Beatos Juan Rochester y Jacobo Walworth, Presbíteros y Mártires
En York, en Inglaterra, beatos Juan
Rochester y Jacobo Walworth, presbíteros y monjes de la Cartuja de
Londres, quienes, durante el reinado de Enrique VIII, por haberse
mantenido fieles a la Iglesia católica, fueron colgados con cadenas en
las almenas de la muralla de la ciudad hasta que murieron.
Ambos eran monjes de la Cartuja de Londres, cuyo prior era San Juan Houghton.
Su martirio tuvo lugar con motivo de la proclamación de Enrique VIII
como cabeza de la IglesIa en su país. Estos dos monjes, junto con los
demás, accedieron a reconocer el nuevo matrimonio del rey con Ana
Bolena, y así lo firmaron el 25 de mayo de 1534, pensando que con ello
se dejaría en paz a la comunidad. Pero no fue así. Se les pidió más
adelante que reconocieran también la soberanía espiritual del rey sobre
la Iglesia inglesa, y entonces la comunidad se dividió. Unos aceptaron
la propuesta cismática, sin pensar que posteriormente se suprimirían las
comunidades religiosas, y otros se negaron bravamente a tal propuesta. Martirizados ya san Juan Houghton y otros
dos priores cartujos, estos dos monjes persistieron en su negativa a
jurar la supremacía religiosa del rey y fueron enviados a la cartuja de
Hull, cuyos monjes habían aceptado el cisma. Aquí fueron denunciados al
delegado regio y llevados ante el Duque de Norfolk. Se les juzgó y condenó por desafectos a la
cabeza de la Iglesia anglicana y por ser seguidores pertinaces del
Obispo de Roma, y fueron condenados a muerte. Como la muerte a los
rebeldes y traidores comprendía no sólo el ahorcamiento sino la
descuartización y extracción de las entrañas, ése tendría que haber sido
el género de muerte que se les diera a estos mártires. Pero se les hlzo
gracia del destripamiento, y por ello, en York, el día 11 de mayo de
1537 fueron ahorcados con cadenas de hierro, quedando sus cuerpos
expuestos muchos días en el patíbulo y siendo pasto de las aves de
rapiña. Hasta el último momento ambos monjes manifestaron su comunión
inquebrantable con el Papa y con la Iglesia. El papa León XIII confirmó
su culto en diciembre de 1886.
fuente: «Año Cristiano» -
AAVV, BAC, 2003
Tomado de:El Testigo Fiel
sábado, 10 de mayo de 2025
Mensaje al Papa León XIV por su elección
8 de mayo
Asociación Civil Fátima La Gran Esperanza – Argentina
Con gran expectación y alegría, manifestamos nuestras felicitaciones y
ofrecemos nuestras oraciones por Vuestra Santidad al ser elevado a la
Cátedra de San Pedro como León XIV. Deseamos que el pontificado de
Vuestra Santidad sea un punto de verdadera unidad en Cristo.
Que el celo misionero de Vuestra Santidad llegue a todos los que se
convierten a la fe, y especialmente a los jóvenes que buscan lo que san
Agustín llamaba esa «belleza siempre antigua y siempre nueva».
Imploramos a Nuestra Señora del Buen Consejo de Genazzano, patrona de
la provincia agustiniana que Vuestra Santidad dirigió, que bendiga y
proteja a Vuestra Santidad.
8 de mayo de 2025
Asociación Civil Fátima La Gran Esperanza – Argentina
Instituto Plinio Corrêa de Oliveira – Brasil
The American Society for the Defense of Tradition, Family and Property (TFP) – Estados Unidos
Deutsche Gesellschaft zum Schutz von Tradition, Familie und Privateigentum e.V. – Alemania
Australian TFP Inc. – Australia
Österreichische Gesellschaft zum Schutz von Tradition, Familie und Privateigentum (TFP) – Austria
Canadian Society for the Defence of Christian Civilization – Canadá
Fundación Roma – Chile
Asociación Civitas Christiana – Colombia
Hrvatsko društvo za zaštitu tradicije, obitelji i privatnog vlasništva (TFP) – Croacia
Sociedad Ecuatoriana Tradición y Acción – Ecuador
Nadácia Civitas Christiana – Eslovaquia
Tradición y Acción – España
Philippine Crusade for the Defense of Christian Civilization, Inc. – Filipinas
Société française pour la défense de la Tradition, Famille et Propriété (TFP) – Francia
Irish Society for Christian Civilisation – Irlanda
Associazione Tradizione Famiglia e Proprietà (TFP) – Italia
Stichting Civitas Christiana – Países Bajos
Sociedad Paraguaya de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (TFP) – Paraguay
Tradición y Acción por un Perú Mayor – Perú
Fundacja Instytut Edukacji Spolecznej i Religijnej im. ks. Piotra Skargi – Polonia
Instituto Santo Condestável – Portugal
Tradition, Family, Property Association (TFP) – Reino Unido
Una de las
numerosísimas víctimas de la Revolución Francesa: la princesa Isabel.
Su
“crimen”: ser la hermana del rey Luis XVI
Plinio Corrêa de Oliveira
El interés especial del personaje está en lo siguiente: como Uds.
saben, la Revolución Francesa es presentada por el común de los
historiadores como siendo un acontecimiento de los más trascendentales
de la historia de la humanidad, en el sentido de que representó un paso
más en la historia de la “liberación” del hombre.
Los partidarios de la Revolución Francesa entienden que aquello fue
una explosión de lo que hay de mejor de las cualidades del espíritu
humano; el espíritu humano que no se conformaría con la sujeción, no se
conformaría con los grilletes, no se conformaría con la desigualdad, y
que, llevado por una noble sed de igualdad, libertad y fraternidad,
habría impulsado entonces la Revolución. Y para justificar la tesis de
que el espíritu de la Revolución era muy “noble”, ellos hacen el
endiosamiento de los grandes hombres de la Revolución, sustentando que
fueron hombres de excepcionales cualidades humanas.
La verdad histórica es directamente lo opuesto de eso. En mi libro Revolución y ContraRevolución se
muestra que la Revolución Francesa fue la consecuencia necesaria del
protestantismo. O sea, la explosión en el campo político, o en la
temática de las estructuras políticas, del mismo espíritu de rebelión de
sensualidad y de orgullo que anteriormente generó el protestantismo. Y,
en consecuencia, hay una, polémica también a respecto no sólo de las
ideas de la Revolución, sino también de los hombres de la Revolución.
Nosotros, que somos adversarios de la Revolución Francesa, nos empeñamos
en mostrar la Revolución Francesa en su verdadero aspecto, no solo
refutando las doctrinas, sino también mostrando que los hombres que
fueron los exponentes de la Revolución fueron criminales, fueron hombres
sin ninguna moralidad, fueron lo contrario de la fraternidad que ellos
pregonaban, fueron hombres sanguinarios, crueles y tiránicos.
Y uno de los crímenes de la Revolución donde ese espíritu se
manifestó de un modo más evidente, es el crimen efectuado contra una de
las personas de la familia real de Francia, que era la princesa Isabel,
llamada habitualmente por los historiadores Madame Elisabeth
(1764-1794). ¿Quién era esa princesa Isabel? Ella era hermana del rey
Luis XVI, soltera y una persona no sólo de gran pureza de costumbres,
sino de una ardiente piedad. Ella frecuentaba la corte, donde cumplía
los deberes que le tocaban como hermana del rey, pero su tiempo libre lo
pasaba en un pequeño castillo que ella tenía lejos de Versalles.
Dedicaba su tiempo a la piedad y a las obras de caridad: ella distribuía
víveres y ayudaba a los campesinos, a los trabajadores rurales que
vivían por ahí cerca. Era, por tanto, una persona conocida por causa de
su insigne caridad.
Ella vivía completamente alejada de la política. Como por lo demás,
es normal. Siendo una joven, no teniendo funciones que ver con la
política, vivía en el más completo alejamiento de la política. Muy
dedicada a su hermano, habría tenido toda la facilidad para casarse,
pero no quiso hacerlo para poder vivir allí en las cercanías de la
familia real, y prestando el auxilio que las circunstancias le pudiesen
pedir.
Cuando estalló la Revolución Francesa, todos los hermanos del rey
salieron de Francia menos ella, que quiso, heroicamente, enfrentar los
riesgos —evidentes desde el comienzo— de la Revolución y para poder
auxiliar en las amarguras que venían a su hermano, a su cuñada (la reina
María Antonieta) y a sus sobrinos, hijos de ese matrimonio. Y, de
hecho, ella siguió paso a paso el drama de la familia real. Acabó siendo
encarcelada por los revolucionarios junto con la familia real, y fue
procesada.
Después que Luis XVI y María Antonieta fueron condenados a muerte y
guillotinados, vino el proceso de ella y fue condenada a muerte también.
¿Condenada a muerte por cuál crimen? Ningún crimen. No podía ser crimen
ser hermana del rey, porque nadie mata a una persona porque es hermana
del criminal. Por peor que sea el criminal —por ejemplo, esos hippies
miserables que mataron hace un tiempo atrás a unas personas en Los
Ángeles— Uds. no van a leer en el periódico la siguiente noticia:
“Fueron muertos tales hippies y una hermana de ellos, que no tenía nada
que ver con el caso, muerta por ser hermana”. Es decir, eso es
impensable, no pasa por la cabeza de nadie.
Contra ella no fue posible alegar ningún crimen. Ni siquiera fue acusada de ningún crimen. Fue muerta exclusivamente por odio, por ser hermana del rey. Uds.
pueden ver el carácter bestialmente rencoroso de los líderes y, por lo
tanto, también de los secuaces, de una Revolución hecha en nombre de la
“fraternidad”. Sería interesante que después de ver el aspecto
Revolución, consideremos el aspecto Contrarrevolución. O sea, la
dignidad con que esa princesa soportó los tormentos que cayeron sobre
ella, y su muerte. Naturalmente no es este el momento de dar la
biografía de ella. Pero vamos a ver las escenas de su muerte, los
últimos episodios de su muerte.
Esos episodios tienen mucha significación y pasaré a leerlos aquí.
Están sacados del libro “Madame Elisabeth – aspectos desconocidos”
[versión original francesa: “Madame Elisabeth inconnue”, París,
Beauchesne et fils, 1955]; autora del libro: Madeleine Louise de Sion.
El extracto que voy a comentar es el siguiente:
“La princesa Elisabeth fue condenada juntamente con 25 personas,
la mayor parte de la alta nobleza, si bien que había también entre ellas
elementos del pueblo. El presidente del Tribunal…”.
Un tribunal revolucionario, republicano que la condenó.
“… Dumas, no pudo dejar de bromear vilmente a respecto de la
muerte de esas víctimas. Y dijo: Elisabeth de Francia no se puede
quejar, pues formamos a su alrededor una corte de aristócratas dignos de
ella”.
El sarcasmo y la burla hacia quien camina para la muerte. Ahí va la princesa, una serie de señoras de la nobleza, entonces “Así es, ella no se puede quejar, va acompañada de un lote de nobles”.
“Y nada podrá impedir que ella se sienta todavía en los salones
de Versalles cuando se coloque a los pies de la santa guillotina,
rodeada de toda esa nobleza fiel”.
Puédese ver el sarcasmo y el peso del sarcasmo. Un hombre, cuando
trata con una señora, aun cuando sea el mayor enemigo de esa señora,
debe tratarla con cierta cortesía. El fuerte no debe abusar contra el
débil. Esa es una cosa elemental de caballerismo. Más aún si se trata de
un juez con aquella que acaba de condenar. Él debería tener, por lo
tanto, vergüenza de manifestar rencor para con la persona que condenó.
Más todavía con una persona que está condenada a muerte. Porque la
muerte tiene una majestad, una respetabilidad tremenda. Es un castigo de
Dios, y como todo lo que viene de Dios, la muerte tiene una grandeza
que hace con que todo el mundo respete a aquel que va a morir. Puede
tratarse del hombre más vil del mundo, pero una vez que él está marcado
en la frente con la señal de la muerte, debe ser objeto de respeto.
Cuando un bandido está encarcelado y va a ser ejecutado, después de
haber sido condenado a muerte, se acostumbra a concederle que se haga su
última voluntad, desde que no se trate de una acción criminal,
inclusive se le sirve una última cena con todo cuanto él pide. Y algunos
comen, tal es el apetito humano. El hombre es así, algunos comen.
Nadie juzgaría legítimo ponerse delante de un bandido merecidamente
condenado a muerte y comenzar a bromear: “¡Ud. va a morir!… ¿Ya se lo
imaginó? Ahora va a caer aquí…”. O cuando está en la silla eléctrica:
“¡Vea el shock!…” Nadie haría eso. ¿Por qué? Porque es una barbaridad,
es una cobardía, porque por más que sea un bandido, él está marcado en
la frente con la señal de la muerte; y a partir de ese momento se lo
debe respetar.
Ella estaba condenada a muerte, y este bandido, un hombre, burlándose
de una mujer; un juez que se burla de quien él condenó; después, una
creatura humana que se burla de una persona que va para la muerte. Se
burla de esa manera, viéndola en aquella humillación, viéndola
destituida de toda la pompa antigua, hace un sarcasmo. Ella se va a
sentir a los pies de la guillotina como se sentiría en el esplendor de
Versalles. Es decir, es casi imposible llevar la bajeza humana más
lejos. Ese era el espíritu de la Revolución francesa. Continua (el
texto):
“De hecho, la hermana de Luis XVI estaba escoltada por tres
marquesas, dos condesas, entre otras personas de la nobleza. Llena de
calma, ella escuchó su sentencia de muerte, pidiendo solamente y con
cortesía, que le llevasen un sacerdote; a lo que, Fouquier Tinville,
promotor público, respondió con desdén: “Bah!, ella morirá muy bien sin
la bendición de un capuchino”.
Es una cosa que también no se hace: es negar a la persona el último
socorro de la religión. Conozco de casos de ateos que cuando una persona
está para morir y pide un sacerdote, el ateo lo hace llamar. ¿Por qué?
Porque el ateo raciocina de la siguiente manera: está bien, la religión
no es verdadera, pero le voy a dar a él un último consuelo en la hora de
la muerte. No le rechaza ese consuelo en la hora de la muerte.
Continuemos:
“Después de ser condenados a muerte en el tribunal, fueron todos
llevados para la prisión. Y en la prisión, sus compañeros que se
encontraban ahí, porque antes no se habían reunido, le cedieron el lugar
de honra a ella, que tomó con toda naturalidad.
“La serenidad de la mirada de la princesa, la dignidad de su actitud…”.
Hay mucho valor en mantenerse sereno cuando se está aproximando la
muerte y más aún cuando se es una joven como ella; mantenerse digno
cuando se está viviendo en la última de las humillaciones.
“… la ascendencia de su palabra luego crearon en torno de ella un clima de heroísmo que contagió a todos”.
Los señores vean que belleza. Ella la débil, ella la indefensa, ella
la mayor derrotada, ella es la heroína. Y no es la heroína del
embobamiento y de la falta de distancia psíquica; es la heroína de la
fe, la heroína de la serenidad. Ella comunica tanta elevación al
martirio que ella va a sufrir que inmediatamente el ambiente cambia.
Ella consiguió animar a los débiles y dar fuerza hasta los que se
mostraban fuertes.
“Una marquesa de setenta y tres años [Madame de Sónozan]…”
Para que los señores vean lo que es la criatura humana…
“… estaba aterrorizada y temblorosa delante de la muerte. La
princesa, con especial deferencia, le hizo ver que, al final de cuentas,
iba a morir joven, que estaba más serena que ella, y que ella debía
tener la alegría de que, al final de cuentas, había vivido por lo menos
setenta y tres años”.
Me recuerda el comentario de un francés. Se cuenta que dos franceses
se encontraron, y estaban ya los dos un poco envejecidos. Y uno le dijo
al otro: “¡Qué aborrecimiento envejecer!”. El otro le dijo: “Yo no pienso así. Es la única manera de vivir mucho tiempo…”.
Ese es el espíritu francés. Porque después de dicho eso, no hay nada
más que decir. Lapidariamente respondida y más nada. Es quedarse callado
y cambiar de asunto. ¿Qué se va a hacer?…
“La marquesa se sintió rehecha con pensamientos de fe etc. y
quedó animada. La vieja marquesa terminó por calmarse y ofrecer
generosamente a Dios los pocos años que aún podía pasar en esa tierra.
Una condesa [Madame de Montmorin], que vio guillotinados a
todos sus parientes, no se conformaba ahora con la muerte de su hijo
Calixto, de apenas 20 años, que había sido condenado junto con ella. La
princesa Elisabeth le hizo ver el privilegio de morir los dos juntos y
los peligros que correría el joven en una tierra devastada por errores”.
Eran los errores de la Revolución francesa. Ella quería mostrar que
un alma fácilmente se perdería y que una madre que tuviese fe debería
comprender que era una gracia morir los dos en aquella ocasión, yendo el
hijo para el cielo en buena disposición de alma —excelente hasta como
los señores verán— en vez de estar sujeto a los riesgos de esa vida.
“Para otra condesa [Madame de Sérilly] que esperaba un hijo, la princesa Elisabeth consiguió un salvo-conducto que permitió que la joven señora no fuese condenada”.
No fuese ejecutada la sentencia contra ella. Quiere decir, ella,
condenada a muerte, sólo pnsaba en los otros, sólo cuidaba de los
otros, incluso salvó la vida de una persona. Quiere decir, esas fueron
sus últimas horas. Los señores vean la elevación de ese espíritu
impregnado de tradiciones y la bestialidad de la crueldad
revolucionaria. Ahí los señores tienen dos espíritus, dos mundos en
conflicto y podemos medir bien el contraste de una cosa con la otra.
Prosigue la narración:
“Después de un día de prisión y después de haber el canónigo de Chambertrand administrado los socorros religiosos a todos…”.
Eran sacerdotes que se infiltraban en las prisiones vestidos de
legos, y que nadie sabía que eran sacerdotes, y que tenían el heroísmo
de hacerse apresar para poder entrar en la prisión. Y entonces ellos
daban la absolución etc., porque en esas prisiones era lícito pasar
desde una celda para otra. Y ellos entonces cuando veían que las
personas estaban condenadas a muerte, ellos con un pretexto u otro, se
aproximaban y hacían una señal, y daban la absolución, a veces daban
hasta la comunión para las personas; ellos guardaban partículas,
celebraban misa, hacían mil cosas extraordinarias en la prisión.
Entonces, dice lo siguiente:
“… a las cinco horas de la mañana vinieron a cortarle el cabello a las señoras”.
Era una de las cosas más trágicas que precedía la muerte. Era algo
necesario – la guillotina, como Uds. saben, es una lámina que la persona
acciona en un punto con una cuerda, y la lámina cae; entonces la
víctima está tendida, y la guillotina cae sobre la nuca y corta la
espina dorsal. Y la persona muere, porque la guillotina después corta la
cabeza entera. Es seguida inmediatamente de la muerte. Es una lámina
muy afilada. Pero en el interés del propio condenado, para que la
guillotina funcione bien y la persona muera de inmediato, conviene
cortar el cabello; incluso a los hombres los rapaban completamente por
detrás de la cabeza porque a veces unos pocos cabellos pueden constituir
un obstáculo para la guillotina.
Entonces, era del interés del condenado y también era del interés de
la Revolución, porque ellos mataban tanta gente en el mismo día, por lo
que, para que los grupos de presos fueren rápidamente despachados, era
preciso que la lámina no se detuviese para poder matar a muchos.
Entonces, en la víspera o, a veces, en la misma mañana, venían los
carceleros con tijeras o con navajas y los rapaban. Sobre todo las
señoras, que en ese tiempo usaban el cabello comprimido, entonces les
rapaban completamente la nuca. Y aquel metal deslizándose por la nuca
era el precursor de aquel otro metal que de aquí a poco vendría y que
iría hacer un servicio bien diferente.
Nos podemos imaginar la impresión de las personas viendo llegar
—pongámonos en el lugar de ellos— por ejemplo, la navaja y acariciar la
nuca y después preguntar para el interesado: “¿Está bien?” – Pasa la
mano: “Vea aquí tiene unos cabellos todavía…”. Se comprende que no es
poca cosa… ¡es terrible! Después, para las señoras hacían como que una
toilette fúnebre: vestían completamente de blanco. Amarraban las manos
de todas las víctimas atrás y eran empujadas a los puntapiés, en
carretas, donde iban de pie, con una multitud asistiendo. En la
multitud, de cuando en cuando, había un sacerdote. Y el sacerdote, desde
una ventana, desde un lugar disfrazado —ellos ya sabían— quedaban
mirando.
El sacerdote hacía una bendición, una absolución última que era,
evidentemente, un precioso aliento para quien fuese caminando para la
muerte. Entonces, en la mañana venían los empleados de la prisión para
cortar los cabellos de todos, sobre todo de las señoras y de la princesa
Elisabeth.
“… a las cinco horas de la mañana vinieron a cortar los cabellos
de las señoras. Después las carretas siguieron para el local de la
ejecución”.
La guillotina quedaba en medio de una plaza pública, enorme, y todo
cuanto era revolucionario asistiendo; cuando la cabeza caía, había un
orificio en la tarima, caía en una cesta en el suelo. Y los cuerpos eran
lanzados al lado. Después los cuerpos eran apilados en una carreta los
cuerpos y las cabezas y todos lanzados en una fosa común del cementerio.
“Llegando a la plaza de la guillotina, los condenados se sentaron en banquillos, esperando la llamada de sus nombres”.
Los banquillos quedaban en lo alto, en la tarima. Había una tarima,
una especie de estrado, donde quedaba la guillotina. Y los banquillos
quedaban en lo alto.
“Madame de Crussol fue la primera en ser llamada”.
Vean la grandeza de eso delante de un pueblo igualitario. Lo que va a relatar ahora.
“Antes, sin embargo, de llegar hasta la guillotina, se aproximó a la princesa y la saludó como se hacía en la corte”.
Una gran reverencia. ¿Son o no son dos mundo completamente
diferentes? El mundo del respeto, el mundo de la veneración, el mundo de
la humildad, de un lado; el mundo del orgullo, el mundo del paganismo,
el mundo de non servían del otro lado.
“La princesa Elisabeth, a cada señora que iba a morir, respondía
con una inclinación de la cabeza, llamaba a la señora y la besaba.
Después de eso la señora subía. La escena era de una tal majestad que
los revolucionarios no osaban hacer nada”.
Porque hay realmente ciertas cosas que no son posibles. ¡No es
posible! Delante de la muerte, delante de aquella canallada
revolucionaria, un tal coraje de una señora, que corría el riesgo de
llevar una paliza antes de morir. Y aquella profunda reverencia y el
beso de la princesa, y todo hecho con aquella suavidad de maneras del
Ancien Régime, aquel beso en que se tocaban dos cabezas que de ahí a
poco irían a rodar, los señores están comprendiendo lo que eso
significa.
“Su gesto fue repetido por todas las otras señoras; después
vinieron los hombres que hacían una profunda reverencia delante de la
princesa; algunos llegaron a doblar las rodillas delante de ella. Ella
también respondía, ellos subían y eran también decapitados. Fue la
última recepción de Elisabeth de Francia, y fue la última vez que ella
aplicó el protocolo de la corte francesa. Por ocasión de cada ejecución,
la princesa rezada en voz alta el De produndis”.
De profundis es un salmo que dice: “Desde lo profundo del
abismo en que me encuentro, Señor, Señor, elevo mi voz; que vuestros
oídos sean accesibles a la voz de mi aflicción”, etc.; se canta, es un
salmo que la Iglesia reza por los moribundos o por los difuntos.
“La multitud aullaba de satisfacción y el joven Calixto de Montmorin gritaba alto: ¡Viva el Rey!”
Son dos mundos. Es la confrontación de dos mundos. Ése era un chouan,
era el caballero de los antiguos tiempos, era el héroe que sustentaba
la fe de la tradición, en cuanto los otros pertenecían al mundo
comunista que estamos viendo aquí, que era apoyado por otro hombre, que
iba a ser ejecutado también, llamado Batista Dubois.
“Cuando la última víctima se inclinó delante de la princesa, ella
dijo con entusiasmo: Coraje y fe en la misericordia de Dios. Ella fue
la última en llegar al cadalso. En el momento en que iban a amarrarla a
la tabla…”
Porque la víctima era amarrada a una tabla.
“… en el momento en que ella iba a ser amarrada a la tabla, un echarpe…”
Quiere decir, uno de esos mantos o especie de bufanda para enrollar en el cuello.
“… de lino que ella tenía se cayó, dejando aparecer en el cuello
una medalla con el Inmaculado Corazón de María. El ayudante del verdugo
quiso robar el echarpe, pero la princesa, con voz emocionada…”
Es la primera vez que ella manifiesta emoción a lo largo de todo este drama.
“… exclamó lo siguiente:…”
No nos podemos imaginar en lo que ella estaba pensando en el momento
de morir; ¿Cuál es el pensamiento de ella? Ella exclamó lo siguiente:
“En nombre de vuestra madre, Monsieur, cubridme”.
Era un pensamiento de pudor. Ella no quería que ninguna parte de su
cuerpo fuese vista. Entonces, ella quedó naturalmente con alguna parte
del pecho descubierto, y viendo que era un miserable a quien nada podía
pedir en nombre de Dios, ella procuró en aquella hora una fibra humana
que aún hubiese en aquél canalla. Y ella le dijo con mucha cortesía,
llamando de “Monsieur” (Señor) a un bandido de aquellos. Dice:
“Monsieur, en nombre de su madre, cubridme”. ¡Estamos viendo cuánta
presencia de espíritu! ¡de pudor! ¡cuánto recato! Compárese eso con las
modas de hoy y podremos comprender la decadencia del mundo después de la
Revolución francesa.
“Fueron sus últimas palabras, eco de toda su vida, hecha de
dignidad y de pureza. Se produjo entonces un hecho extraño. Después de
su muerte, no se hizo oír el toque de tambores”.
Inmediatamente después de que el ejecutado moría, se tocaba un tambor
y el pueblo aullaba. Pero la muerte de ella produjo una tan impresión
que ni la canallada revolucionaria osó tocar el tambor. Quedaron todos
paralizados, quietos.
“Ni se oyó aullido y el grito de ‘viva la república’. El capitán
que debía dar la señal para los tambores, cayó desfallecido y de ahí fue
cargado ya medio paralítico y agonizante. Un silencio impresionante se
impuso sobre la multitud estupefacta, y todos los primeros biógrafos de
la princesa repiten que se sintió —como ocurre a veces en la muerte de
los santos— un penetrante perfume de rosa sobre toda la plaza de la
Revolución”.
* * *
Yo recuerdo otro episodio muy bonito de la Revolución, y con eso yo
termino el “Santo del día” de hoy. Está en esa línea: es la muerte de
Luis XVI. Luis XVI fue ejecutado antes que ella. Él era un hombre
extraordinariamente corpulento. Era un atleta. Y fue llevado de la
prisión hasta la guillotina, en un coche, con un sacerdote. La historia
de ese sacerdote es curiosísima. Ese padre era un padre de origen
escocés, se llamaba Edgeworth de Firmont (1745 – 22-5-1807).
Era de una familia escocesa expulsada de Escocia por los
protestantes, y que unas tres o cuatro generaciones antes fueron a vivir
a Francia. Y en la familia de ese padre siembre hubo una tradición
medio profética de que ellos tendrían un descendiente que iría a dar los
últimos sacramentos al rey de Francia, preso. Cuando el rey de Francia
fue condenado a muerte, él, con el riesgo de su vida se aproximó, pidió a
las autoridades revolucionarias para que le permitieran dar la
absolución al rey. No se sabe cómo, pero las autoridades permitieron que
él entrase y acompañase al rey, dentro del carro, hasta la guillotina.
Cuando los dos llegaron en el carro hasta la guillotina, descendieron
y el verdugo fue al encuentro del rey para amarrarle las manos al rey,
porque se hacía eso con los prisioneros que iban a ser muertos. Cuando
el verdugo llegó, el rey consideró que aquello era una insolencia, y
agarró al verdugo con las dos manos y le dijo: “Eso no”, e inmovilizó al
verdugo. Y el rey se volteó para el padre y le dijo: “Señor cura, ¿qué
piensa el Señor de eso? El padre le dijo: “Si vuestra majestad
permitiese que sus manos fuesen amarradas, será más una semejanza entre
su muerte y la de nuestro Señor Jesucristo”. Inmediatamente soltó al
verdugo y extendió las manos que fueron amarradas y él subió hasta donde
estaba la guillotina…
Ahí tenemos el espíritu de las cosas. Podemos comprender en flashes
vivos lo que es la Revolución y lo que es la Contrarrevolución. Lo que
fue una época que terminó, pero que dejó un filón del cual somos un
prolongamiento vivo, y una época que entró y que produjo este mundo de
horrores que estamos viendo aquí. Ahí está un flash de un “Santo del
día”.
El
presente texto es una adaptación resumida de la transcripción de la
grabación de una conferencia del Profesor Plinio Corrêa de Oliveira, no
ha sido revisada por el autor. Si
él viviese, ciertamente pediría que se colocase explícita mención de
su filial disposición a rectificar cualquier discrepancia en relación al
magisterio de la Iglesia, con sus propias palabras: “Católico
apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial celo a la
enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, por lapso, ocurra que
algo no está conforme a aquella enseñanza, desde ya la rechaza
categóricamente”. Las
palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el
sentido que les da el Prof. Plínio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contra-Revolución”
(*) Los santos del día eran unas breves reuniones en las que el Prof. Plinio Correa de Oliveira comentaba relacionado con el santo de aquel día. Texto no revisado por el autor.
SAN JUAN
DE AVILA, presbítero y doctor de la Iglesia
Muy
bien ha cumplido Cristo con su promesa de estar con nosotros hasta el
fin de los siglos. Cuando Arrio se levantó para negar la divinidad
del Verbo, preparó a Atanasio, Basilio, e Hilario; cuando los
bárbaros se lanzaron sobre Europa, les opuso a León y Gregorio
Magno; cuando los emperadores germánicos quisieron agarrotar a la
Iglesia, les enfrentó a Gregorio VII; cuando Lutero se levantó para
proferir blasfemias contra el Papado arrastrando con él al norte de
Europa, suscitó a Ignacio, Felipe de Neri, Carlos Borromeo, Pío V,
etc., que prepararon o favorecieron la verdadera reforma de la
Iglesia. Entre ellos hay que contar al Beato Juan de Avila, apóstol
de Andalucía, reformador y padre de orden clerical.
CELO
APOSTÓLICO
La
prolongada dominación árabe en el sur de España, la convivencia de
cristianos con moriscos, el seudomisticismo de los alumbrados, los
brotes protestantes y sobre todo la inmensa ignorancia de las
multitudes, hicieron que hubiera en Andalucía grandes cantidades
almacenadas de combustible, ansiosas de encender el fuego de la
hoguera que había de abrasar a toda España. Mas Dios veló por ella
sirviéndose de los Reyes Católicos e inmediatos sucesores para
introducir la reforma del Clero y de las Órdenes religiosas y con
ellas la del pueblo.En esta tarea les ayudaron el Cardenal
Cisneros, Santo Tomás de Villanueva, Santa Teresa, San Juan de la
Cruz y otros muchos con el Beato Juan de Ávila.
"Mi
nombre, decía éste, es Ávila; mi posada la tierra; el cielo mi
patria; mi oficio ser cosechero de Cristo; hasta la extrema vejez
manejé incansable la hoz, amontonando las mieses en los celestes
graneros'". La austeridad de su vida, sus grandes penitencias,
su elocuencia arrebatadora y su inflamado amor a Cristo, le
sirvieron, como a otro Juan Bautista, para remover las multitudes. El
centro de sus predicaciones fueron Córdoba, Sevilla, Granada,
Montilla y la Alpujarra. Predica en iglesias, conventos, hospitales,
caminos, plazas y por todas partes levanta a las multitudes: "su
voz parecía hacer temblar las paredes de la iglesia"; "cuando
salían de oír al maestro Ávila, iban todos con las cabezas bajas,
callando sin mirarse unos a otros encogidos y compungidos, a pura
fuerza de la virtud y excelencia del predicador".
DIRECTOR
ESPIRITUAL
Un
hombre tan apostólico tuvo muchos discípulos, que acudían a él
para recibir sus enseñanzas. El P. Luis de Granada nos dice cuánto
le aprovechaba su trato. Santa Teresa de Jesús no se creyó segura
en sus caminos místicos hasta que nuestro Beato dio la aprobación a
sus escritos. Sacerdotes, religiosos, señoras y caballeros
encontraron en él un maestro y médico de sus almas. En sus tratados
espirituales, sermones y cartas no sabe uno qué admirar más si la
doctrina profunda o la unción de su palabra.
VIDA
Nació
en Almodobar del Campo en la Mancha en 1500. En sus primeros años
estudió leyes en Salamanca, pero más tarde se dedicó al estudio de
la teología en Alcalá, teniendo como profesor al famoso Domingo de
Soto y de donde salió con el título de maestro. Ordenado de
sacerdote recorrió toda Andalucía predicando en todas partes la
palabra divina, confesando y ejerciendo el ministerio del apostado
con mucho fruto por parte de los oyentes. Murió, en Montilla el 10
de mayo de 1569.
PLEGARIA
Eres
tan grande a los ojos de Dios como pequeño fuiste a los tuyos, ¡oh
Juan de Avila! Cuando Martín Lutero levantaba con su rebelión, la
bandera de su pretendida reforma, tú con tu pobreza, con tu
obediencia, con tu humildad y con tu piedad levantaste la otra de la
contrareforma, cuyos secuaces en España habían de ser legión. En
ti los pueblos encontraron un buen modelo de Cristo, para ellos
fuiste luz con tus sermones, con tus consejos y con tus escritos, que
gracias a su docilidad les apartaron de los cantos de sirena de los
seudo reformadores. Acuérdate de España que te venera y te admira.
Ruega sobre todo por el clero por cuya buena formación tanto
trabajaste, por ese clero que ahora te ha tomado como patrono.
Alcanza de la divina piedad ayuda para esa Andalucía que tú
evangelizaste con tantos sudores, de modo que nunca abandone la fe
que tú la predicaste.
Isaías, el primero de los cuatro profetas mayores, era hijo
de Amos, de la familia real de David. Profetizó en tiempo de los reyes Osías, Joatan,
Acaz y Ezequías, desde el año 735 hasta el 681 antes de Jesucristo.
Desde su
infancia le escogió el Señor para ser la luz de Israel y la antorcha de su
pueblo. Cuando empezaba á profetizar, un serafín tomó de sobre el altar del
Señor una ascua, y purificó con ella los labios del profeta. Habiendo caído
Ezequías gravemente enfermo, Isaías fué á anunciarle de parte de Dios que no
curaría ya; pero después ablandado el Señor por los ruegos y las lágrimas del
príncipe, le envió otra vez el mismo profeta á anunciarle su restablecimiento,
y para darle una prenda de seguridad, Isaías hizo retroceder en su presencia
diez grados la sombra del sol sobre el cuadrante de Acaz. El rey Manases,
sucesor de Ezequías, tuvo por este profeta menos veneración y consideraciones, é
indignado porque lo reprendía sus impías iniquidades, lo hizo aserrar por en
medio del cuerpo con una sierra de palo, suplicio horrible que hace estremecer
al corazón más inhumano.
El santo profeta murió el año 681 antes de Jesucristo, con ciento treinta de su edad, y fué sepultado bajo la encina de Rogel, junto á
la corriente de sus aguas, y su sepulcro fué visitado con particular devoción,
por encontrar junto á él salud los enfermos y consuelo los afligidos.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc Tomo III
Entrevista de Ajaz e Isaías; profecía de éste. Emmanuel y su
Madre Virginal
Libro de Isaías cap 7 (10-14)
10 Y siguió Yahveh hablando a Ajaz en estos términos:
11«Pide para ti una señal de Yahveh, tu Dios, bien
sea de lo profundo del seol o de arriba, en lo alto».
12 Mas Ajaz replicó: «No he de pedir ni tentar a Yahveh».
13 Entonces dijo [Isaías]: «Escuchad, pues, casa de David:
¿os parece a vosotros demasiado poco cansar a los hombres para que hayáis también
de cansar a mi Dios?
14 Pues bien, el Señor mismo os dará una señal: He aquí que
la doncella concebirá y parirá un hijo, a quien denominará con el nombre de
Emmanuel.
Pasión y muerte del Siervo y sus consecuencias
Libro de Isaías cap.53
1 ¿Quién ha creído nuestra noticia?; | y el brazo de Yahveh,
¿a quién se ha revelado
2 Creció como un pimpollo delante de él, como raíz de
tierra seca; no tiene apariencia ni belleza para que nos fijemos en él, ni
aspecto para que en él nos complazcamos.
3 Fue despreciado y abandonado de los hombres, | varón
de dolores y familiarizado con el sufrimiento, y como uno ante el cual se
oculta el rostro, | le despreciamos y no le estimamos.
4 Mas nuestros sufrimientos él los ha llevado, |
nuestros dolores éllos
cargó sobre sí, mientras nosotros le tuvimos por azotado, | por herido de Dios
y abatido.
5 Fue traspasado por causa de nuestros pecados, |
molido por nuestras iniquidades; el castigo [precio] de nuestra paz cayó sobre
él | y por sus verdugones se nos curó.
6 Todos nosotros como ovejas
errábamos, I cada uno a nuestro camino nos volvíamos,mientras Yahveh hizo que le alcanzara | la
culpa de todos nosotros.
7 Fue maltratado, mas él se doblegó | y no abre su
boca; como cordero llevado al matadero | y cual oveja ante sus esquiladores enmudecida,
y no abre su boca.
8 De opresión y juicio fue tomado, | y a sus
contemporáneos, ¿quién tendrá en cuenta? Pues fue cortado de la tierra de los
vivientes, | por el crimen de mi pueblo fue herido de muerte.
9 Y se le asigna sepultura
con los impíos, | y con los corruptos su tumba, aunque él no hubiera cometido
injusticia | ni engaño hubiera en su boca.
10 Más a Yahveh plugo destrozarle con padecimiento.
| Cuando él ponga su vida como medio expiatorio, verá descendencia, prolongará
[sus] días| y el designio de Yahveh por él prosperará.
11 Gracias a la fatiga de su alma | verá luz y
se saciará; por medio de su conocimiento, mi Siervo, el Justo, justificará a
muchos y sus iniquidades cargará sobre sí.
12 Por eso voy a darle en herencia a una gran multitud |
e innumerables recibirá como botín, en recompensa de haber derramado su vida
hasta la muerte | y haber sido entre los delincuentes contado, llevando los
pecados de muchos | e intercediendo por los delincuentes
SAGRADA BIBLIA, VERSIÓN SOBRE LOS T EXTOS HEBREO Y GRIEGO
Por el Reverendo Padre JOSÉ MARÍA BOVER, S. I. y FRANCISCO
CANTERA BURGOS
BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS (BAC) paginas 899 y 944
Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción de Luján
Vista de la ciudad de Buenos Aires (aguada), Fernando Brambila, 1794
Pablo Luis Fandiño
A 70 kilómetros al oeste de Buenos Aires se encuentra la ciudad de Luján, en la margen derecha del río del mismo nombre, cuya primera fundadora y vecina principal es una pequeña imagen de terracota de la Santísima Virgen
La historia de la Virgen de Luján se remonta a los
comienzos del siglo XVII, cuando Antonio Farías de Saa, un hacendado
portugués
radicado en Sumampa, en la actual provincia de Santiago del Estero,
encargó al marino Juan Andrea que le trajera del Brasil una imagen de la
Inmaculada
Concepción para dedicarle una capilla en su estancia. En marzo de 1630
arribaron al puerto de Buenos Aires, procedentes del valle de Paraiba,
São Paulo, no una sino dos imágenes de la Virgen
María.
El
milagro de la carreta
En los primeros días del mes de mayo de aquel año, el
radiante cargamento se unió a una caravana de carretas que partieron de
Buenos Aires en
dirección al norte. Al atardecer del segundo día de viaje, llegaron a
orillas del río Luján, en el ámbito de una propiedad conocida como la
estancia de Rosendo, donde pernoctaron.
A la mañana siguiente,cuando todos se disponían a partir, por más empeño
que pusieron los troperos, la carreta que llevaba las imágenes no se
movía de su lugar.
La peregrinación gaucha a Luján rememora todos los años su historia
Reemplazaron a los bueyes, rebajaron la carga, empujaron
los peones, todo fue inútil… hasta que bajaron el pequeño cajoncito que
llevaba a la Virgen Inmaculada
y sólo entonces la carreta se movió. Llenos de admiración por lo
ocurrido y de curiosidad por descubrir la causa del inusitado prodigio,
abrieron la caja bendita.
Envuelta en su interior, encontraron una sencilla estatua de la Madre
del Redentor, a la que los felices circunstantes veneraron con ternura.
Viendo en ello un designio de la Providencia,
los arrieros determinaron trasladarla hasta la morada de Rosendo, donde
se le acomodó.
Mientras tanto, la segunda imagen de la Virgen María prosiguió sin mayores dificultades su camino a Sumampa, donde se le
venera hasta el día de hoy, y la noticia del suceso acaecido en la
rivera
del río Luján corrió velozmente hasta Buenos Aires.
Así comenzó la afluencia de devotos, y el río de gracias
y milagros concedidos por la Virgen de Luján a lo largo de casi cuatro
siglos. En el lugar se levantó una modesta ermita, que durante
40 años quedó a los cuidados de un esclavo africano llamado Manuel. Con
la muerte de Rosendo, sus bienes pasaron a manos de su heredero, Juan de
Oramas, cura de la catedral porteña, pero
las tierras quedaron abandonadas y la devoción estuvo a punto de
periclitar.
Los pasos preliminares para consolidar la devoción
En vista de las circunstancias, doña Ana de Matos Vda.
de Sequeira, su primera gran bienhechora, compró la venerada imagen al
clérigo Oramas. Luego promovió una visita pastoral in situ
del obispo dominico, fray Cristóbal de la Mancha y Velazco, junto al
gobernador del Río de la Plata, José Martínez de Salazar. Con su
autorización y en su compañía, doña Ana efectuó el trasladó de la imagen
a su estancia, a dos jornadas de camino. Quedando así oficializado el
culto público a Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción del Río
Luján.
La profunda devoción que profesaba a la Santísima Virgen
impulsó al presbítero Pedro de Montalvo, quien padecía de tuberculosis
pulmonar agravada
por una afección cardiaca, a emprender una penosa peregrinación en
carreta de Buenos Aires a Luján. Tan mal estaba el licenciado Montalvo,
que a una legua
de su objetivo se sintió desfallecer. El moribundo fue conducido hasta
los pies de la Virgen, donde le frotaron el pecho con sebo de la lámpara
que ardía constantemente ante la Sagrada Imagen, hasta
que volvió en sí. Una vez restablecido, prometió a la Virgen dedicar el
resto de su vida a difundir su culto. Debido a su infatigable empeño, en
1685 se inauguró el primer santuario, sobre un
terreno donado por la señora Matos, en el mismo lugar en que hoy se
levanta la actual Basílica. Don Pedro falleció en 1701 y es considerado
el primer Capellán
de la Virgen. Alrededor de la “capilla de Montalvo” surgió con el tiempo
un pueblo, la Villa de Luján, a la cual en 1730 se le otorgó cura y
parroquia.
Nuestra Señora la cubriría con su manto, protegiéndola en diversas
ocasiones contra malones, pestes y sequías.
Un devoto singular: Don Juan de Lezica y Torrezuri
En 1734 llegó al Callao, como comisionado real, don Juan
de Lezica y Torrezuri (1709-1784). Tres años después, el ilustre
vizcaíno, casado ya con una dama paceña, contrajo una grave enfermedad
que estuvo a punto de llevárselo a la tumba, si no fuera por la promesa
que hizo de visitar el santuario de Luján. La Virgen lo curó y él volvió
a sus negocios. Sin embargo, en 1748, aquella misma extraña y
mortal enfermedad retornó. Temiendo lo peor, tomó sus últimas
disposiciones y se estableció en Buenos Aires, donde sanó por completo.
Atribuyendo el hecho al favor
de Nuestra Señora de Luján.
Agradecido, don Juan se preguntaba:¿qué deseaba
manifestarle la Virgen con tales señales? De esto se valió el obispo
bonaerense, Cayetano de Marcellano y Agramont, para encargarle la
edificación de un nuevo templo en reemplazo del anterior, nombrándolo
síndico, ecónomo y patrono de la iglesia lujanense. Gracias a ello, el 8
de diciembre de 1763 se celebró con gran pompa
la inauguración de este santuario, que albergó durante siglo y medio a
la Virgen de Luján.
Una gran conquista: el padre Jorge María Salvaire
Padre Salvaire
A fines de 1875, un joven misionero claretiano, Jorge
María Salvaire (1847-1899), enviado a evangelizar a los indios, estuvo a
punto de morir lanceado,culpado de transmitirles una peste de viruela.
Se confió a la Virgen y le prometió, si lo salvaba, consagrar su vida a
difundir sus milagros y engrandecer su santuario. Entonces, abriéndose
paso entre la multitud, el hijo del cacique arrojó
su poncho a Salvaire en señal de protección; el sacerdote le había
salvado la vida en días anteriores.
En cumplimiento de sus promesas, el P. Salvaire redactó su monumental obra “Historia de Nuestra Señora de Luján”,
publicada después de una década de estudios, dio comienzo a la
construcción
de la actual Basílica, y fue el alma de la Coronación Pontificia de la
Virgen de Luján que se realizó solemnemente el 8 de mayo de 1887, de
manos de Mons. Federico León Aneiros, segundo arzobispo de Buenos Aires.
Para la ocasión, el P. Salvaire colocó a la imagen sobre una peana de
bronce, le adosó la rayera gótica con la inscripción:“Es la Virgen de Luján la primera Fundadora de esta Villa” y una aureola de
doce estrellas, que luce hasta hoy.
A su muerte en 1899, le tomó la posta el P. Vicente
María Dávani C. M.,quien terminó la Basílica en 1922. El 5 de octubre de
1930, Nuestra Señora de Luján fue proclamada Patrona de las tres
naciones del Plata: Argentina, Paraguay y Uruguay.
No todo fue rosas en el camino
Además de las dificultades propias de este valle de
lágrimas, la devoción a Nuestra Señora de Luján pasó por algunas pruebas mayores. En 1806 y 1807, el Virreinato del Río de la Plata soportó
dos invasiones militares inglesas. Para rechazar a los protestantes, las
fuerzas locales emprendieron la reconquista y defensa de Buenos Aires a
partir de Luján, llevando como bandera el estandarte
real con una imagen bordada de la Virgen Inmaculada. A falta de
escapularios, los voluntarios se ciñeron dos cintas con los colores
celeste y blanco, que les sirvió también como distintivo. Las tropas
victoriosas, regresaron a Luján para depositar a los pies de María los
trofeos de la batalla.
Aciagos tiempos vivió nuevamente la Argentina, a
mediados de 1955, en las postrimerías del gobierno peronista, cuando
éste se enfrentó radicalmente contra la Iglesia Católica. Hubo decretos
anticatólicos, quema de iglesias y prisión de numerosos obispos,
sacerdotes y laicos; hasta se hablaba de la creación de una iglesia
cismática nacional. En la noche triste del 22 de agosto de
ese año el párroco de Luján, con la debida autorización superior, sacó
de su camarín la auténtica e histórica imagen de la Santísima Virgen y
la reemplazó por una réplica casi perfecta, iniciándose
un periodo catacumbal de su culto.
Nadie se enteró de lo sucedido hasta que,abatido el
régimen persecutor y calmados los ánimos, el domingo 27 de
noviembre,tres meses después, la venerada
imagen volvió a su Basílica en una sorpresiva pero solemnísima
procesión.
Ilustres visitantes
Primera peregrinación al santuario en 1893
A lo largo de su historia, amplia es la lista de
ilustres peregrinos que han venerado a la Santísima Virgen en Luján.
Entre ellos se destaca, en 1824 el joven canónigo Juan María Mastai
Ferreti, futuro Papa Pío IX, como secretario de la misión Muzi. En 1895,
la madre Santa Francisca Javier Cabrini, la primera santa
estadounidense. En 1921, el santo Luis Orione, fundador de la Pequeña
Obra de la Divina Providencia. En 1934,el cardenal legado Eugenio María
Pacelli, más tarde Papa Pío XII, luego de presidir el Congreso
Eucarístico Internacional.
Más recientemente, en 1982,el Santo Padre Juan Pablo II, en plena guerra
de las Malvinas; visita que renovó en 1987. Y, finalmente, el entonces
cardenal Jorge Mario Bergolio, como arzobispo de Buenos Aires.
* * *
Argentina atraviesa hoy una aguda crisis política,
económica y moral, que sólo se revertirá en el momento en que el pueblo y
sus líderes se rindan nuevamente ante su Reina y Patrona, y acepten
vivir respetando escrupulosamente los mandatos de su Divino Hijo.
La Virgencita de Luján*
La imagen de Nuestra Señora de Luján es pequeña en
altura: mide 38 cm. Sus facciones son menudas, pero bien
proporcionadas.El rostro es oval. El semblante modesto, grave y al mismo
tiempo
dulcemente risueño, conciliando a la vez benevolencia con su
irresistible atractivo,y respeto con majestad de Reina y gran Señora. La
frente es espaciosa;los ojos grandes, claros y azules; la cejas negras y
arqueadas; la nariz algo
aguileña, la boca pequeña y recogida, los labios iguales y encarnados
cual rosa, las mejillas sonrosadas, y las demás facciones,como ya lo
hemos dicho, muy proporcionadas.
Mira un tanto hacia la derecha. El color del rostro,
aunque muy agraciado, es un tanto amorenado.Tiene sus delicadas manos,
asimismo bien formadas, juntas y arrimadas al pecho, en
ademán o movimiento de quien humildemente ora.
El ropaje de la talla se compone de un manto de color
azul, hoy muy amortiguado,sembrado de estrellas blancas; debajo de dicho
manto aparece una túnica de color encarnado, aunque en el día
igualmente muy
amortiguado.
Los pies de la santa imagen descansan sobre unas nubes,
desde las cuales emerge la media luna, que tradicionalmente se pone
debajo de las plantas de la Virgen
Inmaculada, y luego como jugueteando inocentemente entre aquellas nubes,
descuellan cuatro graciosas cabecitas de querubines, con sus pequeñas
alas
desplegadas de color ígneo.
Finalmente, diremos que la materia con que ha sido fabricada la santa imagen es de arcilla cocida.
En resumidas cuentas, no es, debemos confesarlo, la
antigua imagen de Nuestra Señora de Luján, una obra de arte; en cuanto a
la materia, nada apreciable
es, y por lo que mira a la hechura, no se puede, a la verdad, mentar
entre las imágenes notables. Preciosa es empero, sobre toda ponderación,
por los innumerables y admirables portentos que, por su intercesión,
obró incesantemente
la divina misericordia, por los piadosos recuerdos que su sola vista despierta, y por la veneración tan entrañable que le profesaron nuestros
padres.
* J. M. SALVAIRE, Nuestra Señora de Luján, Imprenta de P. E. Coni, Buenos Aires, 1885, p. 267