lunes, 24 de noviembre de 2025

S A N T O R A L

SAN CRISOGONO, MÁRTIR

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Entre los santos mártires, que por mandato del emperador Diocleciano murieron por Cristo, fué uno Crisogono, caballero romano y varón muy ilustre, el cual estuvo dos años en Roma detenido en la cárcel, ministrándole en ella, y proveyéndole de lo necesario para su sustento una santa mujer llamada Anastasia, que estaba casada con Publio, hombre principal y poderoso, pero no menos cruel y enemigo de cristianos: el cual, sabiendo que Anastasia lo era, y lo que hacía con Crisogono, la encerró en un aposento de su casa con estrechas guardas, para que no pudiese ejercer su religión, ni proveer á Crisogono de comida y sustento, ni aun le tuviese para sí, sino que poco á poco viniese á perecer de hambre. Cuando se vio la santa apretada, buscó modo para escribir una carta ó Crisogono, en esta forma: «Al santo confesor de Cristo, Crisogono, Anastasia. Aunque el padre que me engendró fué gentil. Fausta (otros leen Flavia), mi madre fué cristiana, y mujer muy casta; y ella desde niña me hizo cristiana, y después de su muerte fui casada con un hombre cruel y sacrílego, cuya compañía y cama yo he huido por la misericordia de Dios, con achaque de estar enferma. Empléome de noche y de día en hacer oración á Jesucristo, y en imitar sus santas pisadas. Este hombre cruelísimo, gastando mi patrimonio (con el cual se honra) con gente facinerosa y mala; á mí, como a maga y sacrílega, me tiene puesta en la cárcel, tan dura, que pienso acabar la vida en ella, porque no me falta para acabarla, sino expirar. Y puesto caso que á mí me sea dulce y sabroso perder la vida por Cristo, no dejo de sentir mucho que mi hacienda (la cual yo toda había ofrecido á Dios) se gaste en torpezas y en servicios de falsos dioses. Por tanto yo le ruego, ó siervo de Dios, que supliques al Señor, que, ó dé vida á este hombre, si se ha de reconocer y convertirse á él, ó que se le lleve, si ha de perseverar en su dureza y obstinación: porque mejor le será perder la vida que negar al Hijo de Dios, y atormentar á los que le confiesan. Yo hago testigo y prometo á Dios todopoderoso, que si me veo libre de este trance, me emplearé toda en su servicio, como solía, remediando y proveyendo las necesidades de los santos confesores. Sea Dios contigo, varón de Dios; y acuérdate de mí».
Santa Anastasia
Recibió san Crisogono esta carta, estando en la cárcel con otros muchos confesores: y después de haber hecho con ellos oración al Señor por santa Anastasia, la respondió de esta manera: «Entre las tempestades y torbellinos de este mundo en que andas fluctuando, ten por cosa cierta, señora, que te ha de favorecer Jesucristo, y derribar con una palabra en el profundo al demonio que te atormenta y hace guerra: ten paciencia en medio de los trabajos; y haz cuenta que estás en medio del mar combatida de alguna furiosa tormenta, y confía que vendrá Cristo sobre esas ondas, y te librará de ellas, y clama y da voces con el Profeta, diciendo: ¿Porque estás triste, alma mía, y porqué te turbas? Espera en Dios, que por mucho que te pruebe y ejercite, no por eso deja de ser tu salud. Piensa, señora, que Dios te quiere dar los bienes del cielo; pues te quita los de la tierra: y si te parece que tarda, entiende que lo hace para que estimes más sus dones. No te turbes ni le congojes, porque, viviendo bien, le suceden males y trabajos: Dios prueba y no engaña. El hombre es engañoso; y el que fía del hombre y pone en él su esperanza, es maldito; y bendito el que la pone en Dios. Huye con gran cuidado y estudio todos los pecados, y desea ser consolada de solo Dios, cuyos mandamientos guardas: porque cuando menos lo pienses, él será servido de consolarte, y enviará después de las tinieblas de la noche la alegre luz del día, y tras el hielo y frió molesto del invierno vendrá la suavidad de la primavera, y tras la tormenta, el cielo sereno y sosegado, para que puedas favorecer y hacer bien á los que padecen persecuciones por Cristo, remediando sus necesidades temporales, y alcances del Señor premios eternos. Sea Dios contigo; y ruega por mí».

