SAN FÉLIX de NOLA, PRESBÍTERO
Vino á la cárcel,
donde estaba san Félix, un ángel, que la ilustró con su luz resplandeciente, la
cual solo vio el santo, para quien solo se enviaba; y oyó una voz que le decía,
que se levantase y saliese de la cárcel. Parecióle sueño, como á san
Pedro, cuando estuvo preso de Herodes: más tornando el ángel á mandarle, que se
levantase y le siguiese; hallóse desatado de sus prisiones y cadenas, y comenzó
á seguir al ángel, abriéndoselo las puertas de la cárcel, que para los
otros estaban cerradas. Iba el ángel delante, y san Félix le seguía, hasta que
llegaron al monte, donde el santo obispo Máximo, estaba tendido en el suelo,
helado y consumido con la hambre, frió y mucha edad, y con un semblante, que
más parecía muerto que vivo. Abrazóle san Félix: y como lo halló sin sentido y
helado, comenzó con el huelgo á calentarle; procurando dar algún espíritu y
vida, al que al parecer estaba sin ella. Como vio, que no le aprovechaba, todo
lo que hacía, volvióse á la oración, que es remedio universal de todos los
males, y suplicó á nuestro Señor, que lo socorriese en tan extrema necesidad; y
luego vio colgado de una zarza un racimo de uvas, el cual tomó como enviado del
cielo, le exprimió en la boca del santo viejo; y él con aquel licor volvió en
sí, abrió los ojos, movió los labios, y comenzó á alabar á Dios, y después á
quejarse de san Félix, porque había tardado en venir, habiéndole nuestro Señor
prometido, que le vendría á socorrer y visitar. ¿Quién desconfiará en sus
trabajos de tan gran Señor? ¿Quién, aunque esté en el vientre de la ballena
como Jonás, desmayará, sabiendo, que Dios es poderoso para sacarle de él? ¿Y
que aunque mortifica, también da vida, y después de haber dejado llegar al
hombre á lo más profundo del abismo, le saca y levanta, consuela y anima? Libró
el ángel á Félix de la cárcel, para que él, como otro ángel, librase á Máximo
de la muerte, y de la aflicción extremada que tenía. Tuvieron los dos santos
algunos razonamientos dulces, y piadosos entre sí, y al cabo determinaron
volver á la ciudad, para esfuerzo y ayuda de los fieles: y como ni el santo
viejo podía, por su gran flaqueza, andar por sus pies, ni había pies ajenos, en
que llevarle; la caridad, á la cual ninguna cosa le es imposible, dio fuerzas á
san Félix, para que le llevase acuestas, movido del amor, y de la esperanza del
gran fruto, que las almas de los fieles habían de recibir con la vista de su
pastor.
Tomó, pues, sobre sus
hombros el santo mozo al santo viejo, yendo mas ligero con su peso: llevóle
secretamente á la ciudad: entrególe á una buena vieja, que sola estaba en casa
del obispo; y él se escondió, hasta que cesó aquella borrasca, y después los
dos salieron en público, y visitaron, y consolaron á los fieles, los cuales por
la persecución pasada tenían necesidad de ayuda, y consejo. Poco duró aquella
bonanza, y aquella paz, que Dios nuestro Señor había dado á la ciudad de Nola;
porque luego se tornó á turbar el mar, y a levantarse las olas hasta el cielo.
Volvieron los ministros del emperador á la ciudad: y como sabían, que san Félix
era el capitán de todos los demás, la primera cosa, que hicieron, fué buscarle:
halláronle en la plaza; mas no le conocieron. Preguntaron al mismo san Félix,
si conocía á Félix presbítero; y el respondió, que de cara no le conocía, como
era verdad (pues que ninguno se conoce, ni puede ver su rostro), y entendiendo,
que le buscaban, se apartó de allí, y se fué á esconder en un lugar secreto,
que le pareció seguro, aunque no había en él, con que repararse, sino una pared
vieja, y caída. Los ministros, así que entendieron de otros, que aquel, con
quien habían hablado, era el mismo, que buscaban, dieron tras él, y entraron en
el mismo lugar, donde él estaba escondido; pero para que se
vean los modos tan exquisitos, y admirables, que Dios toma, por socorrer y
defender á sus siervos, cubrió repentinamente aquel rincón, en que estaba san
Félix de unas telas de arañas, tan espesas, y tan cerradas, que no le pudieron
descubrir, ni ver: y teniéndose por engañados, y no viendo, al que buscaban,
volvieron atrás muy despechados, y confusos: para que entendamos (como
dice san Paulino), que cuando tenemos á Dios, las telarañas nos sirven de
fuertes muros; y cuando nó, los muros son telarañas para nuestra defensa. ¿Pues
quién no servirá á un Señor tan poderoso, tan cuidadoso de los suyos, y que con
modos tan maravillosos los defiende? Partiéronse los perseguidores aquella
tarde: y san Félix quedó cantando aquel verso del salmo: «Aunque esté en medio
de la sombra de la muerte, no temeré los males; porque vos estáis conmigo»: y
entróse mas adentro entre las ruinas de ciertos edificios, donde estuvo seis
meses, según san Paulino, sin ser conocido, ni visto. Y para que más nos
admiremos, y alabemos la providencia, que el Señor tuvo en sustentar á este su
siervo en todo aquel tiempo; allí junto, donde estaba san Félix, moraba una
buena, y devota mujer, la cual inspirada, y movida del mismo Señor, cada día,
sin saber lo que hacía, ni para quien lo hacía, ponía pan, y otros manjares,
que había guisado para los de su casa, en aquel escondrijo, donde estaba san
Félix, pensando, que los ponía en su propia casa; y de esta manera le sustentó,
sin saber, que le sustentaba, acordándose cada día de poner allí la vianda, y
nunca acordándose de haberla puesto, que es ejemplo raro, y maravilloso. Y para
que no le fallase que beber, en un aljibe roto, que allí estaba, enviaba Dios
tanta cantidad de rocío, que el santo con él se podía refrescar; y de esta suerte
vivió los seis meses apartado de toda comunicación, y trato con los hombres,
pero muy regalado de los ángeles, y visitado del mismo Dios, hasta que habiendo
cesado aquella tormenta, serenándose el cielo, y sosegándose el mar, salió san
Félix de su secreto retraimiento, y comenzó á hacer, lo que antes él solía, que
era predicar, exhortar á toda virtud al pueblo: el cual viéndole tan sin
pensar, le honró, y reverenció, como si hubiera bajado del cielo. Murió en este
tiempo el obispo Máximo, consumido con su larga edad, y trabajos, que por
Cristo había padecido; luego todos pusieron los ojos en san Félix para que
fuese su pastor, y obispo; mas como él era tan humilde, persuadiólos con buenas
razones, que eligiesen por obispo á Quinto, que era un clérigo de santísima
vida, el cual había sido ordenado de misa siete días antes que él, alegando,
que esto se le debía, así por más antiguo sacerdote, como por sus raras partes;
y también porque de esta manera gozaría el pueblo de sus trabajos, y de los de
Quinto, y por uno tendría dos, que le ayudasen, y sirviesen para la salvación
de sus almas; y así se hizo, tomando Quinto el gobierno de aquella iglesia, y
continuando Félix la predicación, y ayudando al nuevo obispo á llevar el peso
de su dignidad.
Si fué grande la
humildad de Félix, no lo fué menos el amor entrañable, que tuvo á la santa
pobreza, el cual mostró bien, cuando dio á los pobres la mayor parte de su
patrimonio, viviendo con mucha templanza de la pequeña parte, que guardó por
sí, y repartiendo á los pobres, todo lo que al cabo del año le sobraba: pero
mucho mejor se vio, en lo que después de la persecución hizo; porque como el
tiempo, que ella duró, le hubiesen tomado, y confiscado todos sus bienes, y
hecho almoneda de ellos; después que se sosegó aquella tempestad, y comenzó la
Iglesia á gozar de paz y quietud, aconsejaron á san Félix, que pidiese sus
bienes por justicia, como lo habían hecho otros, que los habían pedido, y
cobrado; mas él respondió con espíritu de verdadero, y perfecto santo: No
quiera Dios, que yo torne á poseer los bienes que una vez perdí por Jesucristo,
ni que codicie aquellas riquezas de la tierra, que una vez dejé, por poseer
mejor los tesoros del cielo. Y así se sustentaba de los frutos de una pequeña
huerta, y de tres hanegadas de tierra, que él mismo por sus manos cultivaba con
ayuda de otro labrador; y si le sobraba alguna cosilla, teníala por de los
pobres, y no por suya. Nunca tuvo más de un vestido; y si le daban otro, luego
le daba, á quien de él tenía necesidad. Con esta santidad vivió san Félix
muchos años, siendo no menos feliz por sus grandes merecimientos, que lo era
por su nombre. Finalmente, murió á los 14 de enero, ó por mejor decir, comenzó
á vivir una vida bienaventurada, y eterna, de la cual dieron manifiesto
testimonio los muchos, y grandes milagros, que nuestro Señor obró por él; y
fueron tantos, y tan notorios, y esclarecidos, que venían de muchas partes del
mundo los fieles en romería, á su sepulcro, para alcanzar del Señor mercedes, y
favores por su intercesión; y san Dámaso papa compuso versos, haciéndolo
gracias por la salud, que Dios le había otorgado por su oración. Entre los
otros milagros, que obraba Dios por este santo, ora descubrir la verdad oculta
y que por otra vía no se podía averiguar; porque cuando no había indicios
vehementes, que alguno hubiese cometido algún grave delito, y el que era
acusado lo negaba, y no se podía probar, llevábanlo al sepulcro de san Félix,
para que allí jurase, y dijese la verdad, y si no la decía, era castigado
visiblemente: de lo cual hace mención san Agustín en la epíst. 137, y añade,
que él envió desde África á la ciudad de Nola, un clérigo suyo, que siendo
infamado de un delito grave, le negó; para que con su juramento hecho sobre el
sepulcro del santo, se manifestase la verdad, y purgase la infamia.
Por espacio de muchos
años, y siglos, manó de su cuerpo un licor celestial, y saludable, con el cual
se curaban muchos enfermos, y sanaban de sus dolencias.
En la vida de este santo hay muchas
cosas admirables, por las cuales debemos alabar al Señor; como son el haberle
librado de la cárcel por el ángel, llevándole al monte, donde su obispo estaba
pereciendo: criado el racimo de uvas para su refrigerio: defendídole con telas
de arañas, de los que le buscaban para matarle: y sustentándole tantos meses
por mano de aquella mujer milagrosamente: pero hay otras no menos maravillosas
de sus heroicas virtudes, que debemos procurar imitar; especialmente aquella caridad
tan entrañable, y fervorosa, con la cual olvidado de sí, llevó acuesta á su
obispo; y la humildad, con que después de él muerto no lo quiso ser; y aquel
alto, y admirable espíritu de pobreza, con que menospreció los bienes de la
tierra, por gozar del sumo bien, y tuvo por ganancia la pérdida, de lo que acá
tenia, por alcanzar, y poseer, al que es todo de todos, y perfecta
bienaventuranza, de los que le sirven y padecen por su amor.
Hacen mención de este santo san Paulino, que (como
dijimos) compuso en verso su vida, y Beda la escribió en prosa: san Agustín en
la epíst. 137 y en el
libro de Cura pro mortuis: y Gregorio Turonense en el libro de la gloria
de los mártires, capítulo 104.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc
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