lunes, 29 de diciembre de 2025

S A N T O R A L

SANTO TOMAS BECKET, ARZOBISPO DE CANTORBERY Y MÁRTIR

MÁRTIR DE LA LIBERTAD DE LA IGLESIA


Un nuevo Mártir viene a reclamar su puesto junto a la cuna del Niño Dios. No pertenece a los primeros tiempos de la Iglesia; su nombre no figura en los libros del Nuevo Testamento, como los de Esteban, Juan y los Niños de Belén. No obstante eso, ocupa uno de los primeros puestos en esa legión de Mártires que no cesa de crecer en todos los siglos, y que prueba la fecundidad de la Iglesia y la inmortal pujanza que la ha comunicado su divino autor. Este glorioso Mártir no dió su sangre por la fe; no fué llevado ante los paganos o los herejes, para confesar los dogmas revelados por Jesucristo y proclamados por la Iglesia. Le sacrificaron manos cristianas; su sentencia de muerte la dictó un rey católico; fué abandonado y maldecido por muchos de sus hermanos en su propia tierra. Pues, entonces, ¿cómo fué mártir? ¿cómo mereció la palma de Esteban? Es Mártir de la libertad de la Iglesia.
                     LA FORTALEZA
En realidad, todos los fieles son llamados a la honra del martirio, y a confesar los dogmas cuya iniciación recibieron en el bautismo. Hasta ahí se extienden los derechos de Cristo que los adoptó. Cierto que, este testimonio no a todos se les exige; pero todos deben estar dispuestos a darlo, bajo pena de la misma muerte eterna de que Cristo los redimió. Con mayor razón se les impone este deber a los pastores de la Iglesia; es la garantía de la enseñanza que predican a su grey: y así los anales de la Iglesia están llenos en todas sus páginas de los nombres heroicos de innumerables santos Obispos, que abnegadamente regaron con su sangre el campo que sus manos habían fecundado, dando de este modo el mayor grado de autoridad posible a su palabra. Pero, aunque los simples fieles estén obligados a pagar esta gran deuda de la fe, hasta con el derramamiento de su sangre; aunque deban confesar, aun a costa de toda clase de peligros, los lazos sagrados que los unen a la Iglesia, y por ella a Jesucristo, los pastores tienen además otro deber que cumplir, el de defender la libertad de la Iglesia. Esta frase Libertad de la Iglesia suena mal a los oídos de los políticos. Inmediatamente ven en ella el anuncio de una conspiración; el mundo, por su parte, encuentra ahí un motivo de escándalo, y repite esas enfáticas palabras: ambición sacerdotal; las personas tímidas comienzan, a temblar, y os dicen que mientras no se ataque a la fe, no hay nada en peligro. A pesar de todo eso, la Iglesia coloca en los altares, y pone en compañía de San Esteban, de San Juan, y de los santos Inocentes, a este Arzobispo inglés del siglo XII, degollado en su Catedral por haber defendido los derechos públicos del sacerdocio. La Iglesia se complace en esa bella frase de San Anselmo, uno de los predecesores de Santo Tomás; Dios no ama nada tanto en este mundo como la libertad de su Iglesia; y la Santa Sede, en el siglo XIX lo mismo que en el siglo XII, exclama por boca de Pío VIII como lo hacía por la de San Gregorio VII: "La Iglesia, Esposa sin mancha del Cordero inmaculado es LIBRE por intuición divina, y no está sometida a ningún poder terreno.

LA LIBERTAD DE LA IGLESIA

Lugar del martirio de Santo Tomás Becket
Ahora bien, esta sagrada libertad consiste en la completa independencia de la Iglesia frente a todo poder secular, en el ministerio de la palabra divina, que debe poder predicar, como dice el Apóstol, a tiempo y a destiempo, y a toda clase de persona, sin d
istinción de naciones, de razas, de edad, ni de sexo; libertad en la administración de los Sacramentos, a los que debe llamar a todos los hombres sin excepción alguna, para salvarlos a todos: libertad en la práctica de los preceptos y también de los consejos evangélicos sin intervención alguna extraña; en sus relaciones, exentas de toda traba, con los diversos grados de su divina jerarquía; en la publicación y aplicación de sus normas disciplinares; en la conservación y desarrollo de sus instituciones; en la propiedad y administración de su patrimonio temporal; libertad, finalmente, en la defensa de los privilegios que la misma autoridad civil la ha reconocido como medio de garantizar su bienestar y el respeto debido a su ministerio de paz y de caridad entre los hombres. 
Esa es la libertad de la Iglesia: y ¿quién no ve que es baluarte del mismo santuario; y que todo ataque dirigido a ella puede poner en peligro a la jerarquía y hasta al mismo dogma? El Pastor, debe, pues, por oficio, defender esta santa Libertad: no debe huir, como el mercenario: ni callarse, como esos canes mudos que no saben ladrar, de los cuales habla Isaías. (LVI, 10). Es el centinela de Israel; no debe esperar a que el enemigo se introduzca en la plaza, para lanzar el grito de alarma, y para ofrecer sus manos a las cadenas y su cabeza a la espada. La obligación de dar la vida por sus ovejas comienza para él en el momento en que el enemigo asedia aquellas posiciones avanzadas de cuya seguridad depende la tranquilidad de toda la ciudad.
Y si esta tenacidad lleva consigo graves consecuencias, entonces puede acordarse de aquellas bellas palabras de Bossuet, en su sublime Panegírico de Santo Tomás de Cantorbery, que quisiéramos poder trasladar aquí todo entero: Es una ley establecida, dice, que la Iglesia no puede gozar de ningún privilegio que no le cueste la muerte de sus hijos, y que, para mantener sus derechos, ha de derramar su sangre. Su Esposo la conquistó con la sangre que derramó por ella, y quiere que ella compre a un precio semejante las gracias que la concede. Merced a la sangre de los Mártires extendió sus conquistas más allá de los límites del imperio romano; su sangre la alcanzó la paz de que gozó bajo los emperadores cristianos, y la victoria que logró sobre los emperadores paganos. Es, pues, evidente que necesitaba sangre para el afianzamiento de su autoridad como la había necesitado para establecer su doctrina: era necesario que la disciplina eclesiástica, lo mismo que la fe, tuviera sus Mártires.

LO ESENCIAL EN EL MARTIRIO


En el caso presente de Santo Tomás, como en el de otros muchos Mártires de la Libertad de la Iglesia, no se trata de considerar la flaqueza de los medios de que se sirvieron para rechazar los atropellos de los derechos eclesiásticos. Lo esencial en el martirio está en la sencillez unida a la fortaleza; por eso pudieron recoger tan bellas palmas simples fieles, jóvenes doncellas y niños. Dios ha puesto en el corazón del cristiano un elemento de resistencia humilde sí, pero inflexible, que vence siempre a cualquier otra fuerza. ¡Qué inviolable fidelidad infunde el Espíritu Santo en el alma de sus pastores, cuando los consagra por Esposos de su Iglesia, haciéndolos muros inexpugnables de su amada Jerusalén! "Tomás, dice aún el obispo de Meaux, no cede ante la maldad, so pretexto de que está bajo el amparo de un brazo real; al contrario, viendo que sale de un lugar tan prominente, desde el cual puede desarrollarse con más fuerza, se cree más obligado a enfrentarse con ella, como un dique que se eleva tanto más, cuanto más se encrespan las olas."
Mas ¿es posible que perezca el Pastor en esta lucha? Sin duda, puede alcanzar este insigne honor. En su lucha contra el mundo, en esa victoria, que Cristo alcanzó para nosotros, derramó su sangre y murió sobre una cruz; los Mártires también murieron; y la Iglesia, regada con la sangre de Jesucristo, consolidada con la sangre de los Mártires, no puede prescindir tampoco de ese saludable baño que reanima su vigor y constituye su real púrpura. Así lo comprendió Tomás; y ese hombre, que supo mortificar sus sentidos con una continua penitencia y crucificar sus afectos en este mundo por medio de toda clase de privaciones y adversidades, tuvo en su corazón ese valor sereno, y esa extraordinaria paciencia, que disponen al martirio. En una palabra, recibió el Espíritu de fortaleza y permaneció fiel a él.

LA FORTALEZA

"En el lenguaje eclesiástico, continúa Bossuet, la fortaleza tiene otro sentido que en el lenguaje del mundo. La fortaleza, según el mundo, llega hasta el ataque; la fortaleza, según la Iglesia, se contenta con sufrirlo todo: ahí están sus límites. Oíd al Apóstol San Pablo: Nondum usque ad sanguinem restitistis; como si dijera: No habéis sufrido hasta el extremo, porque no habéis llegado a derramar vuestra sangre. No dice hasta el ataque, ni hasta derramar la sangre de vuestros enemigos, sino la vuestra propia.

"Por lo demás, Santo Tomás no abusa de estas enérgicas máximas. No echa mano de esas apostólicas armas, por orgullo, para sobresalir en el mundo: las emplea como un escudo necesario en una extrema necesidad de la Iglesia. La fortaleza del santo Obispo no depende, por tanto, de la ayuda de sus amigos, ni de intrigas diplomáticas. No pretende hacer gala ante el mundo de su paciencia, para hacer a su perseguidor más odioso, ni emplea recursos secretos para soliviantar los ánimos. Solamente cuenta con las oraciones de los pobres y los suspiros de los huérfanos y viudas. He ahí decía San Ambrosio, los defensores de los Obispos; he ahí su guardia, he ahí sus ejércitos. Es fuerte, porque tiene un alma que no sabe temer ni murmurar. Puede decir con verdad a Enrique de Inglaterra, lo que Tertuliano decía, en nombre de toda la Iglesia a un magistrado del Imperio, gran perseguidor de los cristianos: Non te terremus, qui nec timemus. Aprende a conocernos y mira qué clase de hombre es el cristiano: No tratamos de intimidarte, pero somos incapaces de temerte. No somos ni temibles ni cobardes: no somos temibles, porque no sabemos conspirar; no somos cobardes porque sabemos morir."

MARTIRIO DE SANTO TOMÁS Y SUS CONSECUENCIAS

Pero dejemos aún la palabra al elocuente sacerdote de la Iglesia francesa, llamado él también a la dignidad del episcopado al año siguiente de haber pronunciado este discurso; oigamos cómo nos relata la victoria de la Iglesia, en la persona de Santo Tomás de Cantorbery: "Prestad atención, oh cristianos: si hubo alguna vez un martirio semejante en todo a un sacrificio, fué el que os voy a presentar. Mirad los preparativos: el Obispo se halla en la iglesia con su clero; están ya revestidos. No hay que buscar muy lejos la víctima: el santo Pontífice está preparado y él es la víctima elegida por Dios. De manera que todo está dispuesto para el sacrificio; ya veo entrar en la iglesia a los que han de dar el golpe. El santo varón se dirige a su encuentro, imitando a Jesucristo, y para asemejarse más a este divino modelo, prohíbe a su clero toda resistencia, contentándose con pedir seguridad para los suyos. Si a mí me buscáis, dijo Jesús, dejad a estos en paz. Después de estos preámbulos y llegada la hora del sacrificio, mirad cómo comienza Santo Tomás la ceremonia. Víctima y Pontífice al mismo tiempo, presenta su cabeza y ora. He aquí los solemnes votos y las místicas palabras de este sacrificio: Et ego pro Deo mori paratus sum, et pro assertione justitiae, et pro Ecclesiae libértate dummodo effusione sanguinis mei pacem et libertatem consequatur. Estoy dispuesto a morir, dice, por la causa de Dios y de su Iglesia; y lo único que deseo, es que mi sangre logre para ella la paz y la libertad que se pretende arrebatarla. Se arrodilla ante Dios; y, así como en el solemne sacrificio invocamos a nuestros santos intercesores, tampoco él omite una parte tan importante de esta sagrada ceremonia: y así; invoca a los santos Mártires y a la santísima Virgen en amparo de la Iglesia oprimida; no habla más que de la Iglesia, la lleva en el corazón y en los labios; y derribado en el suelo por el golpe del verdugo su lengua yerta e inanimada parece todavía repetir el nombre de la Iglesia."
Así consumó su sacrificio este gran Mártir, este modelo de Pastores de la Iglesia; así consiguió la victoria que habrá de lograr la completa supresión de las malignas leyes con que se ponían trabas a la Iglesia y se la humillaba a los ojos de los pueblos. El sepulcro de Tomás llegará a ser un altar, y al pie de este altar podremos ver pronto a un rey penitente pidiéndole humildemente perdón. ¿Qué ha ocurrido? La muerte de Tomás ¿ha revolucionado a los pueblos? ¿Ha encontrado el santo vengadores? Nada de eso. Ha bastado su sangre. Entiéndase bien: los fieles no contemplarán nunca fríamente la muerte de un pastor inmolado en aras de su deber, y los gobiernos que se atreven a hacer Mártires, sufrirán siempre las consecuencias. Por haberlo comprendido instintivamente, las artimañas de la política se han refugiado en sistemas de opresión administrativa, con el fin de lograr hábilmente el secreto de la guerra emprendida contra la libertad de la Iglesia. De ahí que hayan inventado esas cadenas, flojas al parecer pero inaguantables, que oprimen hoy día a tantas Iglesias. Ahora bien, es propio de la naturaleza de esas cadenas el no desatarse nunca; es necesario romperlas, y quien las rompiere tendrá una gran gloria en la tierra y en el cielo, porque su gloria será la del martirio. No será cuestión de pelear por medio del hierro, ni de parlamentar con la política, sino cuestión de resistir de frente y sufrir con paciencia hasta el final.
Escuchemos por última vez a nuestro gran orador, que pone de relieve ese sublime elemento que aseguró el triunfo a la causa de Santo Tomás:
Relicario de Santo Tomás
"Mirad, hermanos míos, qué defensores encuentra la Iglesia en medio de su debilidad, y cuánta razón tiene en exclamar con el Apóstol: Cum infirmor, tune potens sum. Precisamente, esa su afortunada debilidad es la que la procura esa ayuda invencible, y la que arma en favor suyo a los más esforzados soldados y a los más poderosos conquistadores del mundo, quiero decir, a los santos Mártires. Quien no acate la autoridad de la Iglesia, tema esta sangre preciosa de los Mártires, que la consagra y la defiende".
Pues bien, toda esa fortaleza, todos esos triunfos, tienen su origen en la cuna del Niño Dios; por eso se encuentra ahí Santo Tomás al lado de San Esteban. Era necesario que apareciese un Dios anonadado, una tan excelsa manifestación de humildad, de constancia y de flaqueza a lo humano, para abrir los ojos de los hombres sobre la esencia de la verdadera fortaleza. Hasta entonces no se había imaginado otra fuerza que la de los conquistadores por la espada, otra grandeza que la del oro, otra honra que la del triunfo; ahora, todo ha cambiado de aspecto, al aparecer Dios en este mundo, pobre, perseguido y sin armas. Se han dado corazones ansiosos de amar antes que nada las humillaciones del pesebre; y allí se han abrevado en el secreto de una grandeza de alma, que el mundo, a pesar de lo que es, no ha podido menos de sentir y admirar.
Es pues justo, que la corona de Tomás y la de Esteban entrelazadas, aparezcan como doble trofeo, al lado de la cuna del Niño de Belén; y en cuanto al santo Arzobispo, la divina Providencia le señaló muy bien su lugar en el calendario, permitiendo que fuera inmolado al día siguiente de la fiesta de los santos Inocentes, para que la Santa Iglesia no tuviese duda alguna acerca del día en que convenía celebrar su memoria. Guarde, pues, ese puesto tan glorioso y tan querido de toda la Iglesia de Jesucristo; y sea su nombre, hasta el fin de los tiempos, el terror de los enemigos de la libertad de la Iglesia y la esperanza y el consuelo de los amantes de esa libertad, que Cristo alcanzó con su sangre.

