SAN TEODOSIO, CENOBIARCA, Y CONFESOR
El bienaventurado
padre san Teodosio, llamado cenobiarca, que en griego quiere decir: El principal, y como cabeza, y
príncipe de los monjes, nació
en una aldea de Capadocia, por nombre Magariaso. Su padre se llamó Proetesio, y
su madre Eulogia, personas virtuosas, y honradas. Dio muestras, de que Dios le
había escogido para ministro grande de su gloria. Dióse á los estudios, y vino á
declarar las divinas Letras al pueblo; y con aquella lección, y meditación, á
aficionarse á todas las obras de virtud, y perfección. Partióse de su casa,
para ir á Jerusalén, y adorar aquellos sagrados lugares, que Cristo nuestro
Señor consagró con su vida, y pasión: y llegado á Antioquía, fué a ver al
insigne varón Simeón Estilita, que hacia vida milagrosa en una columna, y era
como prodigio de santidad en el mundo, para tomar su bendición, y animarse más
á la perfección con sus santos ejemplos. Cuando llegó cerca de la columna, oyó
la voz de Simeón, que le llamaba, y le decía: Teodosio varón de Dios, seáis
bien venido. Espantóse Teodosio, oyendo esta voz; porque le llamaba por su
nombre, y porque le honraba con el título de varón de Dios, que él en sí no
conocía. Subió á la columna por orden de san Simeón, y echóse á sus pies: oyó
sus consejos, y todo lo que para adelante le había de suceder. Tomada su
bendición, siguió su camino para Jerusalén, y visitados aquellos santos
santuarios, queriendo comenzar de veras á servir al Señor, dudó al principio,
si seguiría la vida solitaria de los ermitaños, ó la de los monjes, que viven
debajo de obediencia en comunidad: y después de haberlo pensado, y encomendado
á Dios, le pareció, que lo estaría mejor, y era más seguro entregarse á la
voluntad ajena de algún siervo de Dios, en algún monasterio, que vivir, y
regirse por la suya, apartado de la comunicación de los hombres. Con esta
resolución, sabiendo que un santo viejo, llamado Longino, era varón perfecto, y
excelente maestro de la perfección, y moraba en cierta casilla de una torre,
que llaman de David; le rogó, é importunó, que le admitiese en su compañía, y
le amoldase, y ajustase con su vida: y Longino lo hizo, y le tuvo algún tiempo
consigo, enseñándole todo lo que había de hacer, para alcanzar lo que tanto
deseaba. De allí pasó por orden del mismo padre Longino á un templo, que una
buena y piadosa mujer había dedicado á nuestra Señora: de donde después se mudó
á un monte; porque por la fama de su santidad algunos monjes comenzaron á venir
á él, para que como maestro los enseñase, ó instruyese en toda virtud. Aquí se
dio mucho al ayuno, á las vigilias, á la oración, y lágrimas, y á la perfecta
mortificación de sus pasiones. Comía muy poco, y su comida eran algunos
dátiles, ó algarrobas, ó yerbas silvestres, ó legumbres: y cuando le faltaba
este mantenimiento, solía remojar, y ablandar los huesos de los dátiles, y
aquellos comía, y por espacio de treinta años no gustó pan; y esa aspereza, y
rigor de vida guardó hasta la vejez.
Teniendo, pues, algunos pocos compañeros, y
queriéndolos encaminar al cielo, y descarnarlos de todas las cosas de la
tierra, les enseñó por primer principio, y fundamento de la vida religiosa, que
tuviesen siempre la memoria de la muerte presente: y para esto mandó hacer una sepultura,
para que su vista les acordase, que habían de morir. y muriendo cada día en la
consideración, no temiesen, cuando viniese la muerte. Estando un día con sus
discípulos alrededor de su sepultura abierta, dijo con mucha gracia: La
sepultura está abierta; ¿pero quién de vosotros la ha de estrenar? Entonces uno
de los discípulos, que era sacerdote, y se llamaba Basilio, se arrodilló, y
respondió: Dadme, padre, vuestra bendición; que yo seré el primero que entraré
en ella. Dióle la bendición Teodosio, y mandó, que estando aun vivo el monje
Basilio, le hiciesen todos los oficios que en diversos días suele la santa
Iglesia hacer á los difuntos, y al cabo de cuarenta días, sin calentura, sin
enfermedad, ni dolor, como si tuviera un dulce sueño, dio su espíritu al Señor. Túvose por cosa milagrosa, lo que había
sucedido. No lo fué menos, lo que sucedió por espacio de otros cuarenta días,
en los cuales el santo abad Teodosio oyó cantar á Basilio con los otros monjes
en el coro, y le veía; y ningún otro de
los monjes le oía, ni veía, sino uno solo que se llamaba Ecio, que oía su voz,
y no podía ver su rostro, hasta que Teodosio suplicó á nuestro Señor, que
abriese los ojos de Ecio, para que viese á Basilio, y el Señor se los abrió, y
se le mostró: y cuando él le vio, corrió á él para abrazarle; pero no pudo,
porque luego desapareció, diciendo: Quedad con Dios, padres, y hermanos.
Otra vez, llegándose ya la pascua de la gloriosa Resurrección
del Señor, el mismo sábado santo por la tarde, no había en el monasterio cosa
que comer, ni aun hostia que consagrar el día siguiente de pascua: supieron los
monjes esta falta, y entristeciéronse, y quejábanse, y murmuraban de su maestro;
pero él les dijo: Tengamos cuidado, hermanos, de lo que toca al altar, y á la
misa, y comunión de mañana; que de lo demás el Señor proveerá. Teodosio dijo
esto; y luego al poner del sol llegaron á la puerta del convento dos acémilas cargadas
de mucha provisión para los monjes, y del pan necesario para la consagración
del cuerpo de Cristo nuestro Redentor.
Con estos milagros, y con la experiencia de lo mucho que
Dios favorecía á Teodosio, se comenzó á extender su fama, y á venir muchos
monjes a la escuela de tan excelente maestro, con deseo de ser enseñados, é
instruidos para el cielo por él. Mas Teodosio, viendo, que crecía el número de sus
religiosos, estuvo en gran duda, de lo que había de hacer: porque por una parte
amaba la soledad, y quietud; y por otra le tiraba el fruto, y aprovechamiento
de sus hermanos. Hizo oración al Señor, suplicándole, que le declarase su
voluntad; y él le declaró milagrosamente, y le movió á tener más cuenta con el
provecho de las almas, que Jesucristo había comprado con su sangre, que no con
su descanso, y gusto interior; y con el nuevo fuego, que se encendió de suyo en
un incensario, que llevaba, le mostró el lugar, donde quería, que se edificase
un monasterio grande, y capaz, para recibir á los monjes, y á los pobres, y
peregrinos enfermos, y el santo abad Teodosio pudiese extender en él las velas
de su caridad. Hízose el monasterio, en el cual se recibían todas estas suertes
de personas, que he dicho, y especialmente los enfermos, á los cuales el santo
padre, servía, y regalaba con extremada devoción, y piedad, consolándolos con
sus palabras, y proveyéndolos con sus limosnas, y sirviéndolos con la persona,
con tanta caridad, que lavaba la sangre, y limpiaba las llagas con sus manos, y
con su boca las besaba; de tal manera, que ninguno por pobre, y asqueroso, y
menospreciado, que fuese, era desechado de aquella casa; antes tanto era de
mejor gana recibido, cuanto más miserable era su estado: y á todos Íes proveía
abundantemente, aunque no había en aquella casa quedarles; porque todo lo proveía
el Señor: y aconteció aparejarse en un mismo día cien mesas para dar de comer,
á los que venían. Pero habiendo enviado Dios nuestro Señor una hambre sobre la
tierra tan grande, que apenas había hombre, ni mujer, rico, ni pobre, que se
escapase de ella; comenzaron á venir tantos al monasterio para ser alimentados,
y no perecer de hambre, que los que tenían cargo de darles de comer, cerraron
las puertas del convento, por ver una multitud innumerable, á quien no se podía
dar, lo que pedían, determinaron de dar, y repartir muy tasadamente, lo que tenían
entre aquella gente, para que va que no podían dar á todos, alcanzase á muchos.
Supo esto san Teodosio, y mandó abrir las puertas, y que todos entrasen, y que se
les diese á cada uno lo necesario: y el Señor le proveyó con tan larga mano,
que todos quedaron hartos, y satisfechos, y las arcas llenas de pan. Y no fué
sola esta vez, la que el Señor proveyó al santo abad, conforme á su confianza,
sino otras también, dando de comer á un número sin número de gente, que había
concurrido á su casa á celebrar la fiesta de nuestra Señora, con tanta abundancia,
que no solamente se hartaron los que comieron, sino que llevaron á sus casas lo
que les sobró; renovando nuestro Señor los milagros de su omnipotencia, y dando
de comer á los que venían al monasterio de Teodosio, como en el desierto había
multiplicado los cinco panes, para sustentar los cinco mil hombres, y como cada
día hace crecer pocos granos de trigo, y multiplicarse las espigas, y mieses
para sustento del mundo.
Con estos milagros, y otros muchos, que nuestro Señor
obró por él, resplandecía el santo Teodosio, y mucho más con los rayos de su
celestial vida, y excelentísimas virtudes: por las cuales creció tanto el
número de sus discípulos, é hijos espirituales, á los cuales él como amorosa
madre parió, y como sabio maestro enseñó, y como vigilante pastor apacentó con
los pastos saludables de su doctrina, y encaminó al aprisco del Señor: porque
seiscientos y noventa y tres de sus discípulos, se escribe, que murieron, y el
santo padre envió antes de sí al cielo; y el abad que le sucedió, más de otros
cuatrocientos: y de aquella escuela salieron muchos obispos, y pastores, y superiores
de otros monasterios, y tuvieron otros cargos preeminentes en la Iglesia del
Señor, á la cual algunos de ellos sirvieron muchos años. Venían á él muchos,
que habían sido soldados de los príncipes de la tierra, para serlo del Rey del
cielo, y seguir el estandarte de la cruz; otros hombres ricos, nobles y
poderosos: los cuales conociendo la vanidad y engaño del mundo, y entendiendo, que
todo lo que poseían, no les podía dar contento, y se deshacía como humo;
buscaban en la ignominia de Cristo la gloria, y en la pobreza las riquezas, y
en el menosprecio de sí mismos la verdadera bienaventuranza; y no faltaban
otros sabios y prudentes, y estimados en el siglo, é hinchados con el aire
popular, que abrazaban la sabiduría evangélica, que el mundo ciego llama
locura, y se entregaban á este santo varón, para aprender las primeras letras
de la cartilla espiritual: y el santo lo hacía escogidamente; porque aunque no
se había ejercitado en Platón, ni en Aristóteles, ni aprendido las ciencias
humanas, ni dádose al estudio del bien hablar; pero había sido enseñado del
maestro celestial, y alumbrado con su luz; y así trataba las cosas divinas
divinamente, y gobernaba las ánimas con aquel espíritu admirable, que le había
comunicado el Señor. Tenía, cuando hablaba, tantas y tan vivas razones, y tanta
copia de palabras, que ponía admiración: en su gobierno se ajustaba á la
condición, y estado de cada uno, midiendo la carga, que echaba, con las
fuerzas, y cargando más á los robustos, y descargando á los flacos, para que
los unos con el ocio no se hiciesen flojos, y los otros no fuesen oprimidos con
el trabajo: no castigaba con la vara del rigor, sino con la palabra amorosa y
cuerda, y que blandamente penetraba hasta lo más íntimo del corazón, y era
juntamente austero y suave, consuelo y espanto de sus súbditos, y él los
gobernaba con tan grande paz y tranquilidad, como si estuviera solo en un
desierto: y era siempre el mismo, cuando estaba solo, y cuando acompañado;
porque siempre estaba con Dios.
Sucedió en tiempo de san Teodosio una herejía, de los
que llaman acéfalos, que quiere decir sin cabeza porque no la tenían,
ni seguían algún autor principal de su error, que era condenar al concilio
Calcedonense, porque confesaba, que había dos naturalezas distintas en Cristo:
á los cuales el emperador Anastasio favoreció extrañamente: y para poderlo
hacer mejor, procuró ganar á muchos obispos y personas señaladas, y traerlos á
su opinión, para hacer guerra á la fé católica, con la autoridad de tan
insignes varones. Viendo san Teodosio resplandecía entre todos, como el sol
entre las estrellas, quiso ganarle, y ablandar con dádivas, que quebrantan
peñas: y porque sabía, que el santo abad, como amador de la pobreza evangélica,
no quería, ni buscaba nada para sí, y que lo que buscaba era para los pobres y
menesterosos; envióle una buena cantidad de oro, diciéndole, que se la enviaba,
para que la repartiese á los pobres. Bien entendió Teodosio el anzuelo, que
debajo de aquel cebo venia encubierto, y lo que pretendía el emperador; mas
disimuló por entonces, por no defraudar á los pobres de aquella limosna, y
aplacar á nuestro Señor, para que perdonase por ella al emperador, y se
enmendase; y sino para que el mismo emperador, que era avarísimo, tuviese más
pena, viéndose burlado: y así aceptó aquel don con hacimiento de gracias, y repartió
la limosna á los pobres y personas necesitadas. Envió después el emperador sus
mensajeros á Teodosio, rogándole, que declarase, lo que sentía en materia de
los artículos de la fé, que se trataban; y él hizo juntar á todos los monjes,
que estaban á su cargo, y les declaró, que aquel era tiempo de pelear
valerosamente los soldados de Cristo, y dar la vida por la fé católica, y con
sus palabras encendidas, y afectuosas los animó, para que así lo hiciesen.
