SAN JUSTINO, MARTIR
En el siglo II, las disputas públicas de San Justino con los adversarios de la fe cristiana llenaban a Roma de aplausos, suscitados por sus refutaciones victoriosas. Sus escritos, que él hacía llegar con valentía hasta el trono imperial, derramaban la luz allí donde no podía llegar su palabra. Más pronto el hacha del lictor que tronchó la cabeza del apologista, dió a sus demostraciones mucha más fuerza que su aplastante lógica; pues una vez hizo cesar la persecución y doblegó al mismo infierno.
MARCO AURELIO Y SAN JUSTINO
En efecto, el mundo, solicitado en sentido contrario por mil escuelas famosas que parecen tomar a su cargo, el hacer imposible, con sus contradicciones, el descubrimiento de la verdad, el mundo se encuentra ahora, al menos, en forma de saber dónde está la sinceridad. Marco Aurelio acaba de suceder a Antonino Pío, y tiene la pretensión de fundamentar la filosofía con él en el trono. Partiendo del ideal de que toda perfección consiste en la satisfacción de sí mismo y en desdeñar a los demás, Marco Aurelio cae en el escepticismo dogmático, estableciendo esta ley moral, y hace entrega de sus pensamientos para que los admiren algunos de sus cortesanos, sin preocuparse de las costumbres mismas de quienes le rodean.
Desde muy joven buscó Justino la verdad, y la encontró en la
justicia, sin desalentarse en sus primeros inútiles esfuerzos; nunca tomó como
pretexto para negar la luz el que ésta tardase en aparecer. Cuando declina su
vida, a la hora fijada por Dios, Justino consagra su vida a la sabiduría; la
encuentra al fin, y ardiendo en deseos de comunicársela a todo el mundo, a los
pequeños y a los grandes, menosprecia los trabajos y los mismos tormentos, que
le permitirán dar testimonio de la verdad ante el mundo entero. ¿Qué hombre de
buena fe vacilará entre el héroe cristiano y el filósofo coronado que le dió la
muerte? ¿Quién no preferiría los desprecios a las pretensiones de los falsos
filósofos convertidos en señores del mundo, y que no dan otra prueba de su amor
a la ciencia que su deliberado afán de ahogar la voz de los que la predican?
LA FILOSOFÍA CRISTIANA
La filosofía bautizada
en la sangre del convertido de Naplusa, será para siempre cristiana. Su
desoladora esterilidad finaliza hoy. El testimonio del martirio, que como
sierva fiel, da a la verdad, endereza de repente los monstruosos desvíos de los
primeros tiempos. Sin confundirse con la fe será en lo sucesivo su noble
auxiliadora. La razón humana verá sus fuerzas duplicadas por esta alianza, y
producirá seguros frutos. ¡Desgraciada de ella si alguna
vez, olvidando la consagración sublime que la dedica a Cristo, llegare a no
hacer caso de la Encarnación divina y pretendiere que son suficientes las
enseñanzas solamente naturales acerca del origen del hombre, el fin de todas
las cosas y la regla de las costumbres! Esta luz natural que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo, es también sin duda, un
resplandor del Verbo; y en ello estriba su grandeza. Pero desde que el Verbo
divino, al querer aumentar el honor hecho a la razón, otorgó a la humanidad una
manifestación de sí mismo más directa y más elevada, no es su deseo que el
hombre divida en dos partes sus dones, que deje a un lado la fe cuyo fin es la
visión, y que se contente de las pálidas luces que habrían bastado a la
naturaleza pura. El Verbo es uno, como el hombre, al cual se manifiesta a la
vez por la razón y la fe, aunque de modo diverso; así cuando la humanidad
quiera desechar las luces sobrenaturales, tendrá su castigo merecido al ver al
Verbo retirarle gradualmente esta luz de la razón natural, que juzgaba poseer
como propia y abandonar al mundo por el camino de la sinrazón.
