jueves, 4 de diciembre de 2025

S A N T O R A L

SANTA BARBARA, VIRGEN Y MÁRTIR

En el tiempo que Maximino imperaba en Oriente, hubo en la ciudad de Nicomedia un caballero noble, rico y poderoso, llamado Dioscoro, pero hombre feroz y cruel,
y muy dado al culto y adoración de sus falsos dioses. Tenía este caballero una sola hija llamada Bárbara, de extremada belleza y de muy contrarias costumbres á su padre: el cual, temiendo que algunos, que no le estuviesen bien, procurarían casarse con ella, por su grande hermosura y muchas riquezas, la encerró en una torre, donde había mucha comodidad de aposentos y regalos, para que, apartada de los ojos de los hombres, no fuese codiciada de ninguno. Holgóse mucho la doncella de este encerramiento por su rara honestidad, y porque era amiga de soledad y quietud, y allí estaba desviada de todo bullicio y tráfago, y se podía ocupar en la contemplación del cielo y de la tierra y de todo lo criado. Fue tanto lo que Dios obró en la santa virgen en aquella torre, que se determinó á guardar perpetuamente su pureza virginal, y tomarle á Él por esposo, dando de mano á todos los gustos y deleites de la carne. Andando el tiempo, quísola su padre casar, porque se le ofrecieron maridos ricos, nobles y principales, que la pedían por mujer; mas ella no lo quiso ser de ninguno, y respondió á su padre, que no era razón que se casase con hombre mortal, la que tenía ya inmortal esposo, y por los gustos del matrimonio perder los entretenimientos y dulzuras de su espíritu. Determinó su padre hacer ausencia de su casa, esperando que su hija poco á poco se ablandarla y condescendería á su voluntad. Mandó hacer un baño para su hija, y en él dos ventanas que le diesen luz; y partiere de su patria y estuvo muchos días fuera de ella. La santa doncella bajando un día á ver la obra del baño, mandó que se hiciesen en él tres ventanas en reverencia de la Santísima Trinidad, y no dos, como lo había ordenado su padre; y derramando lágrimas de sus ojos, que como perlas preciosas caían en la fuente, se llegó á un pilar de mármol que allí estaba: hizo con el dedo la señal de la cruz en él; y quedó tan señalada, é impresa en el mármol, como si fuera de cera; y después permaneció con grande admiración de los que la vieron, y todos los que entraban en aquel baño, estando enfermos, sanaban de sus dolencias.
 Hecho esto, viendo la sagrada virgen los ídolos que allí tenía su padre, dando suspiros y lastimosos gemidos de lo más íntimo de su corazón, los escupió, y dijo: Semejantes sean á vosotros los que os adoran y tienen por dioses, y confían en vuestros favores y ayudas. Volvió de su jornada Dioscoro: halló tres ventanas, donde él había mandado que se hiciesen dos, y la señal de la cruz esculpida en aquel pilar de mármol: quiso saber de su misma hija la causa de aquella misma novedad; y ella sin turbarse punto, con gran libertad le declaró lo que pasaba; y de aquí tomó ocasión para predicar la fé de Cristo y el misterio de la Santísima Trinidad, y el de nuestra redención que el hijo de Dios obró, muriendo por nosotros en la cruz.
No se puede creer el furor, que oyendo esto cobró Dioscoro entendiendo que su hija Bárbara era cristiana, y que por esto no se había querido casar: y parte por el celo falso, que él tenía á sus dioses, y parte por temor de no perder sus grandes riquezas si viniese á oídos del emperador, soltó la rienda á su mala condición colérica, y cruel naturaleza; y olvidándose de que era padre y vistiéndose de persona de tirano, puso mano á una espada, para echársela por el cuerpo á su hija.  Mas la santa doncella se apartó de allí y se huyó de su presencia; porque Dios la guardaba para mayores victorias, y más glorioso triunfo. Pero yendo tras ella el padre ó (por mejor decir) el cruel verdugo, y andando ya en su alcance, una peña se abrió súbitamente por virtud de aquel Señor, á quien todas las criaturas obedecen, y por ella pasó y se guareció la santa virgen: aunque visto este milagro, no se ablandó su padre, porque era mas duro que la misma piedra; antes sabiendo que iba huyendo, por indicio de uno de dos pastores que la vieron, la siguió, y la alcanzó y como un león bravo la dio muchas coces y puñadas y golpes, y la arrastró por los cabellos por lugares fragosos y ásperos, y la encerró en una casilla, poniéndola guardas, y cerrando y sellando la puerta: y para mas vengarse de ella y mostrar el celo que tenía de la honra de sus dioses, dio orden, como fuese presa y llevada delante de