miércoles, 20 de noviembre de 2024

S A N T O R A L

SAN EDMUNDO, REY Y MÁRTIR

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De la sangre real y prosapia noble de Sajonia, trajo su descendencia el gloriosísimo rey y mártir Edmundo, siendo tan católico, tan virtuoso, tan caritativo y humilde desde sus primeros años, que estas divinas prendas aun sobresalían más en él, que el lustre de su real sangre: por lo cual, faltando rey en Inglaterra, por común sentir de todas las provincias fué electo y ungido por su rey: y de verdad, que cuando no tuviera real sangre, la hermosura y gentileza suya, la docilidad y afabilidad con todos con que se hacía amable, su gran mansedumbre, su agradable conversación, sobre las demás virtudes referidas, le hacían merecedor dignísimo de la corona, y aun se puede añadir, que también de la de mártir glorioso; porque su rostro hermoso era de ángel más que de hombre. Había en su tiempo unos crueles enemigos de la religión cristiana: estos eran los danos, gente bárbara, sin Dios y sin ley y sin razón. Estos juntos en un bárbaro ejército, de quien era cabeza infernal lnguar ó Hlimguar, entraron por Inglaterra destruyendo todas sus ciudades y villas, y haciendo tan cruel y sangrienta guerra, por ser ricos y en cristianos los ingleses: pues como á cristianos los aborrecían, y deseaban borrar del mundo su memoria; y como á ricos y poderosos, deseaban robarlos; porque esta bárbara gente solo vivía del robo, homicidio y latrocinio, como vicios al fin opuestos á las virtudes que abraza y ejercita la religión cristiana. 
Sabía muy bien el tirano Inguar, que Edmundo era mozo de bríos y gran valor, y que si salía en campaña, no podría defenderse de él: y así no le intimó guerra alguna, sino entrando de secreto y sin dar aviso, iba despoblando las ciudades, no perdonando vida de cristiano, para que cuando llegase al rey santo la noticia, le faltasen los soldados que podía juntar de las ciudades que ya él dejaba destruidas y asoladas: pero se engañaba: porque si Edmundo hubiera de defenderse, mas bien lo haría con los soldados y ejército que él le había juntado y colocado en el cielo por medio del martirio, que con los mismos cuando vivían en este mundo: mas no quiso el santísimo y piísimo rey, sino es animarlos y seguirlos, como se vio claramente en la respuesta que dio á un embajador que el bárbaro le envió, tan soberbia, como suya, con Hubba, otro ministro de Satanás, y criado suyo: cuyo tenor fué este: «Aquel de cuyo poder y vista tiembla la tierra y el mar, Inguar, nuestro señor, rey invictísimo, ha llegado á este deseado puerto con infinitas naves á invernar, después que sus armas, gloriosas siempre, dejan rendidas y sujetas diversas tierras y provincias: y así manda, que si quieres reinar con él, partas con él tus antiguos tesoros y patrimoniales riquezas; y que adviertas, que si menosprecias su poder y mandatos, serás tenido por indigno del reino y de la vida; y él, y sus soldados, y legiones infinitas te privarán brevemente de uno y otro». Esta fué la embajada del bárbaro Inguar: y el atrevido y soberbio embajador Hubba añadió (viendo la mansedumbre con que el santo rey le atendía) estas razones locas: ¿Y quién eres tú, para que inobedientemente te atrevas á contradecir tan inmenso poder? El cielo, la tierra, el viento, la mar, y hasta los mismos dioses veneran poder tanto; ¿y tú le menospreciarás? Sujétate, pues, á tan grande emperador; advirtiendo, que sabe perdonar humildes y castigar soberbios. 
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Oída la embajada soberbia, un santo obispo que asistía al rey, mirando solo por su vida y persona real, sabiendo que ella sola valía más que todos los tesoros del mundo, le aconsejaba les diese al bárbaro, y salvase su vida; á quien el santo rey dijo: O obispo: tú temes no me quite el bárbaro la vida; y yo no deseo otra cosa, por no quedar vivo cuando veo muertos mis fieles y católicos vasallos, á quienes con sus hijos y mujeres en sus mismos lechos ha muerto el tirano bárbaro. Ellos han muerto por Dios y por la patria: por ellos y por Dios deseo morir, para ser partícipe de sus coronas. El Todopoderoso me es testigo que ninguno habrá en este mundo que pueda apartarme de la caridad de Cristo que recibí en el santo bautismo. El bárbaro me ofrece la vida que Dios me da, el reino que poseo, y las riquezas que no estimo: ¿y por estas cosas me sujetaré á dos señores, cuando he jurado solo vivir y morir por Cristo, y servirlo á Él solo? No lo esperes. Entonces vuelto al bárbaro embajador, le dio esta divina respuesta: Digno eres de que mis soldados te quitaran la vida por tu arrogancia y soberbia; pero siguiendo el ejemplo y consejos de mi Maestro y Redentor Jesucristo, no quiero ensangrentar mis manos, sino es por su amor perdonarte, cuando por su amor también y su nombre santísimo estoy dispuesto á dar la vida, sin rendirla á vuestras sectas: por lo cual, mi consejo es, que al instante vuelvas á tu señor y le digas estas solas palabras: Bien (¡O hijo de Satanás!) imitas á tu padre, que soberbio cayó del cielo, y deseando tener quien le imitase en todo, engañó al linaje humano, é hizo á muchos partícipes de sus penas eternas. Así tú intentas que yo te imite y siga; pero ni tus halagos ni tus amenazas me apartarán de Cristo. Los tesoros y riquezas que la divina clemencia me ha dado, serán tuyos desde luego; si haciéndote cristiano siguieres la bandera de Cristo, siendo alférez de los ejércitos del Rey de la gloria: pero si no admites la milicia y religión cristiana, sabe y ten por cierto, que por amor de esta vida temporal, el cristiano rey Edmundo no se sujetará á pagano dueño: y si me quitares (como á mis fieles) la vida, el Rey de los reyes, que lo ve y juzga todo, teniendo de mí misericordia, me dará el reino y corona de la vida eterna.

