SAN MAURO, ABAD
Con Pablo el ermitaño comparte los honores de este día
Mauro, uno de los más grandes maestros de la vida cenobítica, el más célebre de
los discípulos del Patriarca de los monjes de Occidente. Fiel como Pablo a las
lecciones de Belén, viene a ocupar un puesto en este santo tiempo de cuarenta
días dedicados al divino Infante. Ahí está atestiguando también, el poder de la
humildad de Cristo. Porque ¿quién osará poner en duda la potencia victoriosa de
la obediencia y de la pobreza del pesebre, al ver los efectos producidos por
esas virtudes en los claustros de Francia?
Debe Francia a San Mauro la introducción de la Regla
admirable que produjo los santos y personajes a quienes Francia es deudora de
la mayor parte de su grandeza. Gracias a San Mauro, los hijos de San Benito
pudieron combatir la barbarie de los francos, en tiempo de los primeros reyes;
bajo la segunda dinastía enseñaron las letras sagradas y profanas a un pueblo,
cuya civilización habían contribuido a formar; en tiempos de la tercera
dinastía, y hasta el siglo XVIII en que la Orden monástica, avasallada por las
Encomiendas y diezmada por los atropellos de una política sectaria, expiraba en
medio de las más atroces angustias, hasta entonces, decimos, fueron la
providencia de los pueblos por el uso caritativo de sus grandes posesiones, y
la honra de la ciencia por sus inmensos trabajos sobre la antigüedad
eclesiástica y sobre la historia nacional.
El monasterio de Glanfeuil comunicó su legislación a
los centros principales de nuestra influencia monástica: San Germán de París,
San Dionisio, Marmoutiers, San Víctor de Marsella, Luxeuil, Jumièges, Fleury,
Corbeya, Saint Vannes, Moyen-Moutier, Saint Wandrille, Saint Vaast, la
Chaise-Dieu, Tiron, Chezal Benoit, le Bec, y otras muchas abadías de Francia se
gloriaron de ser hijas de Montecasino por medio del discípulo preferido del
gran Patriarca. Cluny que entre otros dió a la Sede Apostólica a San Gregorio
VII y a Urbano II, se reconoció deudora a San Mauro de la Regla que la hizo
gloriosa y potente. Cuéntense los Apóstoles, Mártires, Pontífices, Doctores,
Ascetas y Vírgenes que durante doce siglos cobijaron los claustros benedictinos
de Francia; enumérense los servicios prestados por los monjes en nuestra tierra
en el orden de la vida presente y en el orden de la vida futura, a través de
todo ese período, y se tendrá una idea del éxito de la misión de San Mauro,
éxito cuya gloria recae enteramente sobre el Salvador de los hombres y sobre
los misterios de su humildad, que son la causa de la institución monástica.
Reconocer por tanto, la fecundidad de los santos, y
celebrar los prodigios obrados por medio de ellos, es también glorificar al
Emmanuel.
Vida
Nos dice la vida de San Benito por San Gregorio Magno,
que San Mauro era hijo del senador romano Eutiquio. Sus virtudes monásticas
eran tan relevantes, que San Benito le eligió, a pesar de sus pocos años, para
gobernar a monjes y monasterios. Las lecciones del Breviario nos dicen que fué
enviado a las Galias por el patriarca de los monjes, para plantar allí la vida
monástica. Según eso, hubiera venido a Glanfeuil, hoy San Mauro sur Loire, en
la diócesis de Angers, muriendo allí el 15 de enero del 584. Estas Lecciones
están sacadas de la "Vita
Mauri" atribuida durante mucho tiempo a Fausto, compañero suyo, pero
que en realidad fué escrita en el siglo IX, por Odón de Glanfeuil. — El 12 de
marzo de 845 se descubrieron unos sagrados restos, que un pergamino atestiguaba
ser los de San Mauro, llegado a las Galias en tiempo del rey Teodoberto. — La "Vita Mauri" es objeto de vivas
disputas desde el siglo XVII. Parece que hay que escoger entre dos tesis: o
bien todos los detalles dados por Odón son exactos, y si no nos lo parecen, es
por falta de conocimientos completos sobre la época; o bien debemos rechazarlo
todo, y en este caso habría que considerar a Odón como un falsario. Las
excavaciones practicadas en Glanfeuil en 1898, permitieron identificar los
fundamentos de una villa galo-romana y tres oratorios señalados por Odón, un
sarcófago merovingio y los cimientos de la celda de San Mauro. Parece seguro
que Glanfeuil poseyó un monasterio desde el tiempo merovingio. Este hecho ha
dado pie a otra hipótesis: según ella, el fundador del monasterio habría sido
un diácono, llamado Mauro, contemporáneo de Teodeberto, fallecido un 15 de
enero. Más tarde, los monjes de Glanfeull identificaron a su fundador con el
discípulo de San Benito.
¡Oh digno discípulo del insigne Benito! ¡Cuán fecundo
fué tu apostolado! El ejército de santos salidos de ti y de tu Padre es
innumerable. La Regla que diste a conocer fué verdaderamente la salvación de
los pueblos de Occidente; los sudores que derramaste sobre la herencia del
Señor no fueron estériles. Pero cuando, desde la gloria contemplas a Francia
cubierta en otro tiempo de innumerables monasterios, que de día y de noche
cantaban las divinas alabanzas, y no ves ahora más que las ruinas de sus
últimos refugios ¿no es verdad que te vuelves al Señor para pedirle que
florezca de nuevo la soledad? ¿Qué ha sido de esos claustros donde se educaban
los apóstoles de los pueblos, los Obispos de maravillosa doctrina, los
intrépidos defensores de la libertad de la Iglesia, los Doctores de todas las
ciencias, los héroes de la santidad que te consideran como a segundo
padre? ¿Quién nos dará en adelante las santas normas de la pobreza, de la
obediencia, del trabajo y de la penitencia que conquistaron la admiración y el
amor de tantas generaciones, empujando hacia la vida monástica a todas las
clases de la sociedad? En vez de ese divino entusiasmo no nos queda ya más que
pusilanimidad, el amor de una vida terrena, ansia de placeres, horror a la
cruz, y, a lo sumo, la práctica de una piedad muelle y estéril. Ruega, oh San
Mauro, para que se acorten estos días; haz que se restauren las costumbres
cristianas de nuestro tiempo con la práctica de la santidad, y que vuelva a
renacer la energía en nuestros tibios corazones. De esta manera volverán a
aparecer los grandes días de la Iglesia que sólo esperan hombres esforzados,
días tan grandes y bellos como los soñamos con nuestra imaginación impotente.
Dígnese el Señor, por tu intercesión, devolvernos el monacato en todo su vigor
y pureza, y seremos salvos; y detendrá su curso y la decadencia moral que nos
invade aún en medio de los avances de nuestra fe.
Oh Mauro, danos a conocer al divino Infante, su
doctrina y sus ejemplos, para que podamos comprender que somos raza de santos,
y como su Jefe debemos lanzarnos a la conquista del mundo por los medios por Él
empleados.
fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
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