SAN FLORENCIO, OBISPO Y
CONFESOR
Fué el glorioso san Florencio
natural de Escocia, de claro y noble linaje; pero mucho más noble fue por su
virtud y santidad. En lo mas florido de su juventud lozana dio de mano á todos
los deleites de este mundo: y para huirlos mejor y conservarse virgen, como
tenia propuesto en su corazón hacerlo, cuando le amenazaba el riesgo de que
tanto deseaba huir, que era casamiento rico y noble, dejó por Cristo patria,
padres y parientes, riquezas y deleites de la juventud, y abrazando una
voluntaria pobreza, emprendió una larga peregrinación. Acompañáronle otros tres
santos varones Arbogasto, Teodalo, é Ilildulfo, con los cuales llegó (después de
varias peregrinaciones) a la Alsacia. Reinaba en Francia á la sazón Dagoberto,
el cual tuvo á gran dicha que tales varones viniesen á sus tierras. Dióle á Arbogasto
el obispado de Argentina, ciudad vecina del Rhin (río caudaloso) y habitada de
los germanos ó alemanes, los cuales en su lengua vulgar la llaman Strasburg.
Teodato ó Ilildulfo le acompañaron; y Florencio, despedido de ellos, se
retiró á una selva llamada Haslé á la parte del monte Vozago, donde nace el rio
Brascha. Aquí comenzó á cultivar la tierra con sus propias manos para buscar el
propio sustento, gastando en este ejercicio y el de la oración los días y las
noches. Labró con sus manos una casilla ó choza para su recogimiento, y tuvo bien
en que ejercitar la paciencia; porque los ciervos y otras fieras, que en
aquella selva había, le destruían cuanto trabajaba y hacia de sus manos.
No tenía el bendito Florencio
instrumentos con que ahuyentar ó cazar aquellas fieras; pero sí tenia una gran fe
y confianza en Dios; y así en su santísimo nombre las mandó que todas, sin
hacer mal alguno á él, ni al trabajo do sus manos, viniesen á su celdilla, y se
estuviesen quietas á la puerta. ¡Raro prodigio! Apenas se les mandó, cuando todas
le obedecieron: tal fuerza tiene la voz del justo, y el nombre santo de Dios,
en quien confia. Hallábase á este tiempo Dagoberto entretenido en su palacio
kyrcheymense, que está cerca de la dicha selva ó bosque, y envió sus cazadores á
que cazasen y le trajesen alguna cierva. Los cazadores salieron muy de mañana
prevenidos de perros: dieron vuelta por los montes y selvas circunvecinas, sin
que pudiesen descubrir fiera alguna. Al fin, ya cansados llegaron á la casilla de
san Florencio, donde vieron muchísimas ciervas y otras fieras, todas á la
puerta mirándosela con tanta atención, y tan quietas y fijas, como si estuviesen
presas con cadenas. Vieron venir al santo varón: y no conociendo su santidad,
se indignaron contra él, juzgando que por algún arte de encantamiento tenia
presas las fieras, y reducidas todas á la puerta de su casa. Tratáronle mal de
palabras; y con violencia y furor le quitaron la túnica que traía, y se fueron.
El santo, sin responderles palabra, ni resistirse, se dejó desnudar: y viendo
que se iban y dejaban una azada ó hacha que tenía, con que labraba la tierra y
hacia leña, la tomó y les fué siguiendo, dando voces, y diciendo se esperasen,
y se llevarían también aquella sola alhaja que tenia.
Tomáronla, y prosiguieron su
camino, y al llegar á una laguna que habían de pasar, los caballos no pudieron
moverse: ellos los apretaban más y más las espuelas; pero era en vano herirlos.
Reconocieron que sin duda era castigo del cielo, por las injurias que habían
hecho á aquel santo varón (que aunque malos, ya habían conocido lo era, en su
silencio y sencillez); y así volvieron las riendas y fueron á buscarle:
pidiéronle perdón y restituyéronle lo que le hablan quitado: con que partieron
gozosos con su bendición, y los caballos no se pararon más en todo el camino.
Van á la presencia del rey Dagoberto y le cuentan lo que les había sucedido;
cuando al instante mandó enjaezar ricamente su caballo, y se lo envió al varón de
Dios, suplicándole se sirviese de montar en él y venirse á su palacio. El santo
por no parecer desagradecido, ya que no admitió la oferta del caballo, por
parecerle no decía bien á su humildad, vino á visitar al rey. Al llegar al
palacio, una hija del rey, ciega y muda desde su nacimiento, de repente vio y
habló, llamando á Florencio por su nombre, siendo así que todos lo ignoraban.
No fué solo éste prodigio: porque subiendo el santo á ver al rey á su cuarto,
como no tenia criado que le guardase el manto ó capa, mientras entraba á hablar
al rey (cortesía entonces usada) se quitó su capa y la colgó de un rayo de sol
que entraba por una ventana, la cual se estuvo colgada, como si estuviera de
una estaca ó clavo, todo el tiempo que estuvo con el rey hablando. Estos
milagros tan portentosos movieron tanto el ánimo del rey, que le hizo
donación al santo de aquella selva y de las villas y aldeas adyacentes, para
que fabricase en aquella parte que tenia su celda, un monasterio, el cual se
fabricó luego con toda suntuosidad y real magnificencia, y se llamó y llama hoy
el monasterio de Haslé, y posee las dichas posesiones.
Murió el bendito Arbogasto; y
el rey obligó al santo varón Florencio á que aceptase aquel obispado de
Argentina: y el bendito siervo de Dios, por no resistir á la divina voluntad, humilde
lo aceptó, y gobernó santísimamente por espacio de doce años, ejercitándose de
día y de noche en actos heroicos de caridad, humildad, paciencia, oración,
contemplación, ayunos, penitencias, y en todas las demás virtudes, escogiendo
varones sencillos, santos y virtuosos que habitasen siempre en su monasterio de
Haslé, y allí sirviesen á Dios: con lo cual, dando divino olor y fragrancia de
virtudes, virgen, puro y casto echó buen olor de Cristo, como dice el Apóstol,
y habiendo adornado é ilustrado la Iglesia de Dios con dichos y hechos heroicos,
y sufrido con gran paciencia inmensos trabajos, como fiel y prudente siervo, descansó
en paz en su Iglesia, y fué a poseer el premio eterno de la gloria, donde con
Cristo reina. Fué su glorioso tránsito á los 7 de noviembre (día en que la
Iglesia le celebra) por los años del Señor de 675. Fué sepultado su santo
cuerpo en su misma Iglesia de Argentina, y allí estuvo mucho tiempo, ilustrándola
con milagros, hasla que el bendito Rato, obispo de Argentina, tuvo orden del
cielo, por divina revelación, para trasladarlo al monasterio de Haslé, y
colocarlo en el mismo lugar en que él se había fabricado su primera celdila y
habitación, y allí permanece el día de hoy, haciendo Dios por su intercesión
muchos milagros. Escribieron su viria Surio, en el tomo VI; Democaro, in
Tabulis Eccles. Argcnt.; Molano, in Addit. ad Usuardum; el
Martirologio romano; y Baronio en sus anotaciones.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario