sábado, 27 de diciembre de 2025

S A N T O R A L

SAN JUAN, APÓSTOL, EVANGELISTA, VIRGEN Y MARTIR

El bienaventurado profeta, apóstol, evangelista, doctor, virgen y mártir san Juan, y por otro nombre el discípulo amado del Señor, fué de nación galileo, y natural de Betsáida, de donde también fueron san Pedro y san Andrés. Fué hijo del Zebedeo, y de María Salomé, y hermano menor de Santiago el mayor. La vida de este grande apóstol y privado de Jesucristo, se ha de sacar principalmente de lo que de él escriben los evangelistas en la sagrada historia del Evangelio, y san Lucas en el libro de los Hechos apostólicos, y san Pablo en sus Epístolas, y de lo que el mismo san Juan en su evangelio, en sus Epístolas y en el Apocalipsis escribe de sí; y de lo que los santos doctores y autores de la Historia, eclesiástica dicen de este varón incomparable, y discípulo tan querido y regalado del Hijo de Dios.
La primera cosa que nos dice san Mateo en su evangelio de san Juan es, que él y Santiago, su hermano, eran pescadores, como también lo era Zebedeo, su padre. San Gerónimo dice que eran nobles, y que por su nobleza san Juan era conocido de Caifás, sumo sacerdote: y que por este pudo entrar él, y hacer entrar en su casa á san Pedro, al tiempo de la pasión del Señor. Estando, pues, san Juan con Santiago, su hermano, y con su padre Zebedeo en un navío aderezando y reparando sus redes para pescar, el Señor llamó á los dos hermanos, y les mandó que le siguiesen; y ellos fueron tan obedientes á aquella voz poderosa de Dios, que luego dejaron el navío, y el oficio y ejercicio que tenían de pescar, y lo que es más, su casa, padre y madre, y comenzaron a seguirle y á ser sus discípulos: dándonos ejemplo de la prontitud con que habernos de obedecer al Señor de todo lo criado, cuando él nos llama, y nos propone alguna cosa de su servicio, como lo hizo san Juan, que por ser más mozo y estar en la flor de su juventud, se debe estimar mas lo que hizo. Algunos doctores, como Beda y Ruperto, dicen que san Juan fué el esposo de las bodas de Cana de Galilea, á las cuales fué convidada la Virgen nuestra Señora, y su bendito Hijo con sus discípulos, y que el Señor le escogió y llamó al apostolado, honrando por una parte las bodas con su presencia, y manifestando por otra que la virginidad se debe preferir al matrimonio: y muchos autores modernos siguen esto: y aun quieren hacer de este parecer á san Gerónimo y á san Agustín; aunque estos santos claramente no lo dicen. Más probable es (á mi pobre juicio) que san Juan no haya sido aquel esposo de las bodas: á las cuales él vino, nó como esposo, sino como discípulo que ya era de Cristo, acompañando á su maestro. Demás, que san Juan no era natural de Cana, sino de Betsáida: y habiendo ido el Señor para honrar las bodas y santificarlas con su presencia, y tapar las bocas á los herejes que después se habían de levantar y condenarlas, como ilícitas; no parece cosa razonable que las deshiciese, llamando al esposo, y apartándole de su esposa, y dando ocasión á los mismos herejes con este hecho, para vituperar al santo matrimonio. Añade san Marcos, que después que Cristo nuestro Salvador llamó á san Juan y á su hermano, les puso por nombre Boanarges; que, como el mismo evangelista interpreta, quiere decir: Hijos del trueno, que según la frase hebrea, es tanto como rayos. Y es cosa de mucha consideración, que entre todos los apóstoles á ninguno haya el Señor trocado el nombre, sino á san Pedro, y á estos dos hermanos: á san Pedro llamándole Piedra, ó Cefas, que es lo mismo; y á san Juan y á Santiago, Hijos del trueno. La causa de haber dado aquel nombre á san Pedro está clara; porque él había de ser cabeza de la Iglesia y la piedra fundamental y secundaria, en que después de Cristo ella se había de fundar: más el llamar Hijos del trueno á estos dos apóstoles y bienaventurados hermanos, la causa fué, porque sobre todos los otros apóstoles, después de san Pedro, habían de ser más familiares suyos y mas privados y regalados, como lo fueron: pues á estos tres apóstoles, Pedro, Juan y Santiago, llevaba el Señor consigo en las cosas secretas e íntimas, dejando á los demás; como cuando se transfiguró en el monte Tabor, y cuando resucitó á la hija del archisinagogo Jairo, y cuando en el huerto hizo oración al Padre eterno, suplicándole que apartase de él aquel cáliz amargo de la pasión. También los llamó Hijos del trueno; porque habían de ser los principales capitanes y conquistadores del mundo, entre los que él enviaba para sojuzgarle y rendirle á su obediencia: porque Juan especialmente nos había de declarar como un trueno sonoro y espantoso la generación eterna de Jesucristo, y entonar aquellas palabras que asombraron al mundo: In principio erat Verbum. Mostraron también estos sagrados apóstoles, que eran rayos é hijos del trueno, en lo que san Lucas escribe que pretendieron hacer: porque habiendo el Salvador de pasar por la ciudad de Samaria, de camino para Jerusalén, envió algunos adelante, para que aparejasen lo que habían de comer. Cuando los samaritanos los vieron y conocieron en el traje que eran judíos y de diferente religión que la suya, no quisieron recibir al Señor: y fué tanto lo que sintieron los dos hermanos aquella descortesía y descomedimiento que habían usado contra su maestro, que encendidos de celo, desearon tomar venganza de los samaritanos, y dijeron al Señor, que si quería, que mandase venir fuego del cielo para que los abrasase en castigo de tan gran culpa: más el Salvador les respondió, que aquel espíritu no era del Nuevo Testamento sino del Viejo de Elías, y nó de discípulos suyos: porque él había venido á dar vida á las almas y no muerte á los cuerpos, y que su ley evangélica con dulzura, benignidad y mansedumbre se había de fundar. 