Marciano, presidente, avisándole él mismo, que era cristiana, y pidiendo que se ejecutasen en ella las leyes puestas por los emperadores contra los cristianos. Fué tan extraña y bárbara su fiereza, que hizo jurar al presidente, que no perdonaría á su hija, sino que la trataría con todo rigor, hasta hacerla morir á puros tormentos. ¿Adonde no llega la maldad de un hombre desamparado de Dios; pues el padre se olvidó de serlo, y se desnudó del afecto tierno que suelen tener aun las fieras para con sus hijos? Traída la santa vírgen al tribunal de Marciano, comenzó él á halagarla y á acariciarla, y á persuadirla con blandas palabras, que dejase aquella vana superstición y locura; mas como hallase el pecho de santa Bárbara más fuerte é impenetrable que una roca, y que armada con el espíritu del cielo, resistía á todos los asaltos del infierno, trocando la suavidad fingida en severidad y crueldad verdadera, la mandó desnudar y azotar cruelmente con azotes de nervios de bueyes, y fregar con un áspero cilicio las llagas y heridas de su cuerpo, que quedó tan abierto y lastimado, que por todas partes corrían de él arroyos de sangre. Después de este tormento la echaron en la cárcel donde le apareció a media noche su dulce esposo Jesucristo, resplandeciente con inmensa claridad, y la animó, y certificó que estaría siempre á su lado, y que la tendría debajo de sus alas y amparo, de manera, que no pudiesen prevalecer contra ella todas las invenciones y crueldades de los tiranos. 
Con estas palabras que le dijo el Señor, quedó tan sana de todas sus llagas y heridas, como si nunca las hubiera tenido en su cuerpo, y muy alegre y confortada para todos los tormentos que la quisiesen dar. Otro día fué llevada á la segunda audiencia delante del presidente: el cual, como la vio tan sana y tan entera, habiendo visto el día antes su cuerpo hecho una llaga, quedó pasmado, y como fuera de sí; y atribuyendo el milagro del verdadero Dios á la piedad de sus falsos dioses, tentó otra vez (aunque en vano) á la santa virgen, persuadiéndola que reconociese aquella benignidad que los dioses habían usado con ella, y que como á tales los reverenciase y adorase. Mas como ella respondiese con la constancia y valor que á esposa escogida de Cristo convenía; enojado el presidente, mandó á dos verdugos, hombres valientes y de grandes fuerzas, que con peines de hierro rasgasen los costados de la santa doncella, y después de rotos y carpidos, poner hachas encendidas, y con un martillo dar muchos golpes en su santa cabeza. Estaba la bienaventurada virgen en medio de estos tormentos con el corazón y con los ojos puestos en el cielo, y hablando amorosamente con su esposo, le decía: O buen Jesús, bien ves el secreto de mi corazón, y sabes que en ti tengo mi esperanza: no me dejes, Señor, de tu mano piadosa; porque sin tí soy muy flaca, y contigo todo lo puedo. 
Pasó la crueldad del tirano mas adelante, y mandó cortar los pechos con agudos cuchillos á la santa virgen, la cual padecía gravísimo dolor en aquel tormento, mas con el amor grande que tenia al Señor, y el deseo de padecer por Ël, todos los dolores se mitigaban y se hacían sabrosos: y para llevarlos con mayor fortaleza y alegría, invocaba el favor del Señor, y con el real profeta decía: «No desvíes, Dios mío, de mí tu rostro, y tu espíritu divino no te apartes de mí». Mandó el tirano, para avergonzar á la santa virgen, y atemorizar á las otras doncellas cristianas con su ejemplo, que la sacasen por las calles públicas desnuda, y que la fuesen dando crueles azotes: y ella, al tiempo que se ponía en ejecución este cruel mandato, levantó los ojos al cielo, y dijo: Rey y Señor mío, que con tus nubes cubres los cielos y la tierra con la oscuridad de la noche, ten por bien de cubrir la desnudez de mi cuerpo, para que los ojos de los infieles no lo vean y blasfemen tu santo nombre. Oyó su petición el que no sabe negar á sus siervos lo que le piden en sus trabajos, y cubrió el cuerpo de la limpia virgen con una maravillosa claridad á modo de estola ó ropa larga, desde la cabeza hasta los pies, de manera, que no pudo ser visto de los paganos.