Con esta epístola recibió grande consuelo santa Anastasia, y se confortó de manera, que de allí adelante procuraba tener tanta paciencia en sus trabajos, cuantas eran las quejas que antes daba de su cruel marido. Pasó adelante su persecución, y tanto, que no la daban cada día á comer sino la cuarta parte de un pan ordinario; y pensando que se llegaba la hora de su muerte, escribió esta carta de esta manera: «Al bienaventurado mártir y confesor de Cristo, Crisogono, Anastasia: El fin de mis días se llega: ruega á Dios que reciba mi ánima cuando se despida del cuerpo pues que por su amor padezco los tormentos que te dirá la vieja que esta lleva». Respondió el santo. «Crisógono á Anastasia: Siempre preceden las tinieblas á la luz, y después de la enfermedad vuelve la salud, y la vida se promete después de la muerte. Todas las adversidades y prosperidades de esta vida se rematan y tienen su fin, para que ni los tristes y afligidos desesperen, ni los alegres y contentos se desvanezcan. Todos navegamos por un mismo mar, y nuestros cuerpos son como unos navíos que surcan las ondas; y las almas, como pilotos, las gobiernan. Pero algunas naves de estas son tan fuertes y tan bien fabricadas, que rompen las ondas y pasan por ellas sin detrimento; y otras son tan frágiles, que á cada paso corren peligro. Consuélate, sierva de Jesucristo, que tu navegación, aunque ha sido llena de tempestades y borrascas, se acabará con próspero y bienaventurado fin, y llegarás al puerto deseado, gozando de Cristo con la palma del martirio».
Estas epístolas se escribieron santa Anastasia y san Crisógono, las cuales refieren Nicéforo, Suidas y Adon. Lo que sucedió á Anastasia, dirémoslo el día de su martirio, que es á los 25 de diciembre. Pero volviendo á san Crisógono; después que estuvo dos años preso en Roma (como dijimos), estando el emperador Diocleciano en Aquileya haciendo carnicería de cristianos, mandó que le llevasen á Crisógono; y puesto en su presencia, le ofreció la dignidad de prefecto, y de hacerle cónsul, como á su noble sangre y casta convenía, y otras mercedes, con tal que adorase á los dioses protectores de su imperio.  

Beata Anna Maria Taigi en la Basilica de San Crisogono - Roma -
Beata Anna Maria Taigi en la Basilica
de San Crisogono - Roma
-
Respondió san Crisógono con gran constancia: A solo un Dios adoro en mi alma y reverencio en mi corazón, y con señales exteriores le confieso por Dios, que es Jesucristo; y maldigo y abomino á estos tus dioses, que son aposentos de demonios. Con esta respuesta, sañoso el tirano, le mandó degollar, y echar su cuerpo en el mar. Hallóle después un santo viejo, presbítero, llamado Zoilo, y sepultóle honoríficamente y por divina revelación también halló la santa cabeza, la cual estaba tan fresca como si en aquel mismo día hubiera sido cortada, y él la juntó con el cuerpo del mártir; y en pago de este servicio que le hizo, á los treinta días del martirio se apareció san Crisógono á Zoilo, y murió en el Señor, y se fue á gozar de él eternamente en compañía de san Crisógono: cuyo martirio fué á los 24 de noviembre, año del Señor de 302, imperando Diocleciano. De san Crisógono escriben Suidas, y los Martirologios romano, el de Beda, Usuardo y Adon. Tiene san Crisógono en Roma un templo antiguo, que es título de cardenal, y de él hacen mención en el concilio primero que se celebró siendo Símaco sumo pontífice, y en el registro de san Gregorio, papa: y Gregorio III le honró y enriqueció de dones, como se dice en el libro de los Romanos pontífices
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FuenteLa leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

domingo, 23 de noviembre de 2025

S A N T O R A L

SAN CLEMENTE I, PAPA Y MARTIR

La memoria de San Clemente se nos presenta, a los principios de la Iglesia de Roma, rodeada de aureola especial. Al desaparecer los Apóstoles, se diría que eclipsa a San Lino y San Cleto, no obstante haber recibido antes que él el honor del episcopado. Como una cosa normal, se pasa de Pedro a Clemente, y las Iglesias orientales celebran su memoria con tanto honor como la Iglesia latina. Fué verdaderamente el Pontífice universal, y ya se advierte que toda la Iglesia está pendiente de sus actos y de sus escritos. Debido a esta buena reputación se le han atribuido muchos escritos apócrifos que es fácil separar de los que son verdaderamente suyos.