Eran tan grandes los favores que Jesucristo hacia á san Juan y Santiago, que María Salomé, su madre, confiada de ellos, y del deudo que tenían con él, se atrevió á suplicarle que los hiciese los dos más principales personajes de su reino, y que el uno de ellos se sentase á su diestra y el otro á su siniestra: ahora fuese porque los mismos hijos lo habían pedido á la madre, por entender que como mujer lo alcanzarla más fácilmente y que ellos quedarían sin empacho suyo y sin queja de los otros apóstoles, como algunos santos lo interpretan: ahora; porque la misma madre de suyo, como madre, era cuidadosa y solícita del bien de sus hijos, y sin que ellos tuviesen parte en lo que ella hacía, les procuraba su bien, como otros doctores dicen. Mas el Señor se volvió á los hijos, á cuyo bien se enderezaba la petición de la madre, y les dijo, que no sabían lo que se pedían: porque si pensaban que su reino era temporal y de la tierra, y pedían los primeros y más preeminentes lugares en él, se engañaban; porque su reino era espiritual ellos creían que lo era, y querían ser aventajados en él por ser deudos suyos; que iban fuera de camino: porque querían la corona antes de la batalla, y haber por favor lo que no se da sino por merecimientos: y por esto les preguntó, si estaban aparejados para beber el cáliz de la Pasión, que él había de beber. Y ellos como animosos y esforzados respondieron que sí. Pero el Señor se cerró con decirles, que beberían su cáliz; más que las primeras sillas de su reino, ni se habían de dar sino á los que conforme á la disposición del Padre eterno las hubiesen merecido. Dice más el evangelista: que cuando el Señor hubo de celebrar la última Pascua, en la cual había de descubrir más el amor que tenía á los suyos, é instituir el sacramento inefable de su sacratísimo cuerpo y sangre, envió á Pedro y á Juan para que aparejasen lo que era menester para celebrar aquella Pascua, que por este respeto era muy diferente, y mucho más excelente que las otras: y el haber juntado á Pedro y á Juan, fue señal de que para cosa tan grande escogió el Señor á los dos apóstoles más queridos y más privados suyos.
Pero mayor demostración de la privanza de san Juan, y del singular amor que le tenía el Señor, fué lo que en aquella sagrada cena hizo con él: porque de todos los apóstoles, el que más cerca estaba de Cristo era Juan: y habiendo dicho que uno de los doce que estaban sentados á la mesa con él, le vendería y seria traidor, sin señalar quién era; san Pedro, deseoso de saberlo, para despedazarle (como dice san Crisóstomo) y comerle á bocados, no se atrevió á preguntar al Señor, quién era; mas por señas rogó a san Juan que como más familiar y más regalado, se lo preguntase: y él se lo preguntó, y el Señor respondió, que era aquel á quien él daría un bocado de pan mojado en el plato: y luego dio el bocado á Judas; y san Juan entendió, que él era el traidor.
De donde consta la familiaridad y privanza que tuvo con Cristo este glorioso apóstol y evangelista, sobre todos los demás: pues el príncipe y cabeza de todos los apóstoles le tomó por medianero, para saber por él, lo que por sí no se atrevió á preguntar al Señor. Mas todo esto no nos declara tanto este regalo y favor, como lo que el mismo Juan dice de sí, que en aquella misteriosa cena se recostó sobre el pecho del Señor. Recostóse sobre los brazos y seno de Cristo, como hijo más tierno y más regalado de su padre.https://musicaliturgia.files.wordpress.com/2013/09/la-ultima-cena-jaime-huguet-s-xv1.jpg Y oyendo del Señor, que uno de los apóstoles le había de vender, y que se llegaba aquella hora lastimosa en que su vida había de morir, tuvo gran tristeza y cerró los ojos corporales á todas las cosas visibles, y abrió los del alma para las invisibles. Quedaron todos los sentidos exteriores como dormidos y muertos, para que las potencias interiores se despertasen y avivasen más, y en aquel pecho divino viesen el misterio inestimable de la generación del Verbo, y todos los otros secretos y profundísimos sacramentos, que después el santo apóstol nos había de manifestar, y alumbrar á toda la Iglesia con la luz que allí le había sido comunicada, y regarla y fecundarla con las aguas que en aquella frente de vida había bebido. Grandísimo favor, soberano beneficio, incomparable gracia fué la que en esta cena hizo á Juan el Señor: pero mucho mayor es la que le hizo estando en la cruz: porque habiendo todos los otros apóstoles desamparado á su Maestro, y Pedro, que era la cabeza de todos, negádole tres veces; solo san Juan le acompañó, y con la sacratísima Virgen asistió á su pasión en el monte Calvario, atravesado de increíble dolor, por ver á su Señor y Maestro puesto en un madero con tan atroces tormentos y dolores: y á la Madre santísima más muerta que viva, por ver morir al que ella había dado su carne, y Él á ella su espíritu. Estando, pues, el bendito Jesús en aquel conflicto y agonía, y viendo á la Madre y al discípulo; compadeciéndose de la una, y queriendo regalar al otro y darnos ejemplo de la obediencia, respeto y reverencia que debemos á nuestros padres, dijo aquellas palabras de tanto amor y sentimiento: «Mujer, he aquí á tu hijo»; y volviéndose a Juan: «he aquí á tu madre»: con las cuales traspasó con un cuchillo de dolor las entrañas de la Madre, que perdía tal Hijo, y le trocaba por Juan; y á Juan le honró y sublimó y enriqueció, dándolo por madre á su propia Madre, y haciéndole de discípulo hermano suyo. ¡O gracia singular! ¡O dádiva inestimable! ¡O don de dones! Por el cual en cierta manera hizo Cristo á Juan su hermano de padre y madre, y partió con él la herencia, como con hermano menor: porque solo Jesucristo es único Hijo y natural del Padre, é imagen invisible, resplandor de la gloria y figura de la substancia de Dios, Hijo consubstancial, perfectísimo, infinito, coeterno y en todo igual al que le engendró, de quien dice el profeta: «El Señor me dijo: Tú eres mi Hijo; y yo le engendré hoy»: que quiere decir, «eternamente». Y todos los que están unidos en Cristo por viva fé, firme esperanza y ardiente caridad, son hermanos suyos y miembros de su cuerpo, que es la Iglesia, cuya cabeza Él es: y así los llama Él; porque dice el apóstol san Pablo: «No se desdeñó de llamarnos hermanos»: y siendo hermanos de Cristo, son hijos adoptivos del Padre eterno; pues como dice el mismo san Pablo: «El Espíritu Santo nos da testimonio, que somos hijos de Dios: y si hijos, también somos herederos de Dios y herederos juntamente con Cristo». Más aunque todos estos son hijos del Padre eterno, y por esta parte hermanos de Cristo; nuestro glorioso apóstol y