Vida:

Santo Tomás Becket nació en Londres el 21 de diciembre de 1117. Archidiácono de Cantorbery, y luego canciller de Inglaterra en 1154, sucedió en 1162 al arzobispo Thibaut. Se opuso con energía a las pretensiones de Enrique II que quería legislar contra los intereses y la dignidad de la Iglesia; tuvo que huir de su país en 1164. Después de su estancia en Pontigny donde recibió el hábito cisterciense y en Sens, pudo volver a entrar en Inglaterra en 1170, gracias a la intervención del Papa Alejandro III; pero fué para recibir allí la palma del martirio en su iglesia catedral, el 29 de diciembre de 1170. Alejandro III le canonizó el 21 de febrero de 1173.


Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

domingo, 28 de diciembre de 2025

S A N T O R A L

La matanza de los Santos Inocentes

Los primeros mártires
La matanza de los Santos Inocentes, Giotto

El pintor italiano Giotto representó en este fresco la matanza de los inocentes que se encuentra en la capilla Scrovegni en Padua y fue pintado entre 1302 y 1306.

Herodes, Tetrarca de Galilea, mandó matar a todos los niños con edad inferior a dos años, con motivo del nacimiento de nuestro Redentor, pues los Reyes Magos ingenuamente preguntaron a esa autoridad política si había oído hablar del Rey de los Judíos que había nacido.

Herodes juzgó que dos soberanos no cabrían en el mismo Estado. Por lo tanto era necesario eliminar a ese niño. Mandó a buscarlo y no lo encontró. Ordenó entonces aquella matanza de los inocentes.
Fueron esos los primeros mártires de la Iglesia Católica.

¿Por qué mártires?

Por una razón muy simple: fueron exterminados por odio a la fe, por odio a Dios, por odio al Niño que les dio la honra de haber nacido aproximadamente en la misma fecha en que Él vino al mundo. Asesinados de esa forma, fueron al Cielo como mártires. Son ellos los Santos Inocentes.
Los ángeles aparecieron en la noche de Navidad, proclamaron: “Gloria a Dios en lo más alto de los Cielos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”. Sin embargo, los primeros actos que se desarrollan a partir de esa fecha llena de luz, repleta de bendición y paz, están también cargados de amenazas para el futuro. Lo que parece, para el espíritu superficial, estar en contradicción con el contenido de la frase “Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”. Porque se tiene la impresión de que los hombres de buena voluntad no sufrirían persecución, ni tendrían que luchar.
 

Entre los padres y madres de tales niños, que figuran en el fresco de Giotto, probablemente algunos serían hombres de buena voluntad. Sin embargo ¿que les sucedió? La ejecución de sus hijos. Una cosa inmensamente trágica, por lo tanto.
En una especie de tribuna se ve a Herodes ordenando la masacre. Se distingue a los verdugos que buscan a las personas, mientras estas intentan esquivarlos.
En un primer plano se observa a una mujer que evidentemente no quiere entregar a su hijo. Más adelante se perciben escenas de agitación y de violencia. La escena es dramática y al mismo tiempo admirable.
Alguien podrá preguntar: “¿Ellos no están bautizados?” Respuesta: ellos fueron bautizados en su propia sangre. Agraciados por el bautismo de sangre. Y son pues, tanto cuanto se pueda calcular, los primeros cristianos fallecidos, beneficiándose de los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, poco tiempo después de su nacimiento.


Fragmentos de la conferencia pronunciada por el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira el 30 de Noviembre de 1988. Sin revisión del autor.
 Fuentewww.accionfamilia.org/formacion-catolica/fiestas-religiosas/masacre-inocentes/

sábado, 27 de diciembre de 2025

S A N T O R A L

SAN JUAN, APÓSTOL, EVANGELISTA, VIRGEN Y MARTIR

El bienaventurado profeta, apóstol, evangelista, doctor, virgen y mártir san Juan, y por otro nombre el discípulo amado del Señor, fué de nación galileo, y natural de Betsáida, de donde también fueron san Pedro y san Andrés. Fué hijo del Zebedeo, y de María Salomé, y hermano menor de Santiago el mayor. La vida de este grande apóstol y privado de Jesucristo, se ha de sacar principalmente de lo que de él escriben los evangelistas en la sagrada historia del Evangelio, y san Lucas en el libro de los Hechos apostólicos, y san Pablo en sus Epístolas, y de lo que el mismo san Juan en su evangelio, en sus Epístolas y en el Apocalipsis escribe de sí; y de lo que los santos doctores y autores de la Historia, eclesiástica dicen de este varón incomparable, y discípulo tan querido y regalado del Hijo de Dios.
La primera cosa que nos dice san Mateo en su evangelio de san Juan es, que él y Santiago, su hermano, eran pescadores, como también lo era Zebedeo, su padre. San Gerónimo dice que eran nobles, y que por su nobleza san Juan era conocido de Caifás, sumo sacerdote: y que por este pudo entrar él, y hacer entrar en su casa á san Pedro, al tiempo de la pasión del Señor. Estando, pues, san Juan con Santiago, su hermano, y con su padre Zebedeo en un navío aderezando y reparando sus redes para pescar, el Señor llamó á los dos hermanos, y les mandó que le siguiesen; y ellos fueron tan obedientes á aquella voz poderosa de Dios, que luego dejaron el navío, y el oficio y ejercicio que tenían de pescar, y lo que es más, su casa, padre y madre, y comenzaron a seguirle y á ser sus discípulos: dándonos ejemplo de la prontitud con que habernos de obedecer al Señor de todo lo criado, cuando él nos llama, y nos propone alguna cosa de su servicio, como lo hizo san Juan, que por ser más mozo y estar en la flor de su juventud, se debe estimar mas lo que hizo. Algunos doctores, como Beda y Ruperto, dicen que san Juan fué el esposo de las bodas de Cana de Galilea, á las cuales fué convidada la Virgen nuestra Señora, y su bendito Hijo con sus discípulos, y que el Señor le escogió y llamó al apostolado, honrando por una parte las bodas con su presencia, y manifestando por otra que la virginidad se debe preferir al matrimonio: y muchos autores modernos siguen esto: y aun quieren hacer de este parecer á san Gerónimo y á san Agustín; aunque estos santos claramente no lo dicen. Más probable es (á mi pobre juicio) que san Juan no haya sido aquel esposo de las bodas: á las cuales él vino, nó como esposo, sino como discípulo que ya era de Cristo, acompañando á su maestro. Demás, que san Juan no era natural de Cana, sino de Betsáida: y habiendo ido el Señor para honrar las bodas y santificarlas con su presencia, y tapar las bocas á los herejes que después se habían de levantar y condenarlas, como ilícitas; no parece cosa razonable que las deshiciese, llamando al esposo, y apartándole de su esposa, y dando ocasión á los mismos herejes con este hecho, para vituperar al santo matrimonio. Añade san Marcos, que después que Cristo nuestro Salvador llamó á san Juan y á su hermano, les puso por nombre Boanarges; que, como el mismo evangelista interpreta, quiere decir: Hijos del trueno, que según la frase hebrea, es tanto como rayos. Y es cosa de mucha consideración, que entre todos los apóstoles á ninguno haya el Señor trocado el nombre, sino á san Pedro, y á estos dos hermanos: á san Pedro llamándole Piedra, ó Cefas, que es lo mismo; y á san Juan y á Santiago, Hijos del trueno. La causa de haber dado aquel nombre á san Pedro está clara; porque él había de ser cabeza de la Iglesia y la piedra fundamental y secundaria, en que después de Cristo ella se había de fundar: más el llamar Hijos del trueno á estos dos apóstoles y bienaventurados hermanos, la causa fué, porque sobre todos los otros apóstoles, después de san Pedro, habían de ser más familiares suyos y mas privados y regalados, como lo fueron: pues á estos tres apóstoles, Pedro, Juan y Santiago, llevaba el Señor consigo en las cosas secretas e íntimas, dejando á los demás; como cuando se transfiguró en el monte Tabor, y cuando resucitó á la hija del archisinagogo Jairo, y cuando en el huerto hizo oración al Padre eterno, suplicándole que apartase de él aquel cáliz amargo de la pasión. También los llamó Hijos del trueno; porque habían de ser los principales capitanes y conquistadores del mundo, entre los que él enviaba para sojuzgarle y rendirle á su obediencia: porque Juan especialmente nos había de declarar como un trueno sonoro y espantoso la generación eterna de Jesucristo, y entonar aquellas palabras que asombraron al mundo: In principio erat Verbum. Mostraron también estos sagrados apóstoles, que eran rayos é hijos del trueno, en lo que san Lucas escribe que pretendieron hacer: porque habiendo el Salvador de pasar por la ciudad de Samaria, de camino para Jerusalén, envió algunos adelante, para que aparejasen lo que habían de comer. Cuando los samaritanos los vieron y conocieron en el traje que eran judíos y de diferente religión que la suya, no quisieron recibir al Señor: y fué tanto lo que sintieron los dos hermanos aquella descortesía y descomedimiento que habían usado contra su maestro, que encendidos de celo, desearon tomar venganza de los samaritanos, y dijeron al Señor, que si quería, que mandase venir fuego del cielo para que los abrasase en castigo de tan gran culpa: más el Salvador les respondió, que aquel espíritu no era del Nuevo Testamento sino del Viejo de Elías, y nó de discípulos suyos: porque él había venido á dar vida á las almas y no muerte á los cuerpos, y que su ley evangélica con dulzura, benignidad y mansedumbre se había de fundar. 
Eran tan grandes los favores que Jesucristo hacia á san Juan y Santiago, que María Salomé, su madre, confiada de ellos, y del deudo que tenían con él, se atrevió á suplicarle que los hiciese los dos más principales personajes de su reino, y que el uno de ellos se sentase á su diestra y el otro á su siniestra: ahora fuese porque los mismos hijos lo habían pedido á la madre, por entender que como mujer lo alcanzarla más fácilmente y que ellos quedarían sin empacho suyo y sin queja de los otros apóstoles, como algunos santos lo interpretan: ahora; porque la misma madre de suyo, como madre, era cuidadosa y solícita del bien de sus hijos, y sin que ellos tuviesen parte en lo que ella hacía, les procuraba su bien, como otros doctores dicen. Mas el Señor se volvió á los hijos, á cuyo bien se enderezaba la petición de la madre, y les dijo, que no sabían lo que se pedían: porque si pensaban que su reino era temporal y de la tierra, y pedían los primeros y más preeminentes lugares en él, se engañaban; porque su reino era espiritual ellos creían que lo era, y querían ser aventajados en él por ser deudos suyos; que iban fuera de camino: porque querían la corona antes de la batalla, y haber por favor lo que no se da sino por merecimientos: y por esto les preguntó, si estaban aparejados para beber el cáliz de la Pasión, que él había de beber. Y ellos como animosos y esforzados respondieron que sí. Pero el Señor se cerró con decirles, que beberían su cáliz; más que las primeras sillas de su reino, ni se habían de dar sino á los que conforme á la disposición del Padre eterno las hubiesen merecido. Dice más el evangelista: que cuando el Señor hubo de celebrar la última Pascua, en la cual había de descubrir más el amor que tenía á los suyos, é instituir el sacramento inefable de su sacratísimo cuerpo y sangre, envió á Pedro y á Juan para que aparejasen lo que era menester para celebrar aquella Pascua, que por este respeto era muy diferente, y mucho más excelente que las otras: y el haber juntado á Pedro y á Juan, fue señal de que para cosa tan grande escogió el Señor á los dos apóstoles más queridos y más privados suyos.
Pero mayor demostración de la privanza de san Juan, y del singular amor que le tenía el Señor, fué lo que en aquella sagrada cena hizo con él: porque de todos los apóstoles, el que más cerca estaba de Cristo era Juan: y habiendo dicho que uno de los doce que estaban sentados á la mesa con él, le vendería y seria traidor, sin señalar quién era; san Pedro, deseoso de saberlo, para despedazarle (como dice san Crisóstomo) y comerle á bocados, no se atrevió á preguntar al Señor, quién era; mas por señas rogó a san Juan que como más familiar y más regalado, se lo preguntase: y él se lo preguntó, y el Señor respondió, que era aquel á quien él daría un bocado de pan mojado en el plato: y luego dio el bocado á Judas; y san Juan entendió, que él era el traidor.
De donde consta la familiaridad y privanza que tuvo con Cristo este glorioso apóstol y evangelista, sobre todos los demás: pues el príncipe y cabeza de todos los apóstoles le tomó por medianero, para saber por él, lo que por sí no se atrevió á preguntar al Señor. Mas todo esto no nos declara tanto este regalo y favor, como lo que el mismo Juan dice de sí, que en aquella misteriosa cena se recostó sobre el pecho del Señor. Recostóse sobre los brazos y seno de Cristo, como hijo más tierno y más regalado de su padre.https://musicaliturgia.files.wordpress.com/2013/09/la-ultima-cena-jaime-huguet-s-xv1.jpg Y oyendo del Señor, que uno de los apóstoles le había de vender, y que se llegaba aquella hora lastimosa en que su vida había de morir, tuvo gran tristeza y cerró los ojos corporales á todas las cosas visibles, y abrió los del alma para las invisibles. Quedaron todos los sentidos exteriores como dormidos y muertos, para que las potencias interiores se despertasen y avivasen más, y en aquel pecho divino viesen el misterio inestimable de la generación del Verbo, y todos los otros secretos y profundísimos sacramentos, que después el santo apóstol nos había de manifestar, y alumbrar á toda la Iglesia con la luz que allí le había sido comunicada, y regarla y fecundarla con las aguas que en aquella frente de vida había bebido. Grandísimo favor, soberano beneficio, incomparable gracia fué la que en esta cena hizo á Juan el Señor: pero mucho mayor es la que le hizo estando en la cruz: porque habiendo todos los otros apóstoles desamparado á su Maestro, y Pedro, que era la cabeza de todos, negádole tres veces; solo san Juan le acompañó, y con la sacratísima Virgen asistió á su pasión en el monte Calvario, atravesado de increíble dolor, por ver á su Señor y Maestro puesto en un madero con tan atroces tormentos y dolores: y á la Madre santísima más muerta que viva, por ver morir al que ella había dado su carne, y Él á ella su espíritu. Estando, pues, el bendito Jesús en aquel conflicto y agonía, y viendo á la Madre y al discípulo; compadeciéndose de la una, y queriendo regalar al otro y darnos ejemplo de la obediencia, respeto y reverencia que debemos á nuestros padres, dijo aquellas palabras de tanto amor y sentimiento: «Mujer, he aquí á tu hijo»; y volviéndose a Juan: «he aquí á tu madre»: con las cuales traspasó con un cuchillo de dolor las entrañas de la Madre, que perdía tal Hijo, y le trocaba por Juan; y á Juan le honró y sublimó y enriqueció, dándolo por madre á su propia Madre, y haciéndole de discípulo hermano suyo. ¡O gracia singular! ¡O dádiva inestimable! ¡O don de dones! Por el cual en cierta manera hizo Cristo á Juan su hermano de padre y madre, y partió con él la herencia, como con hermano menor: porque solo Jesucristo es único Hijo y natural del Padre, é imagen invisible, resplandor de la gloria y figura de la substancia de Dios, Hijo consubstancial, perfectísimo, infinito, coeterno y en todo igual al que le engendró, de quien dice el profeta: «El Señor me dijo: Tú eres mi Hijo; y yo le engendré hoy»: que quiere decir, «eternamente». Y todos los que están unidos en Cristo por viva fé, firme esperanza y ardiente caridad, son hermanos suyos y miembros de su cuerpo, que es la Iglesia, cuya cabeza Él es: y así los llama Él; porque dice el apóstol san Pablo: «No se desdeñó de llamarnos hermanos»: y siendo hermanos de Cristo, son hijos adoptivos del Padre eterno; pues como dice el mismo san Pablo: «El Espíritu Santo nos da testimonio, que somos hijos de Dios: y si hijos, también somos herederos de Dios y herederos juntamente con Cristo». Más aunque todos estos son hijos del Padre eterno, y por esta parte hermanos de Cristo; nuestro glorioso apóstol y evangelista san Juan es hermano más estrecho y mas querido (como lo fué Benjamín de José entre todos sus hermanos); porque es hijo de un mismo padre, y de una misma madre. Y puesto caso, que todos los fieles que están en gracia son hijos adoptivos de esta Señora: porque aunque ella no tuvo sino un hijo, unigénito, y nacido de sus entrañas, por Él mereció ser Madre de todos los vivientes, y tener tantos hijos adoptivos, cuantos Cristo tiene hermanos: pero de todos estos hijos Juan es el primogénito, es el dechado y modelo de todos los otros: porque á él solo se dio este privilegio tan especial, y Cristo le entregó á su Madre por madre, y á la Madre á Juan por hijo; y él la tuvo por tal, y la sirvió y regaló mucho más perfectamente que si hubiera sido su madre natural ¡O dichosa suerte! ¡O precioso don! ¡O tesoro inestimable! Ecce Mulier túa: He aquí, Juan, á tu madre: toma á María, no por señora, no por reina, no por maestra, no por abogada (como hasta aquí la has tenido, y toda la Iglesia la tiene); sino también por madre: toma la Madre de Dios por madre tuya: toma á la reina del cielo, á la emperatriz del mundo, á la gobernadora de todo lo criado por madre: toma á la hija querida del Padre eterno, á la esposa del Espíritu Santo, al templo dé la Santísima Trinidad por madre: toma por madre á la que es aquel sagrario y tálamo, en que Dios se desposó con la humana naturaleza: en cuyo acatamiento los querubines y serafines se inclinan: de cuya hermosura las estrellas se maravillan; y á cuya grandeza todas las criaturas se humillan: á esta Señora te doy por madre. Si me has mostrado el amor que me tienes estando aquí conmigo, en tiempo tan riguroso y de tanta aflicción; yo le doy por premio de este amor á mi Madre: Ecce Mater tua: Esta es tu madre; y esta te basta. Buen galardón has recibido por todos los servicios que me has hecho, y por todo el amor que me has mostrado: dejaste por mí á tus padres; yo te doy en pago á mi madre: dejaste un pobre navío; yo te doy á esta tan grande nave, en la cual han de pasar todos los que navegan este golfo tempestuoso del mundo, si quieren llegar á puerto de salud. Quedó Juan tan enriquecido con este tesoro, y tan honrado con tal madre, que desde aquella misma hora la tomó por suya, para servirá y acompañarla y obedecerla con singular cuidado, como quien tan bien conocía la joya que, le había dado, y la obligación que le corría de corresponder á él: y así estuvo en compañía de la sacratísima Virgen al pie de la cruz, hasta que habiendo espirado el Señor, un soldado le abrió el sagrado costado con una lanza, y salió de él sangre y agua, por un modo milagroso. Estuvo tan atento san Juan á este misterio, que vio la sangre y agua, y las distinguió: y da testimonio de ello, y dice que su testimonio es verdadero. Porque de aquel sagrado costado del nuevo Adán se formó la Iglesia, como del viejo Adán Eva, y de aquella fuente de vida manaron los sacramentos de la Iglesia. Aquella agua nos significa el bautismo, que es el principio; y la sangre el sacramento del cuerpo y de la sangre del Señor, que es el fin y perfección de todos los sacramentos. También es de creer que se halló san Juan al bajar de la cruz el cuerpo del Salvador, ya ponerle en los brazos de su benditísima madre, y después en el sepulcro, regándole con copiosas lágrimas, y besándole con extraordinaria devoción y ternura, y dejando con él su corazón: porque su alma estaba más donde amaba, que en el cuerpo donde vivía. Después de esto, habiendo María Magdalena venido la mañana del domingo al sepulcro, donde había sido sepultado copiosas lágrimas, y besándole con extraordinaria devoción y ternura, y dejando con él su corazón: porque su alma estaba más donde amaba, que en el cuerpo donde vivía. Después de esto, habiendo María Magdalena venido la mañana del domingo al sepulcro, donde había sido sepultado el Salvador, y no le hallando, fué con gran presteza á decirlo á san Pedro y á san Juan, como á los discípulos más amados, y que más amaban al Señor.
Primeramente parece cosa sin duda, que el santo apóstol después de cumplir con su oficio apostólico, y alumbrar las gentes con su predicación, su principal cuidado era acompañar y servir á la sacratísima Virgen, á quien ya tenía por madre; y así todo el tiempo que estuvo en Jerusalén y en Judea la asistió y la sirvió con singular solicitud y reverencia. Fué después á la ciudad de Éfeso, cabeza de la provincia de Asia, que le había cabido por suerte, para sembraren ella la semilla del cielo, y llevó consigo á la Virgen, que estuvo allí con él algún tiempo, como se saca del concilio efesino en una epístola escrita al clero de Constantinopla. Este cuidado le duró todo el tiempo que duró la vida de la Virgen sacratísima, que según la más probable opinión, fueron veinte y tres años, después de la muerte del Salvador. Pero en este tan largo tiempo, ¿quién podrá explicar las largas mercedes, y copiosos favores que recibió el amado discípulo del Señor, con este trato y conversación de la Madre de Cristo, y madre suya? Porque si ella es tan benigna para con los pecadores; ¿qué haría con él, que era tan santo? Si para con los siervos suele ser tan liberal; ¿qué haría con él, que había sido tan amado y privado de su Hijo, y á quien el mismo Hijo le había dado por hijo en su lugar?
Martirio de San Juan 
Saint Nicolas du Chardonnet-Paris
Y si sola la vista de esta Virgen benditísima bastaba para componer á cualquiera persona descompuesta; ¿qué obraría en el pecho de Juan la presencia de aquella que sabía que era Madre Dios y madre suya? ¡Qué coloquios, qué razonamientos tendrían entre sí la Virgen y Juan! ¡Qué luces, qué resplandores, qué encendimientos y ardores sentía el hijo querido, cuando oía las palabras de su madre, salidas de aquel corazón alumbrado y abrasado del divino! ¡Cuántos y cuán altos misterios le enseñaría! ¡Cuántas veces quedaría absorto, suspenso y arrobado en verla y oiría! ¡Y con cuánta humildad y confusión la serviría, considerando que aquella virgen era Madre de Dios! Esto no se puede explicar, y es mejor que cada uno lo piense dentro de sí, y por aquí saque las inestimables gracias y dones que recibió Juan en este trato y comunicación.

 Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

viernes, 26 de diciembre de 2025

S A N T O R A L



SAN ESTEBAN PROTOMÁRTIR

«Ayer (dice el glorioso san Agustín) celebramos el nacimiento en el mundo del Rey de los mártires; y hoy celebramos el día, en que el primicerio y capitán de los mártires salió del mundo: porque era conveniente que para dar vida á los mortales, el que es inmortal primero se vistiese de carne: y que después el hombre mortal por amor de Dios inmortal menospreciase la muerte: y por esto nació el Señor para morir por el siervo, para que el siervo no temiese morir por su Señor. Nació Cristo en la tierra, para que Esteban naciese en el cielo». Esto es de san Agustín, ó como otros dicen, de san Fulgencio. La historia del martirio de san Esteban escribió el sagrado evangelista san Lucas en el libro de los Hechos apostólicos, de esta manera. Habiendo el príncipe de los sacerdotes, y muchos de la secta de los saduceos, con falso celo de su ley, y por instinto del demonio, procurado estorbar á los apóstoles que no predicasen el nombre de Jesucristo al pueblo, y azotándolos y amenazándoles, y los mismos apóstoles recibido gran gozo, por verse maltratados por su Señor; dice san Lucas, que crecía cada día y florecía mas la Iglesia de Cristo, y se multiplicaba el número de los cristianos que en aquel tiempo se llamaban discípulos: porque las obras de Dios son como la llama, que con los vientos de las persecuciones crece: y como el oro, que con el crisol y fuego se afina. Crecía la multitud de los que creían en Cristo, no solamente en número, sino también en santidad y perfección, de manera que los fieles vendían sus haciendas, y traían el precio de ellas y le arrojaban á los pies de los apóstoles, como cosa baja y soez: dando á entender, que ellos eran los que recibían beneficios en querer los apóstoles aceptarlas y servirse de ellas en utilidad de los pobres y menesterosos. Ninguno tenía cosa propia, y todos tenían las de todos; porque a cada uno se daba lo que había menester, sin acepción de personas. Teníase gran cuenta de proveer, especialmente á las viudas, como más necesitadas de consuelo y alivio. Y como ya el número de los creyentes se hubiese aumentado mucho, y los que tenían cargo de repartir las limosnas no las repartiesen con tanta igualdad; los hebreos que habían nacido en Grecia comenzaron á quejarse y á murmurar, porque no se tenía tanta cuenta en proveer á sus viudas, como á las otras de los hebreos que eran naturales de Judea: pareciéndoles que se les hacía agravio, y que se trataban desigualmente que las otras; que entre mucha gente, aunque sea santa, no es maravilla que haya alguna imperfección, murmuraciones y quejas. Luego que los sagrados apóstoles entendieron lo que pasaba, y el fundamento que había para ello, llamaron la muchedumbre de los fieles, y dijéronles que no era conveniente que ellos dejasen de dar pasto á las almas con la predicación, por dar de comer á los cuerpos y atender á cosa de menos importancia: que escogiesen siete varones (no niños, ni muy viejos, que ó no supiesen, ó no tuviesen fuerzas para hacer aquel ministerio) y personas conocidas y aprobadas, y llenas de! Espíritu santo y sabiduría, para que se ocupasen en aquel piadoso oficio: y ellos descargados de él, pudiesen con más libertad atender á la oración y á la predicación de la palabra de Dios: porque el predicador, para inflamar con su palabra á los oyentes, primero ha de ser alumbrado é inflamado de Dios en la oración, y coger en ella lo que ha de derramar á los otros. Pareció bien á la multitud lo que los santos apóstoles propusieron, y eligieron siete hombres de buena fama, y se los ofrecieron: y los apóstoles pusieron sobre ellos sus manos, ordenándolos de diáconos, para que demás de tener cuidado de repartir las limosnas, y proveer á los fieles de lo que hubiesen menester, se ocupasen también en la predicación del Evangelio y en las otras cosas que están anejas á aquel grado.

http://es.wahooart.com/Art.nsf/O/6E3TKV/$File/Vittore+Carpaccio+-+The+Ordination+of+St+Stephen+as+Deacon+.JPGEntre estos el más principal y eminente fué san Esteban, varón (como dice el texto sagrado) lleno de fé y de Espíritu santo: el cual comenzó luego á ejercitar su oficio con tan grande vigilancia y caridad, que la hacienda de los pobres estaba muy bien en sus manos; porque no la dejaba perder por descuido, ni la repartía por afición, ni se enojaba por palabras y quejas de los que la recibían: y tratando necesariamente con mujeres y viudas, á quienes daba de comer, era tan recatado y tan honesto que todos podían aprender de él castidad y pureza. Además de esto al cuerpo y ocupábase en predicar y hacía Dios tantos milagros por él y resplandecía en su vida una gracia v fortaleza del ciclo tan rara que á todos ponía admiración. Fué esto de manera que san Clemente papa discípulo de san Pedro hablando en persona de los apóstoles que ordenaron á los siete diáconos, dice que en el amor para con Dios, no era inferior san Esteban á los mismos apóstoles. Había en Jerusalén algunas sinagogas ó escuelas, á manera de colegios, á los cuales venían de varias provincias estudiantes mozos, y de nación hebreos, para que en aquella ciudad, que era la cabeza de todo su pueblo; y donde estaba el templo de Dios y florecía el culto de su religión, aprendiesen la ley de Moisés, y las ceremonias y tradiciones con que Dios quería ser servido: porque estas eran las letras que ellos aprendían, como ahora van á las universidades los que quieren estudiar varias artes y ciencias. De cinco de estos colegios o sinagogas (que fueron la de los libertinos, la de los cirenenses, la de los alejandrinos y la de los estudiantes que habían venido de las provincias de Cilicia y Asia) salieron á disputar con san Esteban por verle tan grande letrado, y tan fervoroso, y que en la gracia y fuerza de su predicación, acompañada de tantos prodigios y milagros, hacia grandísima riza en el pueblo, y convertía a muchos á la fé de Jesucristo, á quien ellos tenían por enemigo y destruidor de su ley. Disputaron muchas veces con el santo levita, y siempre quedaron concluidos, sin saber responder á los argumentos que les traía, ni á la sabiduría y espíritu de aquel, en quien hablaba Dios. Halláronse tan afrentados y corridos, que determinaron dar la muerte, á quien con razones y argumentos no podían vencer.
Para salir con su intento, buscaron testigos falsos que le acusasen delante del sumo sacerdote, y alborotando al pueblo, y á los ancianos y escribas, echaron mano de san Esteban, y le llevaron á su ayuntamiento, calumniándole haber dicho que Jesús Nazareno había de destruir aquel lugar, y mudar las tradiciones que Moisés les había dado. Lo uno y lo otro era falso; porque san Esteban no había dicho tal: verdad es que ellos lo pensaban y temían, interpretando mal, y trocando las palabras que Cristo nuestro Señor había dicho, como lo suelen hacer los que buscan ocasión para dañar al que tienen por enemigo. Estando el santo levita en el concilio, habiendo el sumo sacerdote oído la acusación, le preguntó si era verdad lo que aquellos testigos decían. Todos los que allí estaban sentados, pusieron los ojos en san Esteban (como comúnmente se suele hacer, cuando el reo está delante de los jueces, y preguntado da razón de sí), y dice el texto sagrado, que vieron su rostro como rostro de un ángel: porque el Espíritu Santo, que estaba interiormente en su alma resplandecía y enviaba sus rayos exteriormente al cuerpo: y como él estaba inocente y sin culpa y tan señor de sí y no tenía que temer mostraba en la cara lo que tenía en el pecho: y (como dice Eusebio Emiseno) de la abundancia del corazón salía la hermosura al cuerpo y la pureza interior redundaba en la compostura exterior y la luz escondida dentro se veía como en su espejo en la frente. Esto dice Emiseno. Pero ¿qué maravilla es que pareciese ángel el que era ángel en la castidad? ¿Y el que como ángel no tenía cuidado de su cuerpo é imitaba la fortaleza y virtud de los ángeles? ¿Y estando lleno de Espíritu santo ya representaba aquella vida angélica y celestial? Porque si la cara de Moisés resplandeció tanto cuando trajo del monte la ley vieja; ¿qué maravilla es que la cara de Esteban haya resplandecido como cara de ángel cuando explicó la ley nueva y magnificó al verdadero legislador? Pues como el sumo sacerdote hubiese preguntado á san Esteban si era verdad lo que contra él se decía; tomó el santo la mano e hizo un razonamiento muy largo comenzando desde que Dios apareció á Abrahán y le mandó que saliese de su tierra y fuese á la que él le mostraría refiriendo desde aquel tiempo el discurso (que había tenido el pueblo de Israel y las mercedes que Dios le había hecho especialmente por mano de Moisés á quien Dios había hecho príncipe y redentor de su pueblo y le había enviado á Egipto, para que le librase como le libró haciendo tantas maravillas y prodigios. Finalmente después de haberse mostrado sapientísimo en las divinas Letras y magnificado á Moisés como á ministro de Dios y profeta excelentísimo que había anunciado que Dios le enviaría otro profeta de su linaje y sangre (que era el Mesías) á quien debían oír y obedecer y respondido á las cosas que falsamente le oponían; encendido de celo gravemente los reprendió porque eran desagradecidos y rebeldes á Dios y hombres de dura cerviz é imitadores de sus antepasados: los cuales habían perseguido y muerto cruelmente á los profetas que Dios les había enviado y ellos peores que sus padres habían puesto las manos y crucificado al Santo y Justo de quien los mismos profetas habían profetizado y predicado al pueblo que vendría.
San Esteban conducido al martirioLos que estaban presentes oyendo esto no se puede creer el aborrecimiento y odio que concibieron contra el santo diácono: deshacíanse dentro de sí y crujían los dientes contra él, deseando echarle las manos y acabarle. Levantó Esteban los ojos al cielo, y veía inmensa claridad corporal, que representaba la gloria de Dios, y á Jesucristo en pié, al lado derecho de Dios, como quien estaba presto para ayudarle y favorecerle en aquel riguroso trance. Tuvo esta visión, para que habiendo dicho poco antes, que los judíos habían muerto á Jesucristo, le predicase vivo, y no solamente resucitado, sino también glorioso en el cielo y sentado á la diestra del Padre: y para que con aquella vista se animase á morir por el que había muerto por él, y entendiese que le estaba el cielo abierto, y Jesús muy á punto y aparejado para ayudarlo: y que no hay tribulación ni mal alguno tan grande, que con el amparo y virtud del Señor no se pueda vencer. Fué tanto el gozo y el esfuerzo que el santo levita recibió con aquella visión, que no se pudo contener, que no rebosase y dijese: «Mirad, que veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre al lado derecho de Dios». En oyendo estas palabras aquella gente pérfida, que deseaba tener ocasión de vengarse del valeroso soldado del Señor, levantaron la voz en grito, diciendo: Muera, muera el blasfemo; porque tenían por blasfemia decir, que estaba en el cielo á la diestra de Dios, el que ellos habían condenado por malhechor: y por esto se taparon las orejas y arremetieron á él, y le echaron mano, y le sacaron fuera de la ciudad para apedrearle como á blasfemo; porque así lo mandaba la ley: y para poderlo hacer mejor, y estar más desembarazados, se desnudaron sus ropas y las dieron á guardar á Saulo, que era primo del mismo san Esteban (como dice Ecumenio), y mozo ardiente, y que le hervía la sangre con la edad y con el celo de la ley, que le parecía destruirse por la predicación de san Esteban, y por eso deseaba que muriese, posponiendo el amor de la sangre y parentesco, al estudio y celo de la religión: y á esta causa guardaba los vestidos de los que apedreaban al santo, para apedrearle él con las manos de todos, como lo dice san Agustín por estas palabras: «De tal manera Saulo ayudaba á los que apedreaban, que no se contentaba con apedrear él por sus manos; antes para apedrear á Esteban con las manos de todos, guardaba los vestidos de todos: y era más cruel, ayudándolos á todos, que si lo apedreara con sus manos».
