les aconsejaría rezar el Acordaos, la oración que rezó Ratisbonne antes de su
conversión. Debemos orar a menudo, pidiéndole a la Virgen del Milagro que nos
de estos dos milagros y obtenga la victoria de la Santa Iglesia sobre la
Revolución.
Muy bonita la Advocación y la Historia. Y los comentarios del Dr. Plinio. Felicitaciones!!
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