LA EPÍSTOLA A LOS CORINTIOS

Con el tiempo han desaparecido, excepto uno, los documentos que prueban la intervención de Clemente en los asuntos de las Iglesias lejanas; pero el que nos queda nos presenta el poder monárquico del Obispo de Roma en pleno ejercicio desde esta época primitiva. La Iglesia de Corinto se hallaba agitada por discordias intestinas que la envidia había suscitado con respecto a ciertos pastores. Estas divisiones, cuyo germen encontramos ya en tiempo de San Pablo, habían destruido la paz y causaban escándalo hasta entre los mismos paganos. La Iglesia de Corinto terminó por sentir la necesidad de atajar un desorden que podía ser perjudicial a la extensión de la fe cristiana, y a este fin, tuvo que pedir ayuda fuera de su seno. Por ese tiempo habían desaparecido del mundo todos los Apóstoles, menos San Juan, el cual aún iluminaba a la Iglesia con su luz. De Corinto a Éfeso, donde residía el Apóstol, la distancia no era considerable; no obstante eso, no fué a Éfeso, sino a Roma a donde la Iglesia de Corinto dirigió sus miradas.

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Clemente tuvo conocimiento de los debates que las cartas de esta Iglesia remitían a su fallo y mandó salir para Corinto a cinco comisarios que debían representar allí la autoridad de la Sede apostólica. Eran portadores de una carta que San Ireneo llama de mucha autoridad, potentissimas litteras (Contra haereses, III, III, 3). Se la consideró tan apostólica y bella, que se leyó mucho tiempo públicamente en bastantes Iglesias, como una especie de continuación de las Escrituras canónicas. Tiene un tono digno, pero paternal, conforme al consejo que San Pedro da a los pastores. "Clemente no se decide explícitamente por ninguna parte y a nadie nombra, pero trata de levantar el espíritu de los fieles por encima de las pasiones, de las querellas y de los rencores con la consideración de la bondad divina y de los grandes ejemplos bíblicos. Un cierto orden en la Escritura, la argumentación que tiene algo de insinuante, la unción que proviene del gusto instintivo hacia las cosas morales, dan a este texto griego un perfume de latinidad y forman algo muy diferente de los grandes escritos de Pedro, de Pablo y de Juan, donde todo tiene el sabor y el misterio de una intuición directa de la revelación divina. Con la carta de Clemente hemos pasado el estadio inicial en el que el Espíritu se extiende en elevadas remansadas en las Escrituras canónicas, pero estamos aún muy cerca de la fuente, en el centro de la iglesia principal: "Pongamos los ojos en el Padre Creador del universo, entreguémonos a sus favores, a los dones magníficos y excesivos de su paz, contemplémosle con el pensamiento, miremos con los ojos del espíritu su voluntad pacientísima, consideremos cómo se muestra dulce y fácil con todas las criaturas... (XIX, 2-3). El Padre, todo misericordia y amigo de hacer bien, tiene un gran corazón para los que le temen. Se muestra liberal con sus gracias y las reparte con bondad y suavidad a los que se acercan a él con un corazón sencillo. No seamos desconfiados; no se turbe nuestra alma ante sus presentes maravillosos y espléndidos... (XXII, 1-2). A San Clemente le consideraremos siempre como doctor de la divina clemencia".

Este lenguaje tan solemne y tan firme consiguió su efecto: se restableció la paz de la Iglesia de Corinto y los mensajeros de la Iglesia romana comunicaron pronto la buena noticia. Un siglo más tarde, San Dionisio, obispo de Corinto, manifestaba todavía al Papa San Sotero la gratitud de su Iglesia para con Clemente por el servicio que le debía.