Volvieron al presidente, y vista su constancia, la mandó degollar. Había estado presente á todo este espectáculo Dioscoro, su padre, relamiéndose como tigre en la sangre de su hija; y endurecido mas con sus tormentos, pidió al juez que le dejase á él ser verdugo de su hija, y darla por su mano la muerte. ¡O corazón de padre, dónde estás! Fuéle concedido. Lleváronla fuera de la ciudad á un monte, y allí se puso de rodillas santa Bárbara, é hizo una devota oración á Dios, dándole gracias por haberle traído á aquel punto, y suplicándole que otorgase los bienes que le pidiesen todos los que en su nombre le invocasen. Bajó una voz del cielo que la llamaba á recibir la corona, y la prometía que se cumpliría lo que ella allí había suplicado; y con esto inclinóla cabeza delante de su padre, y él levantó la espada, y se la cortó. Murió con la santa virgen otra piadosa mujer, llamada Juliana, la cual viendo la paciencia y alegría con que santa Bárbara padecía sus tormentos, y en ellos era de Dios consolada, y que con la cárcel la había sanado sus llagas, la movió de tal manera á imitarla y seguir sus pisadas, muriendo por Cristo, que dio señas de ello; y el juez la mandó prender y atormentar, y cortar los pechos, y finalmente degollar en compañía de la gloriosa virgen santa Bárbara, y con ella recibió la corona del martirio.
Mas para que se vea la justicia del Señor, y cuan diferentes son los fines de los buenos y de los malos: el desventurado Dioscoro e indigno del nombre de padre de santa Bárbara, después que con sus manos la dio la muerte, quedando muy ufano y contento por haberse vengado de su hija, y ofrecidola en sacrificio á sus falsos dioses, volviendo del monte á su casa, un rayo del cielo súbitamente le mató, y le privó de la vida temporal y de la eterna; y lo mismo aconteció al presidente Marciano. Los cuerpos de santa Bárbara y de santa Juliana recogió un varón religioso y pió, llamado Valenciano, y los colocó con cánticos y salmos honoríficamente en un lugar llamado Gelasio, donde el Señor por su intercesión obró grandes milagros.
Fué el martirio de santa Bárbara á los 4 de diciembre, en la persecución de Maximiano. El martirio de esla gloriosa virgen escribió san Juan Damasceno y Arsenio: y de ellos la sacó Pedro Galesinio, protonotario apostólico: también la escribió el Metafraste; y la una vida y la otra se hallan en el VI tomo del P: Fr. Lorenzo Surio: y todos los Martirologios hacen mención de ella, y los griegos celebran su fiesta y la llaman la esclarecida mártir Bárbara. Pero adviértase que no todos los autores concuerdan en el lugar en que padeció: porque el Metafraste y Mombricio dicen, que padeció en Heliópolis, y Adon, que en Toscana: pero lo más cierto es, que fué en Nicomedia, como se ha dicho. También algunos se engañan, pensando que el martirio de santa Bárbara fué en tiempo de Maximiano; pero no fué sino en tiempo de Maximino, que sucedió en el imperio de Alejandro Severo (como lo afirma el Martirologio romano), y algunos dicen que fué enseñada por Orígenes en las sagradas Letras. Es particular abogada santa Bárbara contra los truenos y rayos: con los cuales parece que quiso nuestro Señor castigar á su padre y al inicuo juez que la condenaron y mataron.
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Un insigne milagro refiere un sacerdote, llamado Teodorico, por cuyas manos pasó el año de 1448, en una villa de la isla de Holanda, llamada Gorco, y le trae Fr. Lorenzo Surio, de un hombre que era muy devoto de esta santísima virgen, por haber entendido, que todos los que en vida lo eran, no morirían sin los santos sacramentos. Estando, pues, este hombre que se llamaba Henrico, durmiendo, se pegó fuego de improviso en la casa, donde estaba, con tal incendio que por ninguna manera pudo escapar: y estando cercado por todas partes de las llamas, y ardiendo su cuerpo en ellas, tuvo más pena de morir sin sacramentos, que de la misma muerte tan atroz que tenía presente. Acordóse de santa Bárbara: invocóla: pidió su favor y suplicóla nó que no muriese, sino que no muriese sin recibir los sacramentos de la Iglesia. Aparecióle luego la virgen, y con el manto apagó las llamas de aquel incendio, y sacólo, y púsole en lugar seguro, y díjole, que por la devoción que había tenido con ella, Dios le había dado plazo de la vida hasta la mañana siguiente, para que se confesase, y comulgase, y recibiese la extremaunción: y así fué, estando todo el cuerpo del pobre hombre de tal manera de pies á cabeza quemado, que mas parecía su figura de un hombre asado, que de hombre vivo; y él contó á todos los que concurrían á ver este milagro, la merced que Dios le había hecho por intercesión de santa Bárbara, exhortándolos á tener con ella gran devoción, y servir al Señor, que por aquel camino le había querido salvar; y el mismo sacerdote que le confesó es el que refiere el milagro.

 FuenteLa leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

miércoles, 3 de diciembre de 2025

S A N T O R A L

SAN FRANCISCO JAVIER, CONFESOR Y APOSTOL DE LAS INDIAS

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Habiendo sido los Apóstoles los heraldos del Advenimiento de Cristo, era muy conveniente que el tiempo de Adviento nos recordara a alguno de ellos. A ello acudió la divina Providencia; porque, sin hablar de San Andrés, cuya fiesta cae con frecuencia antes del comienzo de Adviento, Santo Tomás se encuentra infaliblemente todos los años en las proximidades de Navidad. Más tarde diremos la razón por la que ha obtenido ese puesto preferente entre los demás Apóstoles; ahora insistiremos únicamente en la conveniencia que parecía exigir que el Colegio Apostólico contribuyese al menos con uno de sus miembros, a anunciar en esta parte del ciclo litúrgico, la venida del Redentor. Pero no quiso Dios que sólo los primeros Apóstoles estuvieran representados a la cabeza del Calendario litúrgico; es también grande, aunque inferior, la gloria de ese segundo Apostolado por medio del cual la Esposa de Jesucristo continúa multiplicando sus hijos en su fecunda vejez, como diría el Salmista. (Salmo XCI, 15.) Aún hay Gentiles que evangelizar; la venida del Mesías no ha sido todavía anunciada a todos los pueblos; pues bien, entre los valientes mensajeros del Verbo divino, que en estos últimos tiempos han hecho resonar su voz entre las naciones infieles, ninguno que haya brillado con tan vivo resplandor, que haya obrado tantos prodigios, que se haya mostrado tan semejante a los primeros Apóstoles, como el reciente Apóstol de las Indias, San Francisco Javier.
Ciertamente, la vida y el apostolado de este hombre maravilloso, constituyeron un gran triunfo para la Iglesia, nuestra Madre, en el tiempo en que brillaron. La herejía, amparada bajo todas las formas por la falsa ciencia, por la política, por la avaricia y por todas las pasiones perversas del corazón humano, parecía anunciar el momento de su victoria. En su atrevido lenguaje, no tenía más que profundo desprecio por la antigua Iglesia, que se apoya en las promesas de Jesucristo; denunciábala al mundo, calificándola de prostituta de Babilonia, como si los vicios de los hijos pudiesen empañar la pureza de su madre. Dios se manifestó, por fin, y el suelo de la Iglesia se vió de repente cubierto con los más admirables frutos de santidad. Multiplicáronse los héroes y las heroínas en el seno mismo de aquella esterilidad que sólo era aparente, y mientras los falsos reformadores aparecían como los hombres más viciosos, Italia y España brillaban por sí solas con un resplandor incomparable, mostrando los dechados de santidad que salieron de su seno.

