SAN CLEMENTE I, PAPA Y MARTIR
La memoria de San Clemente se nos presenta, a los
principios de la Iglesia de Roma, rodeada de aureola especial. Al desaparecer
los Apóstoles, se diría que eclipsa a San Lino y San Cleto, no obstante haber
recibido antes que él el honor del episcopado. Como una cosa normal, se pasa de
Pedro a Clemente, y las Iglesias orientales celebran su memoria con tanto honor
como la Iglesia latina. Fué verdaderamente el Pontífice universal, y ya se
advierte que toda la Iglesia está pendiente de sus actos y de sus escritos.
Debido a esta buena reputación se le han atribuido muchos escritos apócrifos
que es fácil separar de los que son verdaderamente suyos.
LA EPÍSTOLA A LOS CORINTIOS
Con el tiempo han desaparecido, excepto uno, los
documentos que prueban la intervención de Clemente en los asuntos de las
Iglesias lejanas; pero el que nos queda nos presenta el poder monárquico del
Obispo de Roma en pleno ejercicio desde esta época primitiva. La Iglesia de
Corinto se hallaba agitada por discordias intestinas que la envidia había
suscitado con respecto a ciertos pastores. Estas divisiones, cuyo germen
encontramos ya en tiempo de San Pablo, habían destruido la paz y causaban
escándalo hasta entre los mismos paganos. La Iglesia de Corinto terminó por
sentir la necesidad de atajar un desorden que podía ser perjudicial a la
extensión de la fe cristiana, y a este fin, tuvo que pedir ayuda fuera de su
seno. Por ese tiempo habían desaparecido del mundo todos los Apóstoles, menos
San Juan, el cual aún iluminaba a la Iglesia con su luz. De Corinto a Éfeso,
donde residía el Apóstol, la distancia no era considerable; no obstante eso, no
fué a Éfeso, sino a Roma a donde la Iglesia de Corinto dirigió sus miradas.
Clemente tuvo
conocimiento de los debates que las cartas de esta Iglesia remitían a su fallo
y mandó salir para Corinto a cinco comisarios que debían representar allí la
autoridad de la Sede apostólica. Eran portadores de una carta que San Ireneo
llama de mucha autoridad, potentissimas
litteras (Contra
haereses, III, III, 3). Se la consideró tan apostólica y bella, que se leyó
mucho tiempo públicamente en bastantes Iglesias, como una especie de
continuación de las Escrituras canónicas. Tiene
un tono digno, pero paternal, conforme al consejo que San Pedro da a los
pastores. "Clemente no se decide explícitamente por ninguna parte y a
nadie nombra, pero trata de levantar el espíritu de los fieles por encima de
las pasiones, de las querellas y de los rencores con la consideración de la
bondad divina y de los grandes ejemplos bíblicos. Un cierto orden en la
Escritura, la argumentación que tiene algo de insinuante, la unción que
proviene del gusto instintivo hacia las cosas morales, dan a este texto griego
un perfume de latinidad y forman algo muy diferente de los grandes escritos de
Pedro, de Pablo y de Juan, donde todo tiene el sabor y el misterio de una
intuición directa de la revelación divina. Con la carta de Clemente hemos
pasado el estadio inicial en el que el Espíritu se extiende en elevadas
remansadas en las Escrituras canónicas, pero estamos aún muy cerca de la
fuente, en el centro de la iglesia principal: "Pongamos los ojos en el
Padre Creador del universo, entreguémonos a sus favores, a los dones magníficos
y excesivos de su paz, contemplémosle con el pensamiento, miremos con los ojos
del espíritu su voluntad pacientísima, consideremos cómo se muestra dulce y
fácil con todas las criaturas... (XIX,
2-3). El Padre, todo misericordia
y amigo de hacer bien, tiene un gran corazón para los que le temen. Se muestra
liberal con sus gracias y las reparte con bondad y suavidad a los que se
acercan a él con un corazón sencillo. No seamos desconfiados; no se turbe
nuestra alma ante sus presentes maravillosos y espléndidos... (XXII, 1-2). A San Clemente le consideraremos
siempre como doctor de la divina clemencia".
Este lenguaje tan solemne y tan firme consiguió su
efecto: se restableció la paz de la Iglesia de Corinto y los mensajeros de la
Iglesia romana comunicaron pronto la buena noticia. Un siglo más tarde, San
Dionisio, obispo de Corinto, manifestaba todavía al Papa San Sotero la gratitud
de su Iglesia para con Clemente por el servicio que le debía.
LA LEYENDA DE SAN CLEMENTE
Las Actas (dudosas) de San Clemente nos dicen que fué
mandado al destierro, al Quersoneso, y condenado a extraer y labrar el mármol:
por eso los marmolistas escogieron por patrón al Santo Papa.La leyenda nos cuenta además un pormenor demasiado
sabroso para que no lo refiramos aquí: San Clemente fué arrojado al mar con una
áncora al cuello. El día de su aniversario, el mar se alejaba y la gente podía
llegarse al templo submarino que un ángel construyó sobre su tumba. Pues bien,
ocurrió un día que una mujer, cuando ya el mar se había extendido de nuevo,
advirtió que había dejado olvidado en dicho templo a su niño, pero le encontró
sano y salvo en el aniversario siguiente.
Otro hecho que, como el anterior, tiene sin duda el
origen en el motivo de un mosaico: nos muestra al Cordero de Dios apareciéndose
en un monte y señalando con la punta del pie a Clemente la fuente que va a
brotar.
La Liturgia se ha adueñado de estos relatos y ha
compuesto las bellas Antífonas del Oficio, que consideramos útil añadir aquí.
ANTIFONAS
Roguemos todos a Nuestro Señor Jesucristo que haga
correr una fuente de agua para sus confesores.
Estando San Clemente en oración, se le apareció el
Cordero de Dios.
Sin mirar a mis méritos, el Señor me envió a vosotros
para participar de vuestras coronas.
Vi sobre el monte al Cordero de pie; debajo de su
planta brota una fuente viva.
La fuente viva que manaba debajo de su pie, es el río
impetuoso que alegra a la ciudad de Dios.
Todas las naciones de alrededor creyeron en Cristo
Señor.
Al irse camino del mar, el pueblo rezaba diciendo a
grandes voces: Señor Jesucristo, sálvale; y Clemente decía con lágrimas: Padre,
recibe mi espíritu.
Señor, has dado a Clemente, tu mártir, por morada, en
medio del mar, como un templo de mármol, levantado por manos de ángeles; y has
procurado el acceso a los habitantes del país para que pudieran contar tus
maravillas.
VIDA
Por San Ireneo sabemos que San Clemente es el tercer
sucesor de San Pedro y que gobernó la Iglesia probablemente entre el año 88 y
97. Pudo conocer a los apóstoles San Pedro y San Pablo; San Ireneo hasta nos
dice que fué su discípulo y Tertuliano que fué ordenado por el primer Papa. La
Epístola a los Corintios le coloca a la cabeza de los escritores eclesiásticos
cuya obra es auténtica. Si la historia no nos suministra datos suficientes
sobre sus orígenes, hay conjeturas de que era judío y que había recibido una
formación literaria y filosófica bastante extensa, y el contenido de su Carta
revela en él el carácter de un hombre de gobierno, a la vez que sus cualidades
y virtudes. La Tradición quiere que haya muerto mártir.
Recitemos en su honor la gran oración que se lee en su
Epístola a los Corintios:
LA GRAN PLEGARIA DE SAN CLEMENTE
San Clemente adora a la Santísima Trinidad.
Giovanni Battista Tiepolo
Has abierto los ojos de nuestros corazones para que te
conozcan a ti, el solo Altísimo en lo más alto de los cielos, el Santo que
descansa en medio de los Santos; a ti, que echas a tierra la insolencia de los
orgullosos, que deshaces los cálculos de los pueblos, que ensalzas a los
humildes y humillas a los grandes; a ti, que enriqueces y empobreces, que matas
y salvas y vivificas; único bienhechor de los espíritus y Dios de toda carne;
contemplador de los abismos, escudriñador de las obras de los hombres, auxilio
de los hombres en los peligros y su salvador en la desesperación, Criador y
Obispo de todos los espíritus.
"A ti, que multiplicas los pueblos sobre la tierra
y que has escogido entre ellos a los que te aman, por Jesucristo, el Hijo
predilecto por quien nos has instruido, santificado y honrado, a ti te
suplicamos, oh Maestro. Sé nuestra ayuda y nuestro sostén. Sé la salvación de
los que entre nosotros andan oprimidos; ten misericordia de los humildes;
levanta a los caídos; date a conocer a los que están en necesidad; cura a los
enfermos; vuelve atraer a los descarriados de tu pueblo; sacia a los que tienen
hambre; pon en libertad a nuestros prisioneros; levanta a los que languidecen;
consuela a los pusilánimes. Reconozcan todos los pueblos que no hay más Dios
que tú; que Jesucristo es tu Hijo; que nosotros somos tu pueblo y ovejas de tus
pastos.
"Tú, que has manifestado el inmortal orden del
mundo con tus obras; Tú, Señor, que has creado la tierra; Tú, que sigues fiel
en todas las generaciones, justo en tus juicios, admirable en tu poder y en tu
magnificencia, sabio en la creación, prudente en dar solidez a las cosas
creadas, bueno en las cosas visibles, fiel con los que en ti confían,
misericordioso y compasivo: perdónanos nuestras faltas y nuestras injusticias,
nuestras caídas, nuestras aberraciones.
"No lleves cuenta de los pecados de tus servidores
y de tus servidoras; más bien, purifícanos con tu verdad y dirige nuestros pasos
para que caminemos en la santidad del corazón y hagamos lo que es bueno y
agradable a tus ojos y a los ojos de nuestros príncipes.
"Sí, Maestro, haz que resplandezca tu cara en
nosotros, para hacernos gozar de los bienes en paz, protégenos con tu mano
poderosa, líbranos de todo pecado con tu brazo fortísimo, ponnos a salvo de los
que injustamente nos odian.
"Danos la concordia y la paz a nosotros y a todos
los habitantes de la tierra, como la diste a nuestros padres cuando te
invocaban santamente en la fe y en la verdad. Haznos sumisos a tu Nombre
potentísimo y muy excelente, a nuestros príncipes y a los que nos gobiernan en
la tierra.
"Tú eres, Maestro, el que les diste el poder de la
majestad real en tu magnífico e invisible poder, para que, conociendo la gloria
y el honor que les has repartido, les estemos sometidos y no contradigamos tu
voluntad. Concédeles, Señor, la salud, la paz, la concordia, la estabilidad,
para que ejerzan sin impedimento la soberanía que les has entregado. Porque,
eres tú, Maestro, rey celestial de los siglos, quien das a los hijos de los
hombres gloria, honor y poder sobre las cosas de la tierra. Dirige, Señor, su
consejo conforme a lo que está bien, a lo que es agradable a tus ojos, con el
fin de que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder que les
diste, te hallen ellos propicio. Sólo tú puedes hacer esto y procurarnos
mayores bienes aún.
"Te damos gracias por el sumo sacerdote y patrón
de nuestras almas, Jesucristo, por quien sea a ti la gloria y la grandeza,
ahora y de generación en generación y en los siglos de los siglos. Amén"
SAN CLEMENTE I, PAPA Y MARTIR
La memoria de San Clemente se nos presenta, a los
principios de la Iglesia de Roma, rodeada de aureola especial. Al desaparecer
los Apóstoles, se diría que eclipsa a San Lino y San Cleto, no obstante haber
recibido antes que él el honor del episcopado. Como una cosa normal, se pasa de
Pedro a Clemente, y las Iglesias orientales celebran su memoria con tanto honor
como la Iglesia latina. Fué verdaderamente el Pontífice universal, y ya se
advierte que toda la Iglesia está pendiente de sus actos y de sus escritos.
Debido a esta buena reputación se le han atribuido muchos escritos apócrifos
que es fácil separar de los que son verdaderamente suyos.
LA EPÍSTOLA A LOS CORINTIOS
Con el tiempo han desaparecido, excepto uno, los
documentos que prueban la intervención de Clemente en los asuntos de las
Iglesias lejanas; pero el que nos queda nos presenta el poder monárquico del
Obispo de Roma en pleno ejercicio desde esta época primitiva. La Iglesia de
Corinto se hallaba agitada por discordias intestinas que la envidia había
suscitado con respecto a ciertos pastores. Estas divisiones, cuyo germen
encontramos ya en tiempo de San Pablo, habían destruido la paz y causaban
escándalo hasta entre los mismos paganos. La Iglesia de Corinto terminó por
sentir la necesidad de atajar un desorden que podía ser perjudicial a la
extensión de la fe cristiana, y a este fin, tuvo que pedir ayuda fuera de su
seno. Por ese tiempo habían desaparecido del mundo todos los Apóstoles, menos
San Juan, el cual aún iluminaba a la Iglesia con su luz. De Corinto a Éfeso,
donde residía el Apóstol, la distancia no era considerable; no obstante eso, no
fué a Éfeso, sino a Roma a donde la Iglesia de Corinto dirigió sus miradas.
Clemente tuvo
conocimiento de los debates que las cartas de esta Iglesia remitían a su fallo
y mandó salir para Corinto a cinco comisarios que debían representar allí la
autoridad de la Sede apostólica. Eran portadores de una carta que San Ireneo
llama de mucha autoridad, potentissimas
litteras (Contra
haereses, III, III, 3). Se la consideró tan apostólica y bella, que se leyó
mucho tiempo públicamente en bastantes Iglesias, como una especie de
continuación de las Escrituras canónicas. Tiene
un tono digno, pero paternal, conforme al consejo que San Pedro da a los
pastores. "Clemente no se decide explícitamente por ninguna parte y a
nadie nombra, pero trata de levantar el espíritu de los fieles por encima de
las pasiones, de las querellas y de los rencores con la consideración de la
bondad divina y de los grandes ejemplos bíblicos. Un cierto orden en la
Escritura, la argumentación que tiene algo de insinuante, la unción que
proviene del gusto instintivo hacia las cosas morales, dan a este texto griego
un perfume de latinidad y forman algo muy diferente de los grandes escritos de
Pedro, de Pablo y de Juan, donde todo tiene el sabor y el misterio de una
intuición directa de la revelación divina. Con la carta de Clemente hemos
pasado el estadio inicial en el que el Espíritu se extiende en elevadas
remansadas en las Escrituras canónicas, pero estamos aún muy cerca de la
fuente, en el centro de la iglesia principal: "Pongamos los ojos en el
Padre Creador del universo, entreguémonos a sus favores, a los dones magníficos
y excesivos de su paz, contemplémosle con el pensamiento, miremos con los ojos
del espíritu su voluntad pacientísima, consideremos cómo se muestra dulce y
fácil con todas las criaturas... (XIX,
2-3). El Padre, todo misericordia
y amigo de hacer bien, tiene un gran corazón para los que le temen. Se muestra
liberal con sus gracias y las reparte con bondad y suavidad a los que se
acercan a él con un corazón sencillo. No seamos desconfiados; no se turbe
nuestra alma ante sus presentes maravillosos y espléndidos... (XXII, 1-2). A San Clemente le consideraremos
siempre como doctor de la divina clemencia".
Este lenguaje tan solemne y tan firme consiguió su
efecto: se restableció la paz de la Iglesia de Corinto y los mensajeros de la
Iglesia romana comunicaron pronto la buena noticia. Un siglo más tarde, San
Dionisio, obispo de Corinto, manifestaba todavía al Papa San Sotero la gratitud
de su Iglesia para con Clemente por el servicio que le debía.
LA LEYENDA DE SAN CLEMENTE
Las Actas (dudosas) de San Clemente nos dicen que fué
mandado al destierro, al Quersoneso, y condenado a extraer y labrar el mármol:
por eso los marmolistas escogieron por patrón al Santo Papa.
La leyenda nos cuenta además un pormenor demasiado
sabroso para que no lo refiramos aquí: San Clemente fué arrojado al mar con una
áncora al cuello. El día de su aniversario, el mar se alejaba y la gente podía
llegarse al templo submarino que un ángel construyó sobre su tumba. Pues bien,
ocurrió un día que una mujer, cuando ya el mar se había extendido de nuevo,
advirtió que había dejado olvidado en dicho templo a su niño, pero le encontró
sano y salvo en el aniversario siguiente.
Otro hecho que, como el anterior, tiene sin duda el
origen en el motivo de un mosaico: nos muestra al Cordero de Dios apareciéndose
en un monte y señalando con la punta del pie a Clemente la fuente que va a
brotar.
La Liturgia se ha adueñado de estos relatos y ha
compuesto las bellas Antífonas del Oficio, que consideramos útil añadir aquí.
ANTIFONAS
Roguemos todos a Nuestro Señor Jesucristo que haga
correr una fuente de agua para sus confesores.
Estando San Clemente en oración, se le apareció el
Cordero de Dios.
Sin mirar a mis méritos, el Señor me envió a vosotros
para participar de vuestras coronas.
Vi sobre el monte al Cordero de pie; debajo de su
planta brota una fuente viva.
La fuente viva que manaba debajo de su pie, es el río
impetuoso que alegra a la ciudad de Dios.
Todas las naciones de alrededor creyeron en Cristo
Señor.
Al irse camino del mar, el pueblo rezaba diciendo a
grandes voces: Señor Jesucristo, sálvale; y Clemente decía con lágrimas: Padre,
recibe mi espíritu.
Señor, has dado a Clemente, tu mártir, por morada, en
medio del mar, como un templo de mármol, levantado por manos de ángeles; y has
procurado el acceso a los habitantes del país para que pudieran contar tus
maravillas.
VIDA
Por San Ireneo sabemos que San Clemente es el tercer
sucesor de San Pedro y que gobernó la Iglesia probablemente entre el año 88 y
97. Pudo conocer a los apóstoles San Pedro y San Pablo; San Ireneo hasta nos
dice que fué su discípulo y Tertuliano que fué ordenado por el primer Papa. La
Epístola a los Corintios le coloca a la cabeza de los escritores eclesiásticos
cuya obra es auténtica. Si la historia no nos suministra datos suficientes
sobre sus orígenes, hay conjeturas de que era judío y que había recibido una
formación literaria y filosófica bastante extensa, y el contenido de su Carta
revela en él el carácter de un hombre de gobierno, a la vez que sus cualidades
y virtudes. La Tradición quiere que haya muerto mártir.
Recitemos en su honor la gran oración que se lee en su
Epístola a los Corintios:
LA GRAN PLEGARIA DE SAN CLEMENTE
San Clemente adora a la Santísima Trinidad. Giovanni Battista Tiepolo |
"A ti, que multiplicas los pueblos sobre la tierra
y que has escogido entre ellos a los que te aman, por Jesucristo, el Hijo
predilecto por quien nos has instruido, santificado y honrado, a ti te
suplicamos, oh Maestro. Sé nuestra ayuda y nuestro sostén. Sé la salvación de
los que entre nosotros andan oprimidos; ten misericordia de los humildes;
levanta a los caídos; date a conocer a los que están en necesidad; cura a los
enfermos; vuelve atraer a los descarriados de tu pueblo; sacia a los que tienen
hambre; pon en libertad a nuestros prisioneros; levanta a los que languidecen;
consuela a los pusilánimes. Reconozcan todos los pueblos que no hay más Dios
que tú; que Jesucristo es tu Hijo; que nosotros somos tu pueblo y ovejas de tus
pastos.
"Tú, que has manifestado el inmortal orden del
mundo con tus obras; Tú, Señor, que has creado la tierra; Tú, que sigues fiel
en todas las generaciones, justo en tus juicios, admirable en tu poder y en tu
magnificencia, sabio en la creación, prudente en dar solidez a las cosas
creadas, bueno en las cosas visibles, fiel con los que en ti confían,
misericordioso y compasivo: perdónanos nuestras faltas y nuestras injusticias,
nuestras caídas, nuestras aberraciones.
"No lleves cuenta de los pecados de tus servidores
y de tus servidoras; más bien, purifícanos con tu verdad y dirige nuestros pasos
para que caminemos en la santidad del corazón y hagamos lo que es bueno y
agradable a tus ojos y a los ojos de nuestros príncipes.
"Sí, Maestro, haz que resplandezca tu cara en
nosotros, para hacernos gozar de los bienes en paz, protégenos con tu mano
poderosa, líbranos de todo pecado con tu brazo fortísimo, ponnos a salvo de los
que injustamente nos odian.
"Danos la concordia y la paz a nosotros y a todos
los habitantes de la tierra, como la diste a nuestros padres cuando te
invocaban santamente en la fe y en la verdad. Haznos sumisos a tu Nombre
potentísimo y muy excelente, a nuestros príncipes y a los que nos gobiernan en
la tierra.
"Tú eres, Maestro, el que les diste el poder de la
majestad real en tu magnífico e invisible poder, para que, conociendo la gloria
y el honor que les has repartido, les estemos sometidos y no contradigamos tu
voluntad. Concédeles, Señor, la salud, la paz, la concordia, la estabilidad,
para que ejerzan sin impedimento la soberanía que les has entregado. Porque,
eres tú, Maestro, rey celestial de los siglos, quien das a los hijos de los
hombres gloria, honor y poder sobre las cosas de la tierra. Dirige, Señor, su
consejo conforme a lo que está bien, a lo que es agradable a tus ojos, con el
fin de que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder que les
diste, te hallen ellos propicio. Sólo tú puedes hacer esto y procurarnos
mayores bienes aún.
"Te damos gracias por el sumo sacerdote y patrón
de nuestras almas, Jesucristo, por quien sea a ti la gloria y la grandeza,
ahora y de generación en generación y en los siglos de los siglos. Amén"
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
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