LA LEYENDA DE SAN CLEMENTE


Las Actas (dudosas) de San Clemente nos dicen que fué mandado al destierro, al Quersoneso, y condenado a extraer y labrar el mármol: por eso los marmolistas escogieron por patrón al Santo Papa.
La leyenda nos cuenta además un pormenor demasiado sabroso para que no lo refiramos aquí: San Clemente fué arrojado al mar con una áncora al cuello. El día de su aniversario, el mar se alejaba y la gente podía llegarse al templo submarino que un ángel construyó sobre su tumba. Pues bien, ocurrió un día que una mujer, cuando ya el mar se había extendido de nuevo, advirtió que había dejado olvidado en dicho templo a su niño, pero le encontró sano y salvo en el aniversario siguiente.

Otro hecho que, como el anterior, tiene sin duda el origen en el motivo de un mosaico: nos muestra al Cordero de Dios apareciéndose en un monte y señalando con la punta del pie a Clemente la fuente que va a brotar.

La Liturgia se ha adueñado de estos relatos y ha compuesto las bellas Antífonas del Oficio, que consideramos útil añadir aquí.

ANTIFONAS


Roguemos todos a Nuestro Señor Jesucristo que haga correr una fuente de agua para sus confesores.

Estando San Clemente en oración, se le apareció el Cordero de Dios.

Sin mirar a mis méritos, el Señor me envió a vosotros para participar de vuestras coronas.

Vi sobre el monte al Cordero de pie; debajo de su planta brota una fuente viva.

La fuente viva que manaba debajo de su pie, es el río impetuoso que alegra a la ciudad de Dios.

Todas las naciones de alrededor creyeron en Cristo Señor.

Al irse camino del mar, el pueblo rezaba diciendo a grandes voces: Señor Jesucristo, sálvale; y Clemente decía con lágrimas: Padre, recibe mi espíritu.

Señor, has dado a Clemente, tu mártir, por morada, en medio del mar, como un templo de mármol, levantado por manos de ángeles; y has procurado el acceso a los habitantes del país para que pudieran contar tus maravillas.

VIDA


Por San Ireneo sabemos que San Clemente es el tercer sucesor de San Pedro y que gobernó la Iglesia probablemente entre el año 88 y 97. Pudo conocer a los apóstoles San Pedro y San Pablo; San Ireneo hasta nos dice que fué su discípulo y Tertuliano que fué ordenado por el primer Papa. La Epístola a los Corintios le coloca a la cabeza de los escritores eclesiásticos cuya obra es auténtica. Si la historia no nos suministra datos suficientes sobre sus orígenes, hay conjeturas de que era judío y que había recibido una formación literaria y filosófica bastante extensa, y el contenido de su Carta revela en él el carácter de un hombre de gobierno, a la vez que sus cualidades y virtudes. La Tradición quiere que haya muerto mártir.

Recitemos en su honor la gran oración que se lee en su Epístola a los Corintios:

LA GRAN PLEGARIA DE SAN CLEMENTE


San Clemente adora a la Santísima Trinidad.
Giovanni Battista Tiepolo
Has abierto los ojos de nuestros corazones para que te conozcan a ti, el solo Altísimo en lo más alto de los cielos, el Santo que descansa en medio de los Santos; a ti, que echas a tierra la insolencia de los orgullosos, que deshaces los cálculos de los pueblos, que ensalzas a los humildes y humillas a los grandes; a ti, que enriqueces y empobreces, que matas y salvas y vivificas; único bienhechor de los espíritus y Dios de toda carne; contemplador de los abismos, escudriñador de las obras de los hombres, auxilio de los hombres en los peligros y su salvador en la desesperación, Criador y Obispo de todos los espíritus.

"A ti, que multiplicas los pueblos sobre la tierra y que has escogido entre ellos a los que te aman, por Jesucristo, el Hijo predilecto por quien nos has instruido, santificado y honrado, a ti te suplicamos, oh Maestro. Sé nuestra ayuda y nuestro sostén. Sé la salvación de los que entre nosotros andan oprimidos; ten misericordia de los humildes; levanta a los caídos; date a conocer a los que están en necesidad; cura a los enfermos; vuelve atraer a los descarriados de tu pueblo; sacia a los que tienen hambre; pon en libertad a nuestros prisioneros; levanta a los que languidecen; consuela a los pusilánimes. Reconozcan todos los pueblos que no hay más Dios que tú; que Jesucristo es tu Hijo; que nosotros somos tu pueblo y ovejas de tus pastos.