Es hoy Francisco de Javier; pero más de una vez en el Año hemos de celebrar otros nobles e ilustres compañeros suyos, suscitados por la gracia de Dios: de suerte que el siglo xvi no tuvo nada que envidiar en prodigios de santidad a los siglos más favorecidos. Ciertamente, no se preocupaban gran cosa de la salvación de los infieles aquellos pretendidos reformadores que sólo soñaban con destruir el verdadero Cristianismo arruinando sus templos; era el momento en que una sociedad de apóstoles se ofrecía al soberano Pontífice para ir a plantar la fe entre los pueblos más hundidos en las sombras de la muerte. Pero, como acabamos de observar, entre todos esos apóstoles, ninguno ha realizado tan perfectamente el tipo primitivo, como este discípulo de Ignacio. Nada le faltó, ni la amplia extensión de países roturados por su celo, ni los miles de infieles bautizados por su brazo infatigable, ni los milagros de toda clase que le presentaron a los infieles como marcado con el sello de que nos habla la Sagrada Liturgia: "Estos son los que, durante su vida, plantaron la Iglesia." El Oriente contempló, en el siglo xvr, a un apóstol llegado de la Roma siempre santa, un apóstol cuyo carácter y hechos recordaban a los enviados por el mismo Jesucristo. Gloria, pues, al divino Esposo, que supo salir por la honra de su Esposa, suscitando a Francisco Javier, y dándonos con él una idea de lo que fueron, en medio del mundo pagano, aquellos hombres a quienes El encargó la predicación de su Evangelio.

San Ignacio de Loyola con  San  Francisco 
de Javier en la Universidad de París.

Vida


San Francisco nació en Navarra, en 1506. En París conoció a San Ignacio de Loyola, con quien trabó una santa amistad. Después de fundar la Compañía de Jesús, envióle Ignacio a las Indias, en 1542. Fué célebre por su espíritu de oración, su gran mortificación, por el don de milagros y las innumerables conversiones que obró con su predicación entre los infieles. Murió en la isla de Sanchón el 2 de diciembre de 1552. Su cuerpo descansa en Goa (India) y su brazo derecho se venera en la Iglesia del Jesús, de Roma. San Francisco Javier es patrón de la Propagación de la Fe.

Apóstol glorioso de Jesucristo, que iluminastes con su luz a los pueblos que yacían sentados en las sombras de la muerte, a ti nos dirigimos, nosotros, indignos cristianos, para que, por aquella caridad que te movió a sacrificarlo todo en aras de la evangelización de las naciones, te dignes disponer nuestros corazones para la visita del Salvador que nuestra fe espera y nuestro amor desea. Fuiste padre de los pueblos infieles, sé ahora protector del pueblo creyente. Antes de haber contemplado con tus ojos a Jesús, le diste a conocer a innumerables naciones; ahora que le contemplas cara a cara, haz que le podamos ver nosotros cuando aparezca, con la fe sencilla y ardorosa de los Magos de Oriente, primicias gloriosas de los pueblos que tú fuiste a iniciar en la luz admirable (I S. Pedro, II, 9).


Acuérdate también, oh gran apóstol, de las naciones que evangelizaste, en las que la palabra de vida, por un tremendo juicio divino, ha quedado estéril. Ruega por el vasto imperio de China, hacia el que se dirigían tus miradas al morir, y que no pudo oír tu palabra. Ruega por el Japón, heredad querida, pero horriblemente devastada por el jabalí de que habla el Salmista. Haz, que la sangre de los mártires allí derramada, fecundice por fin esa tierra. Bendice, también, oh Javier, a todas las Misiones emprendidas por nuestra Santa Madre Iglesia en las regiones a donde el triunfo de la Cruz no ha llegado todavía. Haz que se abran a la radiante sencillez de la fe, los corazones de los infieles; que la semilla dé el ciento por uno de fruto; que crezca de día en día el número de nuevos apóstoles, sucesores tuyos; que su celo y caridad no desfallezcan nunca, que sus sudores sean fecundos, que la corona del martirio sea no sólo la recompensa, sino el complemento y victoria final de su apostolado. Acuérdate ante el Señor, de los innumerables miembros de esa asociación por la que Jesucristo es anunciado en todo el mundo, y que se halla colocada bajo tu amparo. Ruega finalmente con cariño filial por la Santa Compañía de la que eres gloria y esperanza, para que florezca más y más bajo el viento de la tribulación que nunca le ha faltado, y se multiplique, multiplicando al mismo tiempo por su medio los hijos de Dios; ruega para que tenga siempre al servicio del pueblo cristiano numerosos Apóstoles y vigilantes Doctores, y para que no lleve en vano el nombre de Jesús.

