Santa Teresa de los Andes
“Sombra y Luz en la Edad Moderna“,
por Juana Fernández Solar (1900-1920)
DEMOLEDORES Y CREADORES
“Hay un poder siempre reinante, una dinastía que no conoce
ocaso, una luz que jamás se extingue, y este poder ha sido siempre
combatido, esta dinastía sin cesar perseguida, esta luz ha estado continuamente
circundada de tinieblas. He aquí la eterna historia del poder de la Iglesia; de
la dinastía del Papado; de la luz, de la verdad. Mientras todo pasa y fenece a
sus pies, mantienes la Iglesia erguida, porque está sostenida por el poder de
lo alto.
Descorramos el telón del escenario de los pueblos modernos,
y veremos que en cada siglo, los hijos de la Iglesia tienen que llevar a sus
labios la trompeta guerrera. Esta lucha no terminará porque eterno es el
antagonismo entre la sombra y la luz. Mientras los hijos de la sombra demuelen,
los hijos de la luz regeneran. De allí el título que adoptamos:
“Demoledores y Creadores”
I
¿Qué pasa en el siglo XVI? Los países de Europa se encienden
en el fuego de guerra fratricida. En Alemania un astro siniestro se
interpone entre las almas y el sol de la verdad. Lutero y sus secuaces dan el
grito de guerra, el blanco de sus ataques es la autoridad de la Iglesia. ¡Creed
lo que queráis! ¿Cuál es el fruto de esta rebelión? La destrucción de la
comunión de ideas. Las naciones se ven inundadas en sangre, las almas envueltas
en las tinieblas del error, y la herejía como río desbordado, arrastra a las
masas populares, a la nobleza, a los tronos y hasta a los ministros del altar.
Los canales por donde Dios derrama las gracias sobre las almas están pues
envenenados”.
“Mas, ¿será posible que el mundo perezca? No, que un nuevo
astro surge en el horizonte; es el herido de Pamplona, Ignacio de Loyola, que
cae como soldado de un rey terreno y se levanta como guerrero del Rey del
cielo. Vedlo alistar una compañía que no ha de manejar el cañón ni empuñar la
espada. ¿Queréis conocer sus armas? ¡El Crucifijo! ¿Su divisa? ¡La mayor gloria
divina! Sus soldados se derramarán por doquiera, y portadores de la luz de la
verdad van dejando tras sí una huella luminosa; luz derraman en Europa, en la
controversia, la predicación, la enseñanza; luz derraman en las Indias con
Francisco Javier que regenera en las aguas del bautismo millones de almas; luz
derraman los soldados de la nueva milicia doquiera que dirigen sus pasos”.
II
Las naciones se ven inundadas en sangre,
las almas envueltas en las tinieblas
del error y de la herejía |
“Demos vuelta a la página del siglo XVI y veremos en el
siglo siguiente el mismo espectáculo de sombra y luz de demoledores y
creadores. En el siglo XVII vemos destacarse entre las sombras una figura de
aspecto rígido y severo: Jansenio que arroja el hielo y la sombra por donde
pasa. La llama del amor vacila y acaba por extinguirse con su grito impío:
¡Cristo no murió por todos! Huid del Dios del Sacramento, pues podéis
enajenaros su voluntad por vuestra indignidad. ¡Huid, huid!, claman los de
moledores del siglo XVII, y las almas aterradas huyen, y se hielan y se
pierden”.
“Dios estaba herido en lo más delicado de su amor, el Verbo
pronuncia una vez más la palabra creadora que va a hacer brillar la luz en
medio de las tinieblas: en Paray-Le-Monial se levanta un sol esplendoroso y
vivificante. Jesucristo muestra a una humilde visitandina su Corazón abierto,
abrasado en llamas de amor, se queja del olvido de los hombres y los llama a
todos con insistencia, La legión jansenista grita: ¡Huid, huid! La voz de
Paray-Le-Monial clama en tanto: ¡Venid, venid! La negra bandera del terror
cederá ante el hermoso estandarte del amor, ¿Es esto todo? No, allí está el
gran apóstol de la caridad, San Vicente de Paul, que a imitación del Maestro
divino, llama al pobre, al enfermo, al niño; para todos hay cabida en su
corazón. Su bella legión de Hermanas de la Caridad arranca al infierno millares
de almas en el instante supremo. El amor desterrado reanima a las almas. La luz
saca a los espíritus de las sombras. El Corazón divino de Jesús y el corazón
deificado de Vicente de Paul, hablan de amor: de amor infinito el uno, y de
compasión hasta el heroísmo el otro.
III
“La lucha no ha terminado; el enemigo acecha siempre a la
Iglesia. La tempestad es más terrible que nunca en el siglo XVIII, Los corifeos
de la maldad, Voltaire y Rousseau se muestran, el primero con la sonrisa
burlesca en los labios y la blasfemia en la pluma, el segundo con el sofisma y
la confusión en las ideas, y ambos con la corrupción en el corazón, Los
pretendidos filósofos quieren explicarlo todo racionalmente, y proclaman a la faz
del mundo que no hay Dios, y arrancan a Cristo del corazón de nobles y
plebeyos, y aun se atreven a arrancarlo del corazón del niño. ¡Deteneos
infames! Está colmada vuestra medida, ese santuario de inocencia no puede ser
traspasado, esos niños pertenecen a Jesucristo! Un apóstol se levanta en nombre
del Dios de la infancia. Juan Bautista La Salle, funda las escuelas cristianas,
encerrando en el corazón de los niños desvalidos la chispa de la fe que se
extingue por todas partes”.
¡Guerra al Papa! Es el grito de la falange mortífera. Y en
su frenético entusiasmo dice que ya no habrá quien suceda al mártir de la
impiedad, a Pío VI. Mas no gritéis tan alto. Dios ha dicho que las puertas del
infierno no prevalecerán, y se burlará de vuestros designios. Ved sentado y
establecido en el trono un nuevo Papa. Lanzasteis a vuestra noble nación sobre
el patrimonio de San Pedro, y he aquí que los cismáticos cumplen
inconscientemente su misión: ellos arrojan al invasor y, bajo la seguridad de
sus armas vencedoras, nombra la Iglesia un nuevo piloto: ¡es Pío VII!
CONCLUSIÓN
¡Oh Iglesia, tu poder jamás será destruido! Las tinieblas
cubrieron la faz del universo en la aurora del Tiempo y al “Fiat lux”, huyeron
vencidas. Más tarde las sombras de la idolatría cubrieron al mundo antiguo,
vino el Verbo y disipó las tinieblas, porque el Verbo era la Luz. Hoy las
sombras cubren de nuevo al orbe cristiano; mas allí está la palabra de Cristo,
Verdad eterna: “Aquel que me sigue y cumple mi palabra no anda en tinieblas”.
"¡Oh palabra de vida! ¡A Ti amor eterno, a Ti eterna
felicidad!”,
(Teresa de los Andes – Obras completas, pp. 679 a 684;
Editorial Monte Carmelo, Burgos, 1995)
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