evangelista san Juan es hermano más estrecho y mas querido (como lo fué Benjamín de José entre todos sus hermanos); porque es hijo de un mismo padre, y de una misma madre. Y puesto caso, que todos los fieles que están en gracia son hijos adoptivos de esta Señora: porque aunque ella no tuvo sino un hijo, unigénito, y nacido de sus entrañas, por Él mereció ser Madre de todos los vivientes, y tener tantos hijos adoptivos, cuantos Cristo tiene hermanos: pero de todos estos hijos Juan es el primogénito, es el dechado y modelo de todos los otros: porque á él solo se dio este privilegio tan especial, y Cristo le entregó á su Madre por madre, y á la Madre á Juan por hijo; y él la tuvo por tal, y la sirvió y regaló mucho más perfectamente que si hubiera sido su madre natural ¡O dichosa suerte! ¡O precioso don! ¡O tesoro inestimable! Ecce Mulier túa: He aquí, Juan, á tu madre: toma á María, no por señora, no por reina, no por maestra, no por abogada (como hasta aquí la has tenido, y toda la Iglesia la tiene); sino también por madre: toma la Madre de Dios por madre tuya: toma á la reina del cielo, á la emperatriz del mundo, á la gobernadora de todo lo criado por madre: toma á la hija querida del Padre eterno, á la esposa del Espíritu Santo, al templo dé la Santísima Trinidad por madre: toma por madre á la que es aquel sagrario y tálamo, en que Dios se desposó con la humana naturaleza: en cuyo acatamiento los querubines y serafines se inclinan: de cuya hermosura las estrellas se maravillan; y á cuya grandeza todas las criaturas se humillan: á esta Señora te doy por madre. Si me has mostrado el amor que me tienes estando aquí conmigo, en tiempo tan riguroso y de tanta aflicción; yo le doy por premio de este amor á mi Madre: Ecce Mater tua: Esta es tu madre; y esta te basta. Buen galardón has recibido por todos los servicios que me has hecho, y por todo el amor que me has mostrado: dejaste por mí á tus padres; yo te doy en pago á mi madre: dejaste un pobre navío; yo te doy á esta tan grande nave, en la cual han de pasar todos los que navegan este golfo tempestuoso del mundo, si quieren llegar á puerto de salud. Quedó Juan tan enriquecido con este tesoro, y tan honrado con tal madre, que desde aquella misma hora la tomó por suya, para servirá y acompañarla y obedecerla con singular cuidado, como quien tan bien conocía la joya que, le había dado, y la obligación que le corría de corresponder á él: y así estuvo en compañía de la sacratísima Virgen al pie de la cruz, hasta que habiendo espirado el Señor, un soldado le abrió el sagrado costado con una lanza, y salió de él sangre y agua, por un modo milagroso. Estuvo tan atento san Juan á este misterio, que vio la sangre y agua, y las distinguió: y da testimonio de ello, y dice que su testimonio es verdadero. Porque de aquel sagrado costado del nuevo Adán se formó la Iglesia, como del viejo Adán Eva, y de aquella fuente de vida manaron los sacramentos de la Iglesia. Aquella agua nos significa el bautismo, que es el principio; y la sangre el sacramento del cuerpo y de la sangre del Señor, que es el fin y perfección de todos los sacramentos. También es de creer que se halló san Juan al bajar de la cruz el cuerpo del Salvador, ya ponerle en los brazos de su benditísima madre, y después en el sepulcro, regándole con copiosas lágrimas, y besándole con extraordinaria devoción y ternura, y dejando con él su corazón: porque su alma estaba más donde amaba, que en el cuerpo donde vivía. Después de esto, habiendo María Magdalena venido la mañana del domingo al sepulcro, donde había sido sepultado copiosas lágrimas, y besándole con extraordinaria devoción y ternura, y dejando con él su corazón: porque su alma estaba más donde amaba, que en el cuerpo donde vivía. Después de esto, habiendo María Magdalena venido la mañana del domingo al sepulcro, donde había sido sepultado el Salvador, y no le hallando, fué con gran presteza á decirlo á san Pedro y á san Juan, como á los discípulos más amados, y que más amaban al Señor.
Primeramente parece cosa sin duda, que el santo apóstol después de cumplir con su oficio apostólico, y alumbrar las gentes con su predicación, su principal cuidado era acompañar y servir á la sacratísima Virgen, á quien ya tenía por madre; y así todo el tiempo que estuvo en Jerusalén y en Judea la asistió y la sirvió con singular solicitud y reverencia. Fué después á la ciudad de Éfeso, cabeza de la provincia de Asia, que le había cabido por suerte, para sembraren ella la semilla del cielo, y llevó consigo á la Virgen, que estuvo allí con él algún tiempo, como se saca del concilio efesino en una epístola escrita al clero de Constantinopla. Este cuidado le duró todo el tiempo que duró la vida de la Virgen sacratísima, que según la más probable opinión, fueron veinte y tres años, después de la muerte del Salvador. Pero en este tan largo tiempo, ¿quién podrá explicar las largas mercedes, y copiosos favores que recibió el amado discípulo del Señor, con este trato y conversación de la Madre de Cristo, y madre suya? Porque si ella es tan benigna para con los pecadores; ¿qué haría con él, que era tan santo? Si para con los siervos suele ser tan liberal; ¿qué haría con él, que había sido tan amado y privado de su Hijo, y á quien el mismo Hijo le había dado por hijo en su lugar?
Martirio de San Juan 
Saint Nicolas du Chardonnet-Paris
Y si sola la vista de esta Virgen benditísima bastaba para componer á cualquiera persona descompuesta; ¿qué obraría en el pecho de Juan la presencia de aquella que sabía que era Madre Dios y madre suya? ¡Qué coloquios, qué razonamientos tendrían entre sí la Virgen y Juan! ¡Qué luces, qué resplandores, qué encendimientos y ardores sentía el hijo querido, cuando oía las palabras de su madre, salidas de aquel corazón alumbrado y abrasado del divino! ¡Cuántos y cuán altos misterios le enseñaría! ¡Cuántas veces quedaría absorto, suspenso y arrobado en verla y oiría! ¡Y con cuánta humildad y confusión la serviría, considerando que aquella virgen era Madre de Dios! Esto no se puede explicar, y es mejor que cada uno lo piense dentro de sí, y por aquí saque las inestimables gracias y dones que recibió Juan en este trato y comunicación.

 Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

viernes, 26 de diciembre de 2025

S A N T O R A L



SAN ESTEBAN PROTOMÁRTIR

«Ayer (dice el glorioso san Agustín) celebramos el nacimiento en el mundo del Rey de los mártires; y hoy celebramos el día, en que el primicerio y capitán de los mártires salió del mundo: porque era conveniente que para dar vida á los mortales, el que es inmortal primero se vistiese de carne: y que después el hombre mortal por amor de Dios inmortal menospreciase la muerte: y por esto nació el Señor para morir por el siervo, para que el siervo no temiese morir por su Señor. Nació Cristo en la tierra, para que Esteban naciese en el cielo». Esto es de san Agustín, ó como otros dicen, de san Fulgencio. La historia del martirio de san Esteban escribió el sagrado evangelista san Lucas en el libro de los Hechos apostólicos, de esta manera. Habiendo el príncipe de los sacerdotes, y muchos de la secta de los saduceos, con falso celo de su ley, y por instinto del demonio, procurado estorbar á los apóstoles que no predicasen el nombre de Jesucristo al pueblo, y azotándolos y amenazándoles, y los mismos apóstoles recibido gran gozo, por verse maltratados por su Señor; dice san Lucas, que crecía cada día y florecía mas la Iglesia de Cristo, y se multiplicaba el número de los cristianos que en aquel tiempo se llamaban discípulos: porque las obras de Dios son como la llama, que con los vientos de las persecuciones crece: y como el oro, que con el crisol y fuego se afina. Crecía la multitud de los que creían en Cristo, no solamente en número, sino también en santidad y perfección, de manera que los fieles vendían sus haciendas, y traían el precio de ellas y le arrojaban á los pies de los apóstoles, como cosa baja y soez: dando á entender, que ellos eran los que recibían beneficios en querer los apóstoles aceptarlas y servirse de ellas en utilidad de los pobres y menesterosos. Ninguno tenía cosa propia, y todos tenían las de todos; porque a cada uno se daba lo que había menester, sin acepción de personas. Teníase gran cuenta de proveer, especialmente á las viudas, como más necesitadas de consuelo y alivio. Y como ya el número de los creyentes se hubiese aumentado mucho, y los que tenían cargo de repartir las limosnas no las repartiesen con tanta igualdad; los hebreos que habían nacido en Grecia comenzaron á quejarse y á murmurar, porque no se tenía tanta cuenta en proveer á sus viudas, como á las otras de los hebreos que eran naturales de Judea: pareciéndoles que se les hacía agravio, y que se trataban desigualmente que las otras; que entre mucha gente, aunque sea santa, no es maravilla que haya alguna imperfección, murmuraciones y quejas. Luego que los sagrados apóstoles entendieron lo que pasaba, y el fundamento que había para ello, llamaron la muchedumbre de los fieles, y dijéronles que no era conveniente que ellos dejasen de dar pasto á las almas con la predicación, por dar de comer á los cuerpos y atender á cosa de menos importancia: que escogiesen siete varones (no niños, ni muy viejos, que ó no supiesen, ó no tuviesen fuerzas para hacer aquel ministerio) y personas conocidas y aprobadas, y llenas de! Espíritu santo y sabiduría, para que se ocupasen en aquel piadoso oficio: y ellos descargados de él, pudiesen con más libertad atender á la oración y á la predicación de la palabra de Dios: porque el predicador, para inflamar con su palabra á los oyentes, primero ha de ser alumbrado é inflamado de Dios en la oración, y coger en ella lo que ha de derramar á los otros. Pareció bien á la multitud lo que los santos apóstoles propusieron, y eligieron siete hombres de buena fama, y se los ofrecieron: y los apóstoles pusieron sobre ellos sus manos, ordenándolos de diáconos, para que demás de tener cuidado de repartir las limosnas, y proveer á los fieles de lo que hubiesen menester, se ocupasen también en la predicación del Evangelio y en las otras cosas que están anejas á aquel grado.

http://es.wahooart.com/Art.nsf/O/6E3TKV/$File/Vittore+Carpaccio+-+The+Ordination+of+St+Stephen+as+Deacon+.JPGEntre estos el más principal y eminente fué san Esteban, varón (como dice el texto sagrado) lleno de fé y de Espíritu santo: el cual comenzó luego á ejercitar su oficio con tan grande vigilancia y caridad, que la hacienda de los pobres estaba muy bien en sus manos; porque no la dejaba perder por descuido, ni la repartía por afición, ni se enojaba por palabras y quejas de los que la recibían: y tratando necesariamente con mujeres y viudas, á quienes daba de comer, era tan recatado y tan honesto que todos podían aprender de él castidad y pureza. Además de esto al cuerpo y ocupábase en predicar y hacía Dios tantos milagros por él y resplandecía en su vida una gracia v fortaleza del ciclo tan rara que á todos ponía admiración. Fué esto de manera que san Clemente papa discípulo de san Pedro hablando en persona de los apóstoles que ordenaron á los siete diáconos, dice que en el amor para con Dios, no era inferior san Esteban á los mismos apóstoles. Había en Jerusalén algunas sinagogas ó escuelas, á manera de colegios, á los cuales venían de varias provincias estudiantes mozos, y de nación hebreos, para que en aquella ciudad, que era la cabeza de todo su pueblo; y donde estaba el templo de Dios y florecía el culto de su religión, aprendiesen la ley de Moisés, y las ceremonias y tradiciones con que Dios quería ser servido: porque estas eran las letras que ellos aprendían, como ahora van á las universidades los que quieren estudiar varias artes y ciencias. De cinco de estos colegios o sinagogas (que fueron la de los libertinos, la de los cirenenses, la de los alejandrinos y la de los estudiantes que habían venido de las provincias de Cilicia y Asia) salieron á disputar con san Esteban por verle tan grande letrado, y tan fervoroso, y que en la gracia y fuerza de su predicación, acompañada de tantos prodigios y milagros, hacia grandísima riza en el pueblo, y convertía a muchos á la fé de Jesucristo, á quien ellos tenían por enemigo y destruidor de su ley. Disputaron muchas veces con el santo levita, y siempre quedaron concluidos, sin saber responder á los argumentos que les traía, ni á la sabiduría y espíritu de aquel, en quien hablaba Dios. Halláronse tan afrentados y corridos, que determinaron dar la muerte, á quien con razones y argumentos no podían vencer.
Para salir con su intento, buscaron testigos falsos que le acusasen delante del sumo sacerdote, y alborotando al pueblo, y á los ancianos y escribas, echaron mano de san Esteban, y le llevaron á su ayuntamiento, calumniándole haber dicho que Jesús Nazareno había de destruir aquel lugar, y mudar las tradiciones que Moisés les había dado. Lo uno y lo otro era falso; porque san Esteban no había dicho tal: verdad es que ellos lo pensaban y temían, interpretando mal, y trocando las palabras que Cristo nuestro Señor había dicho, como lo suelen hacer los que buscan ocasión para dañar al que tienen por enemigo. Estando el santo levita en el concilio, habiendo el sumo sacerdote oído la acusación, le preguntó si era verdad lo que aquellos testigos decían. Todos los que allí estaban sentados, pusieron los ojos en san Esteban (como comúnmente se suele hacer, cuando el reo está delante de los jueces, y preguntado da razón de sí), y dice el texto sagrado, que vieron su rostro como rostro de un ángel: porque el Espíritu Santo, que estaba interiormente en su alma resplandecía y enviaba sus rayos exteriormente al cuerpo: y como él estaba inocente y sin culpa y tan señor de sí y no tenía que temer mostraba en la cara lo que tenía en el pecho: y (como dice Eusebio Emiseno) de la abundancia del corazón salía la hermosura al cuerpo y la pureza interior redundaba en la compostura exterior y la luz escondida dentro se veía como en su espejo en la frente. Esto dice Emiseno. Pero ¿qué maravilla es que pareciese ángel el que era ángel en la castidad? ¿Y el que como ángel no tenía cuidado de su cuerpo é imitaba la fortaleza y virtud de los ángeles? ¿Y estando lleno de Espíritu santo ya representaba aquella vida angélica y celestial? Porque si la cara de Moisés resplandeció tanto cuando trajo del monte la ley vieja; ¿qué maravilla es que la cara de Esteban haya resplandecido como cara de ángel cuando explicó la ley nueva y magnificó al verdadero legislador? Pues como el sumo sacerdote hubiese preguntado á san Esteban si era verdad lo que contra él se decía; tomó el santo la mano e hizo un razonamiento muy largo comenzando desde que Dios apareció á Abrahán y le mandó que saliese de su tierra y fuese á la que él le mostraría refiriendo desde aquel tiempo el discurso (que había tenido el pueblo de Israel y las mercedes que Dios le había hecho especialmente por mano de Moisés á quien Dios había hecho príncipe y redentor de su pueblo y le había enviado á Egipto, para que le librase como le libró haciendo tantas maravillas y prodigios. Finalmente después de haberse mostrado sapientísimo en las divinas Letras y magnificado á Moisés como á ministro de Dios y profeta excelentísimo que había anunciado que Dios le enviaría otro profeta de su linaje y sangre (que era el Mesías) á quien debían oír y obedecer y respondido á las cosas que falsamente le oponían; encendido de celo gravemente los reprendió porque eran desagradecidos y rebeldes á Dios y hombres de dura cerviz é imitadores de sus antepasados: los cuales habían perseguido y muerto cruelmente á los profetas que Dios les había enviado y ellos peores que sus padres habían puesto las manos y crucificado al Santo y Justo de quien los mismos profetas habían profetizado y predicado al pueblo que vendría.
San Esteban conducido al martirioLos que estaban presentes oyendo esto no se puede creer el aborrecimiento y odio que concibieron contra el santo diácono: deshacíanse dentro de sí y crujían los dientes contra él, deseando echarle las manos y acabarle. Levantó Esteban los ojos al cielo, y veía inmensa claridad corporal, que representaba la gloria de Dios, y á Jesucristo en pié, al lado derecho de Dios, como quien estaba presto para ayudarle y favorecerle en aquel riguroso trance. Tuvo esta visión, para que habiendo dicho poco antes, que los judíos habían muerto á Jesucristo, le predicase vivo, y no solamente resucitado, sino también glorioso en el cielo y sentado á la diestra del Padre: y para que con aquella vista se animase á morir por el que había muerto por él, y entendiese que le estaba el cielo abierto, y Jesús muy á punto y aparejado para ayudarlo: y que no hay tribulación ni mal alguno tan grande, que con el amparo y virtud del Señor no se pueda vencer. Fué tanto el gozo y el esfuerzo que el santo levita recibió con aquella visión, que no se pudo contener, que no rebosase y dijese: «Mirad, que veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre al lado derecho de Dios». En oyendo estas palabras aquella gente pérfida, que deseaba tener ocasión de vengarse del valeroso soldado del Señor, levantaron la voz en grito, diciendo: Muera, muera el blasfemo; porque tenían por blasfemia decir, que estaba en el cielo á la diestra de Dios, el que ellos habían condenado por malhechor: y por esto se taparon las orejas y arremetieron á él, y le echaron mano, y le sacaron fuera de la ciudad para apedrearle como á blasfemo; porque así lo mandaba la ley: y para poderlo hacer mejor, y estar más desembarazados, se desnudaron sus ropas y las dieron á guardar á Saulo, que era primo del mismo san Esteban (como dice Ecumenio), y mozo ardiente, y que le hervía la sangre con la edad y con el celo de la ley, que le parecía destruirse por la predicación de san Esteban, y por eso deseaba que muriese, posponiendo el amor de la sangre y parentesco, al estudio y celo de la religión: y á esta causa guardaba los vestidos de los que apedreaban al santo, para apedrearle él con las manos de todos, como lo dice san Agustín por estas palabras: «De tal manera Saulo ayudaba á los que apedreaban, que no se contentaba con apedrear él por sus manos; antes para apedrear á Esteban con las manos de todos, guardaba los vestidos de todos: y era más cruel, ayudándolos á todos, que si lo apedreara con sus manos».
Imagen relacionadaCogieron á gran prisa las piedras, y comenzaron á tirarlas con gran, furia á Esteban, que invocaba al Señor, y le decía: Señor mío Jesucristo, recibe mi espíritu. Como los judíos eran duros y empedernidos y tenían el corazón de piedra, tiraban piedras: y como el santo levita era blando y amoroso, y tenía el corazón de carne, destilaba dulzura y suavidad: ellos corrían á las piedras; y Esteban á la oración: ellos le tiraban piedras duras, y él como un pedernal, y piedra más fuerte y dura, herido de las piedras echaba de sí centellas, nó de enojo, sino de amor, para ablandar y abrasar los corazones más duros que las mismas piedras que tiraban. Pero después que san Esteban hubo encomendado su espíritu al Señor, hincando las rodillas en tierra, clamó con una grande voz, y dijo: Señor, perdonadles este pecado, y no los castiguéis por él.
Por sí hizo oración en pié; y por sus enemigos arrodillado: por los que le apedreaban alzó la voz para que Dios les perdonase; la cual no se dice que alzó para rogar por si: porque veía el gran peligro y obstinación de ellos: y como estaba tan abrasado de caridad, no tenía tanta solicitud de sí, como de la perdición y eterna condenación de sus hermanos: imitando en esto al Señor de todo lo criado, que en la cruz suplicó al Padre eterno que perdonase á los que le crucificaban: juzgando que hacía poco en seguir las pisadas de su maestro; pues había tan gran diferencia de su vida á la de Cristo, y de muerte á muerte. 
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Y es de creer que el Señor oyó aquella oración, que salía de pecho tan encendido en su amor y tan deseoso de imitarle: y que muchos de los que allí estaban y le apedreaban se convirtieron, y alumbrados con la luz del cielo, recibieron la fé de Cristo, y murieron por ella: que vemos que Saulo (que era el que los atizaba y guardaba las capas de los que le apedreaban) por la oración de san Esteban de lobo se hizo cordero, y de perseguidor de Cristo fué apóstol de Cristo y perseguido, y muerto por su amor: de suerte que la conversión de Pablo fué efecto de la oración de Esteban, como escribe san Ambrosio: y san Agustín dice llanamente, que si Esteban no orara, la Iglesia no tuviera á Pablo: que por eso se levantó Pablo; porque inclinándose en la tierra Esteban, oró por él y fué oído. Y no es maravilla que el Señor oyese al que él mismo había llenado de fé, de gracia, de fortaleza, y adornándole de tantos dones del Espíritu Santo, y hechole en su muerte tan semejante a sí: porque Jesucristo fué acusado de blasfemia y condenado: porque dijo: Yo soy Cristo Hijo de Dios, y veréis al Hijo del hombre sentado á la diestra de la virtud de Dios; y san Esteban fué apedreado por haber dicho que veía los cielos abiertos, y á Jesús que estaba á la diestra de la virtud de Dios: para acusar á Cristo buscaron testigos falsos; y lo mismo hicieron para condenar á Esteban: al uno y al otro sacaron fuera de la ciudad: el Señor fué confortado del ángel orando en el huerto; y Esteban del mismo Señor, cuando le vio al lado del Padre para ayudarle: el Señor y el siervo rogaron por sus enemigos, y encomendaron su espíritu á Dios que lo recibió: así concluye san Lucas la historia del martirio de san Esteban con estas palabras: El cum hcec dixisset, ohdormivit in Domino: En diciendo estas palabras, y acabando esta oración que hizo por los que le apedrearon, durmió en el Señor. En el Señor durmió; porque murió por el Señor, ofreciéndose en sacrificio por su fé, y por el amor de sus hermanos: en el Señor durmió; porque su muerte fué un sueño suave para él, y de gran precio para nosotros, y para toda la Iglesia de grande utilidad, por haber sido regada con la sangre de este bienaventurado y fortísimo mártir, que después de la Ascensión del Señor fué el primero que por su amor con invencible constancia la derramó: y por esto es llamado san Esteban protomártir y primicerio de los mártires, porque fué el primero (como dijimos) que dio la vida por Cristo, y en él se dedicaron y se ofrecieron al Señor las primicias de los mártires, y él con su ejemplo abrió camino á los demás. Muerto que fué el santísimo levita, y santísimo protomártir Esteban, dice san Lucas, que algunos varones temerosos de Dios tomaron su cuerpo y le sepultaron con gran llanto: quiere decir con mucha solemnidad, como lo interpreta san Jerónimo. 
El lugar y modo con que le enterraron, reveló Gamaliel á Luciano presbítero, y nosotros lo referimos el día de la Invención de sus preciosas reliquias, á los 3 de agosto. Fué apedreado fuera de la puerta Aquilonar de Jerusalén. Dejaron su cuerpo en el campo un día y una noche, para que le comiesen las fieras; pero ninguna le tocó: y Gamaliel envió hombres fieles, y les dio todo lo necesario para que en su coche llevasen el cuerpo á una aldea suya, distante veinte millas de Jerusalén, donde por espacio de setenta días á su costa se celebraron las exequias, con mucho sentimiento y el cuerpo se puso en su sepulcro.
Entierro de San Esteban
Esto es lo que refiere Luciano, por la revelación que le hizo Gamaliel. Más los sacerdotes y escribas, no quedaron satisfechos con la muerte de san Esteban: antes encarnizados y relamiéndose en la sangre que habían derramado, se embravecieron contra los otros cristianos, y movieron (como lo escribe el evangelista san Lucas) una gravísima persecución contra la Iglesia del Señor, que estaba en Jerusalén: en tanto grado, que todos los creyentes, fuera de los apóstoles, que eran las columnas, se ausentaron de la ciudad y se esparcieron por varias provincias y tierras, sembrándolos Dios por ellas, como una semilla del cielo, para coger copiosa cosecha con su predicación. Doroteo, dice (no sé de donde lo toma), que el día que fué apedreado san Esteban, murió con él Nicanor, uno de los siete diáconos, y otros dos mil cristianos con ellos. Lo de Nicanor, que haya muerto con san Esteban, también lo dice Hipólito, mártir. Fué el martirio de san Esteban á los 26 de diciembre, en que la santa Iglesia le celebra, y fué el año mismo en que el Salvador murió y subió á los cielos, y el primer día que comenzaba el año 35 de su nacimiento. Hipólito, Tebano y Eyodio escribieron que san Esteban fue apedreado siete años después que fué ordenado diácono de los apóstoles; pero esto no tiene fundamento, ni probabilidad. Fué tan reverenciada la memoria de san Esteban de los fieles, desde el principio de la Iglesia, que san Clemente, papa, escribe que los apóstoles san Pedro y san Pablo mandaron que se guardase el día de su fiesta: y san Ignacio, dice, que san Esteban fue ministro de Santiago el menor, primer obispo de Jerusalén, San Fulgencio afirma, que para alcanzar la corona del martirio conforme á su nombre (porque Esteban quiere decir Corona), se armó el santo levita de la caridad, por la cual no se dejó, llevar de los judíos cuando disputaban, y rogó por ellos cuando le apedreaban. La caridad le hacía que los reprendiese para que se enmendasen, y que suplicase á Dios que no los castigase; porque tenía más pena de los pecados de ellos que de sus propias heridas, y lloraba más la muerte de sus almas que la de su cuerpo.
Pero no resplandece solamente la caridad para con sus enemigos en el martirio de san Esteban, sino también la fé, la sabiduría, la fortaleza, la libertad y celo de la gloria de su Señor, la paciencia y constancia con que murió, y todas las otras excelentísimas virtudes, que nosotros debemos procurar de imitar. Todos los santos alaban, engrandecen y ensalzan sobre manera á este beatísimo y gloriosímo mártir, como se ve en las homilías que escribieron de él san Agustín, san Gregorio Níseno, san Fulgencio, san Pedro Crisólogo, san Bernardo, Eusebio Emiseno, Nicetas y otros muchos. Los milagros que nuestro Señor obró por medio de las reliquias de san Esteban, cuando, reveló su cuerpo, fueron innumerables San Agustín refiere algunos, como testigo de vista: y nosotros en el día de la Invención de su cuerpo lo tratamos, y por eso no lo repetimos aquí.

 Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

jueves, 25 de diciembre de 2025

S A N T O R A L

Será llamado Príncipe de la Paz y su Reino no tendrá fin...
Plinio Corrêa de Oliveira




La Virgen y el Niño Jesús (detalle),
Fray Angélico, siglo XV
Museo de San Marcos, Florencia
No hay humano más débil que un niño. No hay habitación más pobre que una gruta. No hay cuna más rudimentaria que un pesebre. Sin embargo, este Niño, en aquella gruta, en aquel pesebre, habría de transformar el curso de la Historia.
¡Y qué transformación! La más difícil de todas, pues se trataba de orientar a los hombres en el camino más opuesto a sus inclinaciones: la vía de la austeridad, del sacrificio, de la Cruz. Se trataba de convidar para la Fe a un mundo descompuesto por las supersticiones, por el sincretismo religioso y por el escepticismo completo. Se trataba de convidar para la justicia a una humanidad inclinada a todas las iniquidades. Se trataba de convidar al desapego a un mundo que adoraba el placer bajo todas sus formas. Se trataba de atraer hacia la pureza a un mundo en que todas las depravaciones eran conocidas, practicadas, aprobadas. Tarea evidentemente inviable, pero que el Divino Niño comenzó a realizar desde el primer instante en esta tierra, y que ni la fuerza del odio, ni la fuerza del poder, ni la fuerza de las pasiones humanas podría contener.
Dos mil años después del Nacimiento de Cristo, parecemos haber vuelto al punto inicial. La adoración del dinero, la divinización de las masas, la exasperación del gusto de los placeres más vanos, el dominio despótico de la fuerza bruta, las supersticiones, el sincretismo religioso, el escepticismo, en fin, el neo-paganismo en todos sus aspectos invadieron nuevamente la tierra. Y de la gran luz sobrenatural que comenzó a resplandecer en Belén muy pocos rayos brillan aún sobre las leyes, las costumbres, las instituciones y la cultura. Mientras tanto crece sorprendentemente el número de los que se rehúsan con obstinación a oír la palabra de Dios, de los que por las ideas que profesan, por las costumbres que practican, están precisamente en el polo opuesto a la Iglesia.
Asombra que muchos pregunten cuál es la causa de la crisis titánica en que el mundo se debate. Basta imaginar que la humanidad cumpliese la ley de Dios, que ipso facto la crisis dejaría de existir. El problema, pues, está en nosotros. Está en nuestro libre arbitrio. Está en nuestra inteligencia que se cierra a la verdad, en nuestra voluntad que, solicitada por las pasiones, se rehúsa al bien. La reforma del hombre es la reforma esencial e indispensable. Con ella, todo estará hecho. Sin ella, todo cuanto se hiciere será nada.
Y no terminemos sin descubrir una enseñanza más, suave como un panal de miel. Sí, hemos pecado. Sí, inmensas son las dificultades que nos deparan para volver atrás, para subir. Sí, nuestros crímenes y nuestras infidelidades atrajeron merecidamente sobre nosotros la cólera de Dios. Pero, junto al pesebre, está la Medianera clementísima, que no es jueza sino abogada, que tiene hacia nosotros toda la compasión, toda la ternura, toda la indulgencia de la más perfecta de las madres.
Puestos los ojos en María, unidos a Ella, por medio de Ella, pidamos en esta Navidad la gracia única, que realmente importa: el Reino de Dios en nosotros y en torno de nosotros.
Todo lo demás nos será dado por añadidura. 
    

Extracto del artículo “Et vocabitur Princeps Pacis, cujus regni non erit finis”, Catolicismo n° 24, Diciembre de 1952

Fuente: Tradición y Acción por un Perú mayor.
Fuente:www.tradicionyaccion.org.pe

miércoles, 24 de diciembre de 2025

DIOS JUNTO A NOSOTROS, 

LA GRAN ALEGRÍA DE LA NAVIDAD

“El pueblo que yacía en las tinieblas vio una gran luz”(*)

En la fiesta de la Santa Navidad hay varias nociones que, por así decirlo, se sobreponen. Antes de todo, el nacimiento del Niño Jesús torna patente a nuestros ojos el hecho de la Encarnación. Es la segunda Persona de la Santísima Trinidad que asume la naturaleza humana y se hace carne por amor a nosotros.
Plinio Corrêa de Oliveira
El pueblo que yacía en las tinieblas vio una gran luz

En lo alto de esta perspectiva está, sin duda, la Cruz. Sin embargo, en las alegrías de Navidad apenas si vislumbramos lo que ella tiene de sombrío. Sólo vemos derramarse sobre nosotros, desde lo alto de ella, la Redención. Navidad es, así, el prenuncio de la liberación, la señal de que las puertas del Cielo van a ser reabiertas, la gracia de Dios de nuevo se difundirá sobre los hombres, y la tierra y el Cielo constituirán de nuevo una sola sociedad bajo el cetro de un Dios que es Padre, y ya no apenas Juez.
Si analizamos detenidamente cada una de estas razones de alegría, comprenderemos lo que es el júbilo de la Navidad, este regocijo cristiano ungido de paz y de caridad que hace que durante algunos días todos los hombres experimenten un sentimiento bastante raro en este triste siglo: la alegría de la virtud.

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Es la segunda Persona de la Santísima
Trinidad que asume la naturaleza humana
y se hace carne por amor a nosotros
La primera impresión que nos viene del hecho de la Encarnación es la idea de un Dios presente sensiblemente, y muy junto a nosotros. Antes de la Encarnación Dios era, para nuestra sensibilidad humana, lo que para un hijo sería un padre inmensamente bueno pero viviendo en tierras distantes. De todas partes nos llegaban los testimonios de su bondad. Sin embargo, no teníamos la ventura de haber experimentado personalmente sus agrados, de haber sentido posar sobre nosotros su mirada divinamente profunda, gravemente comprensiva, noblemente afectuosa. No conocíamos las inflexiones de su voz. La Encarnación significa para nosotros el júbilo de este primer encuentro, la alegría de la primera mirada, la acogida cariñosa de la primera sonrisa, la sorpresa y el aliento de los primeros instantes de intimidad. Y por esto, en Navidad todos los afectos se vuelven más expansivos, todas las amistades más generosas, toda la bondad más presente en el mundo.

* * *

En la alegría de Navidad hay, sin embargo, una gran nota de solemnidad. Puede decirse que la Navidad es, de un lado, la fiesta de la humildad, pero de otro lado es la fiesta de la solemnidad. En efecto, el hecho de la Encarnación trae a nuestro espíritu la noción de un Dios que asumió la miseria de la naturaleza humana, en la más íntima y profundas unión que hay en la creación. Si de parte de Dios ello manifiesta una condescendencia casi incalculable, recíprocamente, en cuanto a los hombres hay una elevación casi inefable. Nuestra naturaleza fue promovida a una honra que jamás podríamos imaginar. Nuestra dignidad creció. Fuimos rehabilitados, ennoblecidos, glorificados.
Y por esto hay algo de familiar y discretamente solemne en las fiestas de Navidad. Los hogares se adornan como para los días más importantes, cada cual usa sus mejores trajes, la cortesía se torna más refinada. Comprendemos, a la luz del pesebre, la gloria y la bienaventuranza de ser, por la naturaleza y por la gracia, hermanos de Jesucristo.
En la alegría de la Navidad también hay algo del júbilo del prisionero indultado, del enfermo curado. Es un júbilo hecho de sorpresa, de bienestar y de gratitud.

De hecho, no hay nada que pueda expresar la tristeza desesperanzada del mundo antiguo. El vicio había dominado la tierra, y las dos actitudes posibles ante él conducían igualmente a la desesperación. Una consistía en buscar en él el placer y la felicidad. Fue la solución de Petronio, que murió por suicidio. Otra consistía en luchar contra él. Era la de Catón, que después de la derrota de Tapso, aplastado por la escoria del imperio, puso fin a su vida exclamando: “Virtud, no eres más que una palabra”. La desesperación era, pues, el destino final de todos los caminos.

Jesucristo vino a mostrarnos que la gracia nos abre los caminos de la virtud, que torna posible en la tierra la verdadera alegría que no nace de los excesos y desórdenes del pecado, sino del equilibrio, de los rigores, de la bienaventuranza, del ascetismo. La Navidad nos hace sentir la alegría de una virtud que se tornó practicable, y que es en la tierra un gozo anticipado de la bienaventuranza del Cielo.

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No hay Navidad sin Ángeles. Este día, nos sentimos unidos a ellos y participantes de aquella alegría eterna que los inunda. Nuestros cánticos procuran imitar los suyos. Vemos el Cielo abierto ante nosotros, y la gracia elevándonos desde ya a un orden sobrenatural en el que las alegrías trascienden a todo cuanto el corazón humano puede excogitar. Es que sabemos que con la Navidad comienza la derrota del pecado y de la muerte. Sabemos que es el inicio de un camino que nos llevará a la resurrección y al Cielo. Cantamos en la Navidad la alegría de la inocencia redimida, la alegría de la resurrección de la carne, la alegría de las alegrías que es la eterna contemplación de Dios.

Y es por esto que, dentro de algunos días, cuando las campanas anuncien a la Cristiandad la Santa Navidad, habrá una vez más alegría santa sobre la tierra.

(*) Mat. 4, 16 – Is. 9, 2
Publicado originalmente en “Catolicismo”, Nº 12, diciembre de 1951

Fuente:http:/tradicionyaccion.org.pe/spip.php?article369