Con esto se fué el bárbaro; y apenas salía de su palacio, cuando vio á su señor Inguar, que pareciéndole tardaba, venia á buscarlo. Díjole brevemente lo que Edmundo respondía: lo cual oído por el bárbaro tirano, mandó prender al santo rey: lo cual fué fácil, por hallarse en esta ocasión desprevenido, solo, fuera de la corte, en una villa pequeña, y no hacer resistencia alguna, por saber iba á morir por Cristo. Preso y muy maltratado lo trajeron ante el bárbaro Inguar, como á Cristo ante Pílalo. Hízole sus preguntas: calló á todas, como inocente cordero, imitando en todo á Cristo: por lo cual el tirano bárbaro le mandó azotar cruelísimamente, y dar muchos palos; y después que los verdugos estaban cansados, mandó que lo atasen á un árbol, y que lo asaeteasen, habiéndolo azotado antes otra vez cruelísimamente. Comenzaron á dispararle saetas todos aquellos bárbaros soldados, como si jugaran y tiraran al blanco: tantas le dispararon, que unas se encontraron con otras; y no hallando ya lugar en el santo cuerpo para nuevas heridas, por una misma herida entraban de nuevo muchas saetas, tanto, que causaba horror y compasión mirarlo, aun á los mismos bárbaros; porque parecía un espín, ó un erizo, siendo otro nuevo san Sebastián, invictísimo mártir. No cesaba el rey santísimo de invocar el dulce nombre de Jesús, y predicar su fe santa, exhortando á los fieles á morir por ella, como él moría gozoso, regocijado y alegre; lo cual visto por el bárbaro Inguar, le mandó cortar la cabeza. Desatáronle los verdugos del árbol; y si en ellos cupiera piedad alguna, la tuvieran de verle tan maltratado y herido; porque todas las costillas tenia descubiertas, hasta las entrañas y corazón se le veían siendo milagro patente, que tuviese algún poco de calor y vida, que le conservaba Dios para que adquiriese más aquella nueva corona y triunfo de ser degollado por su amor. Hizo una breve y fervorosa oración, según lo permitían los alíenlos de la poca vida que tenia, recobrados entonces con nuevo vigor y ánimo, y luego inclinó la cabeza, que le cortó el cruel verdugo de un fiero golpe, con que voló su santísima y purísima alma á tomar posesión de la corona de gloria, donde reina con Cristo, siendo dos veces rey y mártir glorioso.