Consideremos la precaria situación del género humano en el momento de la aparición de Cristo. La disminución de la verdad en la tierra está representada de una manera gráfica y terrible en la disminución de la luz material durante estos días. Las antiguas tradiciones se van perdiendo por doquier; el Creador universal es desconocido por la misma obra de sus manos; todo ha llegado a ser Dios, menos Dios Creador de todo. Un horroroso panteísmo invade la moral pública y privada. Caen en el olvido todos los derechos menos el del más fuerte; el placer, la avaricia, el robo suben a los altares para recibir adoración. La familia se halla destrozada por el divorcio y el infanticidio; la especie humana está degradada en masa por la esclavitud, y las mismas naciones perecen en guerras de exterminio. El género humano no puede ya sufrir más; y si la mano creadora no viene de nuevo en su ayuda, debe sucumbir infaliblemente en una sangrienta y vergonzosa descomposición.
Resultado de imagen para SAN FRANCISCO JAVIER, cuerpo incorrupto
Cuerpo incorrupto del Santo venerado en Goa

Los justos que aún quedan y que luchan contra el torrente de la universal degradación, no podrán salvarle, porque son ignorados por todos, y sus méritos no podrían, a los ojos de Dios, cubrir la horrible lepra que consume a la tierra. Toda la carne ha corrompido sus caminos con mayor maldad aún que en los días del diluvio; con todo, un segundo exterminio sólo serviría para manifestar la justicia divina; es hora de que un  misericordioso diluvio se extienda sobre la tierra, y que el creador del género humano descienda a la tierra para sanarle. Baja, pues ya, ¡oh Hijo eterno de Dios! Ven a reanimar este cadáver, a curar tantas llagas, a lavar tantas inmundicias, a poner la Gracia superabundante allí donde el pecado abunda; y así, después de haber convertido al mundo a tu santa Ley, demostrarás a todos los siglos venideros, que eres tú mismo ¡oh Verbo del Padre! quien bajaste: porque si sólo un Dios pudo crear el mundo, sólo la Omnipotencia de un Dios podía devolverle a la justicia y a la santidad, después de arrancarle a las garras de Satán y del pecado.
 Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

martes, 2 de diciembre de 2025

S A N T O R A L

SANTA BIBIANA, VIRGEN Y MARTIR

Celebra la Iglesia, en el Adviento, la memoria de cinco ilustres Vírgenes, entre otras. La primera, que celebramos hoy, es Santa Bibiana, virgen romana; la segunda, Santa Bárbara, gloria de las Iglesias de Oriente; la tercera, Santa Eulalia de Mérida, una de las principales perlas de la Iglesia española; la cuarta, Santa Lucía, corresponde a Sicilia; finalmente, la quinta, Santa Otilia, de la que se honra Francia. Estas cinco Vírgenes prudentes atizaron su lámpara, y estuvieron en vela aguardando la llegada del Esposo; y fué tan grande su constancia y fidelidad, que cuatro de ellas derramaron su sangre por el amor de Aquel a quien esperaban. Afiancémonos en la fe con ayuda de tan grandes ejemplos; y, puesto que, como dice el Apóstol, no hemos resistido todavía hasta derramar la sangre, no nos lamentemos de nuestras fatigas y trabajos en estas vigilias del Señor, después de las cuales esperamos verle: ilustrémonos hoy con los gloriosos ejemplos de la casta y valerosa Santa Bibiana.

Vida

Su nombre no figura en el martirologio jeronimiano. Sus Actas conocidas también con el nombre de Actas de San Pimenio, son legendarias. Según ellas, habría pertenecido a una familia de mártires, cuyos miembros dieron todos su vida por Cristo. Prefirió esta santa ser azotada hasta la muerte antes de perder su fe y su pureza. El Papa Simplicio (468-483) consagró en su honor una basílica sobre el Esquilino, y el Líber Pontificalis nos dice que su cuerpo descansa, allí. Santa Bibiana es patrona de Sevilla y es invocada contra los dolores de cabeza y la epilepsia.
Parábola de las Diez Vírgenes. Peter Von Cornelius
¡Oh Virgen prudente, Bibiana! pasaste sin desmayos la larga vigilia de esta vida; cuando llegó el Esposo de improviso, el aceite no faltaba en tu lámpara. Ahí estás ahora, por toda la eternidad, en la mansión de las bodas eternas, donde el Amado se recrea en medio de los lirios. Desde ese lugar de tu descanso, acuérdate de los que viven aún en espera de ese mismo Esposo de cuyos eternos abrazos gozas tú por los siglos de los siglos. Estamos aguardando el Nacimiento del Salvador del mundo, que debe poner fin al pecado y dar comienzo a la santidad; esperamos la llegada de ese Salvador a nuestras almas, para que las dé su vida y las una a sí por amor; esperamos también al Juez de vivos y muertos. ¡Virgen prudente! inclina a nuestro favor, con tus tiernas oraciones a ese Salvador, Esposo y Juez; para que su triple visita, realizada sucesivamente en nosotros, sea el principio y la consumación de esa unión divina a la que todos debemos aspirar.
Ruega también, Virgen fidelísima, por la Iglesia de la tierra que te engendró para la del cielo, y que con tanta devoción guarda tus preciosas reliquias.
Obtén para ella esa fidelidad perfecta que la hace siempre digna del que es su Esposo y tuyo, y que después de haberla enriquecido con sus mejores dones, y fortalecido con inviolables promesas, quiere que pida, y que pidamos nosotros para ella, las gracias que han de conducirla al término glorioso por el que suspira.

 Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer


Más sobre SANTA BIBIANA, VÍRGEN Y MÁRTIR

La bienaventurada y gloriosa virgen Santa Bibiana fue natural de Roma y nobilísima , hija de Flaviano, prefecto (que otros llaman Fausto ó Faviano), y de Dafrosa , los cuales fueron cristianos y mártires de Jesucristo. Desde niña se ejercitó santa Bibiana en obras loables y virtuosas.

Fué presa en tiempo del emperador Juliano, apóstata, por el prefecto, llamado Fausto, á quien se cometió su causa. Procuró él persuadir á Bibiana, que adorase á los ídolos, amenazándola con grandes tormentos si no lo hacía: pero ella supo decirle tales cosas, que despertaron el corazón de Fausto, y le abrieron los ojos para ver la divina luz, con la cual reconoció su engaño y se convirtió á la fé de Cristo, y por ella derramó su sangre y alcanzó la corona del martirio. Muy contenta y regocijada quedó santa Bibiana, por haber ganado para su esposo Jesucristo a Fausto: y llevada delante de otro juez y ministro de Juliano, estando muy constante y firme en la confesión de la fé, y de no adorar á los falsos dioses de los gentiles, el juez inicuo la mandó azotar y quebrantar sus carnes con plomadas tan fuertemente, que en aquel tormento dio su purísima alma á Dios, por los años de Cristo de 362, imperando Juliano Apóstata.
Flavius Claudius Iulianus.
Flavio Claudio Juliano, el Apóstata

El cuerpo de la santa virgen estuvo dos días sin ser enterrado; y después un sacerdote, llamado Juan, lo enterró junto al sepulcro de su santa madre y de su hermana Demetria, á los 2 de diciembre, en que la Iglesia celebra su fiesta. Hoy día hay en Roma cerca del palacio Liciniano una iglesia antigua de Santa Bibiana, que edificó san Simplicio, papa, donde está su sagrado cuerpo. De santa Bibiana hacen mención los Martirologios romano, el de Beda, Usuardo y Adon, Pedro de Natalibus y el cardenal Baronio en las anotaciones del Martirologio, y en el IV tomo de sus Anales.

 Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc