SAN CRISOGONO, MÁRTIR
Entre los santos
mártires, que por mandato del emperador Diocleciano murieron por Cristo, fué
uno Crisogono, caballero romano y varón muy ilustre, el cual estuvo dos años en
Roma detenido en la cárcel, ministrándole en ella, y proveyéndole de lo
necesario para su sustento una santa mujer llamada Anastasia, que estaba casada
con Publio, hombre principal y poderoso, pero no menos cruel y enemigo de
cristianos: el cual, sabiendo que Anastasia lo era, y lo que hacía con
Crisogono, la encerró en un aposento de su casa con estrechas guardas, para que
no pudiese ejercer su religión, ni proveer á Crisogono de comida y sustento, ni
aun le tuviese para sí, sino que poco á poco viniese á perecer de hambre.
Cuando se vio la santa apretada, buscó modo para escribir una carta ó
Crisogono, en esta forma: «Al
santo confesor de Cristo, Crisogono, Anastasia. Aunque el padre que me engendró
fué gentil. Fausta (otros leen Flavia), mi madre fué cristiana, y mujer muy
casta; y ella desde niña me hizo cristiana, y después de su muerte fui casada
con un hombre cruel y sacrílego, cuya compañía y cama yo he huido por la
misericordia de Dios, con achaque de estar enferma. Empléome de noche y de día
en hacer oración á Jesucristo, y en imitar sus santas pisadas. Este hombre
cruelísimo, gastando mi patrimonio (con el cual se honra) con gente facinerosa
y mala; á mí, como a maga y sacrílega, me tiene puesta en la cárcel, tan dura,
que pienso acabar la vida en ella, porque no me falta para acabarla, sino
expirar. Y puesto caso que á mí me sea dulce y sabroso perder la vida por
Cristo, no dejo de sentir mucho que mi hacienda (la cual yo toda había ofrecido
á Dios) se gaste en torpezas y en servicios de falsos dioses. Por tanto yo le
ruego, ó siervo de Dios, que supliques al Señor, que, ó dé vida á este hombre,
si se ha de reconocer y convertirse á él, ó que se le lleve, si ha de
perseverar en su dureza y obstinación: porque mejor le será perder la vida que
negar al Hijo de Dios, y atormentar á los que le confiesan. Yo hago testigo y
prometo á Dios todopoderoso, que si me veo libre de este trance, me emplearé
toda en su servicio, como solía, remediando y proveyendo las necesidades de los
santos confesores. Sea Dios contigo, varón de Dios; y acuérdate de mí».
Santa Anastasia
Recibió san Crisogono esta carta, estando en la cárcel
con otros muchos confesores: y después de haber hecho con ellos oración al
Señor por santa Anastasia, la respondió de esta manera: «Entre las tempestades
y torbellinos de este mundo en que andas fluctuando, ten por cosa cierta,
señora, que te ha de favorecer Jesucristo, y derribar con una palabra en el
profundo al demonio que te atormenta y hace guerra: ten paciencia en medio de
los trabajos; y haz cuenta que estás en medio del mar combatida de alguna
furiosa tormenta, y confía que vendrá Cristo sobre esas ondas, y te librará de
ellas, y clama y da voces con el Profeta, diciendo: ¿Porque estás triste, alma
mía, y porqué te turbas? Espera en Dios, que por mucho que te pruebe y
ejercite, no por eso deja de ser tu salud. Piensa, señora, que Dios te quiere
dar los bienes del cielo; pues te quita los de la tierra: y si te parece que tarda,
entiende que lo hace para que estimes más sus dones. No te turbes ni le
congojes, porque, viviendo bien, le suceden males y trabajos: Dios prueba y no
engaña. El hombre es engañoso; y el que fía del hombre y pone en él su
esperanza, es maldito; y bendito el que la pone en Dios. Huye con gran cuidado y
estudio todos los pecados, y desea ser consolada de solo Dios, cuyos mandamientos
guardas: porque cuando menos lo pienses, él será servido de consolarte, y
enviará después de las tinieblas de la noche la alegre luz del día, y tras el
hielo y frió molesto del invierno vendrá la suavidad de la primavera, y tras la
tormenta, el cielo sereno y sosegado, para que puedas favorecer y hacer bien á los
que padecen persecuciones por Cristo, remediando sus necesidades temporales, y
alcances del Señor premios eternos. Sea Dios contigo; y ruega por mí».
Con esta epístola recibió grande
consuelo santa Anastasia, y se confortó de manera, que de allí adelante
procuraba tener tanta paciencia en sus trabajos, cuantas eran las quejas que
antes daba de su cruel marido. Pasó adelante su persecución, y tanto, que no la
daban cada día á comer sino la cuarta parte de un pan ordinario; y pensando que
se llegaba la hora de su muerte, escribió esta carta de esta manera: «Al
bienaventurado mártir y confesor de Cristo, Crisogono, Anastasia: El fin de mis
días se llega: ruega á Dios que reciba mi ánima cuando se despida del cuerpo
pues que por su amor padezco los tormentos que te dirá la vieja que esta lleva». Respondió el santo. «Crisógono á Anastasia: Siempre preceden las tinieblas á la
luz, y después de la enfermedad vuelve la salud, y la vida se promete después
de la muerte. Todas las adversidades y prosperidades de esta vida se rematan y
tienen su fin, para que ni los tristes y afligidos desesperen, ni los alegres y
contentos se desvanezcan. Todos navegamos por un mismo mar, y nuestros cuerpos
son como unos navíos que surcan las ondas; y las almas, como pilotos, las
gobiernan. Pero algunas naves de estas son tan fuertes y tan bien fabricadas,
que rompen las ondas y pasan por ellas sin detrimento; y otras son tan frágiles,
que á cada paso corren peligro. Consuélate, sierva de Jesucristo, que tu
navegación, aunque ha sido llena de tempestades y borrascas, se acabará con
próspero y bienaventurado fin, y llegarás al puerto deseado, gozando de Cristo
con la palma del martirio».
Estas epístolas se
escribieron santa Anastasia y san Crisógono, las cuales refieren Nicéforo,
Suidas y Adon. Lo que sucedió á Anastasia, dirémoslo el día de su martirio, que
es á los 25 de diciembre. Pero volviendo á san Crisógono; después que estuvo
dos años preso en Roma (como dijimos), estando el emperador Diocleciano en
Aquileya haciendo carnicería de cristianos, mandó que le llevasen á Crisógono;
y puesto en su presencia, le ofreció la dignidad de prefecto, y de hacerle
cónsul, como á su noble sangre y casta convenía, y otras mercedes, con tal que
adorase á los dioses protectores de su imperio.
Beata Anna Maria Taigi en la Basilica
de San Crisogono - Roma -
Respondió san
Crisógono con gran constancia: A solo un Dios adoro en mi alma y reverencio en
mi corazón, y con señales exteriores le confieso por Dios, que es Jesucristo; y
maldigo y abomino á estos tus dioses, que son aposentos de demonios. Con esta
respuesta, sañoso el tirano, le mandó degollar, y echar su cuerpo en el mar.
Hallóle después un santo viejo, presbítero, llamado Zoilo, y sepultóle
honoríficamente y por divina revelación también halló la santa cabeza, la cual
estaba tan fresca como si en aquel mismo día hubiera sido cortada, y él la
juntó con el cuerpo del mártir; y en pago de este servicio que le hizo, á los
treinta días del martirio se apareció san Crisógono á Zoilo, y murió en el Señor,
y se fue á gozar de él eternamente en compañía de san Crisógono: cuyo martirio
fué á los 24 de noviembre, año del Señor de 302, imperando Diocleciano. De
san Crisógono escriben Suidas, y los Martirologios romano, el de Beda, Usuardo
y Adon. Tiene san Crisógono en Roma un templo antiguo, que es título de
cardenal, y de él hacen mención en el concilio primero que se celebró siendo
Símaco sumo pontífice, y en el registro de san Gregorio, papa: y Gregorio III
le honró y enriqueció de dones, como se dice en el libro de los Romanos
pontífices.
SAN CRISOGONO, MÁRTIR
Entre los santos
mártires, que por mandato del emperador Diocleciano murieron por Cristo, fué
uno Crisogono, caballero romano y varón muy ilustre, el cual estuvo dos años en
Roma detenido en la cárcel, ministrándole en ella, y proveyéndole de lo
necesario para su sustento una santa mujer llamada Anastasia, que estaba casada
con Publio, hombre principal y poderoso, pero no menos cruel y enemigo de
cristianos: el cual, sabiendo que Anastasia lo era, y lo que hacía con
Crisogono, la encerró en un aposento de su casa con estrechas guardas, para que
no pudiese ejercer su religión, ni proveer á Crisogono de comida y sustento, ni
aun le tuviese para sí, sino que poco á poco viniese á perecer de hambre.
Cuando se vio la santa apretada, buscó modo para escribir una carta ó
Crisogono, en esta forma: «Al
santo confesor de Cristo, Crisogono, Anastasia. Aunque el padre que me engendró
fué gentil. Fausta (otros leen Flavia), mi madre fué cristiana, y mujer muy
casta; y ella desde niña me hizo cristiana, y después de su muerte fui casada
con un hombre cruel y sacrílego, cuya compañía y cama yo he huido por la
misericordia de Dios, con achaque de estar enferma. Empléome de noche y de día
en hacer oración á Jesucristo, y en imitar sus santas pisadas. Este hombre
cruelísimo, gastando mi patrimonio (con el cual se honra) con gente facinerosa
y mala; á mí, como a maga y sacrílega, me tiene puesta en la cárcel, tan dura,
que pienso acabar la vida en ella, porque no me falta para acabarla, sino
expirar. Y puesto caso que á mí me sea dulce y sabroso perder la vida por
Cristo, no dejo de sentir mucho que mi hacienda (la cual yo toda había ofrecido
á Dios) se gaste en torpezas y en servicios de falsos dioses. Por tanto yo le
ruego, ó siervo de Dios, que supliques al Señor, que, ó dé vida á este hombre,
si se ha de reconocer y convertirse á él, ó que se le lleve, si ha de
perseverar en su dureza y obstinación: porque mejor le será perder la vida que
negar al Hijo de Dios, y atormentar á los que le confiesan. Yo hago testigo y
prometo á Dios todopoderoso, que si me veo libre de este trance, me emplearé
toda en su servicio, como solía, remediando y proveyendo las necesidades de los
santos confesores. Sea Dios contigo, varón de Dios; y acuérdate de mí».
Santa Anastasia
Recibió san Crisogono esta carta, estando en la cárcel
con otros muchos confesores: y después de haber hecho con ellos oración al
Señor por santa Anastasia, la respondió de esta manera: «Entre las tempestades
y torbellinos de este mundo en que andas fluctuando, ten por cosa cierta,
señora, que te ha de favorecer Jesucristo, y derribar con una palabra en el
profundo al demonio que te atormenta y hace guerra: ten paciencia en medio de
los trabajos; y haz cuenta que estás en medio del mar combatida de alguna
furiosa tormenta, y confía que vendrá Cristo sobre esas ondas, y te librará de
ellas, y clama y da voces con el Profeta, diciendo: ¿Porque estás triste, alma
mía, y porqué te turbas? Espera en Dios, que por mucho que te pruebe y
ejercite, no por eso deja de ser tu salud. Piensa, señora, que Dios te quiere
dar los bienes del cielo; pues te quita los de la tierra: y si te parece que tarda,
entiende que lo hace para que estimes más sus dones. No te turbes ni le
congojes, porque, viviendo bien, le suceden males y trabajos: Dios prueba y no
engaña. El hombre es engañoso; y el que fía del hombre y pone en él su
esperanza, es maldito; y bendito el que la pone en Dios. Huye con gran cuidado y
estudio todos los pecados, y desea ser consolada de solo Dios, cuyos mandamientos
guardas: porque cuando menos lo pienses, él será servido de consolarte, y
enviará después de las tinieblas de la noche la alegre luz del día, y tras el
hielo y frió molesto del invierno vendrá la suavidad de la primavera, y tras la
tormenta, el cielo sereno y sosegado, para que puedas favorecer y hacer bien á los
que padecen persecuciones por Cristo, remediando sus necesidades temporales, y
alcances del Señor premios eternos. Sea Dios contigo; y ruega por mí».
Con esta epístola recibió grande
consuelo santa Anastasia, y se confortó de manera, que de allí adelante
procuraba tener tanta paciencia en sus trabajos, cuantas eran las quejas que
antes daba de su cruel marido. Pasó adelante su persecución, y tanto, que no la
daban cada día á comer sino la cuarta parte de un pan ordinario; y pensando que
se llegaba la hora de su muerte, escribió esta carta de esta manera: «Al
bienaventurado mártir y confesor de Cristo, Crisogono, Anastasia: El fin de mis
días se llega: ruega á Dios que reciba mi ánima cuando se despida del cuerpo
pues que por su amor padezco los tormentos que te dirá la vieja que esta lleva». Respondió el santo. «Crisógono á Anastasia: Siempre preceden las tinieblas á la
luz, y después de la enfermedad vuelve la salud, y la vida se promete después
de la muerte. Todas las adversidades y prosperidades de esta vida se rematan y
tienen su fin, para que ni los tristes y afligidos desesperen, ni los alegres y
contentos se desvanezcan. Todos navegamos por un mismo mar, y nuestros cuerpos
son como unos navíos que surcan las ondas; y las almas, como pilotos, las
gobiernan. Pero algunas naves de estas son tan fuertes y tan bien fabricadas,
que rompen las ondas y pasan por ellas sin detrimento; y otras son tan frágiles,
que á cada paso corren peligro. Consuélate, sierva de Jesucristo, que tu
navegación, aunque ha sido llena de tempestades y borrascas, se acabará con
próspero y bienaventurado fin, y llegarás al puerto deseado, gozando de Cristo
con la palma del martirio».
Estas epístolas se
escribieron santa Anastasia y san Crisógono, las cuales refieren Nicéforo,
Suidas y Adon. Lo que sucedió á Anastasia, dirémoslo el día de su martirio, que
es á los 25 de diciembre. Pero volviendo á san Crisógono; después que estuvo
dos años preso en Roma (como dijimos), estando el emperador Diocleciano en
Aquileya haciendo carnicería de cristianos, mandó que le llevasen á Crisógono;
y puesto en su presencia, le ofreció la dignidad de prefecto, y de hacerle
cónsul, como á su noble sangre y casta convenía, y otras mercedes, con tal que
adorase á los dioses protectores de su imperio.
Entre los santos
mártires, que por mandato del emperador Diocleciano murieron por Cristo, fué
uno Crisogono, caballero romano y varón muy ilustre, el cual estuvo dos años en
Roma detenido en la cárcel, ministrándole en ella, y proveyéndole de lo
necesario para su sustento una santa mujer llamada Anastasia, que estaba casada
con Publio, hombre principal y poderoso, pero no menos cruel y enemigo de
cristianos: el cual, sabiendo que Anastasia lo era, y lo que hacía con
Crisogono, la encerró en un aposento de su casa con estrechas guardas, para que
no pudiese ejercer su religión, ni proveer á Crisogono de comida y sustento, ni
aun le tuviese para sí, sino que poco á poco viniese á perecer de hambre.
Cuando se vio la santa apretada, buscó modo para escribir una carta ó
Crisogono, en esta forma: «Al
santo confesor de Cristo, Crisogono, Anastasia. Aunque el padre que me engendró
fué gentil. Fausta (otros leen Flavia), mi madre fué cristiana, y mujer muy
casta; y ella desde niña me hizo cristiana, y después de su muerte fui casada
con un hombre cruel y sacrílego, cuya compañía y cama yo he huido por la
misericordia de Dios, con achaque de estar enferma. Empléome de noche y de día
en hacer oración á Jesucristo, y en imitar sus santas pisadas. Este hombre
cruelísimo, gastando mi patrimonio (con el cual se honra) con gente facinerosa
y mala; á mí, como a maga y sacrílega, me tiene puesta en la cárcel, tan dura,
que pienso acabar la vida en ella, porque no me falta para acabarla, sino
expirar. Y puesto caso que á mí me sea dulce y sabroso perder la vida por
Cristo, no dejo de sentir mucho que mi hacienda (la cual yo toda había ofrecido
á Dios) se gaste en torpezas y en servicios de falsos dioses. Por tanto yo le
ruego, ó siervo de Dios, que supliques al Señor, que, ó dé vida á este hombre,
si se ha de reconocer y convertirse á él, ó que se le lleve, si ha de
perseverar en su dureza y obstinación: porque mejor le será perder la vida que
negar al Hijo de Dios, y atormentar á los que le confiesan. Yo hago testigo y
prometo á Dios todopoderoso, que si me veo libre de este trance, me emplearé
toda en su servicio, como solía, remediando y proveyendo las necesidades de los
santos confesores. Sea Dios contigo, varón de Dios; y acuérdate de mí».
Santa Anastasia |
Con esta epístola recibió grande
consuelo santa Anastasia, y se confortó de manera, que de allí adelante
procuraba tener tanta paciencia en sus trabajos, cuantas eran las quejas que
antes daba de su cruel marido. Pasó adelante su persecución, y tanto, que no la
daban cada día á comer sino la cuarta parte de un pan ordinario; y pensando que
se llegaba la hora de su muerte, escribió esta carta de esta manera: «Al
bienaventurado mártir y confesor de Cristo, Crisogono, Anastasia: El fin de mis
días se llega: ruega á Dios que reciba mi ánima cuando se despida del cuerpo
pues que por su amor padezco los tormentos que te dirá la vieja que esta lleva». Respondió el santo. «Crisógono á Anastasia: Siempre preceden las tinieblas á la
luz, y después de la enfermedad vuelve la salud, y la vida se promete después
de la muerte. Todas las adversidades y prosperidades de esta vida se rematan y
tienen su fin, para que ni los tristes y afligidos desesperen, ni los alegres y
contentos se desvanezcan. Todos navegamos por un mismo mar, y nuestros cuerpos
son como unos navíos que surcan las ondas; y las almas, como pilotos, las
gobiernan. Pero algunas naves de estas son tan fuertes y tan bien fabricadas,
que rompen las ondas y pasan por ellas sin detrimento; y otras son tan frágiles,
que á cada paso corren peligro. Consuélate, sierva de Jesucristo, que tu
navegación, aunque ha sido llena de tempestades y borrascas, se acabará con
próspero y bienaventurado fin, y llegarás al puerto deseado, gozando de Cristo
con la palma del martirio».
Estas epístolas se
escribieron santa Anastasia y san Crisógono, las cuales refieren Nicéforo,
Suidas y Adon. Lo que sucedió á Anastasia, dirémoslo el día de su martirio, que
es á los 25 de diciembre. Pero volviendo á san Crisógono; después que estuvo
dos años preso en Roma (como dijimos), estando el emperador Diocleciano en
Aquileya haciendo carnicería de cristianos, mandó que le llevasen á Crisógono;
y puesto en su presencia, le ofreció la dignidad de prefecto, y de hacerle
cónsul, como á su noble sangre y casta convenía, y otras mercedes, con tal que
adorase á los dioses protectores de su imperio.
Beata Anna Maria Taigi en la Basilica de San Crisogono - Roma - |
Respondió san
Crisógono con gran constancia: A solo un Dios adoro en mi alma y reverencio en
mi corazón, y con señales exteriores le confieso por Dios, que es Jesucristo; y
maldigo y abomino á estos tus dioses, que son aposentos de demonios. Con esta
respuesta, sañoso el tirano, le mandó degollar, y echar su cuerpo en el mar.
Hallóle después un santo viejo, presbítero, llamado Zoilo, y sepultóle
honoríficamente y por divina revelación también halló la santa cabeza, la cual
estaba tan fresca como si en aquel mismo día hubiera sido cortada, y él la
juntó con el cuerpo del mártir; y en pago de este servicio que le hizo, á los
treinta días del martirio se apareció san Crisógono á Zoilo, y murió en el Señor,
y se fue á gozar de él eternamente en compañía de san Crisógono: cuyo martirio
fué á los 24 de noviembre, año del Señor de 302, imperando Diocleciano. De
san Crisógono escriben Suidas, y los Martirologios romano, el de Beda, Usuardo
y Adon. Tiene san Crisógono en Roma un templo antiguo, que es título de
cardenal, y de él hacen mención en el concilio primero que se celebró siendo
Símaco sumo pontífice, y en el registro de san Gregorio, papa: y Gregorio III
le honró y enriqueció de dones, como se dice en el libro de los Romanos
pontífices.
Fuente: La leyenda
de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la
Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias
del Croisset, Butler, Godescard, etc
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