domingo, 12 de noviembre de 2023

S A N T O R A L

SAN JOSAFAT, OBISPO Y MARTIR

UNIDAD DE LA IGLESIA

Al principio del año litúrgico celebramos a un obispo, mártir de la libertad de la Iglesia, Santo Tomás de Cantorbery, que decía: "Dios, nada ama tanto en este mundo, como la libertad de su Iglesia", una libertad que consiste en su completa independencia frente a todo poder secular, en orden a ejercer su misión salvadora cerca de todos los hombres.

Del mismo modo podríamos decir, y no con menos verdad, que "Dios nada ama tanto en este mundo como la unidad de su Iglesia". Símbolo de esta unidad fué la túnica inconsútil de Jesucristo, que no consintió que los soldados la deshiciesen al pie de la Cruz; de esta unidad habló a su Apóstoles y a su Padre celestial con harta frecuencia, pidiendo que "todos fuesen uno, como el Padre y él lo son y que todos fuesen consumados en la unidad". ¿A qué, se debe que terribles equivocaciones y las miserables pasiones humanas hayan frustrado el deseo de Cristo e inutilizado su más ardiente oración? Hacía ya siglos que las Iglesias de Oriente habían recibido antes que otra ninguna la buena nueva de la Redención y la propagaron por todo el mundo; brillaron por la santidad y la doctrina de sus pontífices y por el martirio de muchos de sus fieles. ¡Y estas Iglesias están hoy separadas, en parte, de la unidad católica y no quieren reconocer la autoridad suprema del Romano Pontífice!

Los Papas, con todo, jamás se han resignado a este doloroso estado de cosas; han multiplicado sus exhortaciones y empleado todas sus fuerzas para poner fin al cisma. Y, sobre todo, después de León XIII, oímos casi de continuo su voz invitando a esas Iglesias cismáticas a entrar en la unidad romana para que no haya más "que un solo rebaño y un solo pastor".

Es consolador para la Iglesia el poder comprobar que muchos han vuelto; todos los años los cuenta con una alegría muy de madre y pide a sus hijos que, por todos los medios que estén a su alcance, sostengan las obras encaminadas a acelerar el día en que todos se junten con ella en perfecta unidad de espíritu y de corazón. Pero sabe que los medios humanos serán ineficaces si no se apoyan en la oración.

La fiesta de hoy ha de ser ocasión para hacernos pensar en el deseo de Cristo y para unir nuestras oraciones a las de la Santa Iglesia, y nuestros sacrificios a los sacrificios, padecimientos y muerte del mártir de la unidad: San Josafat.

OBISPO DE LOS RUTENOS

Numerosos son, en efecto, los méritos de este Santo obispo en la causa de la unidad católica. Pasada su infancia en perfecta castidad y heroica mortificación, se hizo monje y se dedicó a reformar el orden monástico de los basilios. En atención a su celo, santidad y ciencia teológica fué nombrado obispo, y entonces desplegó más todavía sus fuerzas como verdadero pastor de las almas. Su predicación, sus escritos, su ministerio, sostenidos por la oración y la penitencia de tal modo fueron bendecidos por Dios, que convirtió a muchos cismáticos, lo que le atrajo el odio de sus enemigos y amenazas de muerte. Pero la muerte, ni siquiera la violenta, no asusta a los verdaderos servidores de Dios. Y en vez de huir, esperó tranquilamente a sus verdugos y cayó a sus golpes mientras alzaba las manos para bendecirlos y perdonarlos.

