SAN BRICIO, OBISPO Y CONFESOR
Muchos comienzan bien y acaban mal; y otros hay que
habiendo dejado el buen camino que comienzan, declinan de la virtud; y después
conociendo su culpa, y alumbrados con la luz del cielo, vuelven al camino
derecho, y aunque con trabajo, llegan á puerto de salud. Esto vemos en San Bricio,
obispo de Tours: cuya vida queremos brevemente aquí escribir.
Fué San Bricio discípulo y sucesor en el obispado á San
Martín: crióse desde, niño en el monasterio que el santo había edificado, y
debajo de su mano é instrucción muy religiosamente, y dió tan buenas muestras de su aprovechamiento y virtud, que el santo
prelado le ordenó de presbítero. Mas la nueva dignidad, que debía encenderle más
en la devoción, y acrecentar el estudio y cuidado de la perfección, le fué
ocasión de entibiarle y aflojar en ella; porque después que se hizo clérigo,
comenzó á desmandarse, y darse á la libertad y vida licenciosa, á gustos,
entretenimientos y vanidades del siglo. Compraba esclavos, muchachos y
muchachas de buen parecer: criaba caballos; y para decirlo en una palabra, vivía
más como caballero libre y seglar, que no como clérigo honesto y religioso.
Avisóle muchas veces el glorioso San Martín de esta mudanza de vida, y del gran
escándalo que daba á todo el pueblo con su mal ejemplo: amonestólo,
reprendióle, é hizo con él oficio de verdadero padre: pero Bricio, no solo no
se enmendó y tomó con agradecimiento lo que el santo padre le dijo; antes se
embraveció y salió fuera de sí, de tal manera, que le dijo en su cara muchas
injurias y baldones, é instigado de los demonios, que el mismo San Martín había
visto que le atizaban, y estaban sobre él, poco falló que no pusiese en él las
manos; mas el santo le venció y sosegó con una admirable paciencia y
mansedumbre. Otra vez, estando Bricio en la plaza, vino á él un enfermo que
buscaba á San Marlin para que le diese salud: y preguntólo si sabía dónde estaba,
porque no le podía hallar: y respondió Bricio: Si buscas aquél loco, veslo allí
lejos donde está mirando como insensato, según costumbre, al cielo. Fué el
enfermo al santo, y luego alcanzó de él lo que deseaba; y San Martín vino á
Bricio, y le dijo: Así, ¿qué te parezco insensato? Espantóse entonces Bricio, y
confundióse oyendo estas palabras, y comenzó a negar haberlas dicho, y el santo
le respondió: No lo niegues; que aunque estaba lejos, mi oreja estaba pegada á
tu boca cuando las dijiste. Quiero que sepas que he alcanzado de Dios que me
sucedas en el obispado; pero con gran trabajo tuyo, porque has de padecer en él
mucho. Oyendo esto Bricio, dijo: Ahora sí que conozco que es verdad lo que
dije, y que este viejo es loco. En suma murió San Martín, y por voluntad de
Dios Bricio le sucedió en el obispado. Entonces, como quien despierta de un
profundo sueño, comenzó á pensar y rumiar lo que le había dicho San Martín, y a
darse á la oración, y hacer bien el oficio de prelado; porque aunque era
soberbio y vano, tenía fama de honesto y casto. Treinta y tres años había sido
obispo, cuando se levantó una terrible tempestad para que se cumpliese
enteramente lo que San Marlín le había profetizado que sería obispo, y
padecería mucho. Había una mujer, que en hábito de religiosa lavaba la ropa del
obispo: mudó el hábito: concibió y parió. Publicóse este hecho por la ciudad; y
todo el pueblo, sin más averiguación echó la culpa al obispo, tan loca y
furiosamente, que lo quisieron apedrear, clamando que hasta allí la piedad de San
Marlín había cubierto su lujuria, y que nunca Dios permitiese que besando
aquellas manos sacrílegas, ellos quedasen mancillados. No bastaba razón ninguna
contra el furor del pueblo, ni por más que Bricio negase aquel delito, y jurase
que era mentira y calumnia, todo lo que le imponían, no había hombre que lo
creyese, y que no se tapase los oídos. Finalmente, mandó Bricio que allí
delante de todos le trajesen al niño, que la mujer había parido, y á la sazón
era de treinta días; y teniéndole allí presente le dijo: Yo te mando en nombre
de Nuestro Señor Jesucristo, que si yo soy tu padre, lo digas aquí delante do
toda esta gente. Y el niño respondió: No eres tú mi padre. Comenzó el pueblo á
pedir y apretar á Bricio, que preguntase al niño, quién era su padre. Esto no
me toca á mí, sino á vosotros: yo ya he hecho lo que conviene á mi persona. No
bastó un tan claro y evidente milagro para que aquella gente alborotada y ciega
se sosegase; antes atribuyendo la virtud de Dios á hechizos y malas artes, le
daban empellones, y á una voz clamaban: No queremos que seas más nuestro falso
pastor. Tomó San Bricio brasas encendidas en su vestido, y fuese con el pueblo hasta
el sepulcro de San Martín, y allí las arrojó, quedando su ropa entera y sin
quemarse, y diciendo él: Así como esta ropa mía no se ha quemado con el fuego,
así mi cuerpo está exento de la carnal concupiscencia.
¿A quién no convencieran y ablandaran estos dos milagros?
Pero el pueblo (permitiéndolo así el Señor) no se ablandó; antes le echó
ignominiosamente de su Iglesia, y puso por obispo en su lugar á un clérigo que
se llamaba Justiniano.
Echado San Bricio de su silla, se fué a Roma á dar
cuenta al sumo pontífice de su trabajo, confesando clara y lisamente, que era
castigo de Dios por no haber creído á los milagros que él obraba por San Martín,
y por haberle tenido y llamádole insensato. El falso obispo Justiniano, para
asegurar su partido, y volver por sí, se partió también para Roma; y llegando á
Vercelli, en el Piamonle murió miserablemente; y los de Tours nombraron otro en
su lugar, por nombre Armónico. Mandó el Papa averiguar el caso: y sabiendo la
verdad lo favoreció, y al cabo de siete años mandó á Bricio que volviesen á su
Iglesia, como obispo verdadero de ella, confirmado con autoridad apostólica. Él
lo hizo; mas no quiso entrar en Tours: antes se quedó en una aldea, seis millas
cerca de la ciudad. Dió luego
una calentura á Armónico, tan recia que a
media noche le acabó, y Bricio tuvo revelación de ello; y luego á la
mañana dijo á sus compañeros: Vamos á enterrar á nuestro obispo de Tours, cuyo
cuerpo sacaban para enterrarle, por una parte de la ciudad, al tiempo que
Bricio entraba por otra. Con esto volvió Bricio á su silla, y vivió
pacíficamente en ella otros siete años: y habiéndola gobernado cuarenta y
siete, dio su espíritu al Señor, y la Iglesia le celebra por santo. Hace mención
de él el Martirologio romano, y el de Beda, Usuardo y Adon á los 13 de noviembre.
Escriben de él San Severo Sulpicio y Venancio Fortunato en la Vida de San Martín,
y San Gregorio Turonense, lib. II, cap. 21, y lib. X, cap. 31, de la Historia
de Francia, y de estos autores se sacó esta vida: y de ella podemos aprender lo
que vale la paciencia y la oración de los santos para con Dios; pues por la de San
Marlín perdonó e hizo santo á Bricio: y que ni él que está en pié, se puede
tener por seguro que no caerá; ni el que está caído, pensar que no se podrá
levantar; que lo uno y lo otro vemos, como pintado en esta vida de Bricio: y
juntamente aunque nuestro Señor perdona las injurias que los hombres hacen á
sus santos; pero que también quiere que las paguen y purguen en esta vida,
dándoles trabajos y penas. Todo esto nace deja misericordia infinita y piedad
del Señor.
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