Fuéronse de allí los bárbaros, dejando el cuerpo tronco y llevándose la cabeza, la cual arrojaron entre unos espesos zarzales, para que jamás pudiesen hallarla ni venerarla los cristianos. No quiso Dios privar á sus fieles de tan gran reliquia: y así pasados algunos años, y volviendo á gozar de su libertad y amada paz los pocos cristianos que habían quedado en Inglaterra, trataron de buscar el santo cuerpo de su rey y mártir glorioso Edmundo. El cuerpo le hallaron fácilmente yendo al lugar del martirio, donde cubierto de yerbas le guardaba Dios de las inclemencias de los tiempos, de las fieras y aves, incorrupto, oloroso y hermoso. Diéronle honorífica sepultura, venerándole como á rey, santo y mártir, quitándolo las saetas de las heridas, y guardándolas para reliquias. Pero no tuvieron todo el gozo cumplido por fallarles la cabeza, y no saber donde la hallarían; mas discurriendo que los bárbaros no la habrían llevado por reliquia, sino arrojado en aquellos campos, se resolvieron á buscarla, confiados en que Dios se les descubriría. Repartiéronse en cuadrillas: y dándose cierta señal para juntarse, y no dejar cosa en aquellos bosques que no mirasen, dieron principio á la ejecución de sus deseos. Apenas se dividieron por aquellos campos cuando una voz que todos á un tiempo oyeron, los volvió a juntar. Era la voz de la sagrada cabeza que dijo: Aquí estoy. Pero como aun no la viesen, preguntaban todos á un tiempo: ¿Dónde estás? Y la cabeza respondió tres veces: Her, her, her: voz, ó palabra inglesa, que quiere decir: Aquí, aquí, aquí: y luego volvió á repetir la misma palabra, sin cesar hasta que los tuvo cerca de sí. Entonces vieron otro prodigio; y fué que un fiero lobo tenia entre las zarzas la santísima cabeza en sus manos, para que no la tocasen las espinas, y como si fuera racional la acariciaba y besaba. Entrególes el tesoro; pero con tanto sentimiento de dejarle, que se fué, como si fuera un manso cordero, en su seguimiento, sin que á ninguno causase asombro la fiera, ni hubiese hombre tampoco que la hiciese mal alguno. Con esto caminando en procesión gozosos y alegres, derramando copiosas lágrimas de devoción por el hallazgo, llegaron al lugar donde habían 
colocado el santo cuerpo, y descubriéndole, pusieron la sagrada cabeza junto á él. El lobo habiendo cumplido con ser custodio fiel de aquella santa reliquia, y defendida de las otras fieras tanto tiempo, se volvió á su bosque, sin que jamás fuese visto de hombre alguno. Edificaron allí una iglesia al santo cuerpo, según la posibilidad de los tiempos. Después pasados muchos años, cuando ya las cosas de Inglaterra estaban más quietas, le edificaron un templo suntuosísimo; y al colocarle nuevamente, vieron todos como la cabeza se había unido á su lugar, dejando solo para memoria eterna de su martirio una señal en su pescuezo, como un hilo de seda carmesí. Crecíanle los cabellos y uñas de pies y manos, como si estuviera vivo; y una devota señora se las cortaba de cuando en cuando, y las guardaba por reliquias sagradas, curando con ellas enfermos de diversas enfermedades. 

Al fin son tantos los milagros y prodigios que cada día se ven en el sepulcro del invictísimo mártir y rey Edmundo, que era menester un libro entero, y aun muchos para copiarlos: que así honra Dios á quien por su honor y fé pierde la vida. Escribieron la de este rey santísimo y su glorioso martirio Abbo, abad Floriacense, de quien son las lecciones del breviario, donde está toda la historia sucintamente copiada; Surio, tomo VI; Pedro de Natalibus, in Cathalogo Sanct., lib. X, cap. 89; Molane in Addit. ad Usuard.; el Martirologio romano; y Baronio en sus anotaciones, y en el tomo X de sus Anales, año 870, núm. 45. su martirio a 20 de noviembre (día en que le celebra nuestra madre la Iglesia), por los años del Señor de 870

FuenteLa leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

martes, 19 de noviembre de 2024

S A N T O R A L

SAN BARLAAM, MÁRTIR

Nació en un pueblo cerca de Antioquía, y pasó sus primeros años ocupado en los trabajos de la vida campestre. En ellos se santificaba con la práctica de las más heroicas virtudes, preparándose así para recibir la corona del martirio. El celo con que confesó el nombre de Jesucristo, lo hizo prender por los paganos, que le encerraron en una de las cárceles de Antioquía, donde permaneció mucho tiempo. Sus oraciones agradaron á Dios por la sencillez de corazón con que eran ofrecidas, y le acarrearon abundancia de gracias celestiales. El mismo juez quedó atónito de ver su extraordinaria constancia, y la paciencia y resignación con que sufrió la más cruel flagelación, sin despegar siquiera los labios para quejarse. Extendiéronle sobre el potro y le descoyuntaron todos los miembros. Durante este suplicio, el ilustre atleta se mostraba tan alegre y tranquilo, como si estuviese sentado en un banquete ó sobre un trono. Volvieron después á encerrarle en la cárcel, y al cabo de algunos días le condujeron á un altar de ídolos, á cuyo frente había un gran brasero de fuego con incienso al lado.