VIDA



Josafat Kuncewicz nació en 1584 de padres católicos y nobles por su origen, en Wlodimir de Volinia. Un día, durante su infancia, al hablarle su madre de la Pasión del Señor, fué herido en el corazón por un dardo que salió del costado de la imagen de Cristo crucificado. Inflamado del amor divino, a partir de ese momento, de tal forma se dió a la oración y demás obras piadosas, que era el ejemplo y la admiración de sus compañeros mayores.
A los veinte años abrazó la regla monástica en el claustro basilio de la Trinidad en Vilna, e hizo progresos maravillosos en la perfección evangélica. Andaba descalzo a pesar de los intensísimos fríos de los crudos inviernos de aquellas regiones. Desconocía el uso de la carne; otro tanto sucedía con el vino, si no se lo imponía la obediencia. Hasta la muerte llevó sobre sus carnes un áspero cilicio. Conservó sin mancha la flor de la pureza que ya desde la adolescencia había consagrado a la Virgen Madre de Dios. La fama de su virtud y de su ciencia llegaron a tal punto en poco tiempo, que, a pesar de ser joven (1613), se le puso al frente del monasterio de Byten, y poco después se le nombró archimandrita de Vilna (1614); y finalmente, muy contra su voluntad, pero con gran contento de los católicos, se le nombró arzobispo de Polock, en 1617.
Con esta nueva dignidad nada mudó en, su género de vida; el culto divino, la salvación de las ovejas a él confiadas ocuparon todo su corazón. Como campeón infatigable de la unidad católica y de la verdad, consagró sus fuerzas a atraer a la comunión de la Silla de San Pedro a cismáticos y herejes. Se habían propagado contra el Sumo Pontífice y la plenitud de su poder, errores impíos y desvergonzadas calumnias; nunca cejó en la tarea de rechazarlas, ya en sus discursos, ya en escritos llenos de piedad y de doctrina. Reclamó los derechos episcopales y los bienes de la Iglesia que los laicos habían Usurpado. Increíble fué el número de herejes que llevó al seno de la Madre común. Fué Josafat principalmente el promotor incomparable de la unión de la Iglesia griega con la Iglesia latina, según lo afirman expresamente las declaraciones del Supremo Pontificado. Además, todas las rentas de su obispado se empleaban en restaurar el esplendor del templo de Dios, en construir asilos para las vírgenes sagradas y en otras mil obras piadosas. Era su caridad tan grande para con los desgraciados, que un día, al no encontrar nada para aliviar la miseria de una pobre viuda, empeñó su omoforio o palio episcopal.

Fueron tales los progresos de la fe católica, que en odio contra el atleta de Cristo, algunos hombres perversos conspiraron contra su vida; él mismo anunció en un discurso a su pueblo. El lugar de la cita fué Vitebsk. Con ocasión de la visita pastoral del Arzobispo, los conspirados, invadiendo su casa, golpean y hieren a cuantos encuentran. Josafat, con semblante dulcísimo se presenta ante los que le buscan y, hablándoles con amor, les dice: Hijos míos, ¿por qué maltratáis a mis gentes? Si tenéis algo contra mí, aquí estoy.

Entonces, lanzándose sobre él, le magullan a golpes, le atraviesan el cuerpo con flechas, le rematan con un golpe de hacha y le arrojan al río. Era el día 12 de noviembre del año 1623; contaba Josafat cuarenta y tres años. Su cuerpo, rodeado de una luz milagrosa, fué sacado del fondo de las aguas. La sangre del mártir aprovechó a los propios parricidas antes que a nadie: condenados a muerte, casi todos abjuraron el cisma y detestaron su crimen. A la muerte del gran obispo se siguieron admirables y numerosos milagros que determinaron al Sumo Pontífice Urbano VIII a concederle los honores de los Beatos. El tres de las calendas de julio del año 1867, en la solemnidad centenaria de los príncipes de los Apóstoles, estando presente el Colegio de los Cardenales con cerca de 500 Patriarcas, Metropolitanos y Obispos de todos los ritos, reunidos de todas las partes del mundo en la basílica Vaticana, Pío IX inscribió solemnemente entre los Santos a este defensor de la unidad de la Iglesia. Fué el primer Oriental glorificado de este modo. El Papa León XIII extendió su Oficio y su Misa a la Iglesia Universal.

PLEGARIA

Cuerpo incorrupto del Santo Martir - Basíica de San Pedro - Roma


"Te rogamos, Señor, excites en tu Iglesia aquel Espíritu del cual estuvo lleno tu Mártir y Pontífice San Josafat". Así reza la Iglesia, y el Evangelio completa el deseo de ella de tener jefes que se parezcan a ti. El texto sagrado nos habla del falso pastor que huye viendo venir al lobo; pero la Homilía que le comenta en el Oficio nocturno, también afrenta con el calificativo de mercenario al guardián que, sin huir, consiente que el enemigo haga su obra tranquilamente en el aprisco Oh Josafat, líbranos de esta clase de hombres, verdadero azote del rebaño, que sólo piensan en apacentarse a sí mismos. Ojalá logre el divino Pastor, modelo tuyo hasta el fin, hasta dar la vida por las ovejas revivir en todos los que se digna llamar como a Pedro a participar de un amor mayor.

Apóstol de la unidad, secunda las intenciones del Sumo Pontífice, que llama al único redil a las ovejas descarriadas. Los Ángeles que velan por la familia eslava aplaudieron tus combates: de tu sangre tenían que salir otros héroes; las gracias que merecieron por el derramamiento de su sangre sostengan continuamente al pueblo admirable, pobre y humilde de los rutenos, y hagan fracasar al cisma que se cree todopoderoso. Quiera Dios que estas gracias lleguen hasta los hijos de los perseguidores y los dirijan a la vez hacia Roma, que tiene para ellos las promesas del tiempo y de la eternidad.
 Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

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