SAN SILVESTRE, ABAD
EL FUNDADOR
Ocurre con frecuencia que Dios lleva el mundo a los que
huyen de él; tenemos hoy un ejemplo, entre otros muchos, en Silvestre
Gozzolini. Se diría que ha llegado el momento en que maravillada la tierra de
la santidad y de la elocuencia de las Ordenes nuevas del siglo XIII, olvida a
los monjes y el camino del desierto; pero Dios, que no olvida, conduce
silenciosamente a su elegido a la soledad, y otra vez la soledad se estremece y
florece como el lirio.
La austeridad de los antiguos tiempos, el fervor de las
oraciones prolongadas revive de nuevo en Monte Fano y se propagan a otros
sesenta monasterios; una nueva familia religiosa, la de los Silvestrinos,
conocidos por el hábito azul que los distingue de sus hermanos mayores, hace
siete siglos que aclama a San Benito, el Patriarca de Casino, como legislador y
como padre suyo.
EL PENSAMIENTO DE LA MUERTE
Se cuenta que la ocasión de su vocación fué el
espectáculo horrible del cadáver de un hombre poco antes muy señalado por su
belleza. Silvestre se dijo: "Yo soy lo que éste fué; lo que éste es, seré
yo", y recordó la palabra del Señor: "Si alguno quiere venir en pos
de mí, se renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga". Entonces lo dejó
todo y se retiró a la soledad.
Al principio de este mes traía a nuestra memoria la
Iglesia el pensamiento de la muerte. Nos inducía a rogar especialmente en este
período por las almas del purgatorio. En la fiesta de hoy, todavía desea que
pensemos en nuestras postrimerías. No debemos olvidar el juicio de Dios: Hacia
Dios caminamos; él es "el que viene"; él es hacia quien debemos
tender. Tenemos que desprendernos poco a poco y por su amor de los atractivos
de la vida presente y pedirle que no vacile en romper la tela de nuestra vida
cuando haya llegado su hora. La muerte es la señal del pecado; y es también su
castigo. A pesar de todo, nada tiene de espantosa desde que el Señor gustó de
esa bebida amarga y nos libró del terror que infundía a los antiguos. Y si la
consideramos como el encuentro definitivo con el que hemos buscado y amado
tanto tiempo con la fe, nada nos debe asustar. Ella será para nosotros la
verdadera unión, el verdadero comienzo de todas las cosas.
En este día, pidamos a San Silvestre que nos alcance la
gracia de bien morir, enseñándonos a vivir como él en este austero pero
consolador pensamiento y a seguir al Señor renunciando a todo lo que vaya
contra su santa voluntad.
VIDAEl gran anacoreta cuya memoria está ligada a Monte
Fano, cerca de Fabriano, en las Marcas, es San Silvestre Gozzolini, fundador de
la Congregación Benedictina que tomó su nombre. Nació en Osimo en 1177 e hizo
sus estudios de derecho y de teología en Bolonia. Su obispo le procuró un
canonicato, pero no tardó en dar el adiós a las dignidades que le esperaban,
retirándose a las soledades cubiertas de bosques que rodeaban a su ciudad
natal, y desde ese momento ya no pensó más que en levantar el ideal de la vida
monástica, harto decaído por cierto. En 1231 logró construir en Monte Fano con
la ayuda de algunos discípulos, un pequeño monasterio dedicado a la Reina del
cielo y a San Benito. Así empezó la rama benedictina de Monte Fano. Inocencio
IV la aprobó por medio de la bula del 27 de junio de 1247. Al morir el
fundador, el 27 de noviembre de 1267, la Congregación de los Silvestrinos
contaba 433 miembros y 12 monasterios. Clemente VIII insertó su nombre en el
Martirologio en 1598 y León XIII extendió su Oficio y su Misa a la Iglesia
universal, el 19 de agosto de 1890.
NO HAY MÁS QUE VANIDAD
Cuán vanas son nobleza y belleza: la muerte, al
hacértelo ver, abrió ante ti los senderos de la vida. La frivolidad de un mundo
que tan mal uso hace del espejismo de los placeres falaces, no podía comprender
al Evangelio, que difiere la felicidad para la vida futura, y hace consistir el
camino que a ella nos lleva, en el renunciamiento, en la humillación, en la
cruz. Con la Iglesia pedimos a Dios clementísimo que en atención a tus méritos
tenga a bien concedernos el despreciar como tú las felicidades terrenas que tan
pronto se disipan, para saborear un día contigo la eterna y verdadera dicha.
Dígnate favorecer con tu ruego nuestras súplicas. Esperamos que el que te ha
llevado a la gloria, bendiga y multiplique a tus hijos y favorezca juntamente
con ellos a todo el Orden monástico.
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
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