Negándose Barlaam á ofrecerle, le metieron la mano derecha entre las ascuas, y así lo tuvieron por largo rato, hasta que, espantados los mismos paganos con el espectáculo de tan inaudita constancia, lo dejaron, y poco después murió. Su martirio sucedió, según la opinión más probable, durante la primera persecución de Diocleciano. San Basilio, san Juan Crisóstomo y otros padres de la Iglesia han ocupado sus plumas escribiendo excelentes panegíricos en honor de este santo..

FuenteLa leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

lunes, 18 de noviembre de 2024

S A N T O R A L

LA DEDICACIÓN DE LA IGLESIA DE SAN PEDRO y SAN PABLO

Escribiendo san Juan Crisóstomo sobre la epístola segunda de san Pablo á los corintios, y hablando de la gloria que da Dios á sus siervos aun en esta vida, y cómo los ensalza más que á los reyes y emperadores; dice estas palabras:«Los sepulcros de los que han servido a Cristo crucificado sobrepujan á los palacios de los reyes, no tanto en la grandeza y hermosura de los edificios (aunque también en esto les hacen ventaja), sino en otra cosa más importante, que es en la muchedumbre de los que con devoción y alegría acuden á ellos. Porque el mismo emperador que anda vestido de púrpura, va á los sepulcros de los santos y los besa sin fausto, postrado en el suelo, suplica á los mismos santos que rueguen a Dios por él: y el que trae corona real en la cabeza tiene por gran favor de Dios que Pedro, pescador, y Pablo, que ganaban de comer con el trabajo de sus manos, sean sus protectores y defensores, y se lo suplican y piden con muchas veras». Esto es de san Crisóstomo: y el gloriosísimo padre san Agustín dice: «Ahora á la memoria del Pescador se inclinan las rodillas del emperador: resplandecen las piedras preciosas de la corona imperial, donde más se sienten los beneficios del pescador»: y en otro lugar: «Bien veis como la eminencia y suprema majestad del imperio romano se humilla delante del sepulcro del Pescador, y pone sus pies en la corona imperial». Cuan gran verdad sea la que dicen estos santísimos y sapientísimos doctores, claramente se ve hoy en la fiesta que la santa Iglesia celebra en la Dedicación de los templos de san Pedro y san Pablo: porque el emperador Constantino, después que fué bautizado, queriendo honrar á estos dos príncipes de los apóstoles, y edificarlos templos en aquel lugar que llamaban la Confesión de san Pedro (por estar allí sepultado su santo cuerpo); quitándose la diadema imperial de la cabeza, y postrado en tierra, hizo oración con muchas lágrimas, y luego tomó un azadón y abrió las zanjas, y sacó doce espuertas de tierra, que por sí mismo llevó de allí en honra de los doce apóstoles, y señaló un lugar donde se hiciese una iglesia al príncipe de todos ellos, san Pedro. Acabóse el templo y consagróle san Silvestre, papa, en 18 de noviembre, año de Cristo de 324, y puso en él un altar de piedra, mandando que de allí adelante los altares fuesen de piedra. Edificó también el mismo emperador Constantino al apóstol san Pablo en la vía Ostiense otra iglesia, y enriqueció la una y la otra con muchas rentas, y adornólas de ricas y preciosas joyas; y esta es la fiesta que hoy celebramos: y con mucha razón; porque ¿qué argumento podemos tener del poder de Cristo crucificado más eficaz, que ver postrado al emperador y monarca del mundo al sepulcro de un pescador, que también fue crucificado por el mismo Cristo? O ¿qué triunfo se puede imaginar más ilustre y glorioso, que ver a Constantino, vencedor y triunfador del mundo, llevar las espuertas de tierra sobre sus hombros para servir de jornalero en el edificio del templo del pescador?
O ¿qué mayor gloria y ensalzamiento se puede dar á un hombre mortal acá en la tierra, que la que dio el Señor á san Pedro tal día como hoy, con este hecho de Constantino? ¿Y la que después le ha dado sujetando á sus pies la cumbre de los imperios y reinos, y trayendo á su sagrado sepulcro tantas gentes y naciones, que vienen de tan diferentes provincias y tierras á Roma, para reverenciar y adorar sus preciosos huesos y cenizas, y encomendarse al patrocinio de este glorioso príncipe de los apóstoles, teniéndole por su principal amparo y defensor? Y no solamente después que el emperador Constantino edificó en Roma en el Vaticano aquel suntuosísimo templo á san Pedro, han venido á él en romería los fieles (como hemos dicho), sino también antes que se edificase, había en la Iglesia católica esta devoción: y muchos, aun en tiempo de las persecuciones atrocísimas de los tiranos, de muy lejas tierras venían á Roma para visitar Limina Apostolorum, que así llamaban aun entonces las iglesias de san Pedro y san Pablo: porque á los umbrales de las puertas de sus templos se postraban y derribaban en el suelo, besándolas con singular piedad y devoción. Y siempre se han tenido en gran veneración aquellos sagrados lugares.

Y han sido respetados en tanto grado, que los mismos bárbaros que saquearon y destruyeron la ciudad de Roma, no se atrevieron á tocar cosa de ellos, ni hacer daño á persona que á ellos se acogiese, por tenerlos por lugares de refugio, privilegiados ó inviolables, como más largamente lo dijimos en la vida de san Pedro, á los 29 días del mes de junio. Otros templos edificó el emperador Constantino, que referimos en la fiesta de la Edificación de la basílica ó iglesia del Salvador, que es á los 9 de este mes de noviembre. El Martirologio romano hace mención de la Dedicación de la iglesia de San Pedro y San Pablo, y el cardenal Baronio en sus anotaciones, y en el III tomo de sus Anales trata docta y copiosamente de ella.
 FuenteLa leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

domingo, 17 de noviembre de 2024

S A N T O R A L

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA, VIUDA









Mucho se engañan los que piensan que las leyes de la verdadera nobleza son contrarias á las leyes de Cristo, y que no se pueden juntar en una humildad y grandeza, porque la ley de Cristo no es contraria á la ilustre sangre, ni á la alteza del estado y señorío que él da á quien es servido, sino á los vicios y malos usos que los hombres introducen en sus estados, pensando que la grandeza de ellos consiste en desechar todas las leyes de Dios, y vivir á su apetito y libertad como un caballo desbocado y sin freno. Véase esta verdad en los ejemplos innumerables que tenemos de señores y señoras, de príncipes y princesas, de reyes y reinas, que no solamente ajustaron sus vidas con la voluntad de nuestro Señor; pero vivieron con tan raro ejemplo y tal menosprecio del mundo, que merecieron ser tenidos y venerados en toda la Iglesia católica por santos, y por un vivo retrato de toda perfección y virtud. Entre estos príncipes fué una santa Isabel, hija de Andrés y de Gertrudis, reyes de Hungría: la cual envió Dios al mundo, para que siendo doncella fuese ejemplo de castidad y devoción; siendo casada de modestia y caridad, y siendo viuda, de paciencia y menosprecio de toda vanidad. Desde niña era tan inclinada al servicio de nuestro Señor, que no teniendo más de cinco años gustaba mucho de ir á la iglesia, en donde se ponía a rezar con tanta atención y afecto, que apenas la podían apartar de la oración. Entrábase en un oratorio que había en casa de su padre muy á menudo, y allí oraba con las rodillas desnudas. Era devotísima de la sacratísima Virgen María Nuestra Señora, y de San Juan Evangelista, por haberla caído en suerte este sagrado apóstol, echando los santos; y encomendábale mucho su castidad, y hacia de buena gana todo lo que le pedían por su amor. Los dineros que podía haber, dábalos á mujeres pobres, encargándolas que dijesen la oración del Ave María: era enemiga de galas y de vestidos ricos y curiosos, y en sus palabras muy compuesta, procurando que fuesen pocas y muy miradas, y que no dañasen á nadie y siempre fuesen de provecho: trabajaba mucho en quebrantar su voluntad, y en mortificarse en las cosas que la daban gusto: crecía en edad y juntamente en virtud, de manera que sus padres tenian puestos los ojos en ella, no solo por ser su hija, sino por ser tan agradable y tan adornada de virtudes. Casáronla con un gran señor, llamado Luis landgravio y duque de Turingia, digno marido de tal esposa: y aunque deseó mucho conservar su pureza virginal, y no tener otro esposo sino á Jesucristo, todavía vencida de la autoridad ó importunidad de sus padres, sujetó la cerviz al yugo del matrimonio, y vivió en él con raro ejemplo de santidad, amando y sirviendo á su marido, como á su cabeza y señor, y criando á tres hijos que tuvo, como madre temerosa de Dios, que sabía que los había recibido de su mano y los criaba para el cielo. Humilde para consigo, devota para con Dios, benigna y caritativa para con los pobres: levantábase de noche á hacer oración, y acompañábala con muchas lágrimas: ocupábase de buena gana en cosas bajas y viles: en las procesiones públicas, como letanías, iba descalza y muy modesta: cuando salía á Misa después del parto, iba con un vestido llano, y llevaba á su hijo en los brazos, y ofrecíale á Dios, y con él alguna ofrenda al sacerdote; y daba á los pobres el vestido de aquel día, y lo mismo hacia de su comida, repartiendo con los pobres su parte: vestía á los niños recien bautizados: proveía de mortajas á los difuntos: hilaba con sus doncellas para dar limosna á los pobres de su trabajo; y cuando le faltaba que dar, vendía sus joyas: tenia junto á su palacio un aposento en que recibía á los peregrinos: curaba á los enfermos; y criaba los niños huérfanos ó de padres pobres, y daba cada día de comer á novecientos pobres, sin los otros que sustentaba por todo su estado, los cuales la llamaban madre y remediadora de todas sus necesidades, y se iban tras ella: y con razón; porque no solamente los remediaba con su hacienda, sino también quitándose las tocas de su cabeza, para cubrir las de las pobres, y sirviéndolas con sus propias manos. 
Una vez juntó consigo la cabeza de un enfermo que olía muy mal y no había quien le pudiese sufrir; y ella le quitó el cabello y le lavó la cabeza, como si fuera su hijo. 
Padeció muchas contradicciones y murmuraciones por estas buenas obras que hacia; porque el mundo loco las tenía por indignas de su persona y estado; mas ella deseaba agradar á Dios y no á los hombres, y regular sus acciones más con la regla verdadera de la justicia y bondad, que con la falsa y engañosa del mundo; y con su oración y perseverancia ganó tanto al duque, su marido, que no se dejó llevar de algunos malos consejeros y criados suyos, que le hablaban mal de lo que hacía santa Isabel: antes la amaba como á su mujer y la respetaba como á hija de tan gran rey, y la honraba y reverenciaba como á santa: y porque él andaba ocupado en los negocios del emperador y no podía hacer semejantes obras, holgábase que ella las hiciese, y que diese de sí tan buen olor con su santa vida y ejemplo; aunque no vivió muchos años: porque haciendo en aquel tiempo guerra los cristianos á los sarracenos para librar de su poder á la tierra santa, el duque fué á aquella santa conquista: y habiendo llegado á Sicilia el emperador Federico, murió de su enfermedad, como buen caballero, en el camino. Cuando lo supo santa Isabel, aunque lo sintió como era razón; pero entendiendo que aquella había sido la voluntad del Señor, se volvió á él, y con lagrimas del corazón le dijo: Vos sabéis, Señor, lo que yo amaba al duque; porque él os amaba y porque vos me lo disteis por marido: pero ahora que habéis sido servido de llevármelo para vos, también sabéis que yo no le volverla á la vida mortal contra vuestra voluntad, aunque lo pudiese hacer con un solo cabello. Os suplico que deis eterno descanso á su alma y á la mía gracia para serviros. Determinó, pues, aprovecharse de la ocasión para abrazarse más estrechamente con Cristo nuestro Señor, y servirle con mas ahínco y fervor en el estado de viuda: y así comenzó á darse más á la oración, ayunar y velar mas, y afligir su cuerpo con mayores asperezas y penitencias, y en el trato de su persona ser más humilde, y dar á los pobres todo cuanto tenia. Fué esto de manera, que los deudos de su marido y sus vasallos le quitaron la administración de la hacienda como á desperdiciadora de ella, y la echaron de su casa y la apretaron tanto, que vino á tanta necesidad, que se recogió á un establillo de un mesón, y aun allí no la consintieron estar mucho. Mudóse a una casa de un hombre mal acondicionado; y él la hizo tan mal tratamiento á ella y á sus hijos, y á algunas doncellas que por su devoción la acompañaban, que también de allí se hubo de salir y buscar otra posada. Llegó su menosprecio á tanto, que yendo un día por una calle estrecha y de mucho lodo, y encontrándose en un mal paso con una viejezuela á quien la santa había hecho mucho bien, la vieja no la tuvo respeto ni la hizo lugar para que pasase, antes desviándola de sí con furia, la hizo caer en el lodo. Entendió santa Isabel que aquella era tentación del enemigo y prueba de su paciencia, y levantóse con mucha alegría, riéndose, y limpió su vestido, porque, por mucho que padecía, deseaba padecer mas y ser mas despreciada, ultrajada y abatida; y pidió á nuestro Señor con grandes ansias que la descarnase de todas las cosas que no fuesen él, para poderse mas unir con su divina Majestad, por el menosprecio y abatimiento del mundo. Andaba á casa prestada: súpolo el rey, su padre, y dio orden para que sus hijos se criasen en casas de parientes honradamente, y que á ella se diese parte de su dote con que sustentarse. Pues ¿quién podrá referir los otros trabajos, malos tratamientos, escarnios y persecuciones que esta santa princesa padeció, y la paciencia, constancia y alegría con que los sufrió, viéndose de rica, pobre; de honrada, abatida; de servida y acompañada, sola y desamparada; y esto de sus propios vasallos, de los deudos de su marido, y de aquellos á quienes tanto bien había hecho, y que por tantos títulos estaban obligados á ampararla y albergarla en sus propias casas, y tenerla escrita en sus corazones? No se turbó la santa; porque Dios la esforzaba y regalaba y entretenía, é imprimía en su alma, que él solo era suficiente para hacerla bienaventurada, y que teniéndole á él lo tenía todo, y sin él, todo lo que antes tenía y había perdido era un poco de basura: y así un día de cuaresma, habiendo oído misa, le apareció Cristo nuestro Redentor consolándola y alentándola, y prometiéndole que estaría siempre con ella.

De la parte de su dote que le dieron para su sustento, hizo un hospital, en donde se recogió, y recogía pobres enfermos y los curaba, y servía por sí misma en las cosas más menudas, bajas y viles, sin que sus criadas la ayudasen: y porque algunos la decían que aquella no era vida de hija de rey; ella con mucha gravedad y mesura les respondía, que si hallara otra vida de mayor menosprecio, la tomara para imitar mas á su dulcísimo esposo y maestro Jesucristo. Tenía en la oración don singular de lágrimas, y derramábalas copiosas y suaves, y con el rostro siempre muy sereno y alegre, y decía que los que en la oración lloran haciendo visajes, parece que quieren espantar al Señor. Hacia su oración con tan singular atención y afecto, que parecía que estaba muerta para las demás cosas: y la aconteció una vez, estando orando, caer una brasa de fuego sobre sus faldas, y quemarle sus vestidos y no sentir nada; porque su alma estaba trasportada en el cielo: hasta que una criada echó de ver que la santa se quemaba, y mató el fuego. Era muy visitada y regalada con revelaciones y gustos interiores, y por medio de sus oraciones alcanzaba para sí y para otros, del Señor, grandes dones y misericordias. Una vez vio un mozo en su compostura y traje distraído: díjoselo, y que si quería que hiciese oración por él. Respondió el mozo que sí, y que le rogaba mucho que así lo hiciese. Ella se puso en oración, y mandó al mancebo que hiciese otro tanto: el cual, perseverando la santa en oración, comenzó á decir: Cesad, señora, cesad: y como ella no cesase, antes con mayor fervor continuase su oración, tornó el mozo con mayor ansia á clamar: Cesad, señora, que me abraso: y levantaba los brazos y hacia visajes como loco. Llegaron á ella; y hallaron que tenia los vestidos tan calientes del fuego que salía de su cuerpo, que apenas los podían tocar con las manos. Con esto mudó el mozo su vida, y de distraído que antes había sido, se trocó en otro hombre por la oración de santa Isabel. Otra vez, habiendo entrado á su casa una moza lozana, que traía sus cabellos descubiertos, como hebras de oro; movida la santa de Dios, se los cortó como por fuerza, defendiéndose la moza cuanto pudo; pero cuando los vio cortados, caída aquella como corona y gloria de su cabeza, dijo á santa Isabel: Señora, Dios os ha inspirado que me cortases estos cabellos; porque sabed que si no fuera por esta vanidad, ya hubiera entrado en algún monasterio: y la santa, alabando á nuestro Señor, la recogió consigo en aquel hospital, donde le sirvió muchos años.

Admirable fué la vida de esta santa princesa en todas las virtudes, y especialmente en la humildad, y amor de la pobreza, y menosprecio de sí, y en la compasión y caridad que usó con los pobres y enfermos asquerosos, dándoles todo cuanto tema, sirviéndoles con tanto cuidado y entrañable afecto, como si cada uno de ellos fuera el mismo Cristo nuestro Salvador; y esto con una perseverancia tan extraña, que nunca quiso volver á casarse, porque había hecho voto de castidad, si alcanzaba de días á su marido, ni tornar á la casa de sus padres, ni á la grandeza y esplendor de su alto estado (aunque se lo rogaron), por no dejar el humilde que había tomado, y aquellas de servir á los pobres, que tenia entre las manos. No se puede decir con pocas palabras el menosprecio que santa Isabel usó consigo, ni la misericordia y caridad para con los pobres; porque no había género de pobreza tan abatido, en el comer, vestir, y dormir, y trato de su persona, que no le abrazase y no desease otro mayor; ni obra de piedad y compasión, tan vil y asquerosa, que no la ejercitase con los pobres enfermos que tenían de ella necesidad. Con los tiñosos, con los leprosos, con los que se comían de piojos y con los que tenían enfermedades contagiosas, era madre piadosa y enfermera amorosa, y con sus mismas manos los curaba. Pero á la medida de su piedad y devoción eran los regalos y favores de Dios para con ella, y las mercedes que continuamente la hacía, apareciéndosela algunas veces, visitándola por los ángeles, teniéndola arrobada y transportada en la oración, obrando muchos milagros por su intercesión, y finalmente manifestando, que era esposa suya dulcísima y escogida para ejemplo de las viudas, y luz de los buenos y confusión de los malos.



Estando, pues, ya llena de merecimientos, Cristo nuestro Señor se le apareció, y la avisó, que era ya llegado el tiempo en que quería darle el premio de sus trabajos y coronarla de gloria: y ella se regocijó por extremo; porque como un ciervo acosado y sediento, deseaba beber y hartarse de aquella fuente de vida, é hizo gracias a su dulce esposo por aquellas buenas nuevas que la daba. Vínola una recia calentura; armóse con los sacramentos de la Iglesia; y exhortó á todos los que con ella estaban á amar y servir á nuestro Señor, y hacer bien á los pobres: y estando para espirar, vio al enemigo del linaje humano en horrible figura; y ella con grande y constante ánimo alzó la voz, y dijo: Vete de aquí, desventurado: huye de aquí, maldito; y encomendándose afectuosamente al Señor, á quien tanto había amado y servido, dio su bendita alma en sus manos, á los 19 de noviembre del año del Señor de 1231. Oyéronse en su dichoso tránsito cantos dulcísimos de avecitas, que se asentaron sobre el aposento donde había muerto y estaba su cuerpo: el cual quedó tan hermoso, blando y tratable, como cuando estaba vivo, y despedía de sí un olor suavísimo, que recreaba á todos los presentes. Tuviéronle cuatro días sin enterrar, por el gran número de gente que de toda aquella comarca concurrió á ver y reverenciar al santo cuerpo, y tomar cualquiera cosa que pudiesen de sus reliquias. Sepultáronle en un pueblo de Alemania llamado Masburg; y luego comenzó nuestro Señor á manifestar la gloria de esta santa, haciendo muchos y grandes milagros por su invocación, alumbrando á ciegos, dando oídos á sordos, habla á los mudos, pies á los cojos, salud á los leprosos y enfermos de varias y graves dolencias, y vida á los muertos; porque por sus oraciones diez y seis muertos resucitaron: y por estos milagros, y por su santísima vida el sumo pontífice Gregorio IX, estando en Perusa, cuatro años después que murió, la canonizó y puso en el número de los santos. Entre las otras maravillas que nuestro Señor obró para honrar á santa Isabel, fué una el manar de su cuerpo un licor, á manera de óleo santísimo, que daba salud á todos los que con él se ungían.

Pues ¿quién no ve en la vida de esta gloriosa santa la fuerza y eficacia de la mano poderosa del Señor, y cómo esfuerza el corazón flaco y el sexo frágil de una mujer? ¿Cómo trueca los gustos, y muda los deleites de la carne en regalos espirituales y divinos? ¿Qué mujer hubo jamás tan vana y tan amiga de atavíos y galas, como santa Isabel lo fué del vestido roto y despreciado? ¿Qué señora tan delicada y llena de ámbares, perfumes y aguas olorosas, como esta del mal olor del hospital, y de la podre y materia de las llagas? ¡Qué menosprecio de sí misma tan fino en una hija del rey! ¡Qué alegría en sus injurias en una señora tan grande! ¡Qué amor de la pobreza en una princesa tan rica! ¡Qué paciencia en los trabajos y adversidades! ¡Qué oración tan ardiente y tan continua en tantas ocupaciones: qué rendimiento á la voluntad de Dios; y cómo él la honró después de haberla probado, y la hizo gloriosa en el cielo y en la tierra! La vida de esta gloriosa santa escribió primeramente Teodorico de Turingia, de la orden de Santo Domingo, recogiéndola de los papeles del maestro Conrado, que había sido su confesor: después la escribió Jacobo Montano; y lo trae Surio en el sexto tomo. También escriben de ella Vincencio Belovacense; san Anlonino, arzobispo de Florencia; el Martirologio romano; el cardenal Baronio, en sus anotaciones; el doctor Juan Molano, en las Adiciones, que hizo al Martirologio de Usuardo; y mas largamente la Crónica de los Menores, compuesta por Fray Marcos de Lisboa, que afirma haber tomado santa Isabel el hábito de la penitencia de la tercera orden de su padre san Francisco; y lo mismo dicen las otras historias de su orden.

FuenteLa leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc