SAN MARCIANO, SACERDOTE
Fué san Marciano natural de Roma, hijo de padres muy
nobles y ricos, los cuales se fueron á vivir á Constantinopla, corte entonces
del imperio, y allí le enseñaron todas buenas letras y costumbres. Por sus
virtudes y letras, vino á ser tan conocido en la corte, que el patriarca tuvo á
gran fortuna, que quisiese ordenarse de sacerdote: lo cual hizo á instancia del
mismo patriarca; si bien su humildad lo rehusaba. Con la dignidad del sacerdocio
le dio la de mayordomo de
su iglesia patriarcal. Muriéronsele por este tiempo los padres, y de la
riquísima herencia, que le dejaron, fueron más dueños que él los pobres de
Jesucristo; con quienes todas sus riquezas repartía, de suerte que solos los
pobres, é iglesias pudieron blasonar de poseedores, y dueños de tan rico
patrimonio, como era el de Marciano: porque á aquellos sustentaba, vestía y
proveía de todo lo necesario; y á estas reparaba, reedificaba y adornaba.
Edificó asimismo de nuevo muchos templos, y entre ellos dos fueron
suntuosísimos y muy célebres, el de santa Anastasia y el de santa Irene. Como
era tan limosnero, salía de noche á buscar pobres para remediarlos, y una vez
halló un muerto, y muy gozoso, cual si hubiera hallado una joya riquísima, le
tomó, lavó, ungió y amortajó, y después lo levantó, y decíale. «¿Dime, si eres
con nosotros participante de la caridad, que está en Jesucristo?» Y sucedió -¡ó
bondad de Dios inmensa!-, que en tanto que estas y otras cosas le decía, el
difunto se estuvo en pié, como si fuera vivo, y le abrazaba, dándolo á entender,
cuanto agradaba á Dios nuestro Señor aquella grande obra de caridad. El día,
que se consagró el templo, que hizo á santa Anastasia, le vistió el cielo á
nuestro Marciano de una riquísima tela de oro, y piedras preciosas, tal, que el
emperador que se halló presente, podía envidiarla: y como quien le dio la gala, se la puso, para que
luciese, permitió la viesen infinitos: algunos de los cuales, envidiosos dieron
cuenta al patriarca. Llamólo, acabados los divinos oficios, y reprendiólo;
porque traía tal vestido, que más pertenecía para un emperador, que para un sacerdote:
más como el santo dijese no llevar tal vestido; el patriarca por satisfacer, y
dejar confusos á los acusadores, le hizo desnudar, y vieron todos, que solo
traía su ordinario vestido, que era muy pobre y desechado; con que se hizo más
notorio el prodigio, y conocieron todos, los méritos de su virtud y santidad,
convirtiéndose muchos arríanos.
Hizo otros muchísimos milagros, y al fin, dejando la
ciudad adornada de suntuosos templos, y de la fama de sus virtudes, lleno de
años dejó esta vida, y se subió á los cielos á los 10 días de enero. Escribieron su vida Metafraste, Lipomano tomo V,
Surio tomo I, Sanctoro, el Martirologio romano, y Baronio en sus
anotaciones, y en el tomo I de sus Anales.
Fué san Marciano natural de Roma, hijo de padres muy
nobles y ricos, los cuales se fueron á vivir á Constantinopla, corte entonces
del imperio, y allí le enseñaron todas buenas letras y costumbres. Por sus
virtudes y letras, vino á ser tan conocido en la corte, que el patriarca tuvo á
gran fortuna, que quisiese ordenarse de sacerdote: lo cual hizo á instancia del
mismo patriarca; si bien su humildad lo rehusaba. Con la dignidad del sacerdocio
le dio la de mayordomo de
su iglesia patriarcal. Muriéronsele por este tiempo los padres, y de la
riquísima herencia, que le dejaron, fueron más dueños que él los pobres de
Jesucristo; con quienes todas sus riquezas repartía, de suerte que solos los
pobres, é iglesias pudieron blasonar de poseedores, y dueños de tan rico
patrimonio, como era el de Marciano: porque á aquellos sustentaba, vestía y
proveía de todo lo necesario; y á estas reparaba, reedificaba y adornaba.
Edificó asimismo de nuevo muchos templos, y entre ellos dos fueron
suntuosísimos y muy célebres, el de santa Anastasia y el de santa Irene. Como
era tan limosnero, salía de noche á buscar pobres para remediarlos, y una vez
halló un muerto, y muy gozoso, cual si hubiera hallado una joya riquísima, le
tomó, lavó, ungió y amortajó, y después lo levantó, y decíale. «¿Dime, si eres
con nosotros participante de la caridad, que está en Jesucristo?» Y sucedió -¡ó
bondad de Dios inmensa!-, que en tanto que estas y otras cosas le decía, el
difunto se estuvo en pié, como si fuera vivo, y le abrazaba, dándolo á entender,
cuanto agradaba á Dios nuestro Señor aquella grande obra de caridad. El día,
que se consagró el templo, que hizo á santa Anastasia, le vistió el cielo á
nuestro Marciano de una riquísima tela de oro, y piedras preciosas, tal, que el
emperador que se halló presente, podía envidiarla: y como quien le dio la gala, se la puso, para que
luciese, permitió la viesen infinitos: algunos de los cuales, envidiosos dieron
cuenta al patriarca. Llamólo, acabados los divinos oficios, y reprendiólo;
porque traía tal vestido, que más pertenecía para un emperador, que para un sacerdote:
más como el santo dijese no llevar tal vestido; el patriarca por satisfacer, y
dejar confusos á los acusadores, le hizo desnudar, y vieron todos, que solo
traía su ordinario vestido, que era muy pobre y desechado; con que se hizo más
notorio el prodigio, y conocieron todos, los méritos de su virtud y santidad,
convirtiéndose muchos arríanos.
Hizo otros muchísimos milagros, y al fin, dejando la
ciudad adornada de suntuosos templos, y de la fama de sus virtudes, lleno de
años dejó esta vida, y se subió á los cielos á los 10 días de enero. Escribieron su vida Metafraste, Lipomano tomo V,
Surio tomo I, Sanctoro, el Martirologio romano, y Baronio en sus
anotaciones, y en el tomo I de sus Anales.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc
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