"Tú, que has manifestado el inmortal orden del mundo con tus obras; Tú, Señor, que has creado la tierra; Tú, que sigues fiel en todas las generaciones, justo en tus juicios, admirable en tu poder y en tu magnificencia, sabio en la creación, prudente en dar solidez a las cosas creadas, bueno en las cosas visibles, fiel con los que en ti confían, misericordioso y compasivo: perdónanos nuestras faltas y nuestras injusticias, nuestras caídas, nuestras aberraciones.

"No lleves cuenta de los pecados de tus servidores y de tus servidoras; más bien, purifícanos con tu verdad y dirige nuestros pasos para que caminemos en la santidad del corazón y hagamos lo que es bueno y agradable a tus ojos y a los ojos de nuestros príncipes.

"Sí, Maestro, haz que resplandezca tu cara en nosotros, para hacernos gozar de los bienes en paz, protégenos con tu mano poderosa, líbranos de todo pecado con tu brazo fortísimo, ponnos a salvo de los que injustamente nos odian.

"Danos la concordia y la paz a nosotros y a todos los habitantes de la tierra, como la diste a nuestros padres cuando te invocaban santamente en la fe y en la verdad. Haznos sumisos a tu Nombre potentísimo y muy excelente, a nuestros príncipes y a los que nos gobiernan en la tierra.

"Tú eres, Maestro, el que les diste el poder de la majestad real en tu magnífico e invisible poder, para que, conociendo la gloria y el honor que les has repartido, les estemos sometidos y no contradigamos tu voluntad. Concédeles, Señor, la salud, la paz, la concordia, la estabilidad, para que ejerzan sin impedimento la soberanía que les has entregado. Porque, eres tú, Maestro, rey celestial de los siglos, quien das a los hijos de los hombres gloria, honor y poder sobre las cosas de la tierra. Dirige, Señor, su consejo conforme a lo que está bien, a lo que es agradable a tus ojos, con el fin de que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder que les diste, te hallen ellos propicio. Sólo tú puedes hacer esto y procurarnos mayores bienes aún.

"Te damos gracias por el sumo sacerdote y patrón de nuestras almas, Jesucristo, por quien sea a ti la gloria y la grandeza, ahora y de generación en generación y en los siglos de los siglos. Amén"

 Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

sábado, 22 de noviembre de 2025

S A N T O R A L

SANTA CECILIA, VIRGEN Y MÁRTIR

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La gloriosa virgen y mártir santa Cecilia nació en Roma, de padres muy nobles é ilustres: y habiendo sido llamada del Señor, de tal manera le oyó y se encendió en el amor divino, que de día y de noche no pensaba ni trataba otra cosa, sino cómo podría alcanzar este prefecto amor; y para esto traía siempre consigo el libro de los Evangelios, y á menudo le leía, procurando poner por obra las palabras del Señor, y macerar su delicado y virginal cuerpo con ayunos y cilicios, entendiendo que así agradaría más a su dulce esposo Jesucristo. Ocupándose la bienaventurada virgen en estos santos ejercicios, los padres la casaron contra su voluntad con un caballero mozo, llamado Valeriano. Vino el día en que se habían de celebrar las bodas: y estando todos en gran fiesta y regocijo, sola Cecilia estaba triste y llorosa, y vestida de fuera de ropas ricas de seda y oro, conforme á su estado y su esposo, traía á raíz de sus carnes un áspero cilicio, y tres días antes deshaciéndose en lágrimas, y ayunando y orando, le suplicaba á nuestro Señor humildísimamente, que la guardase limpia, pura y entera, como á esposa, aunque indigna, suya: y para mejor impetrar lo que deseaba, tomaba por intercesores á los ángeles, á los apóstoles y mártires, y sobre todo á la Virgen de las vírgenes y Reina de todos los santos, Nuestra Señora. De esta manera se aparejó la santa virgen para el día de las bodas, confiando en el Señor que se podría ver á solas con su esposo Valeriano, sin detrimento de su virginidad, como le sucedió; porque aquella misma noche de las bodas, hallándose sola en su aposento con él, movida del espíritu de Dios, le habló de esta manera: Esposo mío dulcísimo, yo te comunicaría de buena gana un secreto, si supiese que me lo habías de guardar. Prometióla y juróla Valeriano que la guardaría el secreto: y ella le dijo: Yo te hago saber, que tengo en mi compañía un ángel de mi Dios, que con gran cuidado y celo guarda mi cuerpo: y sí quisieses llegarte á mí con amor carnal, temo que te costaría la vida; y si viere que tú me amas con puro y casto amor, te amará como á mí me ama, y te hará grandes mercedes como á mí me las hace. Turbóse algo Valeriano, oyendo las palabras de santa Cecilia, y con algún temor y espanto le respondió: Si tú, esposa mía muy querida, quieres que yo le dé fé á tus palabras, hazme ver á ese ángel que tú dices está en tu compañía; porque sí no lo veo, pensaré que estás aficionada á otro hombre, y no á mí, y llevarlo he tan mal, que á ti y á él quitaré la vida. Aquí replicó la santa virgen: No se puede ver una luz resplandeciente con ojos ciegos, ni tú ver al ángel con el alma inficionada y sucia: menester será, si lo quieres ver, que creas en Jesucristo y recibas el bautismo primero, para que así seas limpio de tus manchas y pecados. Y como Valeriano por el vehemente deseo que tenia de ver al ángel, mostrase gana de hacerlo, y la preguntase quién había de ser el que le había de enseñar y bautizar; ella le envió á San Urbano, papa, que estaba escondido tres millas de Roma, y le dio las señas para hallarle, y un recado para el santo pontífice. Hallóle Valeriano, y refirióle lo que había pasado con Cecilia; y después de haberlo oído, el santo viejo se postró en el suelo, y alzando las manos al cielo, y derramando muchas lágrimas de alegría, hizo oración al Señor, y dijo: Gloriosísimo Señor, Dios mío, sembrador de consejos castos, recoged ahora el fruto de aquella semilla que sembrasteis en Cecilia, vuestra esposa, porque hé aquí á Valeriano, su esposo, que antes era como un bravo león, ahora os lo envía como un manso cordero; y no viniera él á mí con tan grande afecto, si no fuera para abrazar vuestra santa ley. Por tanto, Señor, alumbrad su corazón, y descubríos á él, para que conociéndoos más claramente, parta mano de la vanidad y desventura de esta miserable vida. En diciendo estas palabras San Urbano, apareció luego allí un viejo de venerable rostro, vestido de ropas blancas, que traía un libro en la mano, escrito con letras de oro. En viéndole Valeriano, despavorido y asombrado, cayó como muerto en tierra: levantóle y animólo San Urbano, y mandóle que leyese lo que en aquel libro estaba escrito, que eran estas palabras: «Uno es el Dios verdadero, una la verdadera ley uno el verdadero bautismo.» Y habiendo Valeriano dicho, que todo lo que allí estaba escrito, lo creía; desapareció aquel ángel, que con figura de viejo se le había mostrado: y él fué enseñado y bautizado de San Urbano, y con indecible contento y gozo volvió á Santa Cecilia. Hallóla en su retraimiento, recogida en oración, y á su lado, en forma de un mozo hermosísimo, al ángel del Señor vestido de claridad, y que de su rostro despedía un resplandor maravilloso. Quedó atónito Valeriano, y mirando al ángel y remirándole, notó que tenía en la mano dos guirnaldas de extremada belleza de rosas y azucenas, traídas del cielo. El ángel las ofreció, la una á él, y la otra á Cecilia, y les dijo: Estas guirnaldas que os he dado están tejidas de las flores que en los prados amenos y olorosos del cielo se cogen, las cuales os envía Jesucristo, para que de aquí adelante os améis con puro y casto amor. No se marchitarán jamás estas flores, ni perderán la suavidad de su agradable olor; más no podrán verlas sino aquellos que amaren la castidad de la manera que vosotros la amáis: y porque tú, Valeriano, has creído á las palabras de tu esposa. Dios me ha enviado á tí, para que sepas que te ama tiernamente, y está aparejado para concederte cualquiera cosa que le pidieres. Oyendo el nuevo soldado de Cristo aquella larga y benigna oferta que el ángel en nombre del Señor le hacía, con una humildad profunda, derribado en el suelo, hizo gracias á Dios por tanta merced y regalo, y después dijo al ángel: Ninguna cosa en esta vida más deseo que ver á un hermano que tengo, llamado Tiburcio, convertido á la santa fé de, nuestro Señor Jesucristo, porque le quiero como á mi propia vida, y querría verle particionero de la gracia que yo he recibido. Y como el ángel le dijese, que Dios le había otorgado lo que deseaba, y que Tiburcio, su hermano, vendría al conocimiento de la verdadera luz, y que ambos presto serian coronados de martirio: dejándole muy consolado en compañía de Santa Cecilia, desapareció de sus ojos. Luego vino Tiburcio: entró en el aposento donde su hermano y su cuñada estaban, y sintió una fragancia suavísima de aquellas guirnaldas de rosas y flores que el ángel les había traído del cielo, aunque no las veía. Admirado de tan grave novedad (porque no era tiempo de rosas ni azucenas), preguntó la causa de aquel olor suavísimo, y más del cielo que de la tierra, que allí había. De aquí tomaron ocasión mis dos santos esposos, para declarar á Tiburcio la merced tan señalada que de Dios habían recibido, y la vanidad de los dioses que la ciega gentilidad adoraba, y la verdad de la religión cristiana, y á persuadirle que la abrazase y se hiciese cristiano: lo cual todo le dijeron con tanta gracia y eficacia, y espíritu del cielo, que Tiburcio quedó convencido y rendido, y se echó á los pies de Santa Cecilia, ofreciéndose obedecerla en todo; y por su consejo se fué con Valeriano, su hermano, al santo pontífice Urbano, del cual recibió el agua del santo bautismo, y muy grandes gracias del Señor, y fue martirizado con su hermano Valeriano y Máximo, como lo dijimos en su vida, á los 14 de abril, y no lo repetimos aquí por tratar de lo que es propio de Santa Cecilia; aunque el martirio de estos hermanos é ilustres caballeros de Cristo, fué fruto de sus oraciones, y como un panal de miel que ella á guisa de abeja solícita y artificiosa fabricó para presentarle á la mesa del celestial Padre.

Después que los dos santos hermanos Valeriano y Tiburcio fueron coronados del martirio, como eran personas de tanta calidad y tan ricas, el prefecto Almaquio que había dado la sentencia de muerte contra ellos, codicioso de su mucha hacienda, mandó prender á la gloriosa Virgen Santa Cecilia, que entendía haber sido la que había engañado (como él pensaba) á su esposo y cuñado, y la que sabría dónde estallan sus grandes tesoros y riquezas. Traída delante de sí, la preguntó dónde estaban las riquezas de Valeriano y Tiburcio? Y como la santa le respondiese que seguras estaban y sin peligro, porque todas habían sido repartidas á los pobres; el prefecto en gran manera se turbó, y con gran rabia la dijo: Si no quieres, ó Cecilia, que te quite aquí luego la vida, sacrifica á nuestros dioses; mas la virgen no hizo caso de las palabras ni de las amenazas del prefecto. Finalmente, después de haber pasado algunas razones entre los dos, pretendiendo Almaquio persuadirla que adorase á los ídolos y obedeciese á sus mandatos, y la santa ofreciéndose á todos los tormentos y muertes, por no perder á Jesucristo; la mandó el prefecto llevar á un templo, para que allí, ó ofreciese sacrificio, ó se ejecutase en ella sentencia de muerte. Lleváronla los impíos ministros, y viéndola tan noble, tan rica, tan honesta y de tan extremada belleza, y en la flor de su edad, movidos con una falsa compasión, la rogaban que no se echase á perder, ni se privase de los contentos de esta vida por una vana superstición y locura; antes sacrificando á los dioses, gozase de su hermosura, nobleza y riquezas, y de todos los otros bienes de esta vida. Mas la santa que tenía su corazón en el cielo, limpios los ojos para ver como son y nó como parecen las cosas del suelo y las del cielo; volviéndose á ellos, dijo: No penséis, hermanos, que el morir por Cristo será daño para mí, sino de inestimable ganancia, porque confío en mi Señor, y tengo por cierto que con esta vida frágil y caduca alcanzaré otra bienaventurada y perdurable. ¿No os parece que es bien dejar una rosa vil, por ganar otra preciosa y de infinito valor? ¿Dejar al todo por el oro, la enfermedad por la salud, la muerte por la vida, y lo transitorio por lo eterno? ¿Por qué no queréis que yo entregue mi cuerpo á los tormentos que tan presto pasan, y á la misma muerte; pues por ella tengo de entrar en el palacio de mi dulce esposo, tan rico, y lleno de tan grandes bienes, y de una felicidad que nunca se acaba? Fueron las palabras de la santa virgen tan eficaces, y de tal manera penetraron los corazones de los que las oyeron, que movidos y enternecidos con el espíritu del Señor, comenzaron á decir todos á gritos, que creían que Jesucristo era verdadero Dios; y Santa Cecilia los llevó á su casa, y haciendo llamar secretamente al glorioso pontífice Urbano, fueron por él instruidos en las cosas de la fé, y bautizados con otros muchos, en número de cuatrocientas personas, y entre ellas fué Gordiano, varón principalísimo y de grande autoridad. Cuando Almaquio supo lo que había pasado, embravecióse sobre manera: y después de haber tentado á la santa virgen, y procurádola ablandar y reducir á la adoración de sus dioses; visto que todo era en vano, la mandó encerrar en un baño seco de la misma casa de santa Cecilia, y poner fuego debajo, para que allí, respirando aquel aire caliente y encendido, se ahogase: mas el Señor la guardó todo un día y una noche, sin recibir detrimento alguno, ni salir de su rostro una gota de sudor; antes parecía estar en un lugar de mucho refrigerio y deleite: lo cual sabido por Almaquio, mandó que allí le cortasen la cabeza. Hirióla tres veces el verdugo y no se la pudo cortar; y los que presentes estaban cogieron la sangre que la santa derramaba de su herida con esponjas y lienzos, para guardarla por reliquias. Vivió tres días la santa virgen de esta manera, é iban á visitarla muchos siervos del Señor; y ella los consolaba con palabras dulcísimas. 
Stefano Maderno: Santa Cecilia in Trastevere de Roma
Entre los otros que, vinieron fué uno San Urbano, papa; y ella le dijo que había pedido á nuestro Señor que la alargase la vida tres días para entregarle su hacienda, y rogarle que la repartiese á los pobres, y consagrase aquella su casa en iglesia. Pasados los tres días, estando la gloriosa virgen en oración, voló su bendita alma resplandeciente á su esposo, á los 22 de noviembre, en que la Iglesia católica celebra su fiesta; y fue el año de Cristo de 232, imperando Alejandro Severo. 
Sepultó su santo cuerpo el papa Urbano en el cementerio de Calixto, y consagró sus casas en iglesias: y después el papa Pascual (por una revelación que tuvo de la misma virgen) halló su cuerpo envuelto en telas de oro, bañadas de su misma sangre, y le tomó y trasladó con los cuerpos de Tiburcio y Valeriano, y del santo papa Urbano, á la misma iglesia, que está dentro de la ciudad de Roma, y hoy se llama Santa Cecilia, como lo escribe Anastasio, bibliotecario, en la Vida del papa Pascual, que está en la librería vaticana. Hizo esta traslación, dice Sigiberto, el año del Señor de 821: pero el año de 1599, cavando por orden del cardenal Sfrondato, titular de Santa Cecilia, y sobrino de Gregorio XIV, se halló debajo del altar mayor el cuerpo de esta preciosa virgen y mártir, dentro de una caja de ciprés, tan entera y lustrosa como si se acabara de hacer. Estaba el sagrado cuerpo envuelto con un velo de oro: y junto á él se hallaron los otros santos que arriba dijimos, cada uno de por sí, y viéronse los lienzos en que antes había sido envuelto el cuerpo de santa Cecilia, llenos de sangre; y hubo en Roma grande alegría: y la santidad del papa Clemente VIII (que entonces presidia en la silla apostólica) dijo misa de pontifical, y con gran solemnidad colocó de nuevo el cuerpo de Santa Cecilia y de los otros mártires en la misma iglesia.
La vida de esta purísima virgen escribió Simeón Metafraste, v refiérela Lipomano en su V tomo, y Surio en el VI de las Vidas de los santos; y hacen mención de ella los Martirologios romano, el de Beda, Usuardo y Adon, y el cardenal Baronio en sus anotaciones del Martirologio, y en el II tomo de sus Anales: y los notarios de la Iglesia romana (de los cuales los demás tomaron) escribieron su martirio.

FuenteLa leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc