domingo, 6 de abril de 2025

S A N T O R A L

Miguel Rúa, Beato

Sucesor de San Juan Bosco

San Juan Bosco, en 1852, se encontró en la calle con unos jóvenes que le pedían alguna medalla. A cada uno le obsequió su medalla, menos a uno pálido y delgaducho, de noble mirada, al cual el santo le dijo: "A ti sólo te doy esto", al mismo tiempo el santo hacía un gesto con su mano derecha como si partiera su propio brazo izquierdo en la mitad. El joven no entendió ni se atrevió a preguntar, pero 30 años más tarde, le preguntará a Don Bosco: "¿Qué me quiso decir en mi niñez cuando me ofreció regalarme la mitad de su brazo?", y el santo le responderá: "Te quise decir que los dos obraríamos siempre ayudándonos el uno al otro y que tú serías mi mejor colaborador". San Juan Bosco una vez mas probó ser un gran profeta pues así fue en verdad.

Miguel Rúa nació en Turín (Italia) de una modesta familia. Hizo sus estudios de primaria con los Hermanos Cristianos que lo apreciaron mucho porque era sin duda el alumno de mejor conducta que tenían en su escuela. Y resultó que al Instituto de los Hermanos iba San Juan Bosco a confesar y los alumnos se encariñaron de tal manera con este amable santo que ya no aceptaban confesarse con ningún sacerdote que no fuera él. Rúa fue uno de los que se dejaron ganar totalmente por la impresionante simpatía y santidad del gran apóstol.

Al quedar huérfano de padre, empezó a frecuentar el Oratorio de Don Bosco, donde los muchachos pobres de la ciudad iban a pasar alegre y santamente los días festivos. Allí oyó un día que el santo le preguntaba: "Miguelín: ¿nunca has deseado ser sacerdote?". Al jovencito le brillaron los ojos de emoción y le respondió: "Si, lo he deseado mucho, pero no tengo cómo hacer los estudios".

"Pues te vienes cada día a mi casa y yo te daré clases de latín", le dijo Don Bosco. Y así empezó el joven sus clases de secundaria.

Más tarde Don Bosco lo envió a que recibiera clases de un excelente professor de la ciudad, y cuando le pidió informes acerca de su alumno, el professor respondió: "Es el mejor de la clase en todo: en aplicación, en conducta y en buenos modales".

San Juan Bosco deseaba mucho fundar una comunidad religiosa para educar a los jóvenes, y se propuso formar a sus futuros religiosos de entre sus propios alumnos. Al primero que eligió para ello fue al joven Rúa. Le impuso la sotana y se interesó porque fuera haciendo sus estudios lo más completamente posible.

En 1856 Don Bosco hizo una votación entre los centenares de alumnos de su Oratoria de Turín (en el cual había muchos internos). Las preguntas eran estas: 1ª. ¿Cuál es el más santo y piadoso de los oratorianos? 2ª. ¿Cuál es el más simpático y buen compañero de todo el Oratorio? La segunda pregunta la ganó Santo Domingo Savio. La primera la ganó por amplia votación el joven Rúa. La votación de aquellos jóvenes resultó ser muy acertada pues ambos llegaron a ser formalmente reconocidos por la Iglesia por su santidad.

Rúa fue el primer alumno de Don Bosco que, ordenado de sacerdote, se quedó a colaborar en su obra. Fue también el primer director de colegio salesiano y el hombre de confianza que acompañó durante 37 años al gran apóstol en todas sus empresas apostólicas. En él depositaba San Juan Bosco toda su confianza y era en todo como su mano derecha.

Del beato Miguel Rúa hizo San Juan Bosco el siguiente elogio: "Si Dios me dijera: hágame la lista de las mejores cualidades que desea para sus religiosos, yo no sé qué cualidades me atrevería a decir, que ya no las tenga el Padre Miguel Rúa".

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/5e/Rua1.JPGCuando el Padre Rúa fue nombrado para ser director del primer colegio salesiano que se fundaba fuera de Turín, le pidió a su maestro Don Bosco que le trazara un plan de comportamiento, y el santo le escribió lo siguiente: "Ante todo trate de hacerse querer, más que de hacerse temer. Recuerde lo que decía San Vicente de Paúl: ‘Yo tenía un carácter demasiado serio y un temperamento amargo, y me di cuenta de que si no hay amabilidad, se hará más mal que bien en el apostolado. Y me propuse adquirir un modo de ser amable y bondadoso’. Este sea su plan de comportamiento". Miguel Rúa conservó toda su vida estos consejos y llegó a practicarlos de manera admirable.

San Juan Bosco decía al final de su vida: "Si el Padre Rúa quisiera hacer milagros, los haría, porque tiene la virtud suficiente para conseguirlos". El era humilde y no hablaba de sus logros. Pero un día, ya ancianito, le preguntaron los religiosos jóvenes: "Padre, ¿nunca le ha sucedido algún hecho extraordinario?". Y él, por bromear, les dijo: "Sí, un día me dijeron: ya que está reemplazando a Don Bosco que era tan milagroso, por favor coloque sus manos sobre una enferma que está moribunda. Yo lo hice, y tan pronto como le coloqué las manos sobre la cabeza, en ese mismo instante... ¡la pobre mujer se murió!". Cuando San Juan Bosco era ya muy ancianito, el Santo Padre León XIII le dijo: "Dígame cuál es su sacerdote de mayor reemplazo". El santo le dijo que era Miguel Rúa y este recibió el encargo pontificio de reemplazar a Don Bosco cuando muriera. Y así lo hizo en 1888 al morir el santo. Quedó Rúa elegido como Superior General de los salesianos y en los 22 años que dirigió la Congregación Salesiana, esta multiplicó por cinco el número de sus religiosos y abrió casas y obras sociales en gran cantidad de países. Los salesianos decían: "Si alguna vez se perdiera nuestra Regla o nuestros Reglamentos, bastaría observar cómo se porta el Padre Rúa, para saber ya qué es lo que los demás debemos hacer". Su exactitud era admirable. Siempre amable y bondadoso, comprensivo con todos y lleno de paciencia, pero exactísimo en el cumplimiento de todos sus deberes. 

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/59/Rua2.JPGCuando Rúa tenía apenas unos 25 años, un día se enfermó muy gravemente y mandó llamar a San Juan Bosco para que le impusiera los santos óleos y le llevaran el viático. El santo respondió: "Miguel no se muere ahora, ni aunque lo lances de un quinto piso". Y después explicó el por qué decía esto. Es que en sueños había visto que todavía en el año 1906 (40 años después) estaría Miguel Rúa extendiendo la comunidad salesiana por muchos países del mundo.
Y a él personalmente le dijo después: "Miguel: cuando ya seas muy anciano y al llegar a una casa alguien te diga: ‘Ay padre, ¿por qué se ha envejecido tan exageradamete?, prepárate porque ya habrá llegado la hora de partir para la eternidad". Y así sucedió. Al principio del año 1910, el Padre Rúa fue a Sicilia a visitar un colegio salesiano y un antiguo discípulo suyo, al verlo le dijo: "Ay padre, ¿por qué se ha envejecido tan exageradamente?". El santo sacerdote palideció y se preparó para bien morir.

El 6 de abril de 1910, después de exclamar: "Salvar el alma, eso es lo más importante", expiró santamente. Había dedicado su vida con todo su corazón a comunicar el amor de Dios según el carisma que recibió de San Juan Bosco.

sábado, 5 de abril de 2025

¿Por qué el sábado está dedicado a la Santísima Virgen?


Plinio Corrêa de Oliveira

Sabemos que el viernes es el día que nos recuerda la muerte de Nuestro Señor, y el domingo recuerda su Resurrección. La pregunta que surge es: ¿Por qué el sábado está dedicado a la Virgen? He recibido la siguiente información que transmito a Uds. y luego la comentaré.

Selección biográfica:

La Santísima Virgen contempla a su Hijo muerto
La Santísima Virgen contempla a su Hijo muerto
Después de esa época se hizo costumbre general dedicar el sábado a la Virgen. San Hugo, abad de Cluny, ordenó que en las abadías y monasterios de su orden, los sábados se cantara el Oficio y se celebrara una Misa en honor de la Santísima Virgen María. Una misa especial fue compuesta en su honor para esas ocasiones. Para el Oficio Divino regular, el Papa Urbano II añadió el Pequeño Oficio de la Virgen para ser cantado los sábados.
La devoción a la Virgen recibió un fuerte impulso a principios del siglo X con la reforma monástica que dio forma a la civilización medieval.
Hay muchas razones de por qué el sábado debe estar dedicado a la Virgen Santísima. Las más conocida surgió a partir de la particular devoción que tenía el hombre medieval a la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Los Evangelios nos dicen que después de la muerte de Nuestro Señor, los Apóstoles, los discípulos y las santas mujeres no creían en la Resurrección, a pesar de que Nuestro Señor la había predicho varias veces.
Sin embargo, desde la hora en que Nuestro Señor murió en la cruz el Viernes Santo hasta el Domingo de Resurrección, sólo la Virgen creía en su divinidad y, por lo tanto, sólo ella tenía una fe perfecta. Porque, como dice San Pablo: “Sin la resurrección nuestra fe sería vana”. En ese sábado, por lo tanto, en toda la tierra fue sólo Ella quien personificó la Iglesia Católica. Por esta razón el hombre medieval la honraba especialmente en este día.

Comentarios del Profesor Plinio Corrêa de Oliveira:

Esta explicación no podía ser más hermosa. Creo, sin embargo, que es una exageración decir que las Santas Mujeres y el apóstol San Juan perdieron la fe en ese día. Pero, ellos no tenían fe en la Resurrección.
A pesar del hecho de que Nuestro Señor les habló de su Resurrección en varias ocasiones, ellos no la comprendieron completamente. En efecto, una resurrección es una cosa tan extraordinaria, tan opuesta al orden natural, que la mente humana no se inclina a creer en ella. A pesar de que el Señor había resucitado a Lázaro —y ellos habían sido testigos de ese milagro— ellos no se dieron cuenta de que Quien había resucitado a Lázaro podía resucitarse a sí mismo.
Es casi inconcebible que un hombre resucite un muerto y, sin embargo, es más difícil imaginar que un muerto se resucite a sí mismo. ¿Cómo puede un hombre —por su propio poder— levantarse desde el abismo de la muerte y decirle a su propia alma: “Ahora, vuelve a entrar en tu cuerpo y únete con él?”. Esto exige un poder mucho mayor que el que se necesita para resucitar a un muerto. Es una victoria sobre el otro, un esplendor multiplicado por otro, una cosa, normalmente hablando, que la mente humana no puede imaginar.
Podemos entender, por tanto, cómo los estaban junto a la Virgen al pie de la Cruz —San Juan, las Santas Mujeres y algunos otros, como Nicodemo— también la acompañarían a su casa en esa hora de dolor supremo. Pero ellos no creyeron verdaderamente que Cristo iba a resucitar de la muerte. Nuestra Señora conocía y confiaba en que Él se levantaría de la muerte; los otros no.
Aun cuando ellos tenían un instinto sobrenatural que les decía que la historia de Nuestro Señor no había aún terminado, y que todavía quedaba la última palabra por decir, sólo la presencia de la Virgen los confirma en este instinto, no su fe en la Resurrección. Sin este instinto y sin la Virgen, ellos se habrían dispersado completamente. Cuando los Evangelios relatan la reacción de Santa María Magdalena hablando con el Señor después de Él haber resucitado, muestran que ella no esperaba que Él resucitaría.
Durante este período, sólo la Virgen creyó en la Resurrección. Sólo Ella tenía la fe plena. En toda la faz de la tierra Ella era la única criatura con la plena fe, la más perfecta fe sin ninguna sombra de duda. Incluso en el inmenso dolor que Ella sufrió por el pecado de deicidio, Ella tenía absoluta certeza de esta verdad. Serena y tranquilamente mientras Ella esperaba la hora de la victoria que se acercaba. Esto le daba una alegría inmensa en medio de sus penas.
Dado que la fidelidad es necesaria para el mundo no se acabe, se puede decir que, si Ella no hubiera sido fiel en esa ocasión, el mundo habría terminado. Si la verdadera fe hubiese desaparecido de la faz de la tierra, entonces la Divina Providencia habría acabado con el mundo. Por lo tanto, es por causa de su fidelidad que la historia continuó y las promesas del Antiguo y Nuevo Testamento que afirmaban que el Mesías reinaría sobre toda la tierra y sería el Rey de la Gloria y el centro de la historia, tuvieron continuidad. Esas promesas no habrían podido cumplirse sin la fidelidad de la Virgen en ese período.
Todas esas promesas vivían en su alma. Ella se convirtió en el portal de todas las esperanzas en el futuro. En su alma, como una semilla, estaba toda la grandeza que la Iglesia Católica desarrollaría a través de los siglos, todas las virtudes que practicarían los santos.
Por lo tanto, podemos decir que esas horas de la vida de la Virgen son particularmente hermosas, tal vez las más hermosas de su vida. Uno podría preguntarse si ese tiempo de fidelidad era aún más hermoso que el período en que Nuestro Señor vivió en su seno como en un tabernáculo. ¿Era más hermosa que ella llevara al Mesías en su cuerpo, o abarcar la Santa Iglesia, el Cuerpo místico de Cristo, en su alma? Esta es una pregunta que puede ser discutida.
Su fidelidad nos recuerda las palabras de Edmond Rostand en su Chantecler: “Es por la noche que es hermoso creer en la luz”. Creer en la luz al mediodía no tiene ningún mérito particular. Pero creer en la luz en la hora más oscura de la noche, cuando se tiene la impresión de que todo se sumió en la oscuridad para siempre, es realmente una cosa hermosa.
Nuestra Señora creyó en la luz en esa terrible noche mientras sostenía su cuerpo muerto en su regazo, mientras lo prepara con los aceites perfumados para el sepulcro, mientras tocaba las heridas de su cuerpo que daba testimonio de la derrota tremenda. Incluso entonces Ella creyó en la Resurrección, y Ella hizo un tranquilo acto de fe. Ella consideraba todas esas heridas de poca importancia; Él había prometido que resucitaría de la muerte, y lo haría. Ella creía. Ella no tenía la menor duda.
Este es sin duda uno de los momentos más hermosos de su vida. Desde que esto ocurrió en el Sábado Santo, entendemos por qué la Iglesia eligió el sábado para conmemorar a la Virgen. Hasta el fin del mundo, todos los sábados se consagran a Ella. Es justo. Ello cumple la profecía en el Magnificat: “Todas las generaciones me proclamarán bienaventurada”.

Aplicación para nuestra lucha

Todos los sábados tiene el contra-revolucionario el derecho de pedir a la Virgen que tenga piedad especial sobre él, porque él recibió una misión análoga a la de Ella. De hecho, vivimos en un tiempo que está en la plena oscuridad de la noche. Sabemos que la Iglesia Católica es inmortal, pero, humanamente hablando, la Iglesia tradicional ha desaparecido. Además, en casi todas las esferas de la actividad humana, sólo vemos corrupción y miseria. A nuestro alrededor la inmoralidad, la rebelión, la abyección, el egoísmo, la ambición, el fraude y el reinado de la desesperación. Todo atestigua la muerte casi completa de la civilización cristiana.
Hay, sin embargo, un vaso de elección, un vaso que la Virgen escogió para que sea de gloria y honor, un vaso la castidad y fidelidad. En este vaso Nuestra Señora recogió el sentido católico del pasado, su devoción, el amor por todas las tradiciones católicas abandonadas por otros. Ella también en este vaso la esperanza y la certeza de su Reino. Es el vaso de la Contra-Revolución. En esta terrible noche, por las bendiciones de la Virgen, el alma del contra-revolucionario es un vínculo entre el pasado y el futuro.
Aquel que pertenece a este remanente cree en su promesa. Él tiene la certeza de que el Corazón Inmaculado de María triunfará. Esta certeza le da tranquilidad en medio de los mayores sufrimientos, que es una posición de alma similar al que Nuestra Señora tuvo el Sábado Santo.
Hasta que llegue el reinado de María, vivimos en un largo Sábado Santo en el que todo lo que amamos está en el sepulcro; despreciado, odiado y abandonado por completo. No obstante, tenemos la certeza de que la victoria será nuestra. Ella nos escogió para ser sus contra-revolucionarios, para repetir e imitar su fidelidad en nuestros tristes tiempos.
Esta es la oración que podríamos recitarle los sábados: Oh Corazón Sapiencial el Inmaculado de María, haz mi corazón semejante al tuyo. Cuando todo lo que me rodea afirma lo contrario, cuando el mundo parece derrumbarse, las estrellas caen del cielo y las columnas de la tierra se desploman, incluso en esta calamidad, dadme la serenidad, la paciencia, el celo apostólico y el coraje de decir: Al fin tu Inmaculado Corazón triunfará.

Nota:La transcripción de esta conferencia del Profesor Plinio Corrêa de Oliveira a los socios y cooperadores de la TFP, mantiene un estilo verbal, y no fué revisada por el autor.

Primer Sábado del Mes

Devoción al Rosario

 y al Inmaculado Corazón de María


En la segunda aparición en Fátima la Santísima Virgen insistió sobre el Rosario diario y recomendó a los tres niños que aprendieran a leer. En esta ocasión, Nuestra Señora prometió que, en breve, llevaría al cielo a Francisco y Jacinta, y anunció que Lucía viviría más tiempo para cumplir en la tierra una misión providencial: “Jesús quiere servirse de tí para hacerme conocer y amar. El quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”. Al percibir que Lucía estaba aprensiva, Nuestra Señora la confortó diciéndole: “Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios”.
En esa aparición, María Santísima mostró a los pastorcitos un corazón cercado de espinas que se le clavaban por todas partes, ultrajado por los pecados de los hombres y que pedía reparación. En una revelación posterior a la Hermana Lucía, en 1925, la Virgen María prometió asistir en la hora de la muerte, 
con todas las gracias necesarias para la salvación, a quienes durante cinco meses, en el primer sábado, recibieran la Sagrada Comunión, rezaran el Rosario y la acompañaran quince minutos meditando sus misterios con el fin de desagraviarla.

Promesas de Nuestra Señora de Fátima

En la aparición de Junio de 1917, Nuestra Señora prometió a los tres pastorcitos que llevaría al Cielo a aquellos que abrazaran la devoción al Inmaculado Corazón de María. Al respecto, el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, gran apóstol de la devoción mariana, comentó en una conferencia dictada en 1994: "La Santísima Virgen pide muy poco: Si lo hicieran os daré. Si no lo hicieran, no quiere decir que no os amaré, pero... si fuereis sedientos de aprovechar esta promesa de mi Inmaculado Corazón tanto más yo os amaré. ¡Venid!"
Sin embargo, cuántas personas adoptan una actitud indolente delante de promesas de éstas: las promesas del Sagrado Corazón de Jesús respecto a los nueve primeros Viernes; la promesa del Escapulario del Carmen, de ser sacado del fuego del Purgatorio en el primer Sábado, ¡qué promesas magníficas!".

S A N T O R A L



SAN  VICENTE  FERRER,  CONFESOR

El apóstol del juicio final
También hoy es España la que ofrece a la Iglesia uno de sus hijos para ser propuesto a la admiración del pueblo cristiano. Vicente Ferrer, el Ángel del juicio, anuncia la próxima llegada del Juez soberano de vivos y muertos. Cuando, en sus días, atravesó Europa entera en sus correrías evangélicas, los pueblos conmovidos por su elocuencia, se golpeaban el pecho, imploraban la misericordia del Señor y se convertían. Hoy el pensamiento del juicio que Jesucristo vendrá a ejercer sobre las nubes del cielo, no conmueve hasta este grado a los cristianos. Se cree en el juicio final porque es un artículo de fe, pero la espera de este día no nos infunde mucho miedo. Durante largos años continuamos nuestra vida de pecado, y, quizás alguno se convierte un día por una gracia especial de la bondad divina, pero la mayor parte de los bautizados llevan una 
existencia muelle sin pensar apenas en el infierno y en la reprobación y menos aún en el juicio por el cual Dios debe poner fin a este mundo.

Verdadera y falsa seguridad

No era así en los primeros siglos cristianos, como tampoco lo es en las almas verdaderamente convertidas. En ellas el amor supera al temor, pero de tal manera, que la espera del juicio de Dios está viva en el fondo de su pensamiento, y esta disposición las hace firmes en el bien que han recobrado. De seguro que estos cristianos, que todavía tienen tanto que expiar, se preocupan muy poco de cuál será su estado el día en que brille en los cielos la señal del Hijo del Hombre cuando Jesús, no ya como Redentor, sino como Juez separe las ovejas de los cabritos. Para ellos la Cuaresma es cada año la ocasión en que dan muestras de su negligencia e indiferencia. Al ver su tranquilidad se diría que tienen el convencimiento de que aquel momento terrible no reserva para ellos ni una inquietud ni una decepción.

Prudente preparación

Seamos más prudentes, precavémonos contra las ilusiones del orgullo y del descuido; aseguremos con una penitencia sincera el derecho de mirar con confianza esta hora terrible, que hace temblar hasta los santos. ¡Qué alegría entonces oír esta palabra que sale de la boca de nuestro Juez: "Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que os ha sido preparado desde el origen del mundo".
Vicente de Ferrer abandona el reposo de la celda para recorrer naciones enteras que dormían en el olvido del gran día de las justicias. Nosotros no hemos oído su voz, es cierto, pero acaso ¿no tenemos el Santo Evangelio? ¿No tenemos la Iglesia que, desde el comienzo de Cuaresma, nos ha hecho leer los oráculos que Vicente Ferrer pronunció ante los cristianos de su tiempo? Preparémonos, pues, a comparecer ante Aquel que vendrá a pedirnos cuenta de las gracias que nos ha prodigado. Si aprovechamos todos los recursos que la Santa Cuaresma nos ofrece podremos prepararnos un juicio favorable.

V i d a

Vicente nació en Valencia y a los 18 años entró en la Orden de los Hermanos Predicadores. Por su predicación y su celo convirtió a muchos herejes y musulmanes, consolidó la fe en muchas provincias y trabajó con éxito para poner fin al gran cisma de Occidente. Además de una austeridad extraordinaria dio ejemplo de todas las virtudes y obró numerosos milagros. Consumido por los trabajos y la vejez murió en Vannes en 1419, y fué canonizado por el Papa Calisto III.

El temor del juicio final 

Tabla del Santo por Francesco del Cossa (s.XV). National Gallery of London, Gran Bretaña. Tu voz Vicente fué verdaderamente elocuente cuando logró despertar a los hombres de su apatía y comenzaron a experimentar el saludable temor del juicio final. Nuestros padres oyeron esta voz; se convirtieron a Dios y Dios les perdonó. También nosotros estábamos dormidos cuando la Iglesia, al abrir la Cuaresma turbó nuestro sueño marcando con la ceniza nuestras frentes pecadoras y nos recordó la irrevocable sentencia de muerte que Dios pronunció sobre nosotros. A continuación de esta, el juicio particular decidirá nuestra suerte para toda la eternidad. Después, en el momento señalado en los decretos divinos, resucitaremos para asistir al más solemne de los juicios. Ante la totalidad del género humano, nuestras conciencias serán descubiertas y nuestras buenas y malas acciones manifestadas en público para tener lugar inmediatamente la nueva promulgación de la sentencia que hayamos merecido: Pecadores, ¿cómo soportaremos entonces la mirada del Redentor, Juez incorruptible? ¿Cómo podremos sufrir la vista de nuestros semejantes, cuyos ojos penetrarán en todas las indignidades de nuestra vida? Y sobre todo, ¿cuál de las dos sentencias que los hombres oirán pronunciar sobre ellos habremos merecido? Si el que entonces ha de ser nuestro juez la pronunciase ahora mismo, ¿nos colocaría entre los benditos de su Padre, a la derecha, o entre los malditos, a la izquierda?

P l e g a r i a

Nuestros padres, oh Vicente, se sobrecogían de temor cuando oían dirigírseles estas preguntas. Hicieron sincera penitencia de sus pecados y después de haber recibido el perdón del Señor desaparecieron sus inquietudes para dar lugar a la confianza. ¡Ángel del juicio de Dios!, ruega a fin de que este saludable temor se apodere también de nosotros. Dentro de pocos días nuestros ojos verán al Redentor subir al Calvario encorvado bajo el peso de la Cruz y le oiremos decir a las hijas de Jerusalén:
"No lloréis sobre mí sino sobre vuestros hijos, porque si a la leña verde se la da este trato ¿qué se hará con la seca?" Ayúdanos a aprovecharnos de esta advertencia. Nuestros pecados nos han reducido a la condición de este leño muerto que sólo es ya apto para el fuego de las venganzas divinas; por tu intercesión une de nuevo al tronco estas ramas desgarradas para que vuelvan a la vida y la savia circule una vez más por ellas. Amigo de las almas, ponemos en tus manos la obra de nuestra reconciliación con Dios. Ruega también por España que te dio la vida y la fe, la profesión religiosa y el sacerdocio; mas acuérdate también de Francia, tu segunda patria, evangelizada con tantas fatigas, pero también con tanto éxito, y de Bretaña, que guarda religiosamente tus restos sagrados. Fuiste nuestro apóstol en tiempos de desgracia, pero los días que atravesamos son más tempestuosos todavía; dignaos desde lo alto del cielo mostrarte siempre nuestro fiel protector.
fuente: Año Litùrgico de Dom Próspero Gueranguer

viernes, 4 de abril de 2025

Primer Viernes de mes: devoción al Sagrado Corazón de Jesús


El rol contrarrevolucionario de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

Plinio Corrêa de Oliveira

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús está en la raíz de todos los movimientos contrarrevolucionarios, grandes o pequeños, conocidos o desconocidos, que han surgido desde la época en que Santa Margarita María recibió esta revelación en el siglo XVII. Ella recibió la misión, en nombre del Sagrado Corazón de Jesús, de pedirle al rey Luis XIV de Francia que consagrase la nación al Sagrado Corazón y pusiese el Corazón de Jesús en el escudo de armas de Francia.
Santa Margarita, a pedido de nuestro Señor, le prometió al rey de Francia de que si combatía a los enemigos de la Iglesia, el Corazón de Jesús lo apoyaría y llevaría su reinado a una gran gloria. El Sagrado Corazón de Jesús esperaba que Luis XIV cambiase el curso de su política y se colocase a la cabeza de la Contra-Revolución. De haberlo hecho, él tendría un reino de gloria y Francia alcanzaría su verdadero apogeo católico.
Está claro que en caso de que él hubiese tomado este curso, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se habría extendido por todo el mundo. Habría habido una buena acogida en Francia a la predicación de San Luis María Grignon de Montfort que también vivió en esa época. Por lo tanto, su predicación se habría extendido por todo el mundo y, con ello, la Revolución Francesa se ​​podría haber evitado.
Por medio de este pedido al rey, la Revolución —en la forma que tenía en la época de Santa Margarita María— habría sido detenida, y esa forma de maldad que ésta tomó más tarde —la Revolución Francesa— se habrían evitado.
Por lo tanto, esta devoción, desde su primer movimiento, desde su primera indicación por parte del Sagrado Corazón, tiene un significado claramente contrarrevolucionario.

Objeciones a esta devoción

En un cuidadoso estudio de esta devoción, el profesor Fernando Furquim llama la atención sobre el hecho de que los distintos movimientos contrarrevolucionarios que se alzaron en los siglos XVIII y XIX estaban vinculados al Sagrado Corazón de Jesús. Por ejemplo, los contrarrevolucionarios franceses de la Vendée, los Chouans, llevaban una insignia del Sagrado Corazón. Esta devoción siempre ha sido adoptada por los contrarrevolucionarios, inspirándolos y alentándolos, a la vez que ha sido odiada por los malos.

Es perfectamente correcta la devoción 
a un órgano específico de Cristo

¿Qué han dicho estos enemigos contra la devoción al Sagrado Corazón de Jesús? Primero, ellos presentan este argumento supuestamente decisivo: “¿Por qué adorar al Corazón de Jesús ¿Por qué no hacer una hermosa devoción a las manos o a los ojos de Jesús? Al adorar su corazón, podríamos blasfemar por descomponer a Jesús y hacer una devoción a cada parte de su cuerpo Por tanto, podríamos tener una devoción a sus oídos que oyeron todas las súplicas del hombre, a su boca que habló, a sus manos que bendijeron (sin mencionar que también azotaron a los mercaderes del Templo). Por lo tanto, no vale la pena esta devoción al Corazón de Jesús”.
También, ellos van a decir: “Esta es una devoción sentimental. El corazón es el símbolo de la emoción por lo sentimental. De manera que esta es una devoción sentimental carente de contenido teológico y no se debe permitir”.

Una devoción promovida por la Iglesia

En efecto, en muchos de los documentos papales solemnes, sustanciales y magníficos, la Santa Sede recomendó esta devoción, por ejemplo, la encíclica Inscrutabile Divinae Sapientiae del Papa Pío VI en 1775. La Santa Sede concedió muchas indulgencias a los que recibieran la comunión los primeros viernes en reparación por las ofensas hechas contra el Sagrado Corazón. También se otorgaron indulgencias en las cofradías y archicofradías que se establecieron en apoyo a la devoción del Sagrado Corazón.
Además, se aprobó y alentó la construcción de iglesias, altares e imágenes en honor del Sagrado Corazón. La Iglesia, por tanto, ha aprobado esta devoción abundantemente y, por lo tanto, tiene todas las razones para merecer nuestra confianza.
En cuanto al argumento de que no se puede tener una devoción a cada parte del cuerpo sagrado de Nuestro Señor, éste no tiene ningún mérito. De hecho, en nuestras devociones privadas, podemos adorar a Nuestro Señor en sus manos sagradas; podemos y debemos adorarlo a Él en sus infinitamente expresivos, elocuentes, regios, instructivos y salvíficos ojos. No hay más que recordar que fue con una mirada de Nuestro Señor, que movió a San Pedro a arrepentirse de su triple negación para darnos cuenta que adorar a Nuestro Señor en sus divinos ojos es sin duda algo que uno puede hacer.
Nuestra Señora adoró el 
cuerpo de su amado Hijo
Pero la Iglesia, que tiene un gran sentido del ridículo y entiende que el ridículo puede estar a un paso de lo sublime, entiende que las mentes vulgares están siempre dispuestas a emplear el sarcasmo para degradar devociones como estas a una parte del cuerpo, las que realmente pueden impresionar a las sensibilidades humanas. Pero estas devociones no están en contra de la razón, y pueden ser hechas apropiadamente.
Por ejemplo, entre las piedras de la Vía Sacra tenemos la que lleva la marca de sus pies divinos. Es honesto y legítimo a adorar los divinos pies que pisaron la tierra para enseñar y que fueron cubiertos con el polvo de la carretera con el fin de instruir, salvar y combatir el mal. Es correcto adorar estos pies que condujeron al Salvador mientras llevaba la cruz, esos pies manchados de sangre para nuestra redención, esos pies que llevan las marcas de los clavos de la Pasión.


Una hermosa manera de adorar a Nuestro Señor Jesucristo es unirnos a los pensamientos y meditaciones de Nuestra Señora, cuando Nuestro Señor fue bajado de la cruz, cuando ella sostuvo en su regazo su Sagrado Cuerpo y sangre derramada. Ella contempló cada parte de ese cuerpo macerado con infinito amor, veneración, respeto y afecto. Ella consideró los miembros y los adoró en su significado y función. Ella midió la ofensa contra su divinidad en esas partes flageladas. Con esto, en definitiva, ella practicó esta devoción, adorando las diferentes partes del cuerpo de su Divino Hijo.

Por lo tanto, es sólo una cuestión de conveniencia, un sentido de la apariencia y proporción, por así decirlo, que la Iglesia promueve la adoración de las muchas de las partes del cuerpo de Nuestro Señor.

¿Qué es la devoción al Sagrado Corazón de Jesús?

¿Qué es exactamente la devoción al Sagrado Corazón? Es la devoción al órgano de Nuestro Señor, que es el corazón. Pero en las Escrituras, el corazón no tiene el significado sentimental que tomó hacia finales del siglo 18, y desde luego en el siglo 19. El corazón no expresa sentimiento.
Cuando la Escritura dice: “Con todo mi corazón te he buscado”, (Salmo 119, 10) el corazón aquí es la voluntad humana, el propósito humano, propiamente dicho, la santidad humana. Por lo tanto, cuando el profeta dice esto, él que quiere decir, “Con toda mi voluntad te he buscado”. El Evangelio dice también: “La Virgen guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lucas 2, 19). Podemos ver aquí que no se habla de un corazón sentimental, sino de su voluntad, su alma, que guardaba estas cosas y pensaba en ellas.
El corazón es la voluntad y la razón de la persona, ese elemento dinámico que estudia y reflexiona sobre las cosas. En Nuestro Señor, su Sagrado Corazón es su voluntad. La voluntad está simbolizada por el corazón, porque todos los movimientos de la voluntad pueden tener repercusiones en el corazón. Es en este sentido, pues, que el Sagrado Corazón de Jesús es adorado.

El marqués Gral. de la Rochejaquelein usaba
 en su pecho la insignia del Sagrado Corazón,
símbolo de la resistencia católica de la Vendée

Por correlación, está la devoción inmensamente significativa del Inmaculado Corazón de María. El Inmaculado Corazón de María es un santuario en cuyo interior se encuentra el Sagrado Corazón de Jesús.
Nuestro Señor prometió una efusión de gracia para esta devoción. El Sagrado Corazón hizo promesas especiales a quienes hacen los nueve primeros viernes. La más notable de ellas, tal vez, es de que los que hacen los Nueve Primeros Viernes no morirán sin la gracia de la penitencia final. Esto no quiere decir que sin duda irá al cielo. Es decir que tendréis una gran gracia antes de morir, tan grande que se puede tener toda esperanza para vuestra salvación.
Ustedes entienden cuán diligentemente la Iglesia se ha esforzado en el pasado para que esta devoción fuese conocida, apreciada y comprendida por nuestra razón sin sentimentalismo. Una devoción varonil busca la razón de una cosa y luego ama esa cosa por su razón de ser. Es, de esta manera, que el hombre fuerte y la mujer fuerte del Evangelio juzga las cosas piadosas.
Por lo tanto, debemos reflexionar sobre esta devoción y volcar nuestras almas, nuestras voluntades, al Corazón de Jesús como la fuente de esas gracias que la Divina Providencia planeaba dar a los hombres en la época de la Revolución. Es un medio de la gracia destinado a los tiempos difíciles por venir, esos mismos tiempos en los que vivimos hoy en día.
Debemos pedir al Corazón de Jesús, a través de la sangre y el agua que fluyeron de él, que limpie y restaure el de nosotros. Esta es mi sugerencia cuando mediten y recen los viernes, y sobre todo en el primer viernes de cada mes, y el viernes de la Semana de la Pasión.
Termino recordándoles del soldado que atravesó el Corazón de Jesús con una lanza. Al hacer este acto de violencia contra el Sagrado Corazón de Jesús, agua y sangre brotó desde el costado de Nuestro Señor y le cayó en sus ojos. Entonces, los ojos del soldado, que se estaba volviendo ciego, se curaron inmediatamente y recobró la vista. Para nosotros, esto es lo más elocuente y significativo.
Esto significa que aquellos que tienen la devoción al Sagrado Corazón de Jesús pueden pedir gracias similares, no necesariamente el milagro físico, sino más bien una gracia para nuestras almas. Si queremos tener el sentido católico, un conocimiento contrarrevolucionario de las cosas, si queremos percibir cómo la Revolución y la Contra-Revolución están trabajando alrededor de nosotros y dentro de nosotros, si queremos conocer nuestros defectos, para comprender el alma de los otros para hacerles el bien, para tener perspicacia en nuestros estudios, para tener un buen equilibrio psicológico y curarse de problemas nerviosos de todo tipo, entonces podemos y debemos recurrir al Sagrado Corazón de Jesús.
Deberíamos pedir una gracia que brota de su Sagrado Corazón —como la sangre y el agua que curó al soldado— que erradicará la ceguera total o parcial de nuestras almas. Oremos, pues, al Sagrado Corazón de Jesús a través del Corazón Inmaculado de María, porque ésta es la única manera de obtener las gracias para curarnos de nuestras múltiples cegueras. Al hacer esto, vamos a hacer una espléndida solicitud y estar en el camino hacia la obtención de una magnífica gracia.

SANTORAL

SAN FRANCISCO MARTO

Pastorcito, vidente de Nuestra Señora de Fátima 

En la primavera de 1916 la vida de tres alegres y despreocupados pastorcitos, Lucía dos Santos y sus primos Francisco y Jacinta Marto, de apenas nueve, ocho y seis años de edad iría a sufrir un cambio brusco: “Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia”, les dijo el Ángel de la Paz.
“Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios... De todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores. (…) Sobre todo, aceptad y soportad con resignación el sufrimiento que Nuestro Señor os envíe”.
Así, aproximadamente un año después de las apariciones del Ángel, los niños ya estaban preparados para recibir la visita de la Reina del Cielo.
Y la Virgen vino, no con agrados ni con dulzuras, sino con seriedad, repitiendo desde el primer encuentro la invitación a la oración y al sufrimiento hecho por el Ángel: “Vais pues a tener mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestro consuelo”.


FRANCISCO MARTO nació el 11 de junio de 1908, hijo de Manuel y Olimpia de Jesús Marto, hermano mayor de Jacinta y el primer primo de Lucía dos Santos. Tenía 9 años de edad cuando tuvieron lugar las apariciones. Durante las apariciones del Ángel y de la Santísima Virgen, lo presenció todo pero, a diferencia de sus otras dos videntes, no le fue permitido escuchar las palabras que fueron pronunciadas.
Cuando, en el transcurso de la primera aparición, Lucía preguntó si Francisco iría al Cielo, Nuestra Señora replicó: “Sí, va a ir al Cielo, pero tendrá que recitar muchas veces el Rosario.” Sabiendo que pronto sería llamado al paraíso, Francisco mostraba poco interés en asistir a clases. Con frecuencia, Francisco les decía a Lucía y a Jacinta al momento de aproximarse a la escuela: “Sigan ustedes. Yo voy a ir a la iglesia a hacerle compañía al Jesús escondido” (referíase al Santísimo Sacramento).Varios testigos contemporáneos afirman haber recibido regalos de gracia después de haberle pedido a Francisco que rezara por ellos.

"La Virgen María y Dios Mismo están infinitamente tristes. ¡De nosotros depende consolarlos!"

Al darle la gracia de
arrepentirse, la Santísima
Virgen le dió también
la gracia de enmendarse.
Vida breve, toda de
holocausto; una vida
santa y una muerte
en olor de santidad
Plinio Corrêa de Oliveira

En octubre de 1918 Francisco cayó gravemente enfermo. A aquéllos de sus familiares que le aseguraron que sobreviviría su enfermedad, él les respondió con firmeza: “Es inútil. ¡Nuestra Señora me quiere a Su lado en el Cielo!” En el transcurso de su enfermedad, Francisco continuó ofreciendo sacrificios constantes para consolar a Jesús ofendido por tantos pecados. “Me queda solamente poco tiempo antes de ir al Cielo”, le dijo un día a Lucía. “Allá arriba, voy a consolar enormemente a Nuestro Señor y a Nuestra Señora; Jacinta va a rezar mucho por los pecadores, por el Santo Padre y por ti. Tú permanecerás aquí porque así lo desea Nuestra Señora. Escucha, haz todo lo que Ella te pida."
Al empeorar su enfermedad y debilitarse su antes robusta salud, Francisco no tuvo ya energía suficiente para rezar el Rosario. “Mamá, ya no puedo decir el Rosario”, dijo un día en voz alta, “es como si mi cabeza estuviera entre las nubes ...” Incluso a pesar de que su fuerza física disminuía, su mente permaneció fija en lo Eterno. Llamando a su padre, le rogó que quería recibir a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento (Francisco aún no había hecho su Primera Comunión en ese entonces). Preparándose él mismo para la confesión, instó a Lucía y a Jacinta a que le contaran los pecados que había cometido. Al escuchar ciertas travesuras menores que él había hecho, Francisco comenzó a llorar y dijo: "He confesado estos pecados, pero los confesaré de nuevo. Quizá sea por estos pecados que Jesús está tan triste. Pidan ustedes dos también que Jesús perdone todos mis pecados." A continuación siguió su primera (y última) Santa Comunión, la cual se llevó a cabo en la pequeña habitación en la que yacía moribundo. Ya sin fuerza para rezar, Francisco le pidió a Lucía y a Jacinta que recitaran el Rosario en voz alta para que así él lo pudiera seguir con su corazón. Dos días después, ya cerca del final, Francisco exclamó: “Mira mamá, mira, esa luz tan hermosa, allá cerca de la puerta”. Cerca de las 10 de la noche, el 4 de abril de 1919, después de haber pedido que le fueran perdonadas todas sus ofensas, Francisco murió en calma, sin ninguna señal de sufrimiento, sin agonía, con su cara brillando como una luz angelical. Al describir en sus Memorias la muerte de su joven primo, la Hermana Lucía escribió: “Voló al Cielo en los brazos de Nuestra Madre Celestial." 

Francisco: consolador de Dios


Aunque inocente y desapegado, Francisco debió tener algunas flaquezas o pequeñas faltas de generosidad de las que necesitaba corregirse. Si ellas no le impidieron ver al Ángel y a la Santísima Virgen, sin embargo, no escuchaba nada de lo que decían.

Con todo, cuando Nuestra Señora afirmó que necesitaba “rezar muchos rosarios” para llevárselo al Cielo, él exclamó: “¡Oh Señora mía, rezaré cuantos rosarios quisierais!”

Es curioso que después de la visión del infierno, según Lucía, fue Francisco el que quedó menos impresionado con aquel horror. Pues lo que más lo atrajo y absorbió de aquella visión fue Dios, la Santísima Trinidad “aquella luz inmensa que nos penetraba en lo más íntimo del alma”.

Lucía comenta que, “mientras Jacinta parecía preocupada con el único pensamiento de convertir pecadores y de librar almas del infierno, él [Francisco] parecía pensar únicamente en consolar a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, que le habían parecido tan tristes”. Cuando la prima le preguntó qué gustaba más, si consolar a Nuestro Señor o convertir pecadores, él no titubeó: “Me gusta más consolar a Nuestro Señor. ¿No reparaste cómo Nuestra Señora, el último mes, se puso tan triste cuando dijo que no ofendiesen más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido? Yo quisiera consolar a Nuestro Señor y después convertir a los pecadores, para que no lo ofendan más”.

Siguiendo ese llamado a la contemplación, se tornó común que se apartarse de las dos niñas para rezar solo. Cuando le preguntaban qué estaba haciendo, les mostraba el rosario. Si insistían para que fuese a jugar con ellas, alegaba: “¿No recordáis que Nuestra Señora dijo que debo rezar muchos rosarios?”
Era costumbre que Francisco se alejase
 de las niñas para rezar solo y consolar
 a Jesucristo, a quien veía triste debido
 a las ofensas de los hombres

Y si preguntaban por qué no rezaba con ellas, respondía: — “Más me gusta rezar solo, para pensar y consolar a Nuestro Señor, que está tan triste por causa de tantos pecados… ”.
Cuando las niñas lo descubrían absorto detrás de alguna tapia y le preguntaban qué estaba haciendo, respondía: — Estoy pensando en Dios, que está tan triste a causa de tantos pecados… ¡Si yo fuese capaz de darle alegría!…
¡Consolar a Dios, darle alegría! ¡Qué altísima meta! ¡Qué programa de vida!

Pequeños, pero con gran espíritu de sacrificio


Para mortificarse, los tres pastorcitos inventaban mil cosas: dar su refrigerio a los pobres y comer raíces o bellotas, escogiendo las más amargas; abstenerse de beber, a veces todo el día, cuando tenían mucha sed; frotarse el cuerpo con ortigas para mortificarlo; rezar horas seguidas, prosternados, las oraciones que el Ángel les enseñara... eran algunas de ellas.

El día 23 de diciembre de 1918 los dos hermanitos enfermaron, víctimas de una epidemia de bronco-neumonía que atormentaba a Europa. Incluso durante la enfermedad, continuaron rezando y sacrificándose por los pecadores.

Sobre Francisco, escribe Lucía: “Sufría con una paciencia heroica, sin dejar escapar nunca un gemido ni la más leve queja. Tomaba todo lo que le daba su madre, y no llegué a saber si alguna cosa le repugnaba.

“Le pregunté un día poco antes de morir: — ¿Francisco, sufres mucho?

— Sí, sufro. Pero todo lo sufro por amor a Nuestro Señor y a Nuestra Señora.

“Un día me dio la cuerda (que usaba en la cintura por penitencia) y me dijo:
— Tómala y llévatela, antes que mi madre la vea. Ahora ya no soy capaz de llevarla puesta.
“Esta cuerda tenía tres nudos y estaba manchada de sangre”
El día 4 -primer viernes- de abril de 1919, sin un gemido ni contracción del rostro, con una sonrisa angelical en los labios, Francisco fue al encuentro a la Santísima Virgen, que lo esperaba con los brazos abiertos.