Imagen relacionadaCogieron á gran prisa las piedras, y comenzaron á tirarlas con gran, furia á Esteban, que invocaba al Señor, y le decía: Señor mío Jesucristo, recibe mi espíritu. Como los judíos eran duros y empedernidos y tenían el corazón de piedra, tiraban piedras: y como el santo levita era blando y amoroso, y tenía el corazón de carne, destilaba dulzura y suavidad: ellos corrían á las piedras; y Esteban á la oración: ellos le tiraban piedras duras, y él como un pedernal, y piedra más fuerte y dura, herido de las piedras echaba de sí centellas, nó de enojo, sino de amor, para ablandar y abrasar los corazones más duros que las mismas piedras que tiraban. Pero después que san Esteban hubo encomendado su espíritu al Señor, hincando las rodillas en tierra, clamó con una grande voz, y dijo: Señor, perdonadles este pecado, y no los castiguéis por él.
Por sí hizo oración en pié; y por sus enemigos arrodillado: por los que le apedreaban alzó la voz para que Dios les perdonase; la cual no se dice que alzó para rogar por si: porque veía el gran peligro y obstinación de ellos: y como estaba tan abrasado de caridad, no tenía tanta solicitud de sí, como de la perdición y eterna condenación de sus hermanos: imitando en esto al Señor de todo lo criado, que en la cruz suplicó al Padre eterno que perdonase á los que le crucificaban: juzgando que hacía poco en seguir las pisadas de su maestro; pues había tan gran diferencia de su vida á la de Cristo, y de muerte á muerte. 
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Y es de creer que el Señor oyó aquella oración, que salía de pecho tan encendido en su amor y tan deseoso de imitarle: y que muchos de los que allí estaban y le apedreaban se convirtieron, y alumbrados con la luz del cielo, recibieron la fé de Cristo, y murieron por ella: que vemos que Saulo (que era el que los atizaba y guardaba las capas de los que le apedreaban) por la oración de san Esteban de lobo se hizo cordero, y de perseguidor de Cristo fué apóstol de Cristo y perseguido, y muerto por su amor: de suerte que la conversión de Pablo fué efecto de la oración de Esteban, como escribe san Ambrosio: y san Agustín dice llanamente, que si Esteban no orara, la Iglesia no tuviera á Pablo: que por eso se levantó Pablo; porque inclinándose en la tierra Esteban, oró por él y fué oído. Y no es maravilla que el Señor oyese al que él mismo había llenado de fé, de gracia, de fortaleza, y adornándole de tantos dones del Espíritu Santo, y hechole en su muerte tan semejante a sí: porque Jesucristo fué acusado de blasfemia y condenado: porque dijo: Yo soy Cristo Hijo de Dios, y veréis al Hijo del hombre sentado á la diestra de la virtud de Dios; y san Esteban fué apedreado por haber dicho que veía los cielos abiertos, y á Jesús que estaba á la diestra de la virtud de Dios: para acusar á Cristo buscaron testigos falsos; y lo mismo hicieron para condenar á Esteban: al uno y al otro sacaron fuera de la ciudad: el Señor fué confortado del ángel orando en el huerto; y Esteban del mismo Señor, cuando le vio al lado del Padre para ayudarle: el Señor y el siervo rogaron por sus enemigos, y encomendaron su espíritu á Dios que lo recibió: así concluye san Lucas la historia del martirio de san Esteban con estas palabras: El cum hcec dixisset, ohdormivit in Domino: En diciendo estas palabras, y acabando esta oración que hizo por los que le apedrearon, durmió en el Señor. En el Señor durmió; porque murió por el Señor, ofreciéndose en sacrificio por su fé, y por el amor de sus hermanos: en el Señor durmió; porque su muerte fué un sueño suave para él, y de gran precio para nosotros, y para toda la Iglesia de grande utilidad, por haber sido regada con la sangre de este bienaventurado y fortísimo mártir, que después de la Ascensión del Señor fué el primero que por su amor con invencible constancia la derramó: y por esto es llamado san Esteban protomártir y primicerio de los mártires, porque fué el primero (como dijimos) que dio la vida por Cristo, y en él se dedicaron y se ofrecieron al Señor las primicias de los mártires, y él con su ejemplo abrió camino á los demás. Muerto que fué el santísimo levita, y santísimo protomártir Esteban, dice san Lucas, que algunos varones temerosos de Dios tomaron su cuerpo y le sepultaron con gran llanto: quiere decir con mucha solemnidad, como lo interpreta san Jerónimo. 
El lugar y modo con que le enterraron, reveló Gamaliel á Luciano presbítero, y nosotros lo referimos el día de la Invención de sus preciosas reliquias, á los 3 de agosto. Fué apedreado fuera de la puerta Aquilonar de Jerusalén. Dejaron su cuerpo en el campo un día y una noche, para que le comiesen las fieras; pero ninguna le tocó: y Gamaliel envió hombres fieles, y les dio todo lo necesario para que en su coche llevasen el cuerpo á una aldea suya, distante veinte millas de Jerusalén, donde por espacio de setenta días á su costa se celebraron las exequias, con mucho sentimiento y el cuerpo se puso en su sepulcro.
Entierro de San Esteban
Esto es lo que refiere Luciano, por la revelación que le hizo Gamaliel. Más los sacerdotes y escribas, no quedaron satisfechos con la muerte de san Esteban: antes encarnizados y relamiéndose en la sangre que habían derramado, se embravecieron contra los otros cristianos, y movieron (como lo escribe el evangelista san Lucas) una gravísima persecución contra la Iglesia del Señor, que estaba en Jerusalén: en tanto grado, que todos los creyentes, fuera de los apóstoles, que eran las columnas, se ausentaron de la ciudad y se esparcieron por varias provincias y tierras, sembrándolos Dios por ellas, como una semilla del cielo, para coger copiosa cosecha con su predicación. Doroteo, dice (no sé de donde lo toma), que el día que fué apedreado san Esteban, murió con él Nicanor, uno de los siete diáconos, y otros dos mil cristianos con ellos. Lo de Nicanor, que haya muerto con san Esteban, también lo dice Hipólito, mártir. Fué el martirio de san Esteban á los 26 de diciembre, en que la santa Iglesia le celebra, y fué el año mismo en que el Salvador murió y subió á los cielos, y el primer día que comenzaba el año 35 de su nacimiento. Hipólito, Tebano y Eyodio escribieron que san Esteban fue apedreado siete años después que fué ordenado diácono de los apóstoles; pero esto no tiene fundamento, ni probabilidad. Fué tan reverenciada la memoria de san Esteban de los fieles, desde el principio de la Iglesia, que san Clemente, papa, escribe que los apóstoles san Pedro y san Pablo mandaron que se guardase el día de su fiesta: y san Ignacio, dice, que san Esteban fue ministro de Santiago el menor, primer obispo de Jerusalén, San Fulgencio afirma, que para alcanzar la corona del martirio conforme á su nombre (porque Esteban quiere decir Corona), se armó el santo levita de la caridad, por la cual no se dejó, llevar de los judíos cuando disputaban, y rogó por ellos cuando le apedreaban. La caridad le hacía que los reprendiese para que se enmendasen, y que suplicase á Dios que no los castigase; porque tenía más pena de los pecados de ellos que de sus propias heridas, y lloraba más la muerte de sus almas que la de su cuerpo.
Pero no resplandece solamente la caridad para con sus enemigos en el martirio de san Esteban, sino también la fé, la sabiduría, la fortaleza, la libertad y celo de la gloria de su Señor, la paciencia y constancia con que murió, y todas las otras excelentísimas virtudes, que nosotros debemos procurar de imitar. Todos los santos alaban, engrandecen y ensalzan sobre manera á este beatísimo y gloriosímo mártir, como se ve en las homilías que escribieron de él san Agustín, san Gregorio Níseno, san Fulgencio, san Pedro Crisólogo, san Bernardo, Eusebio Emiseno, Nicetas y otros muchos. Los milagros que nuestro Señor obró por medio de las reliquias de san Esteban, cuando, reveló su cuerpo, fueron innumerables San Agustín refiere algunos, como testigo de vista: y nosotros en el día de la Invención de su cuerpo lo tratamos, y por eso no lo repetimos aquí.

 Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc