SANTOS MARCELINO, PEDRO Y ERASMO, MARTIRES (Siglo IV)
GLORIA DE ESTE DÍA
La gloria del martirio ilumina este día con profusión raras veces vista en el Ciclo Litúrgico; podemos ya presagiar en el mes que comienza, la más importante de todas: la gloriosa confesión que Pedro y Pablo sellaron con su sangre. Italia, Francia y España contribuyen a formar para el cielo -una legión de héroes.
Dentro de poco admiraremos a los mártires de Lyon y a las falanges de mártires de la Iglesia española; mas hay que rendir los primeros honores a la Iglesia Madre. Saludamos en primer lugar a Marcelino, que con su sacerdocio formó numerosos reclutas a quienes el Espíritu Santo hizo dignos partícipes de su triunfo; honremos al exorcista Pedro, que condujo a la fuente sagrada a tantos paganos conquistados para Cristo al ver la debilidad de los demonios.
Sus nombres están puestos en el Canon de la Misa, y en Roma se les dedicó una basílica.
Tú en otro tiempo protegido por el cielo, protege ahora, oh Erasmo, a aquellos que luchan sobre las olas contra la furia de la tempestad desencadenada. Con valentía de espíritu entregaste a los verdugos hasta tus mismas entrañas; protege a quienes te invocan en los padecimientos que recuerdan, en cierto modo, los tormentos que por Cristo soportaste.
¡Cuánta necesidad tienen de vuestra ayuda la sociedad civil y el mundo visible! El enemigo, a cuya reclusión en los abismos tan poderosamente habéis contribuido, vuelve a constituirse señor. ¿Estamos acaso en el tiempo en que, volviendo a encender la guerra a los santos, le será permitido cantar victoria? Ya, ni disimula ahora, apenas se encubre. No sólo dirige al mundo, valiéndose de mil medios que las sociedades secretas han puesto en sus manos de un modo ostensible, sino que se ha visto que quiere introducirse en toda clase de reuniones, en el seno de las familias como huésped de la casa, y como compañero de sus diversiones y de sus negocios, incitando siempre al mayor goce y a la disolución moral. El Anticristo, que aparecerá al final de los tiempos, poderoso por un poder usurpado y falso prestigio; ¿no se prepara ya precursores en las logias políticas de las sociedades secretas, en los conventículos de la teosofía o del espiritismo, donde aparecen en forma nueva algunos misterios antiguos del paganismo? Soldados valientes de la Iglesia, hacednos dignos de vuestros padres. Si el ejército cristiano disminuye en número, acreciéntase en él la fe; no desfallezcan sus fuerzas ni se dispersen; hállesele siempre haciendo frente al enemigo en la hora suprema en que Jesús exterminará de un soplo al hombre de pecado y arrojará para siempre las hordas de Satanás en los pozos profundos del abismo.
Dentro de poco admiraremos a los mártires de Lyon y a las falanges de mártires de la Iglesia española; mas hay que rendir los primeros honores a la Iglesia Madre. Saludamos en primer lugar a Marcelino, que con su sacerdocio formó numerosos reclutas a quienes el Espíritu Santo hizo dignos partícipes de su triunfo; honremos al exorcista Pedro, que condujo a la fuente sagrada a tantos paganos conquistados para Cristo al ver la debilidad de los demonios.

Los SANTOS MARCELINO Y PEDRO
San Marcelino y San Pedro fueron decapitados por la fe, en la persecución de Diocleciano, el año 304, en el lugar llamado silva nigra, en la vía Cornelia, cerca de Roma. El Papa S. Dámaso escuchó el relato de su martirio del mismo verdugo que les había dado muerte, y adornó su tumba con bella inscripción.
Sus nombres están puestos en el Canon de la Misa, y en Roma se les dedicó una basílica.
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