Vida
San Justino nació en Naplusa, Palestina, a Anales del siglo II. Deseoso de aprender, se dió al estudio y frecuentó las escuelas estoica, peripatética, pitagórica y platónica, que no le satisficieron. Al fin, la conversación que trabó con un anciano misterioso y la contemplación de la vida cristiana, le condujeron a la verdad. Se convirtió a la edad de 30 años. Llegado a Roma, deseó vivamente hacer partícipes de su fe a los demás. Abrió una escuela y escribió varias obras: en el año 135, su Diálogo con el judío Trifón; después sus dos Apologías, compuestas durante el imperio de Antonino (138-161) y Marco Aurelio (161-180). Denunciado probablemente por el filósofo pagano Crescendo, murió mártir. León XIII extendió su culto a la Iglesia Universal.
Oh Justino, en ti celebramos una de las más nobles conquistas de nuestro divino Resucitado sobre el imperio de la muerte. Nacido en la reglón de las tinieblas, pronto comenzaste a romper las ataduras del error, que te tuvieron cautivo como a tantos otros. La Sabiduría, a quien amabas aun antes de conocerla, te escogió para sí entre tantos otros. Pero ella no habita en un alma fingida, ni en un cuerpo sujeto al pecado. Al contrario de los demás hombres, en quienes la filosofía no sirve más que para disimular su amor propio y la pretensión de justificar todos los vicios, tú buscaste la sabiduría con un corazón deseoso de conocer la verdad, sólo para amarla y ponerla en práctica. Esta rectitud de inteligencia y de corazón te acercaba a Dios; te hizo digno de hallar la Sabiduría viva, que se entrega a ti para siempre en todo su esplendor La Iglesia, oh Justino, te condecoró con toda justicia con el nombre de filósofo admirable; porque fuiste el primero en comprender que la filosofía digna de tal nombre, el verdadero amor de la sabiduría, no puede limitar su actividad al dominio abstracto de la razón, ya que la razón no es sino un guía para las regiones superiores, donde la Sabiduría se manifiesta en persona al amor que la busca sin engaño.
LA DEPENDENCIA DE LA RAZÓN
Se ha escrito de aquellos que se te asemejan: "Los muchos sabios son la salud del mundo". Pero qué raros son hoy los verdaderos filósofos, aquellos que, como tú, comprenden que el propósito del sabio ha de ser llegar al conocimiento de Dios por el camino de la obediencia a ese Dios santísimo. La independencia de la razón es el único dogma en que coinciden los sofistas del día; la manera de proceder de su secta es un falso eclecticismo, que conciben como la facultad que tiene todo el mundo para fabricarse su sistema; cada uno es libre de escoger aquello que en las afirmaciones de las distintas escuelas y hasta de las religiones, le sea más agradable. Por lo mismo pretenden que ia razón que llaman soberana, no ha producido cosa cierta, hasta que ellos no han venido; y, la duda universal, el escepticismo, como lo proclaman sus jefes, es para sí mismos la última palabra de la ciencia. ¡Verdaderamente después de todo esto, mal pueden reprochar a la Iglesia el rebajar la razón, cuando no ha mucho que en el Concilio Vaticano I, exaltaba la mutua ayuda que se prestan la razón y la fe para conducir al hombre a Dios, su común Hacedor! ¡a ella, que arroja de su seno a los que niegan a la razón humana el poder dar por sí misma certeza de la existencia de Dios Creador y Señor! Y para definir en nuestros días el valor respectivo de la razón y la fe, sin separarlas y menos aún confundirlas, la Iglesia no ha hecho más que acudir al testimonio de todos los siglos cristianos, remontando hasta ti, cuyas obras, completadas unas con otras, no enseñan otra doctrina.
Has sido un testigo tan fiel como valiente, intrépido mártir. En días en que las necesidades de la lucha contra la herejía no habían aún sugerido a la Iglesia los nuevos términos cuya precisión había de ser indispensable, tus escritos nos muestran la misma doctrina, aunque expuesta en lenguaje menos preciso. ¡Bendito seas por todos los hijos de la Iglesia, oh Justino, por esta demostración preciosa de la identidad de nuestras creencias con la fe del siglo II ! ¡Bendito seas, por haber distinguido con este fin lo que era entonces el dogma, de las opiniones privadas, a las cuales la Iglesia, como siempre lo ha hecho, dejaba libertad en puntos de menor importancia!
LA APOLOGÉTICA
No defraudes las esperanzas que en ti ha puesto la Madre común. A pesar de estar ya tan alejados los tiempos en que viviste, quiere que sus hijos te honren con mayor culto que en los siglos pasados. En efecto, después de haber sido reconocida como reina de las naciones, ha vuelto a encontrarse en situación parecida a aquella en que la defendías contra los ataques de un poder hostil. Suscita en ella nuevos apologistas. Enséñalos cómo a fuerza de celo, de firmeza y de elocuencia, se consigue hacer retroceder el infierno. Pero sobre todo procura que no se equivoquen sobre la naturaleza de la lucha que la Iglesia les ha confiado. Tienen que defender a una reina; la Esposa del hijo de Dios no puede mendigar para ella la protección que se da a una esclava. La verdad tiene sus derechos propios; o mejor, sólo ella merece la libertad. Como tú, oh Justino, trabajarán porque el poder civil se avergüence de reconocer a la Iglesia las prerrogativas que concede a cualquier secta: pero la argumentación de un cristiano no puede contentarse con reclamar una tolerancia común para Cristo y para Satanás; como tú, y aun con la amenaza de mayores violencias deberán decir: "Nuestra causa es justa, porque nosotros y sólo nosotros, decimos la verdad"'.
fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
de las Actas de los mártires
Martirio de los santos
mártires Justino, Caritón, Caridad, Evelpisto, Hierax, Peón y Liberiano.
Roma, año 165
En tiempo de los inicuos defensores de la idolatría,
publicábanse, por ciudades y lugares, impíos edictos contra los piadosos
cristianos, con el fin de obligarles a sacrificar a los ídolos vanos.
Prendidos, pues, los santos arriba citados, fueron presentados al prefecto de
Roma, por nombre Rústico.
Venidos ante el tribunal, el prefecto Rústico dijo a
Justino:
—En primer lugar, cree en los dioses y obedece a
los emperadores.
Justino respondió:
—Lo irreprochable, y que no admite condenación, es
obedecer a los mandatos de nuestro Salvador Jesucristo.
El prefecto Rústico dijo:
—¿Qué doctrina profesas?
Justino respondió:
—He procurado tener noticia de todo linaje de doctrinas;
pero sólo me he adherido a las doctrinas de los cristianos, que son las
verdaderas, por más que no sean gratas a quienes siguen falsas opiniones.
El prefecto Rústico dijo:
—¿Conque semejantes doctrinas te son
gratas, miserable?
Justino respondió:
—Sí, puesto que las sigo conforme al
dogma recto.
El prefecto Rústico dijo:
Justino respondió:
—El dogma que nos enseña a dar culto al Dios de los
cristianos, al que tenemos por Dios único, el que desde el principio es hacedor
y artífice de toda la creación, visible e invisible; y al Señor Jesucristo, por
hijo de Dios, el que de antemano predicaron los profetas que había de venir al
género humano, como pregonero de salvación y maestro de bellas enseñanzas.
Y yo, hombrecillo que soy, pienso que digo bien poca cosa
para lo que merece la divinidad infinita, confesando que para hablar de ella
fuera menester virtud profética, pues proféticamente fue predicho acerca de
éste de quien acabo de decirte que es hijo de Dios. Porque has de saber que los
profetas, divinamente inspirados, hablaron anticipadamente de la venida de Él
entre los hombres.
El prefecto Rústico dijo:
—¿Dónde os reunís?
Justino respondió:
—Donde cada uno prefiere y puede, pues sin duda te
imaginas que todos nosotros nos juntamos en un mismo lugar. Pero no es así,
pues el Dios de los cristianos no está circunscrito a lugar alguno, sino que,
siendo invisible, llena el cielo y la tierra Y en todas partes es adorado y
glorificado por sus fieles.
El prefecto Rústico dijo:
—Dime donde os reunís, quiero decir, en qué lugar juntas
a tus discípulos.
Justino respondió:
—Yo vivo junto a cierto Martín, en el baño de Timiolino,
Y ésa ha sido mi residencia todo el tiempo que he estado esta segunda vez en
Roma. No conozco otro lugar de reuniones sino ése. Allí, si alguien quería
venir a verme, yo le comunicaba las palabras de la verdad.
—Luego, en definitiva, ¿eres cristiano?
Justino respondió:
—Sí, soy cristiano.
El prefecto Rústico dijo a Caritón:
—Di tú ahora, Caritón, ¿también tú eres cristiano?
Caritón respondió:
—Soy cristiano por impulso de Dios.
El prefecto Rústico dijo a Caridad:
—¿Tú qué dices, Caridad?
Caridad respondió:
—Soy cristiana por don de Dios.
El prefecto Rústico dijo a Evelpisto:
—¿Y tú quién eres, Evelpisto?
Evelpisto, esclavo del César, respondió:
—También yo soy cristiano, libertado por
Cristo, y, por la gracia de Cristo, participo de la misma esperanza que éstos.
El prefecto Rústico dijo a Hierax:
—¿También tú eres cristiano?
Hierax respondió:
—Sí, también yo soy cristiano, pues doy culto y adoro al
mismo Dios que éstos.
El prefecto Rústico dijo:
—¿Ha sido Justino quien os ha hecho cristianos?
Hierax respondió:
—Yo soy de antiguo cristiano, y cristiano seguiré siendo.
Mas Peón, poniéndose en pie, dijo:
—También yo soy cristiano.
El prefecto Rústico dijo:
¿Quién te ha enseñado?
Peón respondió:
—Esta hermosa confesión la recibimos de nuestros padres.
Evelpisto dijo:
—De Justino, yo tenía gusto en oír los discursos: pero el
ser cristiano, también a mí me viene de mis padres.
El prefecto Rústico dijo:
—¿Dónde están tus padres?
Evelpisto respondió:
—En Capadocia.
El prefecto Rústico le dijo a Hierax:
—Y tus padres, ¿dónde están?
Y Hierax respondió diciendo:
—Nuestro verdadero padre es Cristo, y nuestra madre la fe
en Él; en cuanto a mis padres terrenos, han muerto, y yo vine aquí sacado a la
fuerza de Iconio de Frigia.
El prefecto Rústico dijo a Liberiano:
¿Y tú qué dices? ¿También tú eres cristiano? ¿Tampoco tú
tienes religión?
Liberiano respondió:
—También yo soy cristiano; en cuanto a mi religión, adoro
al solo Dios verdadero.
El prefecto dijo a Justino:
—Escucha tú, que pasas por hombre culto y crees conocer
las verdaderas doctrinas. Si después de azotado te mando cortar la cabeza,
¿estás cierto que has de subir al cielo?
Justino respondió:
—Si sufro eso que tú dices, espero alcanzar los dones de
Dios; y sé, además, que a todos los que hayan vivido rectamente, les espera la
dádiva divina hasta la conflagración de todo el mundo.
El prefecto Rústico dijo:
—Así, pues, en resumidas cuentas, te imaginas que has de
subir a los cielos a recibir allí no sé qué buenas recompensas.
Justino
respondió:
—No me lo imagino, sino que lo sé a ciencia cierta, y de
ello tengo plena certeza.
El prefecto Rústico dijo:
—Vengamos ya al asunto propuesto, a la cuestión necesaria
y urgente. Poneos, pues, juntos, y unánimemente sacrificad a los dioses.
Justino dijo:
—Nadie que esté en su cabal juicio se pasa de la piedad a
la impiedad.
El prefecto Rústico dijo:
Si no obedecéis, seréis inexorablemente castigados.
Justino dijo:
—Nuestro más ardiente deseo es sufrir por amor de nuestro
Señor Jesucristo para salvarnos, pues este sufrimiento se nos convertirá en
motivo de salvación y confianza ante el tremendo y universal tribunal de
nuestro Señor y Salvador.
En el mismo sentido hablaron los demás mártires:
—Haz lo que tú quieras; porque nosotros somos cristianos
y no sacrificamos a los ídolos.
El prefecto Rústico pronunció la sentencia, diciendo:
«Los que no han querido sacrificar a los dioses ni
obedecer al mandato del emperador, sean, después de azotados, conducidos al
suplicio, sufriendo la pena capital, conforme a las leyes».
Los santos
mártires, glorificando a Dios, salieron al lugar acostumbrado, y, cortándoles
allí las cabezas, consumaron su martirio en la confesión de nuestro Salvador.
Mas algunos de los fieles tomaron a escondidas los cuerpos de ellos y los
depositaron en lugar conveniente, cooperando con ellos la gracia de nuestro
Señor Jesucristo, a quien sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Actas de los mártires. BAC nº. 75 (311-316) , Madrid 1951
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