Después escribió una carta al emperador, en la cual le decía, que supiese, que
él y los suyos, querían antes morir, por guardar lo que los santos padres les
habían enseñado, que vivir, consintiendo á los herejes, y que echarían y
desterrarían de sí, y excomulgarían á cualquiera, que los siguiese, y al que no
abrazase á los santos cuatro concilios, que la santa Iglesia reverencia y abraza.
Turbóse el emperador, cuando recibió esta carta, y de león convirtiéndose en vulpeja,
quiso otra vez con blandura tentar á Teodosio, y darle á entender, que no nacía
de él la turbación que había en la Iglesia, sino de los clérigos y monjes, que
por su ambición la habían alborotado, y escribióle una carta en esta razón: mas
todo fué en vano; porque Teodosio estuvo fuerte y constante, y no hizo caso de
las palabras, ni de las armas de sus soldados, que le amenazaban, ni de las
espías que le ponían, para saber quién hablaba ó se desmandaba, contra lo que
él quería; antes como esforzado y valeroso capitán del Señor, siendo ya de
mucha edad, y muy atenuado y exhausto, por los muchos ayunos, trabajos y
penitencias, cobró nuevo vigor; y como si fuera mozo robusto, anduvo por todas
aquellas ciudades predicando la verdad católica, convenciendo los herejes, y
confirmando á los fieles, levantando á los caídos, y deteniendo á los que iban
á caer. Y entrando una vez en el templo, subió al pulpito, y haciendo señal al
pueblo, para que callasen, alzó la voz y dijo: El que no recibiere los cuatro Concilios generales como los
cuatro Evangelios, sea maldito y excomulgado; y con esto bajó del púlpito,
dejando atónitos, á los que estaban presentes. Mas el emperador Anastasio tuvo
tan gran sentimiento, de lo que le había respondido y hecho Teodosio, que le
mandó desterrar; pero el destierro duró poco; porque el Señor quitó en breve la
vida á Anastasio con un rayo que le mató, y Teodosio volvió de su destierro glorioso, y triunfante.
Ilustróle el Señor, con muchos y grandes milagros en
vida y en muerte, los cuales mas copiosamente se refieren en su vida; y
nosotros brevemente algunos de ellos notaremos aquí. Una mujer, que estaba con
un pecho cancerado de muchos años, después de haber tomado todos los remedios
humanos sin algún provecho, tocando su llaga con la cogulla de Teodosio, quedó
sano.
Envió Dios una vez sobre la tierra una muchedumbre de
langostas, que la asolaban, y no dejaban cosa verde en el campo; y estando el
santo muy debilitado, se hizo llevar en brazos de sus discípulos, á donde
estaban; y después de haber hecho oración, con muchas lágrimas y ternura, al
Señor, habló con las langostas mansamente, como si le oyeran, y tuvieran
entendimiento, y después les mandó en nombre de Dios, que no arruinasen los
trabajos de los pobres labradores, ni consumiesen los frutos de la tierra.
Ellas obedecieron, y no se fueron, de donde estaban; pero allí roían las
espinas, y no tocaban á las yerbas y frutos de la tierra. Otra vez en otra ocasión
semejante a esta, enviando un vaso de aceite bendito a un pueblo que era
infestado de esta plaga; con él quedó libre, y sin daño alguno. Una mujer noble
y rica, trató con menos respeto al santo varón, y dijo, que era un engañador y
embustero; y luego pagó su culpa, y murió allí, á los ojos de los que allí la habían
oído. Pasó una vez cerca de un monasterio de herejes, los cuales hicieron burla
de él; y el santo, movido del celo de Dios, dijo, que en breve no quedaría piedra sobre piedra de aquel monasterio;
y así sucedió; porque de repente los sarracenos dieron en él, y le despojaron y
quemaron, y llevaron cautivos á los monjes.
Un capitán del ejército romano, que se llamaba Cérico,
habiendo de hacer guerra contra los persas, se fué primero á ver con san
Teodosio, para armarse con su bendición en aquella jornada; el santo le
aconsejó, que no pusiese la esperanza de la victoria en su arco, ni espada, ni
en la multitud del ejército, sino en solo Dios, que es Dios de los ejércitos, y
da la victoria, á quien es servido.
Pidióle
el capitán por un riquísimo tesoro, y peto fuerte, el cilicio, que Teodosio
traía, y él se le dio; y al tiempo de pelear se lo vistió: y mientras que peleó,
vio al santo que iba como delante de él, haciéndole señas con la mano, de cómo,
y con quién había de pelear, hasta que los enemigos volvieron las espaldas, y
huyeron. Y no solamente esta vez, sino otras muchas, favoreció el santo abad á
muchos, que así en el mar, como en la tierra, estaban en muy gran peligro, á
los cuales algunas veces aparecía en sueños, y otras velando, y siempre los
libraba de aquel peligro, y trabajo, en que estaban.
Demás de este tuvo espíritu de profecía: una vez mandó
tañer la campana fuera de tiempo, y llamar á sus frailes: los cuales, no
sabiendo la causa de aquella novedad, se la preguntaron; y él derramando muchas
lágrimas, les dijo: tiempo es, ó padres, de orar; porque veo la ira del Señor
contra Oriente. Notóse el día, y la hora; y después se supo, que en aquel mismo
tiempo la ciudad de Antioquía, que era muy populosa, noble, y rica, se había
asolado con un temblor de tierra, que le envió el Señor para su castigo.
Habiendo, pues, este bienaventurado, y santo abad
florecido en el mundo, é ilustrándole con su admirable vida y con la
institución de tantos monjes, y con tantos milagros, y estando cargado de años,
y de merecimientos; le envió Dios una enfermedad larga, y molesta, que le paró como
una estatua, y como sombra del cuerpo humano, y él con increíble paciencia, y fortaleza,
resistía á los dolores, y se regalaba con el Señor: porque él con su espíritu
le daba el vigor, y fuerzas, que le negaba la naturaleza. Entreteníase con Dios
en la oración, y era tan continuo en este santo ejercicio, que le acontecía,
cuando vencido de la flaqueza humana reposaba, y estaba durmiendo, menear los
labios de la misma manera, que lo solía hacer, cuando velaba, y oraba. Junto á sus monjes, é hijos, que se
deshacían en lágrimas, porque perdían un tan santo, y dulce padre, y exhortólos
á la perseverancia, y á resistir con valor á las tentaciones del enemigo, y obedecer
pronta, y perfectamente á sus mayores; y dióles otros documentos dignos de su
santa persona, y doctrina. Después, teniendo revelación, que de allí á tres
días había de ser desatado de este cuerpo mortal, hizo llamar á tres obispos, como
quien quería tratar algún negocio grave con ellos; y alzando sus manos delante
de ellos al Señor, y puesto en oración; le encomendó su espíritu, y lo entregó
á los ángeles, para que le llevasen al cielo. Murió de ciento, y cinco años, con
gran sentimiento de sus monjes, y de toda aquella tierra, que tenía en
Teodosio, padre, y maestro, amparo, pastor, refugio, y puerto seguro en todas
sus necesidades.
Luego que se publicó el tránsito de este santo padre,
vino el patriarca de Jerusalén, acompañado de otros obispos, para enterrarle, y
concurrió una gran multitud de monjes, de clérigos, y de seglares, por verle, y
tocarle, y llevar alguna cosa de sus sagradas reliquias: y fue tanto el número
de gente, que no se pudo tan presto enterrar; y nuestro Señor manifestó la
santidad de Teodosio, luego que murió, librando á un hombre atormentado del
demonio por su intercesión.
La vida de san Teodosio escribió Metafraste, y la trae
Surio en su primer tomo: hacen mención de él el Martirologio romano á los 11 de
enero, el Menologio griego, y el cardenal Baronio en las anotaciones del
martirologio, y en el sexto, y séptimo tomo de sus Anales.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc
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